Bosque y castillo de Chapultepec en México D.F (foto de Fernando Ortega)
México, ese país que
tantos y tan suculentos recuerdos me trae. Es como si siguiera enganchado a sus
tuétanos. Imposible desprenderme de sus paisajes y paisanajes. De su forma de
ser y estar. De todo aquello que viviera en una época gobernada por un jijo
de la trompada. Y por toda esa bola de pendejos que le hacen la corte a
sus mandatarios. Corrupción al por mayor. Mordida al canto.
http://www.nocedadelbierzo.com/archivos/mexico_cuenya.pdf
Tepito en México D.F. (foto de Fernando Ortega)
No nací en México, pero
viví en este país de contrastes a toda madre. El deseo rozándose con el Tánatos.
La muerte exhibida. Los ataúdes en las aceras de Chalco. El culto a la pelona
en Tepito y en Mixquic. País tragicómico al que le va la farra a todas
margaritas. Como arañas panteoneras subidos a las bardas de lo insólito. País
surrealista, adonde todo es posible, y al cual fueron a parar Breton, Artaud
(en busca de una energía especial, que acabaría encontrando en los Tarahumara),
Buñuel (que hizo, además de Los
olvidados, algunas de su
mejores películas: El ángel
exterminador, Nazarín, Simón del desierto, entre otras).
Se
vive de un modo más intenso en México, durante una breve estancia, que cien
años de soledad en el Bierzo. Al menos para un gachupín ávido de sensaciones, capaz de sumergirse en los cenotes sagrados
de la hiperrealidad. Aunque decir esto así parezca una salida de tono, quizá no
sea una ocurrencia de última hora, sino algo que viví. Vivir, siempre hacia
adelante, mirando hacia atrás, es inevitable. No obstante, cuando uno encuentra
la temperatura afectiva adecuada en su tierra, entonces, ay, la vida puede
tornarse amorosa y agradabilísima.
México, tan lejos de Dios y tan
cerca de los Estados Gringos
Algo así dicen que largó
Porfirio Díaz. ¿Quién se acuerda de este cuate?
México, separado nomás por Río Bravo/Río Grande (depende de quién lo observe y
lo nombre): un auténtico paso infernal para espaldas
mojadas, y aun para otros. Una brecha bestial, una herida sangrante (léase
merito Gringo Viejo, de Fuentes), que divide a unos y otros. “El otro
lado” extraño y a la vez soñado: USA. La sombra de un gigante que cubre y
apantalla a todo un continente.
Basílica de Guadalupe en México D.F. (foto de Fernando Ortega)
México,
país lindo y querido, acaso chido y chingado. Me mola un chingo. ¿Qué más se puede
pedir... y dar? México es para que te vaya mal (si eres un olvidado) o bien (si
formas parte de la fresería andante). En la región más
transparente,
como dijera Alfonso Reyes, y después Carlos Fuentes en aquella novela
memorable.
Para
entender el México contemporáneo habría que regresar a la historia de Nueva
España, que está marcada por el fracaso de sus guerras de Independencia. En el
fondo, este país nunca ha logrado instaurar una democracia que ofrezca
soluciones reales a sus inmensos problemas, entre ellos la desigualdad brutal
entre ricos y pobres, el narcotráfico, la violencia a punta de pistola, la
inseguridad ciudadana, sobre todo en el Distrito Federal, Tijuana, Ciudad
Juárez… porque su historia –por desgracia- está infestada de caudillos,
canónigos quema-herejes e izquierdosos con vocación de carceleros. En la
actualidad, proliferan los sicarios y bandas organizadas que te pueden calzar
en menos que roedor se trinca a una camada de conejitas.
Zócalo del D.F.
Los presidentes mexicanos
han sido dictadores constitucionales, y su poder se revela casi absoluto. México
no se entiende si se omite al PRI, el partido político que detenta todo el
poder, ese bien tan preciado en este país.
Mexiquito… acá se puede vivir mucho mejor que en Europa... en México todo es
posible... hasta se pueden comprar títulos... No me diga, señor lisensiado... ay,
licenciado... no me cotorree, güey... que le digo que sí... pues vaya... En
México, como en el resto del orbe, el que
tranza, avanza.
La Ciudad de México se abre
como un mar de luces en la noche oscura de las almas... purgadas. Aterrizar en
Benito Juárez es todo un orgasmo visual. A uno le entran como espasmos cuando
el avión está sobrevolando la inmensidad de esta urbe y, de repente, parece que
fuera a estrellarse contra las azoteas de las casas. El aeropuerto está engullido
literalmente por este monstruo de dimensiones colosales, la que fuera metrópoli
de los aztecas, Tenochtitlán, la capital del imperio colonial de la Nueva
España, situada en el valle de Anáhuac, a unos 2.200 metros sobre el nivel del
mar, lo que a un turista, poco o nada habituado a las altiplanicies, le acaba
produciendo mal de altura.
Tan rica y sabrosona para
algunos y tan mísera para muchos, que esnifan pegamento para combatir la
amargura, hacinados en chabolas, a orillas de la gran urbe, surcada de norte a
sur por la impresionante Avenida Insurgentes… Todo está hecho a lo grande en
esta metrópoli, construida sobre zona lacustre y en tierra sísmica. Hundiéndose
cada día. Siempre temblando como un álamo en medio de una contaminación atroz,
sobre todo en meses de primavera, cuando el smog
se queda clavado del cielo, como un puñal asesino. Resulta curioso que en la
actualidad escasee el agua en la “ciudad de los palacios”, asentada sobre el
que fuera el extenso lago de Texcoco, y aun rodeada por el ya desaparecido lago
de Chalco (donde uno impartiera docencia, y el autor de El Guzmán de Alfarache pasara sus últimos días de existencia). De
aquel enorme lago se sigue conservando, vivaz y colorido, Xochimilco.
Torre Latinoamericana en D.F.
Desde el cerro del Tepeyac,
donde está la milagrera basílica de Lupita, se atisba un horizonte de nieblas y
neblinas. Ensabanado cielo grisáceo, tirando a negruzco. Así se revela esta
megalópolis, una de las más grandes del mundo, acaso la más grande, si dejamos
de lado Tokio. “La virgen de Guadalupe es –según Octavio Paz- uno de los pocos
mitos vivos de México”.
Ciudad
de México, el distrito defequense, no
deja indiferente a naide/naides. Es
un monstruo, con sus hedores, “una ciudad que huele mal”, dijo el inglesito
Ashey en uno de sus programas de Ciudades
del Pecado, y hermosa en el bosque de Chapultepec y en Xochimilco, con sus
floridas trajineras, o bien en barrios como Coyoacán, donde se halla la
casa-museo de Frida Kahlo y un monumento dedicado a los coyotes, que dan nombre
a esta colonia.
Xochimilco
México, D.F., considerado
por unos como el ombligo de la luna,
qué guay, y por otros como el ombligo del maguey; la Venecia indígena, espejismo
y ensueño, que tanto impresionara en tiempos a los españoles. Así nos lo
cuenta Bernal Díaz del Castillo en su Historia
verdadera de la conquista de la Nueva España.