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viernes, 29 de diciembre de 2023

Mallorca, la luz oriental del Mediterráneo

Es la primera vez que viajo a las Baleares, en este caso a la isla de Mallorca, y espero que no sea la última.

Ojalá pueda volver a Mallorca y viajar tal vez a Menorca y a Ibiza. Qué las fuerzas nos acompañen para seguir viajando, "no pares de viajar", me recuerda el historiador berciano Balboa. Pues espero no dejar de viajar mientras me queden unas gotas de sangre en las venas. Ojalá pudiera estar viajando sin parar, aunque también se requiere de calma para asimilar la estimulación, las emociones y reflexiones que se despiertan al viajar, porque de este modo uno, al rememorar el periplo, vuelve a viajar, aunque sea de otro modo. 

El largo puente de la Constitución de este mes de diciembre, que ya está finiquitando, me encaminé a Madrid para coger vuelo a Palma de Mallorca. Y la experiencia fue magnífica. Además, en esta ocasión Álvaro, de la agencia Leontur, me consiguió el vuelo y el hotel Riu Concordia para alojarme allí, lo que se agradece cuando uno viaja pocos días, porque se goza de confort. Un lujo que uno puede permitirse de vez en cuando. 

Almudaina

Sigo conservando en la retina de la memoria -me tocó ventanilla- cómo sobrevolaba la isla, que se perfila como una ensoñación. Ese vuelo sobre Mallorca, con la poética que brota de la propia naturaleza y el encanto que procura volver a mirar la realidad con el asombro de quien la descubriera por primera vez. Qué perviva el asombro, la mirada no mediatizada.

La Lonja

Recuerdo que sentí un chute de dopamina (puro placer) mientras contemplaba extasiado la luz del Mediterráneo que engendra belleza. Esa luz todopoderosa, divina, oriental, que se muestra tamizada y me hace creer en la vida, en el viaje de la vida, aunque sepa de antemano que ésta tiene un principio y un fin. Tal vez por eso conviene disfrutar de cada instante cual si fuera el último, porque aquí, en esta vida, estamos de paso. Con lo cual Mallorca se me apareció como una exquisita ensaimada. Por cierto, los desayunos y las cenas del hotel Riu Concordia los disfruté mucho. La comida es un gran placer, sin duda.

Almudaina y catedral

Nada más poner los pies en el aeropuerto de Palma sentí buenas vibraciones. He llegado a una tierra tocada por alguna varita mágica, me dije. Con un clima maravilloso, solecito y excelente temperatura. Es el Mediterráneo, pensé.

Me instalé cómodamente en el hotel. Y sin más, incluso sin dormir, ya que había viajado durante toda la noche al aeropuerto de Barajas, me lancé a la aventura de recorrer la ciudad de Palma. Mi primera impresión fue la de estar en una España diferente, acaso en otra España, con cierto parecido a Cataluña, y es que hay muchas Españas.

Y esto no lo digo con afán político, pues habemos (como maldice algún gentío) ciudadanos de primera, de segunda y hasta de tercera clase. Clasista que es nuestro país de paisitos. Pero a lo que venía, como Umbral, es a hablar de mi viaje a la isla de Mallorca, que es más que una deliciosa ensaimada.

La isla más grande del archipiélago balear, con una extensión superior a la comarca del Bierzo, ofrece bellos espacios, comenzando por la propia ciudad de Palma, como pude comprobar en mis cinco días en la ciudad, considerada como una de las mejores del mundo para vivir gracias a su sol, su estupendo clima, que me supieron a poco. No en vano, en mis recorridos por Palma escuchaba diversas lenguas, sobre todo alemán e italiano. Tiene sabor italiano, eso me pareció, su arquitectura, su colorido...

Más despejado que el primer día, pues estaba agotado, con lo cual no pude disfrutar como quisiera, me llamó la atención sobre todo su catedral, construida a la orilla de la bahía, todo un icono y punto de referencia. Me impresionó este edificio gótico de grandes dimensiones. Y también, al ladito, me gustaron los jardines del S'Hort del Rei y el palacio de la Almudaina, un imponente alcázar reconvertido en palacio cristiano de estilo gótico, que es residencia de verano de la familia real española. Desde aquí pude contemplar el paseo marítimo, que me entusiasmó recorrer. Al fondo se alza el castillo de Bellver.

