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viernes, 30 de octubre de 2020

Rifeño, Tinito y Centurión, por Fernando Fernández Sánchez

Doy paso a la serie de relatos que La Nueva Crónica ha publicado durante este verano, que corresponden a mi alumnado de escritura creativa, tanto en León como en el campus de Ponferrada, porque se trata de cursos de escritura de extensión universitaria, con créditos incluidos. 

Cursos orientados a la escritura de relatos más o menos breves, como podéis apreciar en la lectura de los mismos. 

Continuamos con la publicación de un relato de un alumno de Ponferrada, Fernando Fernández, titulado Rifeño, Tinito y Centurión

https://www.lanuevacronica.com/rifeno-tinito-y-centurion

 El autor, con este relato ambientado en la dehesa salmantina, nos introduce por la ‘puerta grande’ en el mundo taurino con un lenguaje cercano y a la vez técnico. Una historia apasionante acerca de tres toros, a ritmo de pasodoble, que os cautivará

(Manuel Cuenya, curso de escritura de la ULE)  

jueves, 29 de octubre de 2020

La fragua literaria leonesa: Miguel Ángel González

 

LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Miguel Ángel González: “El fenómeno solar del soliforme del Furacón de los Mouros de Librán lo confirmé con Paco Vuelta, de Toreno”

El ingeniero, investigador y narrador Miguel Ángel González, autor de 'Teleno, señor del laberinto, del rayo y de la muerte', está ahora escribiendo un libro cuyo título provisional es 'El Noroeste Mítico' que abordará leyendas tradicionales sobre fuentes con mouras o xanas... lagos o cuevas con culebrones gigantescos, prados con celebraciones de brujas, ahogadas en simas...

Miguel Ángel González La fragua literaria leonesa
Miguel Ángel González.
Manuel Cuenya | 29/10/2020 - 10:00h.

Viajar es toda una escuela de aprendizaje. Y viajar por la provincia nos acerca a nuestros paisajes, a nuestros ancestros, además de permitirnos conocer a gente que quizá no llegaríamos a conocer de otro modo. El asunto es que este verano, que gozamos por fortuna de una válvula de escape, de oxígeno, pude entablar charla con Miguel Ángel González en Molinaferrera (en concreto en la cantina de Isasy Cadierno). O mejor dicho, él se dirigió a mí, lo cual le agradezco.

Miguel Ángel es un ingeniero inquieto, multidisciplinar, convencido de que la multidisciplinaridad y el cuestionamiento de lo que creemos saber son clave para avanzar en el conocimiento de las cosas.

"Este camino no debe estar marcado siempre por el rigor sino flexibilizado con un poco de imaginación e intuición", señala este autor leonés que, lejos de ahondar en la especialización, prefiere integrar conocimientos de diferentes áreas, a saber, artística, literaria, científica, filosófica... con una finalidad práctica.

Fruto de su pasión y sus investigaciones sobre el arte rupestre surgió su libro 'Teleno, señor del laberinto, del rayo y de la muerte', editado por Lobo Sapiens, cuyo responsable es el escritor Martínez Reñones, al que agradece que apostara por su trabajo: https://www.lobosapiens.com/teleno-se%C3%B1or-del-laberinto-del-rayo-y-de-la-muerte.

"Con este libro pretendía plantear una alternativa para la comprensión del propósito del arte rupestre, particularmente el localizado en los valles del Duerna y Turienzo gracias a Juan Carlos Campos, principalmente. Lejos de aceptar la conclusión 'nunca lo sabremos' probé si la relación espacial y astronómica de las distintas estaciones de petroglifos con montes destacados de su entorno aportaba luz en su significado", explica Miguel Ángel, quien, a través de su volumen, descubrió que estaban integrados en un paisaje natural dominado por el imponente y sagrado monte Teleno, según él, pero también en un paisaje mítico habitado por mouras, dioses del verano y del invierno, viejas poderosas que controlan el tiempo, mouros que construyen iglesias con piedras blancas, etcétera.

(Puedes seguir leyendo esta fragua en este enlace en ileon.com: https://www.ileon.com/cultura/la_fragua_literaria_leonesa/112922/miguel-angel-gonzalez-el-fenomeno-solar-del-soliforme-del-furacon-de-los-mouros-de-libran-lo-confirme-con-paco-vuelta-de-toreno)


lunes, 26 de octubre de 2020

¿Toque de queda o toque de ánimas?

Regresamos al estado de alarma, como hace meses, aunque de momento sin arresto domiciliario. Sin confinamiento perimetral. Todo un logro. Ya veremos. Que esto puede cambiar de un día para otro. Que un día nos dicen so y al momento nos dicen arre. "¡Arre!", eso mismo le dicen nuestros paisanos, y también nuestros hermanos árabes a sus borricos. Y a nosotros nos tratan como a burros, excuso decir. 

