Bâb Agnaou
Me levanto relativamente temprano. Desayuno con calma, un bocadillo de queso con huevo duro -delicioso-, que acompaño con un café con leche, en uno de los muchos sitios que abundan en la Bâb Agnaou de Marrakech. Es Bâb Agnaou (puerta del carnero) tal vez la calle peatonal más transitada de la Medina, tanto de día como de noche. Mientras que durante el día se puede mercadear o bien desayunar, de noche se me antoja un sitio magnífico para darse un paseo en busca de sensaciones y miradas que en ocasiones te llegan a taladrar. Muy animada, sin duda, esta rue del carnero.
Gare de Marrakech |
Jemaâ
Antes de abandonar la Medina, doy una caminata ritual por la Jemaâ, que aun permanece un pelín aletargada, y me dirijo a la parada de autobuses urbanos Alsa. Cojo uno de éstos, que me llevará a la Gare de Marrakech. Llego con tiempo suficiente, lo que me permite darme un voltio por la estación. Ni siquiera pierdo tiempo en comprar el billete. Gestión, si tal puede decirse, que ya hiciera a mi vuelta de Essaouira. Como me quedaba a la mano, aproveché la coyuntura.
Interior Gare de Marrakech
El tren a Casablanca sale a las once. Aún me queda una hora por delante. Me recreo en ciertos detalles de la Estación hasta que llega el momento de subirme al tren. En Marruecos -supongo que como en casi todos los países- es conveniente llegar con antelación al tren, sobre todo para encontrar asiento, porque podría ocurrir que uno se quedara en el pasillo, de pie, paradito, descompuesto y sin novia. Como ocurre en ocasiones, sin ir más lejos, adelantándome en otra vuelta de tuerca-prolepsis, una vez más a los acontecimientos, en el trayecto de Casablanca Voyageurs a Rabat. Pero esto ya se verá en una próxima entrega. De momento, vayamos por partes.El tren de Marrakech a Casablanca no parece muy atestado, y encuentro sitio sin problemas. Un billete desde Marrakech a Casablanca cuesta 90 dirhams en segunda clase (en torno a 9 euros), o sea, un regalo para un españolito, que puede ganar lo mismo que un trabajador marroquí en un mes, pero en este caso impartiendo unas tres clases. Qué obscenidad. Dicho esto, cualquier podría creer que uno es rico. Ná de ná. Al contrario. Sólo intentaba hacer una observación, relativa, sin duda, como la relatividad einsteniana y el principio de incertidumbre física que nos presiden, al menos en el universo conocido. Y si no, qué se lo digan a esos tiburones marroquíes que viven en palacios de oro, y cuentan los billetes a puñados, como si talmente fueran papelajos de deshecho, mientras gran parte de la población vive bajo mínimos. Qué curioso. Lo que puede dar de sí un billete, en este caso de tren, para reflexionar acerca del mundo en que vivimos.
Los viajes en tren en Marruecos suelen ser entretenidos porque no resulta difícil entablar conversación con tus vecinos y vecinas de compartimento. Bueno, y si te toca quedarte anclado en el pasillo, eso puede llegar a convertirse en una romería o un zoco en toda regla. En este caso, y esta vez, tengo la suerte de entrar en charla con una chica, que se sonríe cuando me ve tomar algunas notas y leer una guía trotamundos en francés (Le guide du Routard) sobre Maroc. Entonces ella, ni corta ni perezosa, se dirige a mí en tono amable. Y entablamos "conversa". Aunque el trayecto de Marrakech a Casablanca (Casa, dicen ellos y ellas) dura unas tres horas aproximadamente (los trenes en Marruecos suelen ser puntuales), se hacen más placenteras cuando puedes entrar en contacto directo con algún nativo u oriunda.
Salima, que así dice llamarse la chica, me cuenta varias cosas, sin duda de gran interés sobre el sentido de la fiesta del cordero (Aïd el Kbir) y sobre su situación profesional y personal, que estudió precisamente en Casa, que trabaja en Ouarzazate como enfermera, que es de Kenitrá (donde va a ver a su familia, que para ella es "sagrada" y que visita con frecuencia a pesar de la distancia)... Le pregunto si conoce Essaouira. "Sí -me dice en francés- es la ciudad del viento y de las olas". Qué bonito. Y me habla del aceite de argán. Una fuente de sabiduría, la chavala, lo que le agradezco infinito, tanto su compañía como la información. Hablamos incluso de la situación de crisis mundial... de algunos países, como Italia, y de Casablanca y Rabat como ciudades, según ella, algo peligrosas, sobre todo durante la noche, porque hay, dice, muchos ladrones. Bueno... como en todas las grandes ciudades del mundo...
No tocamos, por fortuna, temas religiosos (algo peliagudo) y todo discurre por los cauces del buen rollito. Por mi parte, le cuento que voy a Casa, donde he quedado con unos amigos y amigas. De este modo, el viaje se hace casi sin querer, el solito. Tras la ventanilla del tren se ven chumberas o nopalitos en un paisaje semidesértico que me devuelve a México (Marruecos y México re-ligados por mis afectos y los nopales). Llegamos en paz a Casa. Nos despedimos. Nos deseamos lo mejor. Y ayudo a bajar la maleta a una señora, que también se apea en Casa, y se la llevo hasta la bajada del tren en la estación. En realidad, también le había echado una mano, en un inicio, para colocársela en el altillo del compartimento. Merci, Chucrán, me dice ella, mientras se lleva su mano al pecho, en un gesto que me late "padrísimo" o "madrísima", muy lindo, que a uno le gustaría poner en práctica en su país.
Casa (Anfa) es una ciudad con no muy buena reputación, incluso entre el pueblo marroquí, por la que he pasado en varias ocasiones, y donde he estado en una sola ocasión como turista (o viajero) porque turista es el que viaja empaquetado, enlatado, y viajero es quien lo hace a su aire, con libertad de movimientos. Más o menos.
Impresiona sobre todo su mezquita Hassan II, a orillas del océano Atlántico. La más grande del Magreb. Se cuenta que es el monumento religioso más grande del mundo, después de la Meca. En esta ocasión, no tendré tiempo de recorrer la Medina, como aquella vez en que, después de disparar algunas fotos, un tipo malencarado quería quitarme mi cámara de fotos. La cierto es que no conviene hacer fotos a la ligera en este país, sobre todo al paisanaje, si previamente no has pedido permiso porque podrías verte involucrado en un lío del copón. Las fotos -señalan algunos- roban el alma. Esta vez ni siquiera me permito el lujo de asomar el hocico más allá de los aledaños de la Estación Casa Voyageurs, porque he quedado con mis cuates. Eso sí, me zampo un bocata bien marroquí, hecho con patata, huevo, queso de untar, y aderezado con algo de aceite y pimienta, que ya va siendo hora, mientras espero trenes que pasan y taxis que llegan... Un bocadillo verdaderamente exquisito. Probadlo. Os gustará. Bueno... si no sois remilgadines o remilgadinas. La espera se me hace eterna en Casa Voyageurs. Por fin, después de unas dos horas de espera, arriban ellos y ellas. Y uno que los creía ya perdidos... Hasta la próxima... parada: Rabat.