Plaza Mayor

Siguiendo el paseo marítimo se halla La Lonja, que fuera punto de reunión de mercaderes. Un edificio medieval con tres naves sostenidas por seis esbeltas columnas helicoidales sin capitel que parecen palmeras de piedra.

Próximo al castillo de Bellver se encuentra el llamado barrio bohemio, un barrio de moda donde viven muchos extranjeros y en tiempos viviera el Nobel Cela, como me dijera un rapaz de una oficina de turismo próxima a la catedral. Lástima que no tuviera tiempo suficiente para visitarlo como me hubiera gustado porque, cuando me enteré, ya era algo tarde. Así que tendré que volver a Palma. El tiempo, siempre el tiempo.

Castillo de Bellver

En todo caso, fue un auténtico placer caminar a la orilla del paseo marítimo y luego subir al castillo de Bellver para disfrutar de esta fortaleza de estilo gótico, del siglo XIV, de planta circular, con tres torres adosadas y una torre homenaje, también circular.
Ubicado sobre una colina al oeste de Palma de Mallorca, desde el Castillo de Bellver se gozan de bellas vistas, como su propio nombre indica, de la ciudad, del puerto y de su bahía. Me entusiasman las alturas y contemplar, en un estado de arrobamiento, lo que ofrece la naturaleza.
Panorámica de Palma desde Bellver
Aparte de la ciudad de Palma, tuve la curiosidad por adentrarme en algunos rincones de la isla como la Sierra Tramontana o Tramuntana, declarada patrimonio de la Humanidad.
Confieso que me encanta este nombre de Tramontana (más allá de la montaña). Siendo un rapaz escuché aquello de que el viento de Tramontana volvía majareta a la gente. Un viento frío del que habla Dalí y también el escritor y periodista ampurdanés Josep Pla, porque también afecta al Ampurdán catalán.
Puerto de Sóller

Pues eso, que la sola palabra Tramontana me traslada a algo misterioso emparentado con la genialidad y también con la locura. Y en esta comarca de la sierra de Tramontana se hallan Sóller con su tranvía trenecito con vagón de madera y su bello puerto asentado en una hermosa bahía con playas circundadas por montañas; Deià o Deyá, una estampa pictórica con el color ocre de sus casas, los naranjos y el azul turquesa del mar, un lugar de inspiración para autores como el escritor inglés Graves, el autor entre otras de Yo, Claudio, donde tiene su casa museo (también está enterrado en este pueblo) y que atrajo como un imán al músico Mike Oldfield, entre otros artistas.
Valldemossa

Y colgadas de la ladera, las casas y las torres de Valldemossa, en cuyo monasterio de La cartuja pasaron el otoño de 1838 y el invierno de 1839 el compositor polaco Chopin y su amante la escritora romántica francesa Sand, autora del cuaderno de viajes autobiográfico titulado Un invierno en Mallorca. Durante su estancia en este pueblo de calles adoquinadas y casas de piedra decoradas con macetas de flores, Chopin compuso algunos de sus Preludios.
Deyá