"En el mundo están ocurriendo cosas increíbles. Ahí mismo, al otro lado del río hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros", escribe el Nobel García Márquez en Cien años de soledad. Revelador Gabito. Que logró publicar este libro de carambola gracias al editor de origen gallego Francisco Porrúa, como alguna vez he escrito. 

https://cuenya.blogspot.com/2009/11/francisco-porrua.html

En este entuerto -necesitaríamos algún Quijote para desfacerlo- nadie se aclara. Nos vuelven tarumbas. ¿Y ahora qué puedo hacer? ¿Y más tarde por dónde podremos encaminarnos?

Hay que frenar el virus. A como dé lugar. Hay que espantar el moscón. Que ya nos está royendo las entretelas. Entelando sólo de puro pensarlo. Vaya la que nos ha caído encima. Como una pesadilla. O una ficción, sin ciencia. Porque ciencia le están echando poca. O se la echan pero poco avanzamos. Sustancialmente, la condición humana no ha variado en miles de años. 

¿No estaremos soñando que alguien nos está soñando? En cuanto no hallamos respuesta, una solución certera, nos vamos a otra dimensión. Nos vamos por peteneras O por los cerros de Úbeda. 

Ayer Iker Jiménez, en su programa, apuntaba a que el virus salió del laboratorio chino de Wuhan. O eso creí entender. Que me disculpe si no entendí bien el mensaje. Aunque nos quieran vender que el virus es de origen natural. La Naturaleza, salvo que la jodamos mucho, que también la chingamos en demasía, no se comporta tan perversa, tan retorcida, lanzándonos misiles víricos para acabar con nosotros. Y este virus es diabólico, no porque sea muy letal, que no lo es tanto (aunque tengo bien presente que cada muerto, cada muerta, son sagrados). La corona espinosa nos tiene desconcertados con los síntomas y sus secuelas, incluso con sus no síntomas, que eso ya es rizar el rizo de los absurdos. No se comporta para nada igual en unos y en otras. Así que muy natural no parece. Queda dicho, una vez más. 

El asunto es que volvemos a la caverna. Bueno, en este caso sólo han decretado, de momento, toque de queda, como en las guerras, que a nadie se le ocurra andar a deshora de la noche por las calles. Que te atizo, leche. A nadie que no justifique su salida. Claro está. En breve, veremos a todo quisque justificando salidas nocturnas. 

Una medida restrictiva para parar los contagios. Eso aseguran. A ver si es efectiva. Porque nos están volviendo locos. Todo en aras de la salud ciudadana. La salud física será. Porque la psíquica se resiente. Cada vez más. Física y psíquica -física y química- forman o conforman una misma salud. Si se resiente una, se ve afectada la otra. Están íntimamente imbricadas. 

Regresamos a las cavernas como los neandertales. Un porcentaje de neandertales seguimos llevando, al parecer, en nuestro código genético. Eso nos dicen los expertos en la materia. Porque Sapiens Sapiens no parecemos, al menos no todos, ni del todo. La condición humana no ha cambiado sustancialmente en miles de años, por no decir en millones de años. Sapiens en el sentido, también, de lograr algo que nos permita erradicar este virus que diera la impresión de ser creado ex profeso por el mismo demonio. Se nota que estamos hartos de todo este tinglado. Y con ganas de vivir con un horizonte más despejado. Para lo poco que vivimos. 

¿Dónde está nuestro Cristo redentor hecho dios para salvarnos de la quema, de este virus que nos ha enviado el mismo Satanás? 

Cándidas almas en pena. Recemos. Rezo. Aunque haya olvidado el catecismo. Y los rezos se me empachen de pura palabrería sin ton ni son. Ánimas de este purgatorio que, con el mismo estoicismo, soportan toques de queda que toques de ánimas. Intrépidas ánimas. 


El toque de ánimas invitaba a rezar por las ánimas del Purgatorio. Y consistía en cinco campanadas graves, una pausa y tres clamores. Un sonido monótono y melancólico, según el escritor francés Chateaubriand. Pues eso, ahora nos han dado el toque de ánimas, que es asimismo el título del reciente libro del tocayo Manuel Ángel Morales, que tiene previsto presentarlo a finales de este mes en Ponferrada. Enhorabuena, estimado Manuel Ángel, que todo sea por nuestras ánimas. Mientras tanto, seguiremos rezando (incluso sin ser diestros en tal menester) con el noble fin de ahuyentar este vampiro que nos está chupando la sangre y las entrañas al completo. 

domingo, 25 de octubre de 2020

Empacho

Aun a riesgo de empacharme, continúo releyendo La Náusea, al tiempo que escucho en Youtube un concierto de Jean Michel Jarre, que sigue enganchándome con su música. Muy francés todo. El existencialismo y Jarre. Para un domingo lluvioso, otoñal, no está mal. Encima con cambio de hora. Una hora menos de luz solar hoy, en este Poniente polícromo, en el que asoman las castañas en el valle de Noceda, en las zonas de Juan de villar y de Llateos. Mirando para Yateos. Ya, ya... 

