In vino veritas, nada como el vino para autoengañarse.
Cantábamos a voz en cuello un himno apócrifo: “El Bierzo tiene fama del vino y
del aguardiente, de las mujeres bonitas y de los hombres valientes"
(Raúl Guerra Garrido, Viaje a
una provincia interior)
Pues sí, ayer volvimos a las andadas con una tarde de vino, libros y música,
en este caso en la ciudad de León, donde estoy ahora. Una tarde que se me hizo
amena, entretenida, con un público entregado, entre el que se encontraba gente
amiga, como las gemelar Laly y
Gelines, Nuria Viuda o bien José Luis Carretero, entre otros y otras, a quienes
agradezco su presencia.
Y por supuesto felicito a los
organizadores: Santiago Asenjo, el director de la biblioteca de la ULE, Ana
Rodríguez Otero, que comanda, asimismo, el interesante portal tULEctura, y Teresa Llamazares como
Directora del Programa Interuniversitario de la Experiencia de la Universidad
de León. Y también a los músicos (Gio Yáñez, con su banda de la Casa del Jazz
estuvo estupendo en Ponferrada), los ponentes Enrique, Carlos (que obsequió a
los presentes con algunos libros suyos) y Francisco (que hizo lo mismo, en su
caso, con vinos Vitalis, de su propia bodega).
Cada día me gusta más la ciudad de
León, creo que eso ya lo había dicho en alguna ocasión, pero no está demás
volver a decirlo, acaso para recordármelo.
Qué
uno ya va perdiendo la memoria, al menos la memoria episódica, porque el saber
ocupa lugar, un gran espacio.
Sólo
a fuerza de repetición, eso creo, uno acaba integrando las cosas, memorizando,
aunque, en realidad, los seres humanos sabemos muy pocas cosas (bueno, algunos
se creen la mamá de los pollitos, aunque no sepan de la misa a la media, y
otros y otras saben algunas, claro, que de todo hay en la viña de nuestro señor
Jesucristo). Ay, la viña, las viñas… (al final haré referencia a las
mismas).
Sólo sé que no sé nada. Necesitaríamos
mil y una vidas como mil y una noches arábigas al amor de la sensualidad para
saber y entender algo del mundo en que habitamos, y por ende de nosotros
mismos. Pero la vida es harto breve, aunque vivamos más de ochenta, noventa,
incluso cien años.
Por
cierto, el lunes, antes de encarar la primera tarde de vino, libros y música en
el Campus de Ponferrada, pude ver a Sito en Bembibre, en el bar La Corona, un
hombre centenario, 104 años ya, que se conserva como un mozo, con su gorro
estilo ruso siberiano y su rostro amable y sonriente. Una maravilla.
En cambio, el dueño de La Corona, José
Luis Campano (cuántos libros compraríamos en su librería Campano), nos ha dicho
adiós recientemente a los ochenta y pocos (me apena su muerte, y le mando mis
condolencias a su mujer Hermitas, quien fuera mi profe de Literatura en el
Insti de Bembibre y luego, pasado el tiempo, alumna de la Universidad de la
Experiencia).
Me cuentan que Campano falleció a
resultas de un paro cardíaco, aunque la procesión la llevara por dentro, la
procesión cancerígena, que sigue siendo una enfermedad que castiga de lo lindo
a unos y otras.
Pobrecitos de nosotros, expuestos todos
(todas) a enfermedades varias. Al final, es el azar quien decide nuestros
destinos. ¿No os parece? Bueno también interviene la causalidad.
El vino, embriagador, me ha llevado por
estas sendas tortuosas. Pero retomo el rumbo. Me ha quedado meridianamente (me
gusta este palabro) claro, después de estas dos tardes, tanto en Ponferrada
como en León, que el vino tomado con mesura (en su justa medida aristotélica),
sobre todo el vino tinto o rojo, es sanísimo. Bueno, un vasito para comer. Y
ya. El vino es un vasodilatador y antioxidante, por tanto bueno para el
corazón, para el cuerpo/alma. Recuperemos la tradición de beber vino, como se
hacía antaño en los pueblos. Vamos a tomar un vaixín. Y abandonemos esos hábitos
nada saludables de tomar refrescos y licores adulterados, que son en verdad
perjudiciales para la salud.