Me hubiera gustado quedarme más tiempo en esta ínsula balear. Y disfrutar por ejemplo de Deiá y también del pueblo de Sóller.
No obstante, pude pasear por Valldemossa en compañía de Stella, una chica colombiana que vive en Palma, con quien coincidí en esta travesía.
Una caja de encantos y sorpresas la isla mallorquina, entre las que sobresalen asimismo las poblaciones de Alcúdia (nombre de origen árabe, al-qudya, cerro), y Pollença, que significa La pujante, porque ya era próspera en la época del Imperio Romano.
Alcúdia
No es de extrañar porque Pollença me pareció una pequeña ciudad del sur de Italia, incluso de Sicilia, con la terrosidad carnal de sus edificios y el aroma a vegetación mediterránea. Uno de los paisajes más deslumbrantes de Mallorca, que además es Patrimonio de la Humanidad.
Me entusiasmó pasearla, haciendo parada en la fuente del gallo, entre otras plazas, y subir los 365 peldaños hasta el llamado Calvari, el Calvario, cual si me hubiera trepado hasta el monte de los olivos en Jerusalén. Esta escalera, con sus escalones representando los días del año, es una vía singular jalonada por cipreses y cruces. Desde estas alturas se consiguen vistas incomparables.
Pollença
No lejos del puerto de Pollença se encuentra el cabo Formentor, que es el entrante de tierra más septentrional de la isla. Pero al final no pude visitarlo. El escritor viajero Sergi Bellver me lo recomendó pero cuando me lo dijo era demasiado tarde. https://cuenya.blogspot.com/2022/04/la-fragua-literaria-leonesa-sergi_8.html
Lástima, otra buena disculpa para volver a Mallorca. Si es que necesitaríamos más de una vida para estar viajando de un lado a otro como un nómada. Como hace el propio Sergi Bellver, que ahora anda por México, ese país que me dejó marcado de por vida.
Sí puede al menos adentrarme en la ciudad amurallada medieval de Alcúdia, con sus puertas del Moll, de Mallorca..., que me trasladó a alguna medina árabe, sintiéndome islámico en Tierra Santa... un decir. Es posible, como en Lugo, subirse a la muralla y recorrer una parte de la misma. Bueno, en Lugo puede recorrerse al completo porque se conserva en su totalidad.
Y también me acerqué a las Cuevas del Drach. Si bien hubo un momento en que pensé en dejarlas para otra visita. Hay que tener ilusión en esta vida que se nos va como un suspiro. Por eso es conveniente aplicar el carpe diem.
Unas cuevas que, por otra parte, me trasladaron a las cuevas de Valporquero en la provincia de León https://cuenya.blogspot.com/2011/06/valporquero.html, y por supuesto me hicieron rememorar una de las escenas más crueles y desternillantes de la película El verdugo, de Berlanga, con guion de Azcona y el propio Berlanga. https://cuenya.blogspot.com/2013/04/el-verdugo.html
En esta antológica y tragicómica película vemos cómo toca una orquestina subida en una barca en el lago subterráneo que existe en el Drach. La orquestina recorre el iluminado lago Martel mientras interpreta la dulce melodía de la Barcarola de Los cuentos de Hoffman. Como un canto de hadas. De repente se nos aparece un guardia civil remando, mientras otro, con un gran megáfono, susurra bajo el tricornio de charol: "Don José Luis Rodríguez... Se ruega a don José Luis Rodríguez que, si se encuentra entre los presentes, baje al embarcadero... tenga la bondad de bajar al embarcadero...".
Realmente brutal e hilarante esta escena fílmica.
Sea como fuerte, las cuevas del Drach te adentran en un bosque prehistórico de estalactitas y estalagmitas, que podría servir y a buen seguro sirvió de inspiración a arquitectos de la talla de Gaudí para componer sus obras.
Las cuevas del Drach también son un buen escenario o decorado gótico, una escenografía fantasmagórica, un espacio donde a uno se le dispara la fantasía y acaba imaginándose en medio de un bosque encantado de seres fabulosos.
Después de un mini concierto de música clásica, con una acústica extraordinaria, tomé, como el resto de visitantes y turistas, la barca esa de la que le hacen bajar a Don José Luis (interpretado de modo magistral por el actor italiano Manfredi) y abandoné esta maravilla de la naturaleza situada en la costa oriental de esta preciosa isla balear para regresar a Palma, que me estaba esperando (por decirlo de algún modo) para seguir mostrándome su monumentalidad en el centro histórico. Un casco de trazado medieval espectacular.

Uno de los más grandes y mejor conservados del Mediterráneo y de Europa en general. Con calles y plazas (como la coqueta Plaza Mayor, que me recuerda a la de León), sobre las que se asientan casas señoriales, edificios modernistas (que tanto recuerdan a las construcciones de Gaudí), museos, baños árabes, la judería...
Paseo del Borne
Y para finalizar este viaje me apetece rememorar a Raquel, berciana de Bembibre que vive desde hace meses en la isla, con quien tuve el placer de platicar y pasear por el centro de las Palmas.
Gracias por tu invitación a un café en el hermoso y arbolado, cual si se tratara de una corredoira, Paseo del Borne.
En el avión de regreso a Madrid me encontré con el psiquiatra Cabrera, al que reconocí de inmediato y saludé con naturalidad y él respondió con un gesto afectuoso. Lo saludé porque me cae bien, por supuesto. Para el resto de pasajeros creo que pasó desapercibido.
Al llegar al aeropuerto de Barajas pensé en decirle algo más al doctor Cabrera, incluso hacer una fotica, pero desistí porque no se debe ser pesado y además no tenía que recoger maleta porque sólo llevaba de mano y salí pitando.