Otoño nocedense. Foto: Cuenya













Ya es época de magostos. Aunque la gente, este año, ande de capa caída, tal vez roída por los ratones o las ratas, esas ratas de La Peste, de Camus, que tienen su equivalente en nuestro draculín coronavírico. 

La lectura de Drácula de Stoker y el visionado de la película homónima de Coppola se me antojan delicias turcas. Y me trasladan a Rumanía, a la Transilvania. Tras la Silva. Aún recuerdo con cariño mis viajes a Rumanía. Aunque Bucarest (Bucuresti) tampoco es que me entusiasmara. Otra cosa es la Transilvania: Brasov, Sighisoara, el castillo de Bran... O Constanza, en la costa del Mar Negro. Costinesti es un buen lugar para vacacionar. Para veranear. Dejemos volar la imaginación. Imaginemos sin cortapisas. Viajemos. Aunque sea nomás a través del espíritu. 

Después de todo, el Covid-19, o la Covid-19 (la Covi) proviene del murciélago, al menos eso nos cuentan. Y el murciélago está emparentado con Vlad Tepes, Vlad el Empalador, Dracul, que naciera en la ciudad transilvana de Sighisoara. De repente, sin querer (o queriéndolo, que el subconsciente tiene gran poder) me veo viajando de nuevo a Rumanía. ¿Pero no estaba en la France con La Náusea y con Jean Michel Jarre? 

Brasov. Foto: Cuenya

Por cierto, Camus y Sartre, aun siendo ambos existencialistas y paisanos, no se llevaban muy bien. Eso nos han dicho también las lenguas, no sabemos si las buenas o las malas. 

Pero yo había venido aquí, a este diario de bitácora, a hablaros, una vez más, de la Náusea, del empacho, del hartazgo que me produce el Corona, la corona de espinas... funeraria... Sigo escuchando lamentos fúnebres. 

Se nota, ay, que el otoño está calando hondo en los huesos, en la médula espinal. Y el lumbago hace acto de presencia. Como la Náusea. ¿Y la alegría, donde ha quedado aparcada la alegría de vivir? El oficio de vivir. Pobrecito Cesare Pavese. Tendré que releerlo. Porque en su día me dejó trastocado. Se necesitarían tantas horas, tantos meses, tantos años, tantas vidas, para poder leer y entender, para viajar y conocer, para vivir con plenitud. Eso sí, sin dolores, ni enfermedades. Sin malestar. De ningún tipo. 

"Lo que me asombra es sentirme tan triste y tan cansado", escribe Sartre. La tristeza y el cansancio se apoderan de uno. Tal vez esto sea debido al otoño, que afecta con la caída de las hojas de los árboles. Y su falta de luminosidad. Necesito un chute de endorfinas. Para sobrellevar el camino. Y la Covi, con su toque de queda, que tal vez sea un toque de ánimas (se aproximan Los Santos), nos está debilitando. 

Castillo de Bran. Foto: Cuenya

"... Hay que escoger: o vivir o contar", se plantea Sartre. He ahí el dilema. Vivir para contarla. Como hiciera el Nobel Gabo. Vivamos y contemos. La narración como una prolongación de la vida. Para que no chirríe. Ni la vida ni la narración. Contar a partir de lo que uno vive y siente. La vida es sagrada. Única. Irrepetible. Vivimos para morir. Pero también vivimos para contar. Y sentir. Para amar y ser amados. Lo mejor que puede ocurrirnos. 

"... Al contar la vida, todo cambia; sólo que es un cambio que nadie nota". Sartre me deja sin palabras. Todo cambia y todo permanece. Sólo permanece aquello que recordamos. O bien aquello que reconstruimos. Porque nuestra memoria, aun queriendo ser fiel a las vivencias, encaja los recuerdos como puede. Donde puede. Nuestra memoria dista mucho de ser infalible, incluso en casos en que uno pudiera tener memoria de elefante, como ocurre en el cuento Funes el memorioso, de Borges, cuyo protagonista es capaz de memorizar todo. De no olvidar nada. Aunque no tenga al parecer memoria afectiva. Ni capacidad de razonamiento. 

"He querido que los momentos de mi vida se sucedieran y ordenaran como los de una vida recordada", apunta Sartre a través de la voz de Antoine Roquentin, su alter ego pelirrojo.

"No necesito hacer frases. Escribo para poner en claro ciertas circunstancias. Desconfiar de la literatura. Hay que escribirlo todo al correr de la pluma, sin buscar las palabras", nos revela Sartre para quien la escritura sirve para aclarar su vida, sus circunstancias. La escritura como un modo de entenderse. Y entender qué está ocurriendo en su mundo entorno. 

"Mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre solo, con su cuerpo, no puede detener los recuerdos; le pasan a través. No debería quejarme: sólo quise ser libre". Sólo poseemos un cuerpo, que tiene caducidad. Y no deberíamos malgastarlo. Aunque el paso del tiempo resulte nefasto. Estamos solos, solos con nuestra angustia a cuestas. También solos con nuestros sueños. Uno también aspira a ser libre. ¿Libertad o bienestar? La libertad guiando nuestra vida. 

"No hay que tener miedo". No deberíamos tener miedo. Pero tenemos miedo. A veces miedo irracional. Otras miedo racional. El miedo preside nuestras vidas. Ahora más que nunca estamos desarrollando un miedo atroz. A raíz del virus. De lo qué ocurrirá en nuestro Planeta. Con nosotros y nuestros seres queridos. Con nuestra sociedad. Con nuestro modo de vida. 

"Me levanto sobresaltado; si por lo menos pudiera dejar de pensar, ya sería mejor...Y o soy mi pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso… y no puedo dejar de pensar ". Imposible dejar de pensar. Aunque sea en las facturas de la luz, del gas... del IBI (acaban de pasar la receta, santo cielo, todo en esta vida consiste en pagar...). Existo porque pienso. O quizá existo, luego pienso. La existencia prevalece sobre todo. Si no existiera, no podría pensar. Poner la mente en blanco. Tarea harto complicada. El mito de la mente en blanco. Ni siquiera con técnicas budistas. Aunque puedas practicar el budismo zen. La concentración. El amor. La paz interior. La libertad.

Tumbas de Sartre y Beauvoir.

Obsérvate. Medita. Sé paciente. Encuentra la serenidad. Un punto de equilibrio. Que nada te perturbe. 

"Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera… Hasta hay un momento, al principio mismo; en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace". 

Querer es una hazaña, que amerita de energía, cierto. Acaso de una energía extraordinaria. Es necesaria esa energía para querer, para querer hacer el bien, para mostrarse bondadoso con el Otro (Otra). Y el punto de partida es quererse a uno mismo. De lo contrario, difícilmente se puede querer. De verdad. Se necesita mucha fe en uno mismo. Y por ende mucha fe en el Otro. Es imprescindible ponerse en el lugar del Otro. 

"La Náusea me concede una corta tregua. Pero sé que volverá; es mi estado normal. Sólo que hoy mi cuerpo está demasiado agotado para soportarla", escribió el pelirrojo Sartre, compañero que fuera de Simone de Beauvoir, ambos enterrados en el cementerio parisino de Montparnasse. La Náusea reaparece aun en los momentos más inesperados.  Y La tregua es una estupenda novela de Benedetti, concebida como un diario, al igual que La Náusea. Me gusta el formato diario.

El otoño, este otoño vírico, nos desanima. La tarde invita a quedarse en casa, al amor del brasero. Como si estuviera en un filandón hilando alguna que otra palabra. Aunque también me convendría salir a respirar algo de aire puro, que por estos lares del útero de Gistredo el virus parece estar a raya. Y el toque de queda o de ánimas será a las diez. 

Ánimas benditas, rezo. 

sábado, 24 de octubre de 2020

La Náusea

Releo La Náusea de Sartre en busca de inspiración. O tal vez de transpiración. Que la inspiración me pille manos al tema. Y lo primero que me encuentro es con esto: "Lo mejor sería escribir los acontecimientos mcotidianamente. Llevar un diario para comprenderlos. No dejar escapar los matices, los hechos menudos, aunque parezcan fruslerías, y sobre todo clasificarlos". Lo mejor sería escribirlo todo, manuscribirlo todo, como hiciera Umbral, que se pasó toda su vida trabajando con las palabras, con el fin de entenderse y entender por ende el mundo en que viviera. Con finos y certeros análisis de la realidad: política, social, económica, cultural. De nuestra España con eñe de coña. 

Lo mejor sería poner en orden lo que nos va sucediendo puntualmente cada día. Y así podríamos saber qué pensamos, qué sentimos... 

Releo La Náusea del estrábico pelirrojo, quien rechazara el Premio Nobel -eso cuentan las lenguas-, en busca tal vez de una identificación con su existencialismo. Sobre todo en estos momentos de vómito a resultas de la situación que estamos viviendo, que a buen seguro no es peor, ni de lejos, que lo fueran otras épocas pasadas. Como las que vivieran y aun sufrieran en sus propias carnes nuestros padres. Y aun nuestros abuelos. Acaso ningún tiempo pasado fue mejor. O sí. Pero somos nosotros ahora quienes vivimos estas circunstancias. Quienes damos fe de lo que nos ocurre. Que es una pandemia que nos está machacando. Como me verbaliza la mayoría de la gente con quien hablo. Que nos está pulverizando, en todos los sentidos. 

