El mito de Sísifo, contado por el grandioso Albert Camus, nos sirve como escenario para plantearnos el absurdo que supone vivir esclavizado a las redes malévolas del capitalismo salvaje y despotrado (o empotrado).
A veces veo al capitalismo como si fuera un toro bravo montando literamente a una vaca. Qué bestia, n'est-ce pas? El capitalismo no deja de encularnos y no por ello nos sentimos jodidos, incluso nos da como gustirrinín, porque nos proporciona cierto confort, ficticio quizá.
A veces uno piensa que lo mejor sería vivir en la inopia más absoluta, en la más extrema ignorancia, para no sentir ni frío ni calor, porque sólo así llegamos a soportar la terrible realidad que nos envuelve. Cada día más grosera y atrevida, debido a que los humanos, demasiado animalines, hemos consentido tal modo de vida, al menos en nuestro mundo hipercapitalizado y esquizoide, que ya todo el planeta está contaminado.
Lo malo del asunto es que uno sea consciente de la esclavitud que genera el capitalismo en esta sociedad despótica y despiada con aquellos a los que les ha tocado vivir trabajando sin descanso hasta el fin de sus días. Trabajar, siempre que el trabajo no sea rutinario ni impuesto, puede resultar incluso beneficioso para la salud. Mas el trabajo obligado nos esclaviza y nos convierte en seres infelices.
Lo trágico de este mito, nos dice Camus en su magnífico ensayo, es cuando somos conscientes de lo absurdo que significa vivir esclavizado a un trabajo que hacemos sin ilusión. Trabajar y trabajar para un buen día, el menos esperado, estirar la pata.
"Si supiera el día en que diba a morrer -decía un paisanín, con cierto sarcasmo, ingenio y cierta mala baba- emplearía todo el capital en cristales, y cuando fuera a estirar la pata, les pegaría una patada (valga la redundancia) y los rompería todos, que no quedara ni uno vivo".
Este hombre, dicho sea de paso, también vivió durante un tiempo en las Américas gringas.
El obrero trabaja, todos los días de su vida, en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Lo rutinario acaba convirtiéndonos en seres apagados, faltos de chispa. Luego todo son depresiones y angustias. Así anda el personal, cada vez más chingado de la chola, con sus neuras y desenfrenos, con sus violencias de género, con
sus idioteces...
Es como si estuviéramos atrapados en un mundo sin horizontes, del que no pudiéramos salir, en una caja imbécil, en un callejón sin salida, en un lugar parecido a Haití, del que la gente quiere salir de estampida, lo cual no nos extraña en absoluto, habida cuenta del panorama desolador que se vive allí.
Este mito consiste, como ya sabéis, en que los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Así una y otra vez. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Cuántas, cuantísimas personas trabajan sin esperanza en este mundo subdesarrollado y pobre en el que sólo unos pocos, privilegiados que son ellos, gozan de una vida digna de ser vivida.
Cualquier trabajo es digno, se dice a menudo, y es cierto, siempre que se realice con cariño y honradez, y que el resto no te folle la vida, porque los indignos y cabrones son quienes no se hartan de explotar al trabajador hasta rellenar la alforja y la andorga. Quien más trabaja, sobre todo en este país de farándula, no es quien más gana, antes al contrario, quien más trabaja suele ser muy a menudo el más perjudicado, quien más pierde. ¿Entonces para qué escornarse currando como burras?, si al final la guita se la lleva el espabiladín de turno, que se las ingenia para vivir de lo que otros trabajan con sudor y sangre.
Es habitual ver en el Bierzo Alto a paisanos doblando el lomo en tiempos de castañas, se pasan todo el día apañando no sé cuantos miles de kilos de castañas, y todo ello para que luego llegue el enterao y se las llave por un precio ridículo. Es un esfuerzo considerable, que traducido en pasta se queda en una miseria, porque al final quien hará negocio con las castañas, y con todo en este país nuestro, son los llamados intermediarios, quienes nos las enchufan a pelo de conejo. “Ir a apañar castañas ni siquiera cubre el jornal del dueño de las castañas”, asegura mi padre. Y qué razón tiene. Una ruina, o sea.
En este país nuestro siempre son los mismos mangantes y manguanes quienes se llevan el gato al huerto. Pero comenzamos a hartarnos. Ya va siendo hora de abrir los ojos. Darse cuenta, tomar conciencia ya es un paso, luego conviene actuar conforme a lo que hay.
Camus, que era un tipo ciertamente inteligente, se dio cuenta muy pronto del absurdo de la vida, tal vez por eso los humanos acabamos reaccionando, como El extranjero, de un modo irracional, sin motivos aparentes, sin sentimientos de culpabilidad, con una frialdad espantosa, como verdaderos psicópatas, incapaces de sentir ninguna empatía... por el vecino, el paisano, el otro, en definitiva. El absurdo existencial puebla nuestras vidas, y no somos capaces a espantarlo.
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