El azar, o algo que se le parece, me ha traído de nuevo hasta Oviedo, aquella ciudad universitaria, que tan buenos recuerdos me procuró, aunque cuando vivía en ella, en mi época universitaria, me absorbía, sentía su peso, me tenía agarrado hasta los tuétanos, como si no pudiera salir de ella. Uno tiende a sentirse como agobiado por un sitio en el que se tienen que pasar pruebas, exámenes, etc. Algo kafkiano, supongo.
Confieso que después de estudiar durante cinco años en esta ciudad astur, entre el 85 y el 90, son contadas las ocasiones que me he acercado a este espacio clarinesco, como si no quisiera volver a aquí, como si algo me lo impidiera, pero ahora he dedicido venir para reencontrarme con otra ciudad, otras miradas, otras formas de sentir y percibir. La siento hermosa, bajo un gris lleno de nostalgia. Y me asaltan muchos recuerdos, en el Campillín, en el bar de Raúl, que ya no existe como tal, en la Fac, en el Tigre Juan, que era un chigre muy pintoresco y nocherniego, en el Fontán, que ahora luce colorido y cautivador, en tantos lugares, y con tantos amigos y colegas. A quien nunca olvidaré es a aquella chica de Pravia, vecina y amiga o amigovia, con quien pasé dulces momentos, en mi piso compartido, en su piso compartido, en la calle Almeida, adonde aún viven hoy muchos paisanos de Losada. Continuará.
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