Creo que Mallorca ha sido un gran descubrimiento.

jueves, 28 de diciembre de 2023

Gran Canaria, con su exotismo palmeral y su sabor africano

 Se agradece viajar a una tierra cálida en época invernal. La verdad es que a uno le gusta el calorcito. Y por supuesto la luz solar, esos días luminosos que embellecen la vida. Por eso me ha alegrado haber aterrizado en Las Palmas de Gran Canaria, con su exotismo palmeral y su sabor africano. Una agradable sorpresa.

Desde el aeropuerto hasta el centro de la capital -la ciudad española más poblada del Atlántico y una de las más grandes del país-, da la impresión de que uno estuviera en Marruecos. Y eso también me entusiasma porque es un país de gran belleza. Sigo recordando mi viaje de la Navidad del pasado año 2022.
Esa combinación o mezcla de lo africano y lo europeo en Gran Canaria me resulta fascinante. Con una temperatura ambiental maravillosa -la eterna primavera-, y una temperatura afectiva que intuyo magnífica porque la gente resulta de lo más simpática y hospitalaria, también con esa su forma de hablar que tanto me recuerda al habla cubana.
Cuba también sigue presente después del viaje de este verano.
Quizá esta isla española de origen volcánico, en medio del Océano Atlántico, sea un buen lugar no sólo para vacacionar durante unos días, como en esta estación, sino para vivir durante largas temporadas, si eso fuera posible, claro está, tal vez algún día.
Luz y mar -la luz se me antoja deslumbrante- en Gran Canaria, que es matria de Galdós, Negrín, Alfredo Kraus, o el actor Javier Bardem, entre otros, y que tanta curiosidad me despierta.
La guagua -me encanta este término- me dejó en la parada Juan XXIII, como me había indicado Blanca, que resultó ser una chica majísima. Blanca es la recepcionista del alojamiento donde me quedé durante mi estancia en la isla. Me gustó el CoolivingC en la calle Castrillo, 16, a un cuarto de hora aproximadamente caminando hasta el centro histórico. De todos modos, las guaguas funcionan bien. Y hasta puede comprarse una tarjeta que procura viajes a precios realmente baratos.
Un sitio estupendo, CoolivingC, con habitación confortable, cocina y un cuarto para trabajar, donde volvería encantado. Al lado de estos apartamentos, descubrí un bar, creo que se llamaba Domínguez, con unas tapas caseras exquisitas, donde también me sentí muy bien, incluso conocí en este bar, regentado por una pareja hospitalaria, a un leonés, Manolo, de Sariegos, que llegó a jugar en la Ponferradina cuando era un rapaz.
En el CoolivingC también coincidí con Ana, una chavala de Tenerife que estaba preparándose para viajar a Guinea como voluntaria. Toda una aventurera, que me recomendó viajar a Cabo Verde, sobre todo a las islas de Fogo y Santo Antao.
Es lo que tiene viajar fuera de tu zona de confort, que acabas conociendo e intercambiando pareceres con gentes que de otro modo sería imposible. Y esto siempre resulta enriquecedor. Hay que seguir viajando aunque sea en un vagón de tercera, porque el viaje es la vida misma, en la que uno se confronta con su realidad, conociéndose más y mejor. En verdad viajar no sólo es a un lugar sino a sí mismo, realizando así un viaje introspectivo, que procura mucha reflexión y también emociones intensas.
Tampoco quiero olvidarme de los desayunos en un sitio, El Jamón, que daban unos bocatas de jamón que me sabían a gloria bendita. Y también los bubble tea con bolas de tapioca en el Hi Bubble Tea del barrio de Triana. Simpáticas Tintín y Nicole.
La verdad es que la cocina del apartamento ni la utilicé, salvo para tomar alguna infusión.
Poco a poco fui descubriendo lugares de interés. Lo primero que me llamó la atención fue el Puerto de la luz, en la isleta, con su castillo de la luz, que es una fortificación de finales del siglo XV. El mar se me antoja hipnótico. A medida que uno le va tomando el pulso y la temperatura a la ciudad, comienza a familiarizarse con la misma y descubre (no lo recordaba) que el escritor Galdós tiene una casa museo en Las Palmas. Con lo cual, si uno viaja a Gran Canaria, en concreto a su flamante capital, y además le gusta la figura y la obra de este gran literato, no puede dejar de visitar el lugar que lo vio nacer.

