Desde que leyera el río del
olvido, de Julio Llamazares, quedé fascinado con la ribera del Curueño. Es
tal su modo de contar, que dan ganas de acercarse a estas tierras. Y
recientemente he podido hacerlo en estupenda compañía.
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Curueño a su paso por Sopeña |
Aunque en alguna ocasión
anterior también pude saborear el agua del Curueño, es un decir. O mejor dicho,
logré bautizarme en este y legendario río leonés a su paso por la población de
Lugueros cual si fuera el mismísimo Jordán, el río del bautismo bíblico. “Este
pan tiene un sabor bíblico -en referencia a un pan del Bierzo-”, recuerdo
que llegó decirme el oscarizado director artístico Gil Parrondo, que era
ante todo un ser entrañable. Pues eso mismo, que el Curueño, que tiene fama de
río truchero, como otrora lo fuera el río Noceda, sabe a bautismo.
“Las truchas
del Curueño, famosas por su piel fina y por su carne blanca y prieta de montaña,
saltan en la cocina del bar Sierra de Nocedo”, escribe Llamazares.
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Cascada de Nocedo |
Por cierto, la cascada del Nocedo, que “esconde
su belleza en la angostura de una grieta que el río de Valdorria ha abierto e
plena roca para poder salvar el desnivel que lo separa del Curueño”, me recuerda
a la cascada de La Gualta en Noceda, con lo cual Noceda y Nocedo se hermanan en
nombre y paisaje, que es memoria afectiva. Nocedo y Noceda comparten nogaleda.
Siempre con la memoria y la
afectividad en la boca. Pues las personas, los paisajes, son más o menos lindos
en función de los afectos que tengamos depositados en los mismos. Y de este
modo la belleza, que también es bondad y verdad, se me antoja subjetiva porque depende de nuestros sentidos y de nuestros sentimientos, de nuestras
emociones. Y la tierra de uno, o aquellas tierras que identificamos como
propias, nos resultan bellas, gratificantes, por eso mismo.
En mi consciente resuena Sopeña de
Curueño, que es la tierra del poeta Jesús Díez, del que me hablara por primera vez
Julio Llamazares en el Festival Eñe de Literatura, que se celebra/celebraba en
Madrid: https://www.ileon.com/cultura/060289/regreso-a-los-paisajes-del-alma-viajo-en-la-memoria-a-las-voces-del-origen
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Con Toño Getino |
Y de este pueblo, en el que pongo los pies -creo recordar que por vez
primera-, es la editora y poeta Marina Díez (alumna también de mis cursos de escritura
en la Universidad de León). Y de Sopeña era el cineasta leonés-argentino Octavio
Getino, a quien llegué a conocer a través de un seminario de cine latinoamericano
que ideara la cubana Alquimia Peña: http://cuenya.blogspot.com/2014/06/alquimia-pena.html (extraordinaria mujer, que me recibiera con mucha hospitalidad en mi primer viaje a La Habana). Después de tomar algo en el bar de Sopeña, me doy una
vueltina por el pueblo, siempre en entrañable compañía, y me topo con un hombre que se
dirige a mí y me pregunta si soy Cuenya. El mismo que viste y calza, le digo. Pues te recuerdo
de la presentación que hicieras hace años de Jesús Díez en León, me responde. Qué
bien, encantado. Conversamos y sale a relucir el nombre de Getino. Yo también
me apellido Getino. Entonces serás familia del cineasta Octavio. Exacto.
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La Valdorria |
Yo soy
Toño Getino. Qué curioso. Los astros se conjuntan. Sopeña me procura buenas vibraciones.
Aún queda mucho camino que recorrer y el viajero y la viajera deciden continuar
ruta, que ya va tocando la hora de comer. Al final, se acercan a Valdepiélago (hermoso
nombre, que nos remite a las profundidades marinas). El viajero se acuerda de
que de este sitio era un rapaz, Ángel, con quien compartiera un tiempecito de
alojamiento en Oviedo durante su etapa universitaria.
Valdepiélago queda al ladito mismo de La
Mata de la Bérbula (conviene no confundirla con La Mata de Curueño). En la Mata de la
Bérbula pasó Julio Llamazares todos los veranos de su infancia. Y en
este pueblo, que a los viajeros se les antoja un lugar familiar, el autor de Memoria de la nieve “aprendió a caminar
y a descifrar los signos de la noche y del paisaje”.
Se quedan a comer en Valdepiélago, en concreto en el mesón El Zaguán de Colín, al aire libre, aunque sopla un viento tan
fresco que la viajera y el viajero (sobre todo éste) deciden terminar sus viandas,
exquisitas por lo demás, en el interior del restaurante.
Los atiende Laura, una
chica amable y sonriente, que incluso accede a hacerse una foto con el viajero.
En el interior aparecen fotos de Jesús Calleja, entre algún otro. Pero uno echa en falta que no esté
alguna imagen de Llamazares. Pues sí, viene algunas veces por aquí, añade Laura.
