Mis días de agosto en el útero de Gistredo, después de mi viaje a Coruña y Finisterre, fueron tranquilos, como suele ser habitual, porque es para mí un lugar de descanso. Unas auténticas vacaciones. Disfruté paseando en compañía de buenos amigos y de mi madre, de mi familia, en definitiva.
Pardamaza-Bierzo Alto |
Me apetecía, antes de encarar el nuevo curso, darme otro garbeo, en este caso por tierras astures, que tan familiares me resultan. Y aun por Cantabria, que también es territorio de afectos, pues allí se halla el tío Leoncio, el padre Leoncio, en concreto en la abadía cisterciense de Cóbreces, adonde ya iba siendo un rapacín en compañía de mi hermana y mi cuñado.
Oviedo
A finales de agosto arribé a Oviedo, después de cruzar esas montañas que tanto vértigo le procuran al viajero, a quien le hacen sentirse romántico, en este caso pos-romántico, si tal puede decirse. La fuerza y misterio cuasi divinas de las grandes montañas como venero de inspiración y creatividad. La fusión entre el viajero y la Naturaleza.
La ciudad de Oviedo, en la que pasara algunos años de mis tiempos mozos universitarios, me produce cierta nostalgia a la vez que satisfacción. La recorro con devoción, como si fuera mi propia aldea. Y cada rincón que me encuentro me dice algo. Me gusta volver al casco histórico, que cada día luce más hermoso.
Plaza del paraguas |
En esta ocasión me acerqué al Campillín, en concreto a la calle donde viviera en los años ochenta, Capitán Almeida, así se llamaba, eso creo recordar. Pero desde hace un tiempo la calle lleva otro nombre, en este caso Fernando Alonso, en honor al afamado piloto de automovilismo, que también es todo un capitán, "¡oh, capitán! ¡Mi capitán!... ¡oh, corazón! ¡Mi corazón!", así dice el poema del gran Whitman. "¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!"..., eso les recita el profesor-gurú Keating (Robin Williams) a sus estudiantes en esa magnífica película que es El club de los poetas muertos. De repente, me asalta la tristeza, pero también algunas reflexiones acerca de esta vida efímera al recordar escenas de esta cinta de Peter Weir.
Carpe diem.
Me di una vuelta por el entorno. Ya no está tampoco el bar Nemur, adonde iba a tomar café de vez en cuando, en realidad iba con cierta frecuencia a lo largo de la semana. Allí nos dábamos cita algunos parroquianos. Recuerdo con cariño a Don Pío, un maestro jubilado con mucha retranca, un hombre entrañable al que veía como a un abuelo. Don Pío Baroja, se me ocurre, aunque creo que tenía cierto parecido con alguna foto que visto de Galdós.
Don Pío decía que había conocido al dramaturgo astur Alejandro Casona, hijo de la maestra leonesa Faustina Álvarez.
Aquel señor, que protestaba cuando se le servían el café templado, creo que era así, aunque luego se entretenía con otras cosas y lo dejaba enfriarse. Siempre andaba con su cigarro en la boca (entonces se fumaba en el interior de los bares, qué tiempos aquellos), con sus andares ya cansados, incluso encorvado, aunque aún conservaba mucha chispa y arranque.
El Nemur lo regentaba Eduardo, su mujer (no recuerdo su nombre) y su hijo Raúl, que era todo un especimen (no creo que lea estas líneas). ¿Qué será de ellos? Eran seres singulares todos ellos. Y el que se llevaba la palma era el páter Eduardo. Anécdotas curiosas recuerdo, aunque no entraré en ellas. Alguna escabrosa.
Por aquel bar pululaban también Jose de Valderas, buen tipo, que estudiaba Derecho, y otro Jose (Fodre), que era de Ponferrada. Alguna vez, transcurridos ya varios años, lo llegué a ver en Ponferrada, muy desmejorado. Yo creo que no me recordaba. Tampoco le dije nada. Lo siento.