Galdós

Aunque el escritor Galdós hizo gran parte de su vida en la capital madrileña (el Madrid galdosiano, donde comenzó a estudiar Derecho, alojándose en una pensión de Lavapiés https://cuenya.blogspot.com/2023/12/madrid-es-una-fiesta.html), que dejó retratada en su magna obra, nació y pasó sus primeros diecinueve años en Las Palmas de Gran Canaria, donde se halla su casa-museo, que tuve la inquietud de visitar gracias a una estupenda guía llamada María, la cual figura en alguna de las fotinas con que ilustro este texto.
María es una canaria despierta que maneja con soltura tanto el castellano como el inglés. Y procura información de gran interés acerca de Galdós, quien además cuenta en la ciudad de Las Palmas con al menos dos esculturas, además del teatro que lleva su nombre.
Merece la pena (mejor dicho la alegría) acercarse y adentrarse en esta morada natal del autor de los Episodios Nacionales, que fue asimismo dramaturgo, crítico musical, diseñador, dibujante, diputado en las Cortes por Las Palmas, y amigo del escritor cántabro Pereda, como bien recuerda María, la joven guía de esta visita.
Lástima que no consiguiera el premio Nobel de Literatura, aunque fuera propuesto en tres ocasiones, este escritor políglota que hablaba inglés y francés y leía con devoción a Dickens y Balzac, dos de sus maestros.
Un tipo de gran altura, devoto de los perros, tenía un mastín, y, aunque nunca se casó, tuvo una hija y muchos amoríos con mujeres, entre ellas con la escritora gallega Pardo Bazán, algo sobre lo que la guía, María, prefiere no hablar, aunque sí sabe también esta historia. Por supuesto.
La casa museo de Galdós, que es una chulada (se nota que era de familia pudiente) se halla en el barrio de Triana, en concreto en la calle Cano, 6. Se llama Triana, al igual que el famoso barrio sevillano, porque los primeros pobladores procedían de este barrio de Sevilla.
La familia Pérez Galdós se instaló en esta casona de arquitectura tradicional urbana canaria del siglo XVIII. Con patio y con pozo. Una vivienda de tres pisos para una familia numerosa de diez hijos.
El décimo era Benito Pérez Galdós. Ahí se conservan, entre ropas suyas, aparte de otros enseres y recuerdos, el cuadro que le hiciera su amigo el pintor Sorolla, que toda una generación de españoles recordamos impresa en los billetes de 1.000 pesetas.
A Galdós le gustaba la catedral y el llamado Gabinete Literario, donde el escritor asistía a la Academia de Dibujo y conciertos.
Después de la visita, transcurridos unos días, tuve la tentación de volver a esta casa museo, que tanto me llenó, pero al final desistí. Cuando a uno le gusta algo de verdad, convendría volver. Pero María pensaría quizá que me ha había vuelto majara con la casa, con Galdós... Así que decidí que había muchos otros lugares por visitar, como la llamada casa Colón. Por cierto, Colón cuenta con una estatua en la Alameda, en el barrio de Triana.

Casa Colón

Otro lugar que uno no puede perderse en Las Palmas de Gran Canaria es la Casa de Colón, en la que estuvo este extraordinario almirante antes de poner rumbo a las Indias. Sólo de pensarlo me entran ganas de poner rumbo a las Américas.
Durante esta visita me doy cuenta de la relevancia del archipiélago canario en la navegación transatlántica, con maquetas, cartografía, facsímiles, una réplica de la Niña, instrumentos náuticos de aquella época.
Esta casona, próxima a la catedral, ubicada en el barrio histórico de Vegueta, ocupa la Casa de los Gobernadores que visitó Colón en su primer viaje, aunque lo que puede verse ahora está completamente reformado y se trata de un edificio con cuatro patios, con balcones, fuentes, palmeras y hasta una pareja de guacamayos.
Todo muy exótico.
Me recuerda Conchita, que visitó la isla de Gran Canaria en el pasado puente de la Constitución (mientras uno estaba en Palma de Mallorca, de Palma a Palmas, y tiro porque me toca) que tengo que visitar la casa Colón en Valladolid. Pues allá que iré en algún momentico.

