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miércoles, 8 de julio de 2020

Cinema Paradiso

Se tu fossi nei miei occhi per un giorno 
Vedresti la bellezza che piena d'allegria 
Io trovo dentro gli occhi tuoi 
E nearo se magia o lealta

Ayer escribía una entrada sobre Morricone, el cine y la música, haciendo referencia a la banda sonora de la película Cinema Paradiso, que es todo un canto a la nostalgia, a la ternura, a la belleza mediterránea. Y también ayer mismo volvía a ver en la tele esa película de Tornatore que en su día nos dejara la emoción en la mirada y por ende lágrimas en los ojos. 

Un viaje al pasado, el del protagonista Totó, rememorando desde el presente con tristeza en la mirada toda su infancia y juventud en una aldea siciliana (película filmada en gran parte en escenarios naturales sicilianos, entre otros Cefalú y Palazzo Adriano, que se hace pasar por el inventado pueblo de Giancaldo). Me fascina Sicilia. Y ahora más que nunca me apetecería volver a esa isla. 
Cinema Paradiso e un viaje contado en tres partes: infancia, juventud y época adulta de Totó. 
Es lo que tiene en ocasiones el cine, que nos identificamos tanto con los personajes, que acabamos creyéndonos todo aquello que nos cuentan, aunque sepamos de antemano que se trata de una ficción, una ficción que podría haber sido real como la vida misma, en todo caso (es probable que el director Tornatore nos esté contando su propia autobiografía, aunque esté ficcionada). Porque el cine es una apariencia de realidad, una imagen más o menos fidedigna de la realidad. Una sucesión de imágenes en movimiento que nos dan la sensación de realidad, de estar viviendo un presente, que nos seduce y nos atrapa, como es el caso de Cinema Paradiso, película que cuenta con los ingredientes suficientes para paladearla, degustarla, como si fuera el mejor manjar, que lo es, porque la belleza, como nos dijera el surrealista Dalí, será comestible o no será. Y esta película es una belleza comestible, que nos habla del cine, del poder del cine, de su magia, de la capacidad que tiene también como medio de masas, de concentrar en torno a su luz a toda la población de una aldea. Y por tanto, la capacidad del cine para mostrarnos la vida, al menos una suerte de vida, para meternos de lleno en la pantalla y sentirnos, al menos por un tiempo, parte de lo que se nos está contando. 
Cinema paradiso, como su propio título indica, nos introduce en el mundo de las películas clásicas, en blanco y negro, en historias de amor, acaso románticas, como la propia historia de Totó adolescente con su amada Elena, un amor imposible, o mejor dicho, un amor finito, como todo en la vida. Porque también la vida es finita. 

Y por supuesto nos muestra todo un microcosmos a través de una galería de personajes que parecieran salidos de una película de Fellini (alguna escena me hace recordar a Amarcord, como alguna de los adolescentes excitados en el cine o bien alguna en la escuela, como cuando una feroz maestra interroga a uno de sus pupilos: ¿5x5?, pregunta la seño, a lo que el rapaz aturullado acaba respondiendo, con la inestimable ayuda de Totó, Navidad. Simplemente genial). 
También el cura censor, el loco de la plaza, las prostis en el camerino de la sala de cine... refuerzan esa idea de película fellinesca. 
Cinema Paradiso (que me traslada también al Cinema Paz de Bembibre) me hace recordar al cine del fallero Berlanga. 
Me conmueve sobre todo esa historia de amistad, de amor también, entre el veterano proyeccionista Alfredo (interpretado magistralmente por el actor francés Noiret) y el niño aprendiz Totó, que está divino. 

Una historia verdaderamente entrañable la que se estable entre ambos, pues el niño busca en Alfredo la figura de un padre que no ha tenido y Alfredo por su parte encuentra en Totó el hijo ansiado (me sobrecoge la secuencia de Alfredo y Totó en la bicicleta). 
Un padre que desea lo mejor de verdad para su hijo, que lo impulsa a salir de la caverna, que lo impulsa en definitiva a volar, a crecer. Que lo ama de verdad, sin ataduras, sin posesión, con auténtica libertad. Porque el amor puro es eso. Lo demás es algo tóxico. 
Por eso le dice, cuando es un adolescente, que se vaya del pueblecito donde viven (aldea ficticia en la maravillosa Sicilia) a Roma, la ciudad eterna, donde podrá labrarse un futuro provechoso. "¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te gana la nostalgia y regresas… No me busques... Busca algo que te guste y hazlo, ámalo como amabas de niño la cabina del Cinema Paradiso. Desde hoy, ya no quiero oírte hablar; ahora, quiero oír hablar de ti…", le dice contundente Alfredo a su amigo/hijo Totó. 
Memorable esta cinta de Tornatore. 

1 comentario:

  1. Qué descripción tan apasionada y bonita de tus recuerdos cinéfilos. Parece que lo estás viviendo y nos lo contagias a los demás, Manuel.
    Grandes maestros de este arte nos ha dado la gran Italia, como en otras disciplinas porque los italianos tiene mucha creatividad como todo latino, incluido nuestro país, España.

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