Woody Allen |
Y por el bar iban también mi amiga Valle y sus hermanas. Por fortuna, pude saludar a Valle al día siguiente en este reciente viaje, a la que ya hacía tiempo que no veía. ¿Ahora no esperaremos otros tantos años para vernos, verdad, Valle? En realidad, allí nos conocimos. Ella y sus hermanas vivían en la misma calle, en distinto portal. Valle y sus hermanas (Sonia y Cristina, una pena que Sonia, que estudiaba psicología, falleciera tan pronto a resultas de un puto cáncer).
Hannah y sus hermanas. Así se titula una película del genio Allen, que cuenta con una estatua en esta capital astur. Y al que tuve la ocasión de ver y saludar en el hotel Reconquista de la ciudad con motivo de que le concedieran el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2002, época en la que habíamos puesto en marcha la Escuela de Cine de Ponferrada, en realidad el Título Propio de Cinematografía y Artes Visuales de la Universidad de León, que daría para todo un novelón, ficción y realidad conjuntadas a la enésima potencia.
La breve e intensa estancia en Oviedo me despertó muchos recuerdos y vivencias. En la capitán Almeida, ahora Fernando Alonso, vivía con unos seres harto curiosos: Celestino, que estudiaba Filología, Víctor, que estudiaba Química (s)... de Arriondas. Bueno, eran buena gente.
29 de agosto
Oviedo |
Placer y nostalgia a partes iguales. Reencuentro con el pasado estudiantil. Un tiempo que fue y en cierto modo permanece. Entonces uno era feliz y quizá no lo sabía. La juventud, divino tesoro, suele procurar felicidad, y sobre todo ilusiones. La ilusión, ay, es lo último que se pierde. Reencuentro con otra época donde ni siquiera la calle donde viviera lleva el mismo nombre, sino otro. El Campillín y la plaza del ayuntamiento lucen espléndidos en esta tarde aún veraniega.
Abandoné la capital carbayona, cuyo roble o carbayo centenario era símbolo de la urbe, aunque ya no preside la comercial calle de Uría, con un clima que amenazaba lluvia. En realidad, creo recordar que se puso a orvayar. Decidí poner tierra de por medio para adentrarme en el Oriente astur.
Llanes
"Vamos a parar en Llanes", recuerdo que decía aquel autobusero, en aquellos viajes que realizara otrora a Bilbao, donde vivía entonces mi hermana mayor. Aquello, aquel Llanes se me quedó grabado para siempre en la memoria.
Palombina-Celorio |
Luego, con el transcurso del tiempo, tendría la ocasión de visitar sus playas como ese monumento natural de interior llamada Gulpiyuri o los bufones de Pría (un espectáculo verlos en acción), Niembro (donde tenía/tiene casa el colosal filósofo, el maestro Gustavo Bueno), toda esa belleza marina y exótica que nos devuelve, una vez más, a Hispanoamérica. Y por supuesto tendría la ocasión de ver sus casas de indianos... Como el palacio Partarrío, que está rehabilitándose en la actualidad, donde se rodó El Orfanato, de Bayona.
¿Quién iba a decirme que, transcurridos varios años desde que pusiera por primera vez los pies en Llanes, conocería al cineasta (cineostia, como diría y decía él) Gonzalo Suárez, que llegaría a ser el director honorífico y honorario de la Escuela de cine de Ponferrada, que antes mencionaba, donde estuve desde el inicio (incluso el preinicio) hasta el final (y aun el posfinal, que también hubo).
"Llanes de cine" es el eslogan de un proyecto cultural, turístico que trata de dar a conocer aquellos escenarios naturales que han servido a cineastas, entre ellos el propio Gonzalo Suárez, para rodar secuencias de algunas de sus películas, incluso documentales, cortometrajes, sport publicitarios... diversos audiovisuales. En la playa de Borizo, por ejemplo, Suárez, con su hermano Carlos, director de foto (con quien también tuve mucho trato), rodó algunas secuencias de Remando el viento. Y en la playa de Barro filmó alguna escena de El portero, protagonizada entre otros por el actor leonés Carmelo Gómez.