Maspalomas y Puerto Mogán

También tuve la ocasión de aproximarme al sur grancanario, en concreto a Maspalomas, una reserva natural que es como un cachito del Sáhara a orillas del mar. Me había hablado de este lugar mágico la amiga Raque, que a ella le cautivó. La verdad es que también me había dicho que la ciudad de Las Palmas le había chiflado.
Me esperaba más de Maspalomas, la verdad, pero en todo caso estuvo bien tocar la tierra de estas dunas y contemplar la charca y el faro para luego emprender rumbo al Puerto de Mogán, que me pareció un sitio muy chulo, aunque atestado de turistas.
Me resultó placentero subir hasta el mirador para tener una panorámica de este espacio lleno de encanto bajo un sol poderoso y un cielo azul comestible.

Esto del cielo comestible ya queda acuñado como marca propia, aunque haga referencia a la belleza comestible de la que nos hablara el divino Dalí.

Agaete

En la costa Noroeste canariona se halla la población de Agaete, situada en la boca de un gran barranco. Me hace recordar a los Gigantes, los acantilados del Oeste de Tenerife.
No en vano desde el puerto de las Nieves -curioso nombre para esta tierra cálida-, parten barcos hacia la isla tinerfeña.
Desde las inmediaciones del muelle se avista el Roque partido, conocido otrora como Dedo de Dios por la peculiar forma de su puño y su dedo apuntando al cielo, de lo que ya no queda lo que cabría esperar a resultas de una maldita tormenta que se cargó una parte de este Roque. Cosas de la Naturaleza, que lo puede todo como una genuina Diosa.
El casco histórico de Agaete se perfila radiante, muy bello, con la belleza inmaculada de lo blanquecino, del azul marino y el verde palmeral, que contrasta de un modo pictórico con el ocre, con la terrosidad del paisaje rocoso.
Asimismo, uno puede darse una vueltica por el llamado paseo de los poetas. Todo muy lindo y lírico. Por supuesto. Un paseo marítimo que recorre gran parte de la costa.
El regreso a Las palmas discurre por Gáldar, población conocida por sus pinturas rupestres. Llama poderosamente la atención la montaña de Gáldar, que es una pirámide natural que se asemeja al Teide.

Teror

En el Interior de la isla Gran Canaria, en medio de un paraje exuberante, se encuentra Teror. Un sitio simbólico para los isleños y atractivo para visitantes y turistas deseosos de penetrar en las entrañas de esta ínsula que me está gustando más de lo que a priori creyera.
Lástima que el cielo aquí, después de todos estos días de color azulito, esté encapotado, tal vez por eso el paisaje rebosa de verdor.
Teror es conocido como uno de los pueblos más bonitos de la isla, con un casco histórico de calles adoquinadas y casonas antiguas pintadas de colores, con balcones de madera, con mucho patrimonio religioso, arquitectónico y cultural. No en vano, es un sitio de peregrinación desde hace más de cinco siglos, con su basílica y su entorno declarados como monumento histórico-artístico de carácter nacional y su Virgen del Pino, que es patrona o matrona de la diócesis de Canarias y gran referente religioso.
Pero además de su religiosidad, Teror es una población conocida por sus sabrosos chorizos. Pues no sólo de nutrientes religiosos vive el ser humano-animal sino del pan y el vino, que se hizo cáliz sagrado, un decir, en este caso de un chorizo que untado en pan con queso derretido es una auténtica delicia para el paladar, para los sentidos.
Durante mi viaje a esta isla he podido probar platos como el rancho canario, la ropa vieja al estilo canario, la pata asada canaria... Y un dulce que jamás olvidaré: el mousse de gofio (harina de millo o maíz).