La tristeza se adueña de nosotros, cada día más separados, alejados en lo afectivo. Me lo recuerda el amigo Mario, que agradece, desde la Robla, las muestras de cariño. Cariño que todos agradecemos, ahora más que nunca. Los seres humanos necesitamos socializar, necesitamos afecto, amor, cariño, ternura. Y si no podemos tocarnos, abrazarnos, sentirnos, entonces, qué mierda de mundo hemos construido. ¿Acaso un virus de este calibre puede dinamitar nuestra afectividad? ¿Qué ocurrirá cuando nos meten en casa uno aún más potente?, me viene a decir otro buen amigo de infancia, José Manuel, el nieto de María, que superó el siglo. Y por fortuna ella no llegó a vivir este sindiós. 

Una pandemia que nos esta mermando, que está haciendo mella en nuestra psique. Por más que uno desee hacerse el valiente. De repente, se nos ha congelado el tiempo, también el ambiental, y se nos han achicado los espacios. El Planeta se ha vuelto más chiquito. Incluso diminuto, porque se han paralizado nuestros viajes alrededor del mundo. 

Viajar se ha convertido en una odisea. Demasiados controles y riesgos. Demasiadas fronteras. Demasiado miedo. Demasiada incertidumbre. El miedo y la incertidumbre como claves esenciales, acaso claves líricas, para entender qué nos está ocurriendo. 

Hace falta ser muy fuerte, en términos físicos y psíquicos, sobre todo psíquicos, para sobrellevar esta pesada carga, esta cruz. De repente, regreso a Cristo y su cruz a cuestas. Por la medina de Jerusalén. Que es un genuino espacio-polvorín, donde ni judíos ni palestinos se ponen de acuerdo en nada. Y andan a la gresca. Ni siquiera los paraliza la pandemia, que afecta a unos y a otras por igual. O no. No nos unen los afectos, como ya sabemos, sino que nos une el horror, el espanto, la enfermedad y la muerte. ¡El horror, el horror! 

Jerusalén. Foto: Cuenya

La muerte nos iguala. Eso parece. Aunque uno tenga dinero, mucho dinero, también acabará en el hoyo. Porque si los ricos de guita y poder no la espicharan, entonces ya sería el acabose. Aunque tampoco sé de qué mierdas vivirían si no existieran los esclavos, los pobres, los trabajadores, los obreros y campesinos, que son ellos quienes mueven de verdad o deberían mover el mundo. Uníos de una vez por todas, proletariado de la Tierra, y dad un golpe de timón a esta barbarie. 

Hoy me he levantado con la náusea. Aunque no sea un día peor que otros. Incluso es sábado. He descansado bien. Estoy a cubierto. He desayunado rico: café con leche con pan recién horneado untado en aceite de oliva extra. Nomás. Un lujo que aún podemos permitirnos. Y me espera una comida suculenta, un caldo berciano, que siempre me sienta de rechupete. Un manjar. Así que no debería asaltarme la náusea, y sin embargo se apodera de mí, aunque la reniegue, aunque procure alejarme de la misma.  

Es probable que el virus haya tomado el aspecto de náusea. Y sienta mareos, escalofríos en el alma. Me gustaría ser menos sensible, menos perceptivo. Me gustaría pasar de largo. Pero uno es como es es. Y eso no resulta nada fácil cambiarlo. Quizá habría que hacer oídos sordos, vista larga. Insensibilizarse. Autoengañarse. Hacerse el tontín. Y seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. Como si nada pasara. Pero los medios de comunicación se encargan de chutarnos el virus en vena. Queramos o no. Ya ni siquiera quiero ver noticias, el parte televisivo. Algunas cadenas son atroces. Sensacionalistas. Mentirosas. Perversas. Otras nos lanzan misiles. Barrenan nuestras ilusiones. Los políticos, con sus prebendas y salarios sustanciosos, andan revueltos en el gallinero, mientras la sociedad está a sus expensas. A verlas venir. 

La náusea ha llegado para quedarse. Con o sin vacuna. Porque la náusea aparece y reaparece aun en los momentos más inesperados. Es la propia vida. El existir. Que conlleva consigo esta forma de estar, de ser, en el mundo. El ser y la nada. La nada que no podemos concebir, salvo que estemos ya fiambres. ¿Y antes de la nada había más nada? 

Prosigamos anotando, con cierta regularidad, lo que nos pasa. Lo que ocurre. Hagamos un diario de sensaciones, de impresiones, de emociones. Dejemos por escrito aquello que nos produce malestar. Incluso aquello que nos fascina. 