Borizo |
Remando al viento, que tal vez sea la peli que más me gusta de Gonzalo Suárez, cuenta la historia del mito Frankenstein, cómo se reúnen los escritores Lord Byron, Mary Shelley, Percy Shelley y Polidori para ver quién escribe la historia más terrorífica que pueda imaginarse. Con la fotografía de Carlos Suárez, el sonido de Goldstein (pena que ya falleciera) y Steinberg (estuvo incluso en Bembibre en unas Tardes de cine), el diseño de producción de Wolfgang Burmann (apodado Chinín), todos ellos llegaron a impartir clases en la Escuela de cine de Ponferrada. Y la inolvidable música de Vaughan Williams y su Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis: https://www.youtube.com/watch?v=ihx5LCF1yJY
30 de agosto
Uno vuelve una y otra vez a aquellos sitios inspiradores, como éste, en los que la vida se resuelve en éxtasis contemplativo. La contemplación quizá como antesala de la felicidad o algo tal que así. En vez de felicidad hablemos de bienestar, de calma, de armonía, de templanza.
31 de agosto
Remando al viento y los vientos desde este escenario fílmico, lleno de poesía, puro romanticismo. Un espacio para conectarse con el más allá, con ese otro lugar de vacío y soledad, con ese universo que soñara Mery Shelley, o bien Polidori, porque lo bello (incluso lo sublime) y lo siniestro se funden en un abrazo de misterio.
La belleza espectral de una tarde de verano en esta costa que atrae como un
imán.
Puerto chico-Llanes |
Llanes me llevó por su puerto, sus cubos de la memoria, su faro, sus playas, como Puerto Chico. Llanes, cuyo casco histórico es maravilloso, me ofreció buena gastronomía, sidra en abundancia (me rechifla la sidra) y tiempo para disfrutar reflexionando.
Celorio, que pertenece al concejo, cuenta con algunas de las playas con más encanto de la zona, como la de Borizo o Troenzo (que visitara en otro viaje), incluso la de los curas o los frailes, al lado del convento de San Salvador, o la Palombina.
El azar, ay, ha hecho toparme con dos escritores leoneses en Llanes, en días diferentes, a saber, con el cacabelense José Yebra, en realidad él me reconoció y me saludó, y el leonés Vicente Muñoz Álvarez, al quien, si bien sabía que andaba por esta zona, no pensaba que podría encontrarme con él. Qué coincidencias.
Puerto-Llanes |
Da la impresión de que Llanes, que en verdad es un lugar turístico, atrae
mucho a los escritores. Y a los cineastas. Ahí están, entre otros, desde Garci
hasta Gonzalo Suárez, quien fuera director honorífico de la Escuela de cine de
Ponferrada, que con humildad uno, con la colaboración de alguno más, aparte de
la Universidad de León, puso en marcha en la capital del Bierzo.
Llanes, espacio literario, cinematográfico, en definitiva, espacio
afectivo.
Me fui de Llanes con cierta morriña, a sabiendas, no obstante, de que volveré en cualquier momento. Eso espero. No diré que me fui como quien se desangra, como el final antológico de Don Segundo Sombra, de Güiraldes, pero sentí nostalgia. En todo caso, ya tenía previsto y reservado para irme a la abadía de Cóbreces. Y así lo hice. Aunque he estado en diversas ocasiones en este monasterio, creo que esta ocasión me procuró realmente mucha paz. Y también mucha alegría porque, además, conocí a personas magníficas como Maripi (Piedad) y Carmen, dos chicas con las que establecí sintonía. Creo que ellas también conmigo. Con ellas paseé por el Bolao, por el pueblo de Cóbreces... Charlamos distendidamente. Y hasta asistimos a algunos rezos, sobre todo a Completas.