Las Canteras

Pasear a lo largo de la playa de las Canteras, de más de tres kilómetros de extensión, procura un chute de endorfinas. Es como si uno se creyera en el malecón habanero, con ese edificio magnífico, el auditorio Kraus, al que he bautizado como el faro alado, que es una mezcla de fortaleza y faro al borde del océano, el cual atrae al visitante con su magnetismo. Todo un símbolo arquitectónico y cultural, musical, de esta estupenda ciudad que es Las Palmas, con una temperatura ideal -unos veinte grados-, que en invierno son una bendición para el cuerpo-espíritu de un habitante de la península y en concreto del Noroeste.
Belén de arena en Las Palmas. El Belén de la concordia, mientras el Oriente Próximo arde como un polvorín.
En la playa de las Canteras puede disfrutarse de un Belén de arena, de arte efímero y ecológico, que atrae como un imán por sus figuras inspiradas en grandes artistas como Miguel Ángel, el Greco o José de Ribera, como si uno se adentrara en un desierto lleno de magia.
  
El paseo puede prolongarse hasta el Confital, que es un espacio natural volcánico, quedando el visitante en éxtasis, que es este un buen modo de practicar meditación trascendental mientras acaricia los aromas marinos. Un chute de dopamina.
Al fondo se divisa la montaña de Gáldar como si se tratara del Teide. Una oriunda me saca de mi ensimismamiento diciéndome que se trata de la montaña volcánica de Gáldar, cuya silueta, al atardecer, semeja la del pico más alto de España.
Pasear a orillas del mar, en este caso del Atlántico, procura serenidad a la vez que reflexión. Y entretanto pienso que este es un buen lugar para vivir, con un clima delicioso, esa es la palabra, una delicia.

Vegueta

Me entusiasma el barrio colonial de Vegueta, donde nació la ciudad de Las Palmas, cuyas calles y edificios atesoran más de 500 años de historia.
Aquí se encuentra la emblemática plaza de Santa Ana, con las esculturas de unos perros, y la catedral, cuyo interior recuerda a un palmeral.
Me ha encantado subir a la azotea de la catedral para contemplar la ciudad. Desde este mirador Las Palmas se abre como una ilusión. Mirador, "la única facultad verdadera y aérea", así se definía el greguerístico Ramón Gómez de la Serna.
El sonido de las campanas de la catedral me hizo rememorar al músico y compositor francés Saint-Saens, que sintió adoración por Gran Canaria y en especial por la ciudad de Las Palmas, el cual compuso al menos dos obras inspiradas en esta tierra, como la pieza para piano titulada Las cloches de Las Palmas.
Saint-Saens, a quien descubrí como gran compositor durante mi estancia en la France, era todo un personaje, al que le han rendido homenaje con una estatua en los aledaños del teatro Pérez Galdós.
Las similitudes arquitectónicas del barrio colonial de Vegueta en Las Palmas con determinados barrios o ciudades de Hispanoamérica son evidentes. Y hasta diría que tiene cierto parecido con La Habana Vieja. También la forma de hablar de sus oriundos, como ya había señalado en otro momento.
Resulta curioso que uno viaje a la isla de Gran Canaria como si en realidad hubiera viajado al otrora Nuevo Mundo, ese que dicen que descubrió el bueno de Colón, aunque ya existiera antes de que llegaran los españolitos allí, allende los mares, por supuesto.
Una delicia pasear por este histórico barrio, con su mercado y otros muchos y singulares edificios.
El paisanaje por lo demás y por lo general se me antoja bien amable.
Lástima que el viaje llegue a su fin, pero es que todo tiene un principio y un fin, y hemos de aceptarlo.
El viaje de regreso en guagua desde la parada de Juan XXIII en Las Palmas al aeropuerto lo hice con nostalgia. La temperatura ambiental seguía siendo de unos veinte grados aunque ya era de noche. Y la temperatura afectiva también era buena.
El avión a Madrid (en Iberia) salía ya de madrugada.

jueves, 14 de diciembre de 2023

Suite Habana de Fernando Pérez

Esta tarde de jueves 14 tendremos la proyección y análisis de la película Suite Habana, en el campus de Ponferrada a las 16 horas.  

Suite Habana (Fernando Pérez, 2003) es una de las películas más significativas de la cinematografía cubana contemporánea. 