Después de la copiosa comida, a base de revueltos y pastel de cabracho,
apetecería echarse una siestecica a orillas del Curueño. O mismamente mientras nos dejamos arrullar por el
sonido de la cascada de Nocedo. |
Montuerto |
El agua como algo hipnótico, que te sumerge en
un ensueño. “Brama como una fiera herida y prisionera de sí misma la cascada del Nocedo”, escribe
Julio Llamazares, que se queda sobrecogido mirándola, “con la misma emoción y
el mismo vértigo con los que la miraba siendo un niño”. El viajero y sobre todo la viajera, que
guarda gratos recuerdos de Montuerto, se dirigen a este pueblo, en el que
estuvieran hace ya algún tiempo. Y se acercan al camping, que parece regentar un hombre mayor, aunque en esencia él
está haciendo las funciones de su sobrino, que lleva también el bar merendero,
cuyo nombre se me hace exótico. Se llama Tagüima, lo que me suena a nombre
hispanoamericano. El que lo bautizó así, según nos cuenta Julio en El río del olvido, fue un albañil, que
había hecho la mili en África.
El viento resopla con fuerza en
Montuerto. Y se avecina temporal en este verano frío en el Noroeste.
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Hoces de Valdeteja |
A partir de la cascada del
Nocedo, el viajero y la viajera se adentran en “el impresionante abismo de las hoces
de Valdeteja”, que, aunque menos conocidas que las de Vegacervera, resultan
fascinantes estas enormes montañas calizas, “un paisaje tan hermoso como
sobrecogedor y tan espectacular como perturbador para el espíritu y el alma”,
un paisaje que a uno lo traslada hasta la Transilvania, imaginándome vampiros
en forma de cuélebres, diañus, llobus, mouros, nuberus, curuxas… emergiendo de
algunas oquedades y cuevas originadas en las rocas. Como esa cueva que se halla
en el pueblo de Llamazares, que al final no visitamos, aunque espero que podamos visitarla en un próximo viaje. |
Cementerio de Llamazares |
Las curuxas, curujas o corujas son aves rapaces nocturnas, siempre al acecho, que dan nombre a nuestra revista cultural. "Las corujas -escribe Julio en El río del olvido- son almas en pena que han vuelto disfrazadas de pájaros desde el infierno".
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El pueblo de Llamazares |
Al parecer, la cueva de
Llamazares, cuya gruta se atisba al fondo, desde el cementerio del pueblo, desde
donde se tienen buenas panorámicas, muestra singulares formaciones
coraliformes. Un paisano, que está paseando con su perro labrador por el
entorno, habla con el viajero y la viajera y les cuenta alguna cosa de esta cueva, poco o nada conocida
si la comparamos con las cuevas de Valporquero. Y eso que las de Valporquero,
que visitara por primera vez siendo un renacuajo, con unos cinco o seis años en
una excursión escolar, tampoco son tan conocidas fuera de la provincia leonesa.
O esa es al menos mi impresión.
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La Mata de la Bérbula |
El término Llamazares se
refiere a terrenos pantanosos. En mi
pueblo se habla de llamazos, que
sería algo parecido.
Al final de las hoces de
Valdeteja se abre, “como un nuevo espejismo”, el valle de los Argüellos, por el
que tiene querencia el poeta Ángel Fierro (con quien compartiera, con él y con
el tío Ful, la Güeste de Villafeide de 2019, invitados por la escritora y
profesora Vane. Con la colaboración de Alma).
Ángel Fierro, a quien
también he tenido la ocasión de entrevistar y llevar a las Tardes Literarias de
Bembibre, llegó a invitarme hace años para hacer un cuentacuentos en Lugueros,
lo cual le agradezco. |
El Curueño |
Fierro es autor, entre
otros, de Río Curueño. El fluir
legendario, en el que recoge leyendas como la del moro Qil, los milagros de
San Froilán (en la Valdorria se halla una ermita dedicada a este santo), La
dama de Arintero o los duendes de Tolibia, que están sin duda emparentados con
estos vampiros de los que hablara cuando me refería a las Hoces de Valdeteja. “Los
duendes y marcianos de Tolibia… en lugar de tener cuernos y rabo…, tocan y
bailan”.
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Lugueros |
De la Valdorria, dice el
escritor Llamazares, que no es un pueblo sino una aparición… La Valdorria es un sueño o un
espejismo o una ilusión. Recuerdo, hace años, tal vez con un grupo de Erasmus,
treparme hasta la Valdorria y luego hasta la ermita del santo Froilán, que,
siendo un jovencito, se retiró en las montañas del Bierzo. Una experiencia mística
de alto voltaje, cual si uno se sintiera en éxtasis al estilo de San Juan de la
Cruz o Santa Teresa de Jesús.