Playa de Luaña-Cóbreces |
¿De dónde eres?, recuerdo que me preguntó Maripi, que es de un pueblo de Burgos, aunque vive en Madrid. Pues del Bierzo, le dije. Conocí un pueblo en los setenta llamado Noceda, apuntó. No me lo puedo creer. ¿Has estado en mi pueblo? En mi útero de Gistredo, debí susurrar. Pues sí, Maripi había estado en Noceda y conoce a gente de mi pueblo, chicas con las que compartiera colegio en Colloto-Oviedo. Alucinante. Si es que el mundo es un pañuelo.
Por su parte, la salmantina Carmen, que también vive en Madrid como su amiga Piedad o Maripi (así le llamaban en el colegio), me pareció una conversadora nata, no en vano es profesora. Y sobre todo cercana, cariñosa, buena gente, como la propia Piedad.
Cantabria
2 de septiembre
Y, para rematar este viaje, me he allegado hasta la abadía cisterciense de Viaceli, en Cóbreces, Cantabria, donde estuviera hace un año, también a principios de septiembre, por las fiestas de la Encina, para religarme acaso con la Naturaleza, que es divina, y tal vez con uno mismo, porque en verdad os digo, queridos hermanos, queridas hermanas (qué guay o qué cursi me quedó esto, hagamos humor), este menda lerenda, siempre o casi siempre (no conviene exagerar) está viajando al interior, buceando en las profundidades del subconsciente (otra cursilería).
Abadía de Viaceli |
Espiritualicémonos, si tal puede decirse. Que la carne es corruptible.
Pobrecitos mortales. Mientras permanezcamos en la senda de la vida, procuremos
disfrutar de todo. Porque cuerpo y alma, carne y espíritu son indisociables y
están íntimamente unidos.
Aquí, en este monasterio, que me hace fantasear con Melk, aunque en este se respire tranquilidad, está el tío Leoncio, el padre Leo, que es un monje genuino, una persona entrañable, nacido en el noble pueblo berciano de Losada.
Cóbreces |
Seguiré viajando al interior, que será exterior para quien sepa y quiera
mirarlo. Siempre que mi cuerpo-espíritu me lo permita.
Tampoco me olvido del padre Francisco, un lince, que nos enseñó la biblioteca de la abadía a Maripi, Carmen y uno mismo. Aunque ya conocía la biblioteca a través del entrañable Leoncio, Leo, que es tío carnal de mi cuñado y por ende de mi hermana. En casa todos le decimos el tío Leoncio. Un recuerdo afectuoso asimismo para mis compañeros de mesa de comida Francisco y Enrique, para los catalanes Teresa y Miguel del monasterio de Poblet y la dermatóloga Pilar (buena fotógrafa de amaneceres y atardeceres), con quien me hubiera gustado platicar más. Pena que la madrileña Raquel se fuera justo el mismo día en que llegaba para la comida.
3 de septiembre
Biblioteca de la abadía |
El Bolao |
Esto está llegando a su fin. Y me da como nostalgia, tal vez porque uno es
morriñoso.
Dulces sueños, que aun toca madrugar.
En realidad, durante el breve tiempo que permanecí en la abadía, apenas tres días con sus noches, hice vida cuasi monacal, acostándome pronto y levantándome temprano. Deliciosos desayunos con queso artesanal de la abadía (tal vez el mejor queso del mundo, como pura subjetividad, claro está, nada objetivo mi criterio, soy consciente) y mantequilla igualmente casera.
Y llegó el día de irme, de dejar atrás a las amigas Maripi y Carmen, así como al resto. Me despedí, otra vez con nostalgia, del tío Leoncio, que me sugirió que me quedara ese mismo domingo 4 de septiembre, pero el viaje es largo hasta Ponferrada. Y el lunes tenía previsto incorporarme a la tarea del campus universitario, donde ya no está la Escuela de cine, pero sí la Universidad de la Experiencia, la Universidad de mayores.
Llevo a Asturias y Cantabria en el corazón.