En una época en la que el agua, al
menos en las urbes, no era del todo potable, incluso estaba contaminada, tomar
vino era extraordinario para combatir toda suerte o desgracia de
gastroenteritis.
Recuerdo a mi vecino Quico Molinero, en
Noceda del Bierzo, que decía que el agua era buena para las ranas. Y para
echarse a remojo, tal vez.
También recuerdo lo que me contara
Bolaño en A Fonsagrada sobre Atilano, un personaje que había trasegado muchas
cosechas a lo largo de su vida, lo que no está escrito ni en la Biblia, que,
como sabemos (ah, algo sabemos, qué bueno), está llena de referencias al
vino.
El Cantar de los cantares, como
ya señalé en otro post, está teñido de vino. Y también de erotismo. "¿Qué
es la vida a quién le falta el vino?", se dice en el libro
Eclesiástico.
Pues eso, convirtamos el agua en vino,
como ocurre con el milagro de San Bartolo del barrio de Río de Noceda (donde
también se celebra la carrera de burros). Un milagro que en alguna ocasión
llegamos a escenificar con la ayuda de nuestro amigo y paisano Xava (Javier
Álvarez), el hijo de Venancio y sobrino de Pepe Álvarez de Paz, gente ilustre e
ilustrada del útero gistredense.
También en La Celestina, de Fernando de
Rojas, encontramos referencia a algún salmo. "El vino quita la
tristeza del coraçón -vinum laetificat cor hominis- más que el oro
ni el coral; esto da esfuerço al mozo y al viejo fuerça, pone color al
descolorido, corage al covarde, al floxo diligencia, conforta los celebros,
saca el frío del stómago, quita el hedor del aliento... haze sudar toda agua
mala, sana el romadizo y las muelas... Más propiedades te diría dello, que
todos tenés cabellos. Assí que no sé quién no se goze en mentarlo… que lo bueno
vale caro y lo malo haze daño. Assí que con lo que sana el hígado, enferma la
bolsa. Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para esso poco que bevo: una
sola dozena de vezes a cada comida. No me harán passar de allí salvo si no soy
convidada como agora.
PÁRMENO.- Madre, pues tres vezes dicen que es bueno
y honesto todos los que escrivieron.
CELESTINA. Hijo, estará corrupta la letra; por
treze, tres".
Además de vino, pongamos humor, como La Celestina, en
nuestras vidas.
Los pasajes dedicados al vino, a lo largo de la literatura española,
universal, son muchos. Me ha entusiasmado indagar en los mismos. Y encontrarlos
no sólo en La Celestina (obra realmente extraordinaria) sino
en otros como en El Lazarillo de Tormes ("Yo, como estaba hecho al
vino, moría por él"), El Quijote (monumental novela
de aventuras, de viajes, incluso por las montañas leonesas), el rijoso,
brillante y empinador Quevedo, que gustaba de ensañarse o al menos mostrar la
afición del clero por el morapio, como hace en el Sueño de la muerte,
incluido en su obra Sueños.
"Dijo
fray Jarro, con una vendimia en los ojos, escupiendo racimos y oliendo a
lagares, hechas las manos dos piezgos y la nariz espita, la habla
remostada con un tonillo de lo caro:
-Estos son santos que ha canonizado la picardía con poco
temor de Dios".
En el Siglo de Oro español, época en que el vino se
convirtiera en bebida harto popular, son abundantes las referencias a
este elixir.