“A los pies de Bodón, la
mítica montaña del Curueño, el imponente farallón calizo… que vigila y domina
el valle de los Argüellos, la vega de Lugueros se extiende mansamente, entre
saúcos silvestres y huertos y choperas, como un oasis de paz y de verdor tras
los ocho kilómetros de agreste y turbador desfiladero”, nos cuenta Llamazares. |
Iglesia de Lugueros |
Lugueros es un pueblo
precioso, o eso le parece al viajero, que, desde donde está ubicada la iglesia
del pueblo, un genuino mirador, se ofrecen maravillosas vistas. La iglesia del pueblo, donde también presentara Llamazares algunos de sus libros (lo recuerdo en compañía de Fierro) me hace fantasear con alguna iglesia californiana, tal vez con la Misión San Francisco de Asís que fuera escenario de rodaje en la película Vértigo (De entre los muertos) del mago del suspense, el siempre genial Hitchcock.
El viaje continúa en
dirección al puerto de Vegarada, ya en el límite con las Asturies de los míos amores, pero, a medida
que nos acercamos a lo alto, una niebla espesa lo cubre todo, impidiendo
disfrutar de la belleza del paisaje. Y la carretera deja de estar asfaltada
para convertirse en una pista de terracería, sólo apta para todoterrenos. A ver
si en otra visita hay más suerte. La estación de esquí de San Isidro queda a pocos kilómetros.
A medida que descendemos
comienza a despejarse y, ya en Redipuertas (Rediós, qué puertas), la niebla ha desaparecido casi completamente.
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Cerulleda |
“Redipuertas es el último
pueblo del Curueño y el primero, por lo tanto, bajando por el río… Según los
mapas también, en Redipuertas nace, al menos como tal, el río Curueño”, escribe
Llamazares.
Redipuertas no llama la
atención al viajero, en cambio, sí lo hace y mucho el pueblo de Cerulleda, que
le parece todo un Nacimiento, un Belén navideño. Tal vez aquí nace en verdad el
río, como una auténtica creación divina. Un sitio extraordinario para darse un
baño bautismal.
Cerulleda, con sus puentes
y su molino -el molino del escritor Jesús Fernandez Santos, el autor entre
otros de Los bravos o Extramuros, al que menciona Llamazares
en su libro-, se me hace un lugar prístino. Y me devuelve a la aldea de Setti
Fatma en el valle del Ourika marroquí, que tanto me entusiasma, espacio en el Atlas al que he viajado en diversas ocasiones. |
Puente Cerulleda |
Sobre el río Curueño han escrito varios autores, como deja reflejado en este artículo el gran Fulgencio Fernández (el tío Ful): https://www.lanuevacronica.com/del-olvido-y-la-literatura
De regreso a la ciudad de León, "la bella desconocida", que luce majestuosa entre el Torío y el Bernesga, con su magnética catedral y su entrañable barrio Húmedo, hacemos un alto en La Vecilla, adonde suelen ir a veranear los asturianos, según Julio Llamazares. En La Vecilla tenía casa, creo recordar, la periodista y escritora astur Ángeles Caso, que es amiga de Julio y también de Manu Velasco, maestro, narrador y bloguero toreniense (otro paisano ilustre de Toreno, como lo es Nuria, a la que hacía referencia en anterior entrada de este blog), al que Caso le prologara su libro Soñando personas. |
Torreón medieval en La Vecilla |
"Anclada como un barco al pie de las montañas, con aire puro y fresco y limpias aguas, La Vecilla dobla su población cada verano, gracias, principalmente, a la gran afluencia de asturianos", escribe Julio Llamazares. Al viajero le llama la atención un panel informativo sobre el Camino Olvidado en el que aparece Noceda del Bierzo (aparte de Fasgar y Colinas del Campo, claro está), que se halla próximo a la casa consistorial, ubicada en el torreón medieval del pueblo. Con su forma cilíndrica. Que en tiempos construyeran los condes de Luna "para la defensa y el gobierno de las tierras del Curueño". La plaza Mayor, situada entre el ayuntamiento y la iglesia, se muestra como un remanso de paz, de sosiego. Es domingo. |
A los campesinos en Boñar |
La Vecilla es, aparte de la capital y el corazón del valle del Curueño, con su estación de tren, el reino del gallo de pluma. El gallo de oro (con un guiño al maestro Rulfo). "Camino de La Vecilla, el viajero deja atrás los tejados de La Cándana, pero los gallos le acompañan todavía largo trecho con sus cánticos", rememora Julio Llamazares. Y en verdad que a este otro viajero le chiflan los cánticos de los gallos, que en Noceda entonan con maestría y emoción.
La ribera del Curueño va quedándose atrás, mientras el viajero y la viajera deciden acercarse a Boñar (al parecer, el padre de mi padre, que era herrero, vivió allí, eso creo que lo contaba el inolvidable Amador Fierro, que vivía, antes de fallecer ya hace años, en el Divino Obrero de León).
El pueblo del Negrillón, ya sin su olmo centenario, aunque sí con su monumento a los ganaderos y su iglesia, es un pueblo animado, sobre todo en verano. Y sobre todo un buen punto de partida para visitar la montaña central leonesa, incluido por supuesto el pantano del Porma (pendiente queda la visita por la ruta literaria que ideara la profesora Nuria a partir de dos obras de Llamazares).
Unos nicanores de Boñar no pueden faltar en esta visita. Están deliciosos. Hasta una próxima.