Suite Habana (Fernando Pérez, 2003)4

Un ejercicio formal y estéticamente audaz, entre el documental y la ficción, con ausencia de diálogos y una importante banda sonora, tanto en los sonidos de la ciudad de La Habana, que provienen de las calles, las casas o los televisores... como en la música compuesta por Edesio Alejandro y Ernesto Cisneros. 

Una banda sonora que pareciera estar influida por las extraordinarias partituras musicales que el compositor Philip Glass compone para los documentales Koyaanisqatsi (1982) y Powaqqatsi (1988), cuyas imágenes, hipnóticas, producen en el espectador un choque visual y emocional. 

En este sentido, Suite Habana es una película tan musical como silenciosa, tan coral como unitaria, que nos propone la construcción de la "cubanidad" de un modo novedoso, desde el silencio, desde lo introspectivo, en una línea que la emparenta, por ejemplo, con Memorias del subdesarrollo de Gutiérrez Alea (1968), pero también con la obra anterior y posterior del propio Fernando Pérez, con películas como Madagascar (1994), La vida es silbar (1998), Madrigal (2006) y La pared de las palabras (2014). 

Según el propio director -al que pude conocer en la Mostra de cine de Lleida de hace años-, Suite Habana reflexiona sobre el ser humano -la Humanidad-, su cotidianeidad, su perseverancia, sus sueños. Y lo hace sólo a través de imágenes y sonidos. De este modo, Fernando Pérez consigue que los espectadores nos identifiquemos de un modo emocional con los personajes: un joven bailarín, un niño con síndrome de Down, una viejecita vendedora de maní...  

Deudora asimismo de películas como Berlín, sinfonía de una ciudad (1927), en Suite Habana los personajes -que son reales y por tanto se representan a sí mismos, con su manera de vivir, su lucha cotidiana, sus anhelos, también con sus decepciones-, no hablan, mostrándose a través de sus comportamientos, de sus acciones.

Tampoco en esta película documental hay situaciones narrativas convencionales, sino que asistimos a una narración de lo cotidiano como si la cámara estuviera registrando la genuina realidad, aunque el punto de vista, la elección de planos y el montaje de los mismos, incluida la banda sonora, nos indican que estamos ante una puesta en escena especialmente trabajada, con elementos del lenguaje de ficción sin llegar, creo, a traicionar la realidad. 

Un montaje que sigue a estos personajes habaneros reales (no son actores profesionales) a lo largo de un día, lo que crea la ilusión de temporalidad auténtica, natural, aunque también la rompe al ensamblar las historias particulares de cada uno de estos personajes en paralelo, logrando de algún modo el tempo de suite al que se refiere el título. 

En Suite Habana asistimos como espectadores a ese día intenso en una capital única, llena de contrastes, desde que amanece hasta que anochece, con el agua como elemento esencial desbordando el mar e inundando el mítico Malecón, o bien la lluvia que cae sobre los edificios derruidos, ya que gran parte de la capital cubana sufre un gran deterioro.  

Universidad de La Habana

Vemos a los personajes con sus rutinas, obligaciones, escuela, trabajo, compras... Y durante la noche con sus sueños, sus momentos de realización personal (están quienes bailan, quienes tocan instrumentos musicales, quienes pintan, quienes aprovechan para pasar tiempo con sus familias), y un epílogo en el que conocemos un poco más de cada uno de ellos, incluso sus sueños a través de breves comentarios gráficos. 

Con el cineasta cubano Fernando Pérez

Resulta característico a la vez que atrevido el empleo de primeros planos y planos detalle, que nos muestran a los personajes con tanta cercanía que nos meten de lleno en las arrugas de sus rostros, las marcas en su piel, las líneas de sus manos... como parte de sus acciones cotidianas (vemos por ejemplo una mano que corta una cebolla, dedos que separan granos de arroz..., el vapor que se escapa de una cafetera, o la presencia de John Lennon, el cual cuenta con una estatua a tamaño natural en un parque situado en el barrio del Vedado). 

Como dije al inicio, Fernando Pérez apuesta por hacer cine en estado puro, con el ritmo propio de lo  cotidiano, mostrando también las cosas pequeñas, que consiguen por lo demás mantenernos enganchados como espectadores porque nos invitan a reflexionar acerca de nuestras propias vidas, de nuestro tiempo presente. 

Una obra esencial, en mi opinión, para entender la ciudad de La Habana.