Las dos menos cuarto de la tarde. Siempre es demasiado tarde o demasiado temprano para lo que uno quiere hacer. Momento absurdo de la tarde. Algo así diría/dijo Sartre. Hoy nos cambian la hora. Bueno, mañana domingo retrasarán una hora sobre el horario vigente. A las tres de la madrugada serán las dos. Y ese cambio también nos afectará. Sobre todo a quienes no nos apasiona madrugar. Ni intenciones tenemos de madrugar. Salvo por imperativo legal. Y nos quedaremos con menos luz solar por la tarde. Y las noches serán extremadamente largas. Y depresivas. Sobre todo en este Noroeste, en este Bierzo olla/hoya, que aún resulta protector como un cielo sólido. 

"Sí, yo que tanto gusté de sentarme en Roma a orillas del Tíber; de bajar y remontar cien veces las Ramblas de Barcelona, a la noche..." estoy aquí, en mi pueblo, intentando poner orden y concierto a mis ideas, que también son vuestras.

Roma, a orillas del Tíber. Foto. Cuenya

"La Náusea se ha quedado allá, en la luz amarilla. Soy feliz, este frío es tan puro". Ojalá la náusea se hubiera quedado allá. Y fuera feliz en el frío. Pero me gusta el calor, sentarme bajo una palmera, a la sombra, tomándome un té a la menta mientras contemplo las dunas doradas del tiempo presente. Viajando hacia ese desierto donde aún es posible alcanzar el éxtasis. 

"Veo el porvenir. Está allí, en la calle, apenas más pálido que el presente". Ojalá lograra ver el porvenir, un futuro incierto que se abalanza como un briago hacia el charco de los espejismos. Un porvenir escuchimizado, con el rostro cadavérico de un expresionismo retorcido. He dejado de ver. He perdido mis dotes de adivino. También los adivinos profesionales han dejado de ver el futuro. Ni siquiera un futuro inmediato. Mientras, siguen jugando con futuribles. La profecía que se cumple a sí misma. Hay mucho charlatán largando verborrea en este patio de colegio. Resulta imposible creernos lo que nos dicen. Entre futurólogos y mandamases estamos en medio del caos. 

Prosigo releyendo a Sartre, lápiz en ristre, subrayando aquellos pasajes, aquellas frases que llaman mi atención. En realidad, toda la Náusea es un diario lleno de hallazgos interesantes. 

"Ese sol y ese cielo eran un engaño. Es la centésima vez que me dejo atrapar. Mis recuerdos son como las monedas en la bolsa del diablo: cuando uno la abre, sólo encuentra hojas secas". La realidad resulta a menudo engañosa. Y la ficción también. Se me antoja harto difícil creer en algo, en alguien, incluso en uno mismo. Ese sol y ese cielo tal vez podrían ser reales. Y bellos. Con la belleza conmovedora de un día feliz. 

"Para cien historias muertas quedan, sin embargo, una o dos historias vivas". Aferrémonos a las historias vivas. Aunque sólo una esté viva. Agarrémonos la vida. Con uñas y dientes. Es la única manera de seguir adelante.  

"Algo comienza para terminar: la aventura no admite añadidos; sólo cobra sentido con su muerte. Hacia esta muerte, que acaso sea también la mía, me veo arrastrado irremisiblemente". Todo empieza y todo termina. Realidad al canto. Golpe de realidad. Me siento noqueado. Sartre me está vapuleando. Hacia la muerte nos conducimos. Queramos o no. Mientras, necesito un soplo de vida. 

Aparco la Náusea, al menos durante un tiempo, para degustar el caldo berciano, que me espera con su olor ancestral, con su sabor a lacón, costilla y chorizo. Con la textura suave de un repollo de la huerta. 

La vida continúa (y la náusea también) hasta que deje de hacerlo. 

Hoy me ha salido así.  Mañana dios dirá, si es que algo desea anunciarnos. 

 

jueves, 22 de octubre de 2020

La fragua literaria leonesa: Virginia Asensio

LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Virginia Asensio: "El valle de Sabero representa el inicio de un amor poético por la naturaleza"

La novelista Virginia Asensio, autora de 'El silencio del guardián', ha aprovechado la cuarentena para escribir una nueva novela, una historia más íntima, contemporánea y madura que la anterior,  basada en su propia experiencia vital durante este último año.

Virginia Asensio.
La novelista Virginia Asensio, autora de ‘El silencio del guardián’.
Manuel Cuenya | 22/10/2020 - 10:00h.

Nacida en Madrid, la novelista Virgina Asensio vive desde que era una cría en la provincia de León, porque su madre es del valle de Sabero. Y su padre trabajó para la empresa Huelleras de esta población, donde se halla el Museo de la Siderurgia y la Minería de Castilla y León. Toda su infancia y adolescencia transcurrieron entre las localidades de Olleros y Sabero, cuenta ella. Y todos sus recuerdos de esa época están ligados a sus gentes y sus paisajes. Y a la familia, por supuesto.