"Sé templado en el beber, considerando que el vino
demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra", le espeta Don Quijote a Sancho, el cual en otro pasaje dice:
"en mi vida he bebido de malicia: con sed bien podría ser, porque no
tengo nada de hipócrita; bebo cuando tengo gana, y cuando no la tengo, y cuando
me lo dan, por no parecer o melindroso o mal criado, que a un brindis de un
amigo ¿qué corazón ha de haber tan de mármol, que no haga razón? Pero aunque
las calzo, no las ensucio: cuanto más que los escuderos de los caballeros
andantes casi de ordinario beben agua, porque siempre andan por las florestas,
selvas y prados, montañas y riscos, sin hallar una misericordia de
vino..."
Aparte de Quevedo, encontramos pasajes en Lope de Vega (a
quien también le entusiasmaba levantar jarro) o Tirso de Molina. Y aun en
Góngora, que al parecer era abstemio.
Góngora le dedica estos versos a sus adversarios Quevedo y
Lope de Vega.
"Hoy hacen amistad nueva
Más por Baco que por Febo
Don Francisco de Quebebo
Y Félix Lope de Beba".
Ni corto ni perezoso, Lope le replica con este poema:
"Beba
agua, aunque sea endibia/ con azúcar o rosado/ o blanco, y el día pasado,/hará
una copla tan tibia,/ que parezca que ha salido/ por boca de cantimplora".
A propósito, La celestina es un precedente, más o menos claro, de Romeo y Julieta, de
Shakespeare (otro que le dedica gloriosas palabras al vino, a la bebida), como
ocurre en Macbeth o Enrique IV, por ejemplo.
"Un buen jerez produce un doble efecto: se te sube a la
cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y espesos que la ocupan,
volviéndola aguda, despierta, inventiva, y llenándola de imágenes vivas,
ardientes, deleitosas, que, llevadas a la voz, a la lengua (que les da vida),
se vuelven felices ocurrencias. La segunda propiedad de un buen jerez es que
calienta la sangre, la cual, antes fría e inmóvil, dejaba los hígados blancos y
pálidos, señal de apocamiento y cobardía. Pero el jerez la calienta y la hace
correr de las entrañas a las extremidades"
(Shakespeare, Enrique IV)
Los grandes, como Goethe, Lord Byron, Baudelaire (amante de
los paraísos artificiales y autor de Las flores del mal), Rimbaud
(sublime su poemario Una temporada en el infierno), Neruda (oda
y estatuto al vino), Borges (Soneto al vino), Pepe Hierro o Claudio
Rodríguez (Con media azumbre de vino), entre otros muchos, también le han
cantado al vino.
...Amor mío, de pronto
tu cadera
es la curva colmada
de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida...
(Neruda, Oda al vino)
Cuenta Cirlot, en su Diccionario de símbolos,
que el vino, el vino rojo es un símbolo ambivalente, por una parte significa
sangre y sacrificio. Y por otra, hace referencia a la juventud, la vida eterna
y la embriaguez sagrada, que se relaciona, ésta última, con el dios
Dionisos/Baco (la misma divinidad con diferentes nombres).
Por tanto, el vino como sangre (los eucarísticos dirían
sangre de Cristo), sangre de toro, según el poeta zamorano Claudio Rodríguez,
pero sangre en definitiva. Y por supuesto elixir, ambrosía.
Sí, creo que era amor
aquel leve lenguaje
del vino…
Antonio Colinas
El vino me devuelve, con su aroma afrutado, con su olor a
mora, a la viña, a las viñas -qué maravillosos recuerdos-, cuando uno iba a
vendimiar a la Solana, a la (H)Idrera en el útero de Gistredo. Una labor dura,
en verdad, pero que se compensaba con aquella comida a base de bacalao con
huevos cocidos y pimientos, rojos y verdes. Todo ello aderezado con ajo sofrito
y pimentón.
Vino, bacalao, buenos libros y mucha música: ahora escucho a
Compay Segundo, antes comencé este texto con Manu Chao.
Hasta la próxima tarde. Bueno, hoy toca comida con Daniel
Higinio. Y por la noche cena en Valdevimbre, porque el ser humano no sólo se
nutre de espiritualidad (tan importante) sino de buenas viandas y sabrosos
caldos.