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viernes, 10 de junio de 2011

Valporquero

                                             Hoces de Vegacervera
Aunque en su día escribí un texto a propósito de Valporquero y sus cuevas, quiero rememorar ahora esta maravilla de la naturaleza, porque recientemente -hace unos días,  nomás, que diría un mejicano- volví a visitar la zona. Una belleza. 
Ya Vegacervera, o mejor dicho un apuesto chivo (quizá sea chiva) saluda al viajero abriéndole un horizonte de hoces. Una masa de rocas calizas y peladas que se yerguen endiosadas, como queriendo apantallar al visitante. Julio Llamazares siempre presente. Inolvidable ese recorrido por las Hoces en Retrato de un bañista, recogido en el Filandón, de Sarmiento, mientras escuchamos la voz del poeta:
Entre las truchas muertas y la herrumbre,
fresas...
Una garganta, garganta profunda, tal vez con anginas, que surca el Torío. Preámbulo fascinante. Ahora sólo queda alcanzar el pueblo de Valporquero del Torío (valle de porcos o porqueros, quizá) y a continuación sus cuevas, que son unas pocholas, según mi compañera de viaje, a tenor de la poca edad que tienen: un millón y pico de años (era Cuaternaria), poco más o menos, o sea, la eternidad y un día para cualquier humano.
 
          Entrada a las cuevas de Valporquero
Es revelador que el único monumento de nuestra provincia, declarado Patrimonio de la Humanidad, sea una ruina, como ha dicho un prócer de la cultura leonesa. Una ruina medular, rojiza y hermosa, donde intervino la mano humana, el brazo esclavo del Imperio romano. Si nuestras Médulas son Patrimonio de la Humanidad, uno se pregunta por qué las cuevas de Valporquero, belleza natural ensoñadora, no han tenido el mismo trato y tratamiento mundial. 
Cuando uno se adentra en estas grutas, se nos esgazan los ojos de tanta maravilla como hay allí. Hace ya algún tiempo, en compañía de una tropa de Erasmus de la Universidad de León, comandados por Adrián, Damelsa y Eva de la Asociación Aegee, enfilamos rumbo a Valporquero a través de esas Hoces y ese paisaje-memoria: la cascada de Nocedo, en el alto del Curueño, que nos hermana y devuelve a la cascada de la ruta de las fuentes curativas en Noceda del Bierzo. Y luego la subida al valle de Valdorria, incluida la Ermita de San Froilán, como un espejismo. 
Esta es ya la cuarta vez que me adentro en las cuevas -la primera fue con seis años, en una excursión escolar, y la segunda siendo aún adolescente-, sin embargo quedé maravillado, como un tierno infante, que se deslumbrara por vez primera ante tamaña belleza de estalactitas y estalagmitas. Conviene señalar que estas cuevas se abrieron al público un año antes de que me nacieran, esto es, en 1966.
Nuestro guía, durante mi tercera visita, fue un tal Jose Llamazares, natural de La Sobarriba o costa del adobe, que nos contó un sinfín de historias acerca de estas cavernas, entre otras que son las más grandes de España, “que se pueden visitar en su totalidad”, precisó, porque también están las de Ojo Guareña en Burgos, que aunque figuran entre las diez más grandes del mundo, sólo se puede acceder a una pequeña parte de las mismas. 

Si las Cuevas de Valporquero, en vez de estar en la montaña leonesa, estuvieran en Cataluña o en Mallorca, como las del Drach, “tendrían 70.000 visitantes al mes”, aseguró este buen hombre. Pues será verdad. 
También Jose Llamazares, además de mostrar su devoción por las palomas mensajeras, algo que me cautivó, incluso me hizo volar alto y lejos -como esos animalitos capaces de llevar correspondencia en dos días desde Casablanca a León-, nos contó que estas grutas han servido como escenario natural para el rodaje de secuencias de películas, como la de la Cueva de Montesinos de El Quijote, de Gutiérrez Aragón, y algún documental de Al filo de lo imposible. También La herencia de Valdemar, que no he llegado a ver, fue filmada en las cuevas, al menos algunas secuencias, algo de lo que nos da fe nuestro hasta ahora último guía, Paco. 
El recorrido por las diferentes salas, alguna con helictitas, como la Sala de las Maravillas resultó instructivo, amén de divertido, durante mi tercera visita, y me hizo imaginar un mundo fascinante y peliculero, como esos paisajes de ficción transilvaniana que vemos en el Drácula de Coppola. Al parecer, en La herencia de Valdemar también se puede ver al personaje que interpreta a Bram Stoker. 
En mi cuarta -y hasta el momento última visita- disfruté de nuevo contemplando la belleza contenida en este espacio cavernario, que me invitó a reflexionar sobre la levedad y la finitud del ser humano. "Para formarse una columna, como algunas que estáis viendo, deben transcurrir miles de años... A razón de dos centímetros por cada cien años, más o menos", nos dijo nuestro guía Paco, que nos hizo un recorrido más bien corto -y eso que sólo íbamos cuatro personas, o quizá por eso mismo-, si lo comparamos con respecto a la vez anterior, cuando fui con los alumnos de la ULE. 

Al parecer, hay un recorrido normal, cuya duración es de unos cincuenta minutos, y otro más largo, con una duración aproximada de hora y media. Es una lástima que no pudiéramos visitar de nuevo la Sala de las maravillas. Otra vez será, si ha de ser.  

Al preguntarle por las películas que se han rodado en las cuevas, Paco aclara que se han filmado desde una versión de Viaje al centro de la tierra, de Juan Piquer, hasta la ya mencionada Herencia de Valdemar (el desenlace de la segunda parte) y aun una versión de La isla del tesoro (El tesoro), dirigida por Martín Cuenca, que nuestro guía tuvo la ocasión de ver en la televisión gallega. 

Las que no se me resistieron esta vez fueron las fotos, que quedaron en verdad espectrales (algún fantasma se ve, aunque mejor sería decir que algunas aparecen movidas), porque cuando estuve la penúltima vez, si bien hice fotos con película -casi nada-, nunca llegué a verlas reveladas porque mi cámara Yashica (condenada, sin duda, porque ya en Lisboa había peligrado) fue a parar a las manos... sucias... de cualquier raterillo en Murcia, donde me dio por quedarme sopa, sin querer, claro está, en un banco sito en el parquecito del Ayuntamiento. ¿Quién me mandaría pegar los ojos, y dejar a libre valer la mochilita en que iba la cámara de fotos? 

También recuerdo con especial afecto las techumbres o palapas que hay en los alrededores de las cuevas. Algo que se me quedó grabado en la memoria desde mi primera excursión. 
Desde Valporquero se tienen espléndidas panorámicas de la montaña leonesa, con la aldea de Felmín al fondo. Hasta la próxima... visita.

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