"El valle de Sabero representa el inicio de un amor poético por la naturaleza. Se trata de una comarca que ha vivido durante muchos años del carbón. Allí la gente era consciente de que el sustento provenía de las entrañas de la tierra y eso forja un carácter especial y una relación de profundo respeto por el entorno", rememora con afecto Virginia, con especial entrega a su abuelo Licinio sentado bajo el tilo de su casa en Sahelices de Sabero, mirando cada día hacia la montaña que tenía justo enfrente y hacia la cruz, situada en su pico más alto. "Esa cruz fue colocada en 1950, en conmemoración  a unas misiones que tuvieron lugar en el valle durante la posguerra", añade.

(Puedes seguir leyendo esta fragua en este enlace en ileon.com: https://www.ileon.com/cultura/la_fragua_literaria_leonesa/112698/virginia-asensio-el-valle-de-sabero-representa-el-inicio-de-un-amor-poetico-por-la-naturaleza)


Un canto a la vida, hey

Un canto a la vida, hey. Así recuerdo que puse fin a una serie de textos sobre el maldito virus. Del corona y de quien lo inventó. Si es que a alguien se le ocurrió inventarlo o fabricarlo. Que esa duda no acaba de despejarse. O sí. Porque la comunidad científica asegura que surgió de un modo natural. Y tendremos que creerlo. Más vale creerlo -decían antaño- que ir a averiguarlo. 

No obstante, uno prefiere quedarse con la duda metódica, acaso como punto de partida filosófico. La reflexión ante todo. Y siempre la filosofía como camino hacia el conocimiento y auto-conocimiento. Que la creencia como tal y la fe no conducen a nada, al menos con enjundia, si no hay un respaldo razonable, científico, objetivo. Y en esas andamos, mientras el virus sigue campando a sus anchas como Pedro por su casa. O como un Drácula todopoderoso, con los colmillos afilados, chupando la sangre de la Humanidad, metido hasta la cocina en la casa de todos. 

Un canto a la vida, por favor, que la muerte ya nos acecha y persigue en todo momento, tras las sebes de los sueños y las ilusiones, que se truncan de un momento para otro. Tantos sueños truncados. La Muerte, impertérrita, se impone como una apisonadora, aplastando a unos y otras como si fuéramos hormiguitas. Pobrecinas hormiguitas. 

Me gustaría quedarme con la vida, siempre. Con la esperanza de que, en algún momento, podremos volver a vivir al menos con cierta normalidad, si es que existe la normalidad. O mejor dicho, como vivíamos antes de que nos atacará por sorpresa este corona espinoso, que nos tiene en vilo desde hace meses. Desde el invierno pasado, para más señas, que ya pronto nos meteremos en otro invierno-túnel sin luz. Y sin esperanzas. Miedo nos da. Como ese túnel existencialista, que nos hace vomitar y a la vez nos fascina en términos literarios, ese Túnel-obra que escribiera el físico argentino Ernesto Sábato. 


Que ya el otoño ha llegado con sus grisuras, sus astenias y sus olas y brotes y rebrotes en todo el Planeta, con su onda... expansiva, que no es capaz a pararla ni Cristo bendito, que en los cielos de alguna ficción estará. Y con una España contagiada hasta las cejas a la par que enfangada en mociones de censura absurdas a través de un partido atroz, Vox, que en una democracia real no debería tener cabida. Ah, sí, que la democracia es el poder del pueblo, y el pueblo también decide. Aunque a veces el pueblo no sepa ni mugir. El pueblo somos todos, semos unas y otros. Pero ya sabemos que unos son más iguales que otros. ¿Os acordáis de Orwell y su Rebelión en la granja

En mi humilde opinión, Vox no debería tener ni Vox ni voto, porque es una Vox extrema, extremista, que nos revuelve las tripas. Y en los extremos está el peligro. Las dictaduras, tanto de derechas como de izquierdas, nos han dado buenos quebraderos de cabeza. Y continuarán chingándonos. Lo adecuado, lo más sabio quizá, sería encontrar el justo medio, el equilibrio, que es lo que nos da serenidad, lo que nos procura salud, por supuesto mental. Todos los desequilibrios nos llevan a la locura, al desastre. 

Vivimos y sufrimos en una España de extremos y radicalismos. Nuestra historia nos lo confirma, con una guerra fratricida y una posguerra cuasi interminable. Aún siguen supurando las heridas de esta cruenta guerra entre hermanos y vecinos, no nos olvidemos.

Vivimos en una piel de toro o de vaca que no logra frenar los contagios. Oficialmente, ya superamos el millón. Aunque en esencia sean muchos más millones. Y miles de fallecidos. Además, de otros miles que han logrado superar el virus, pero que les quedan secuelas de todo tipo. Con lo cual el panorama resulta desolador. Y eso nos tira por los suelos, aunque sigamos cantándole a la vida. 

