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domingo, 31 de enero de 2010

La insoportable levedad del ser

La insoportable levedad del ser es quizá una de las mejores novelas de las últimas décadas. O al menos esa es la impresión, subjetiva sin duda, aunque intentaré explicarme y contar por qué esta obra de Milan Kundera es tan buena. En este caso, no se trata de lo que nos cuenta este novelista checo, sino en cómo es capaz de enganchar al lector a través de una habilidosa y bien entretejida narración, aderezada con sabias reflexiones filosóficas, erotismo y un excelente sentido del humor.
Praga. Foto: Cuenya

Estructurada en siete capítulos, cuyos títulos o subtítulos se repiten, de un modo intencionado, en la primera y quinta partes (la levedad y el peso), al igual que en la segunda y la cuarta (el alma y el cuerpo... el alma no es más que la actividad de la materia gris del cerebro), esta novela comienza con un planteamiento vital, definitivo: "una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano". Parece una pregunta, pero en realidad es como una afirmación. De ahí el título de la novela, la insoportable levedad del ser.
Se trata de una tesis que aboga por la no creencia en otra vida, de una vida tal vez sin dios, "la vida humana acontece sólo una vez", nos recuerda. "Siempre he admirado a los creyentes", prosigue Tomás.
La idea de Nietzsche del eterno retorno, cuya repetición se prolongaría hasta el infinito, da la impresión de que no fuera más que un mito. 
"Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente -señala el autor con humor-, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre". 
Y, aunque la historia tiende a repetirse, no es exactamente de la misma manera, ni con los mismos individuos. 
"Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz", insiste el autor, con cierta ironía, que subraya la idea del eterno retorno como la carga más pesada. Entonces, surge la duda existencial: ser o no ser, ¿el peso o la levedad? El compromiso o la libertad. El problema irresoluble es que vivimos una sola vida, y lo que ocurre una vez es como si no ocurriera nunca. Qué fuerte, ¿no? Ya, de entrada, Kundera nos somete a una prueba de fuego. ¿A quién quieres más, criatura, a papá o a mamá? ¿Qué prefieres: una vida comprometida, responsable, "como dios manda" o bien una vida a libre valer, sin compromisos ni responsabilidades? ¿Es que esto se elige o nos viene impuesto?, ¿uno decide ser sólo sus sueños o bien es la sociedad, en la que estamos inmersos, quien nos modula y en verdad decide por nosotros?

