Poético título, Las rosas del sur, para el nuevo libro del narrador y poeta leonés Julio Llamazares, que es la prolongación de Las rosas de piedra, en realidad un solo libro, dividido en dos volúmenes, pues entre uno y otro han transcurrido varios años, los que el autor se ha tomado para recorrer todas las catedrales de España (75 en total, a lo largo de 14 viajes), de este país de países, como él mismo nos contara ayer mismo en la librería Letras Corsarias de Salamanca https://letrascorsarias.com, ciudad en la que presentara su obra de la mano de la profesora, narradora y entusiasta de México, Charo Alonso, que además le dedica una interesante reseña en salamancartvealdía.
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Julio Llamazares en la librería Letras Corsarias (Salamanca) |
Como es habitual en él, cercano y agradable, estuvo sembrado de excelente humor y chispa narrativa, como buen contador de historias que es, no sólo por escrito, sino de un modo oral, habida cuenta de que es un magnífico heredero del maestro berciano Antonio Pereira.
Llamazares nos cautivó a los presentes, que éramos muchos (entre los que también se hallaba Antonio Colinas, el poeta bañezano de la luz, que reside en la ciudad charra), con sus anécdotas chistosas, con su cercanía y su coherencia, con su forma de ver el mundo, de entender la realidad y la literatura, que en su caso es una misma cosa, reivindicando la literatura de viajes como la madre de la literatura. Ahí están libros fundacionales como La Odisea, incluso La Ilíada, las crónicas de indias (me atrevería a recordar a Fray Bernardino de Sahagún, quien por cierto cuenta con una placa en las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca, y a Bernal Díaz del Castillo), El Quijote y aun las novelas del Oeste, entre otras.
Qué es sino la vida: un viaje. A buen seguro un viaje sin retorno al punto de partida. Un viaje en el que nos encontramos con paisajes, personas. Y también con el azar, porque el azar forma parte de nuestras vidas, añadiendo salsa y aventura. No como los tours programados para turistas en rebaño, que rompen con la magia del azar, con la sacralidad del auténtico viaje, siguiendo las veredas trilladas de lo previsible. El turismo ha acabado con el concepto de viaje romántico. Y es habitual que las catedrales españolas (ahora ya se paga por entrar en todas), sólo sean visitadas por turistas... turistas en manada. Tal vez por eso, cuando el viajero-escritor Julio LLamazares le preguntó a un paisanín por una catedral del sur, de qué fecha era (más que nada para tirarle de la lengua, porque hay que hablar con el paisanaje, que da mucho juego literario/vital), éste, ni corto ni perezoso, le dijo que él no sabía la fecha porque era del lugar.
Ser viajero y además contarnos sus viajes con tal maestría y encanto es un arte. Y en su caso la literatura se convierte en arte, el arte que se asemeja a la vida, que contiene vida, pero que incluso va más allá, porque leyendo y escribiendo uno vive más. Y tal vez mejor.
"El que mucho lee y mucho viaja, mucho sabe y mucho conoce", como nos recordara a través de las palabras que le dice Don Quijote (ese loco cuerdo que emprende viajes por mundos reales e imaginarios) a Sancho. Viajar, siempre, con todos los sentidos, porque al fin viajar es sentirlo todo de todas las maneras posibles, como también dijera el poeta Pessoa. El viaje también de auto-conocimiento. Como ocurre en las películas de Wenders, por ejemplo en París, Texas, por la que siento pasión.
Partir por partir es en realidad el lema de los grandes viajeros, sobre todo de los viajeros-escritores románticos, que son quienes comienzan a viajar por el placer de viajar. Y es que Julio Llamazares es un escritor-viajero romántico. Él mismo lo ha llegado a contar en varias ocasiones. Y hasta nos lo cuenta en libros como El río del olvido, en el que sigue el curso del Curueño, el río de su infancia.
El viaje como pre-texto (nunca mejor dicho) para escribir. Y la escritura como algo terapéutico también. "Qué sería de mi vida, se planteaba ayer mismo Julio, en caso de que yo no me hubiera dedicado a escribir".
Sus libros de viaje, como el ya mencionado y aun Tras-os-Montes, Cuaderno del Duero o los dedicados a las catedrales, son literatura en estado puro, porque el escritor leonés escribe con prosa sencilla y emocionante, poética, limpia. Y los lectores (lectoras) se lo agradecemos, porque nos contagiamos de su sencillez y generosidad (también como persona). Y nos alienta a recorrer el mundo, nuestro mundo, nuestra España, ya sea a través de las catedrales, que son inmensos libros abiertos en piedra, en los que es posible leer nuestra historia, nuestro modo ser, o bien a través de ríos o mediante una región como Tras-os-Montes (la patria o matria por ejemplo del gran escritor Torga), en Portugal, país por el que Julio siente devoción. Y país vecino que le ha dado las claves o palabras divinas que todo viajero debiera hacer: "Para, escucha y mira". Tómate tu tiempo, escucha al paisanaje y mira la realidad como si fuera la primera vez que la estuvieras mirando, como un niño (niña) o un ángel a lo Rilke (Elegías a Duino) que re-descubriera el mundo. Habla con la gente y bebe de todas las fuentes, como le recordara el escritor soriano Avelino Hernández a Julio, quien nos recomienda, antes que sus libros, sobre todo la lectura de Donde la vieja Castilla se acaba, de Hernández.
Las catedrales, "esos barcos de piedra varados en nuestras ciudades levíticas", incluso inexistentes, como Mondoñedo, la tierra de Cunqueiro -acaso uno de los inventores del realismo mágico-, son como las pirámides de Occidentes, los lugares divinos en la tierra, que deslumbraban y aun siguen deslumbrando, con su luz, su incienso, sus retablos (auténticos cómics en la actualidad), con su belleza divina, a los seres humanos.
Recordaba Julio cómo, siendo un niño, su padre lo llevó a ver la catedral de León, que lo dejó impresionado. Y se la mostró, como quisiera el escritor Unamuno (con raigambre salmantina), mirando, en vez de hacia arriba, hacia abajo, incluso en la pila de agua bendita. Es probable, contaba Julio, que su padre hubiera leído al autor de San Manuel Bueno, mártir.
Otra de las catedrales por las que el autor de La lluvia amarilla (inmenso libro en prosa poética o directamente poético) siente devoción es la de Coria, "que está cerca de Salamanca", insistió él, porque atesora, además, reliquias increíbles como la leche de la virgen, la pluma del arcángel San Gabriel o una parte del barro con la que se moldeara Adán, entre otras. Puro realismo mágico. Lo que me hace rememorar el brazo incorrupto y el corazón partido de Santa Teresa en la localidad salmantina de Alba de Tormes.
En este Día mundial de las librerías (ayer mismo), Llamazares nos hizo pasar una tarde extraordinaria. Y luego una velada inolvidable, en su compañía, con amigos entrañables: María, Ramón, Carmen, Carlos, José María, Gus... Con el descubrimiento de una joven poeta, Andrea Bernal (Adiós a la noche y Los pájaros). Y el re-descubrimiento del poeta salmantino Aníbal Núñez (del que ya sabía cosas y había leído gracias a la buena poeta Elba Maribel Hernández, que acaba de publicar un poemario titulado Claro del tiempo).
"Los libros son como tumores emocionales o frutos que, cuando maduran, acaban cayendo por su propio peso". Como la manzana bíblica o mejor dicho la manzana de la gravitación universal de Newton.
Rosas de piedra, rosas del sur, rosas del desierto o rosas valleinclanescas en clave lírica.