El Bierzo -concretamente el área perimetral de Ponferrada- también está en el punto de mira. Y aunque estaba cantado que sería la siguiente zona de la provincia de León en ser confinada -León capital ya lleva días confinada, y lo que te rondaré, morena-, de momento aún no han dado el toque de queda definitivo. Que llegará, a buen seguro. Para nuestra tristeza.  

Sabíamos o intuíamos que no sería nada fácil salir de esta encrucijada, de este túnel, pero, a medida que transcurre el tiempo, nos damos cuenta, cada día más, que esto, si sigue así, no sólo acabará afectando a nuestra salud, sino que acabará dinamitando todo nuestro horizonte de esperanzas. De esperanza en la vida. Porque si no la espichamos de coronavirus, moriremos de coronahambre -la hostelería, por ejemplo, quedará para el arrastre, habida cuenta de que el nuestro es un país fundamentalmente de servicios-. O de otro tipo de enfermedades. Porque somatizaremos todo este sin dios en forma vírica. ¿Acaso no se muere más gente en el mundo por otro tipo de virus, de enfermedades coronarias, de cáncer, por guerras, por hambruna... por calamidades varias? Es probable que, si no acabamos directamente en un cementerio -se acerca el Día de Difuntos- terminemos en un frenopático. Si es que aún quedan psiquiátricos que nos acojan. Que esa es otra. Porque los hospitales, del tipo que sean, acabarán colapsados. Ya lo están. Lamento ser tan explícito y realista. 


Los cuadros ansioso-depresivos se están desatando, amén de otras psicopatologías. Hasta uno se siente en un cuadro similar, aunque intente sobreponerme. Y tirar para adelante. 

El virus existe, es un hecho, que está poniendo patas arriba nuestras formas de vida. No vamos a ser negacionistas ante tamaña evidencia. Pero los gobiernos no deben olvidar que, con sus medidas, cada vez más restrictivas (en breve nos darán toque de queda, como en las guerras, y eso que llegué a escribir que esta no era una guerra, salvo por los muertos y muertas que nos está dejando), están pulverizando a la sociedad, que está aterrada, muerta de miedo. O sea, muerta en vida. A parecer, eso también es real, una parte de la sociedad, entre ella alguna juventud, se salta a la torera todas las normas y restricciones montando fiestas y botellones por doquier. Con los consiguientes contagios. Y así esto no tiene ni tendrá fin. Porque las vacunas, hasta que estén en marcha y sean eficaces, tardarán tiempo. Y alguna gente no querrá ni ponerse la vacuna. Quizá tampoco haya vacunas para todos. Al menos en una primera fase. 

El duro confinamiento, sufrido en una primera fase o fases, sirvió para acorralar el virus, para frenarlo. Pero tuvo, ha tenido y sigue teniendo sus consecuencias, en lo económico, lo social, lo cultural. Y por supuesto en la mente de cada individuo, que se resiente de un modo escalofriante.  

Otro confinamiento de ese calibre nos haría polvo, acabaría con nosotros. De un modo literal. Si no caemos por el coronavirus, acabaremos sucumbiendo ante cualquier otra enfermedad, del cuerpo, de la mente, que todo es una misma materia. Así que preparémonos para la batalla. Que se nos espera un otoño jodido. Y aun invierno atroz. Ni turrón, ni uvas pasas, ni nada. Hasta Papá Noël se quedará morriñoso en el Polo, a la intemperie, con sus regalos de Navidad metidos en el saco de las ilusiones perdidas.

Después de mi ultima entrada en este blog, Verano vírico, decidí no escribir más sobre esta situación. Y lo hice de un modo consciente e intencionado. Por salud mental, sobre todo. De modo que hago una elipsis, desde junio hasta ahora, que no llega a ser la elipsis que vemos al inicio de la película 2001, Odisea en el espacio (una elipsis que salta desde la prehistoria a la modernidad del siglo XX) pero que deja un espacio considerable, al menos para tomar un relax, un respiro, que me permitió salir a estirar las piernas y oxigenar la mente en la Naturaleza. Y de paso pude viajar por el Noroeste español, tan bello y familiar, lo que me procuró luz y energía, ánimo y placer, el placer de sentirme vivo a pesar de los pesares. Con ganas de vivir. Con ganas de sentir. De sentirlo todo de un modo intenso. 

Una válvula de escape o un caramelito que nos permitió el gobierno  (habida cuenta de que el nuestro es un país turístico, que vive del turismo) para que nos creyéramos por un tiempo el camelo. Y de paso nuestros mandamases también pudieran tomarse ese periodo vacacional en playas, tumbados al sol, el sol embotellado de este corralón ahora nublado.  Con nubarrones en el cielo encapotado de esta plaza globalizada. Y Globalizadora. 

¿Para qué nos ha servido la Globalización? Después de la tempestad, esperemos que llegue la calma, si aún seguimos en la senda, en la mar, para dar fe del cuento. Con final feliz, por fa. 

Un canto a la vida, hey.