Kundera elige a un personaje, Tomás, que da la impresión de que fuera su alter ego, o algo así, y lo caracteriza como un "mujeriego épico" por contraposición a lo que él llama "mujeriego lírico" (que persigue siempre al mismo tipo de mujeres). Tomás es, por tanto, un auténtico seductor (léase asimismo Diario de un seductor de Kierkegaard), incapaz a priori de enamorarse de una sola mujer o muchas iguales, y dispuesto, en cambio, en su búsqueda incansable de conocimiento y de una singular belleza femenina (la millonésima diferencial), a establecer una "amistad erótica" con sus muchas y variopintas amantes pasajeras, con quienes tiene contactos sexuales, sin que pueda dormir con ellas, lo que perturbaría su intimidad, su yo esencial, salvo con Sabina, su amante permanente y especial, con quien se permite ciertas licencias.
"Hacer el amor con una mujer y dormir con un mujer son dos pasiones no sólo distintas sino contradictorias", se decía Tomás.
Tomás es un médico de prestigio (científico) que, por pura casualidad (una vez más se impone el azar), se acaba enamorando de Teresa, aunque al principio, y por seguir fiel a sus principios, Tomás no lo reconozca abiertamente, y se invente algunos subterfugios -falsa conciencia- para enmascarar la evidencia. Incluso pretende convencerla de que el amor y la sexualidad son dos cosas distintas, aunque ella no lo entienda.
Tomás, casi sin quererlo, se enamora de Teresa cuando ésta inscribe su primera palabra en su memoria poética.
Tomás, como le ocurriera a Kundera después de la invasión rusa de Praga en el verano de 1968, pierde su plaza (en este caso novelado, de médico) por escribir un artículo en el que, inspirado en el Edipo de Sófocles (cuyo personaje mata a su padre y se acuesta con su madre, sin saberlo, y acaba cegándose por los actos cometidos) critica, supuestamente, al comunismo, a los comunistas (quienes también debieran quitarse los ojos luego de las barbaries que han hecho).
Teresa es el otro personaje protagonista, con gran peso en la novela, aunque su vida también tenga cierta levedad (no tanto como la de Tomás, porque ella se aferra con uñas y dientes al doctor), a pesar de que éste le sigue siendo infiel, en lo que al sexo se refiere, con otras mujeres, entre ellas Sabina, la pintora, que ayuda a Teresa a cambiar su estatus de camarera por el de fotógrafa, y que dice querer a Tomás porque es el "polo opuesto al Kitsch".
Sobre el kitsch, que sería como una mala imitación del original, un sucedáneo, o un arte pasado de moda y de mal gusto, reflexiona el autor en el capítulo 6, La Gran Marcha, que también dedica a Dios y la mierda (la mierda, con perdón, como problema teológico más complejo que el mal). A este respecto, y dicho sea de paso, recomiendo Para terminar con el juicio de Dios, de Antonin Artaud. "¡Quisiera aprender a ser leve!", dice Teresa, que no cree en la divertida intrascendencia del amor físico.
Aparte de este trío amoroso: Tomás, Sabina y Teresa, hay otros personajes, en apariencia con menos peso, como Franz, el otro gran amante de Sabina, que intenta subyugarla por su capacidad de ser fiel, aunque desconoce que a Sabina lo que la conquistaría sería la traición, y no la fidelidad (vaya cuestionamiento para nuestra pulcra y "fidelísima" sociedad europea, y no digamos para la vida islámica).
Franz es un intelectual izquierdoso, apasionado de la música como arte que más se aproxima a la belleza dionisíaca, tocada por la embriaguez, que se pregunta qué es la belleza, y que decide abandonar todo, incluida a su mujer Marie-Claude, para largarse a Camboya; un "ingeniero" o alguien que se hace pasar por tal y que acaba teniendo un encuentro sexual fugaz con Teresa; el hijo de Tomás (muy parecido a éste en lo físico), quien le comunica, por carta, a Sabina la muerte de su padre y de Teresa (lo que ocurre antes de llegar a la mitad de la novela, como en las grandes pelis del maestro Hitchcock, que nos hace asistir a la muerte -por asesinato, véase por ejemplo Psicosis-, y aun así, o quizá por esto, logra mantenernos en vilo hasta el final); el chistoso cerdito Mefisto, y el perro Karenin (que toma su nombre de Karenina, Ana, la novela de Tolstoi).
De éstos últimos, es sin duda Karenin quien tiene un gran peso en la novela, pues se trata de un animal fiel a sus dueños, sobre todo a Teresa, con quien mantiene un gran amor, desinteresado, y nos ofrece momentos de maravillosa ternura.
El último capítulo se lo dedica Kundera a la sonrisa de Karenin, lo que le permite al autor reflexionar acerca de los animales: vacas, el cerdo Mefisto, Karenin, como si estuviéramos ante un texto de etología, que como sabemos ha reivindicado los sentimientos de lo animales. También en este capítulo nos muestra cómo se conmueve hasta llorar el filósofo Nietzsche ante un caballo castigado por su cochero con un látigo, cómo Descartes creía que los animales eran sólo máquinas o autómatas -vaya aberración-, cómo el ser humano, mientras vivió en la naturaleza, rodeado de animales, y en función de las épocas del año y de su repetición, era "feliz". Pereo ahora ya no podemos ser felices porque la felicidad es el deseo de repetir (una vez más la repetición) y el tiempo humano no da vueltas en redondo sino que sigue una trayectoria recta. Necesitaríamos, para alcanzar una vida plena, que la vida se repitiera, porque la felicidad es el deseo de repetir, piensa Teresa, y porque "hasta el humor está sometido a la dulce ley de la repetición". "¡Qué terrible es asumir el papel de la muerte!". Qué difícil es asumir la muerte, por cáncer, de Karenin, que el autor ha querido, intencionadamente, dejarnos para el final, cargado de tristeza y felicidad a la vez, mientras suena música, quizá como liberación.
Aunque la novela está ambientada en Praga -"la ciudad más hermosa del mundo", donde nació Kafka, que aspiraba a vivir en la verdad, no mintiéndose a sí mismo ni mintiendo a los demás, qué extraordinario, sobre todo no mentirse a sí mismo, porque a menudo nos portamos de un modo en la intimidad y de otro en público. Incluso el amor, 'el deseo de encontrar a la mitad perdida de nosotros mismos', cuando se hace público, aumenta de peso, y por ende se convierte en una carga-, se mencionan algunos otros espacios como Zurich, Ginebra, "ciudad de surtidores y fuentes... capital del aburrimiento... hermosa y llena de aventuras", París, Nueva York (belleza no intencional o belleza como error), Amsterdam (entre el mundo de las putas y el mundo de Dios).
Dios, o su inexistencia, está muy presente en la novela: "O el hombre fue creado a semejanza de Dios y entonces Dios tiene tripas, o Dios no tiene tripas y el hombre no se le parece"... Y "si el hijo de Dios puede ser juzgado por cuestiones de mierda, la existencia humana pierde su dimensiones y se vuelve insoportablemente leve".

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