Considerada por los especialistas como la mejor
película del cine español, El verdugo (1963) es una mordaz comedia
negra, o mejor dicho una tragicomedia coral, filmada en una estupenda
fotografía en blanco y negro, debida al italiano Tonino Delli Colli
(director de foto de películas emblemáticas como El nombre de la rosa y La
vida es bella, y aun otras de Fellini y Pasolini), que nos sigue poniendo
los pelos "parados" (con la consiguiente reflexión acerca de la
España en que vivíamos), a la vez que nos hace reír a carcajadas, lo que
resulta extraordinario. Una mezcla explosiva. No obstante, su director,
Berlanga, se siente más satisfecho con Plácido.
A
Berlanga le hubiera gustado que la película tuviera un mayor toque de
comedia, y que José Luis López Vázquez hiciera de verdugo joven, pero como se
trataba de una coproducción hispano-italiana, le impusieron a Nino Manfredi, que aun siendo un grandísimo
actor, no convenció del todo a Berlanga, porque según el director valenciano no
daba el perfil de español. El resto del reparto, sin embargo, sí satisfizo a
Berlanga, con una
Emma Penella en estado de gracia y un Pepe Isbert soberbio, además de otros
grandes como Maria Luisa Ponte, Alfredo Landa, Lola Gaos, Chus
Lampreave, Julia Caba, José Luis Coll, Antonio Ferrandis, Saza, Agustín
González o el propio López Vázquez (en su papel de hermano del joven verdugo,
José Luis),
que encarnan a personajes esperpénticos: un viejo verdugo del régimen (Isbert),
su hija casadera (Penella) y un joven verdugo (Manfredi) -empleado de pompas
fúnebres destinado a heredar el puesto de su futuro suegro-, que es a su vez
víctima de la sociedad y de los aparatos represivos (director de la cárcel,
Guardia Civil, Estado) e ideológicos
(familia). Todo ello enfatizado por la imposición de ponerse una corbata que es
como el correlato del garrote vil que a su vez acorbatará al reo.
Censura
Lo que
a uno le sigue extrañando es cómo logró estrenarse El verdugo, porque el
título hace referencia explícita a El Caudillo, pues con este apodo era
conocido Franco en Italia, quien llegó a decir que "Berlanga no es un
comunista; es algo peor, es un mal español". Precisamente la
película se proyectó en público por primera vez en la Mostra de Venecia (septiembre 1963),
donde acabaría siendo premiada con el galardón de la crítica, época en la que
Franco acababa de ordenar el fusilamiento del comunista Grimau y la ejecución a
garrote vil de dos anarquistas, Granado y Delgado.
Las autoridades españolas de
la época calificaron El verdugo como
"la película más antipatriótica y antiespañola que se hubiera visto
jamás". Por su parte, el embajador en Roma, Alfredo Sánchez Bella,
quien llegó a ser ministro de Información y Turismo, hizo cuanto pudo para
prohibirla: "La película me parece un panfleto político increíble, no
contra el régimen, sino contra toda una sociedad. Es una inacabable crítica
caricaturesca de la vida española", dijo este señor franquista. Pero la
crítica y
el jurado del Festival de Venecia no hicieron caso -por fortuna- al embajador
español y le otorgaron a El verdugo el premio de la crítica
internacional. Posteriormente (en 1965), la peli sería premiada en el Festival
de Moscú, y también ese año recibiría el gran premio de la Academia francesa
del Humor Negro. Asimismo, y a pesar de la censura, El verdugo
obtuvo en España el premio San Jorge de la crítica barcelonesa a la mejor
película en 1964, el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a
Berlanga y Azcona por el mejor argumento en 1963, y el premio del Sindicato
Nacional del Espectáculo a la mejor actriz Emma Penella. En definitiva, esta
peli logró la calificación de Primera
Categoría A.
El
propio director confiesa que la censura se cargó unos 14 minutos de metraje,
"bastantes cortes de censura, muy gilipollas algunos", señaló.
"Por ejemplo, cortaron todas las veces que el protagonista hablaba de irse
a Alemania, y suprimieron el ruido que hacían los hierros del garrote dentro
del maletín del verdugo; también cortaron la escena en que los funcionarios de
prisiones preparan el garrote". Ahí estaba Fraga para asestarle los
cortes definitivos, aunque su verdadera idea era acabar definitivamente con la
peli.
Idea,
argumento y guión
La
idea embrionaria y la matriz que engendraría la película entera le llegó a Berlanga
a través de la imagen que le había contado un amigo abogado acerca de su
experiencia real en una ejecución: un grupo de personas había conducido a
rastras a la víctima -una mujer que se resistía-, mientras que otro grupo lo
había hecho de forma parecida con el verdugo, al que incluso hubo que inyectar
un sedante para arrastrarlo hasta el lugar de la ejecución.
“A mí esta película se me ocurrió a consecuencia de un trauma óptico. Esta película la inventé toda a partir de la imagen que se me ocurrió en Valencia después de que me contaran una ejecución. La imagen era esta de la sala blanca”. Esta poderosa imagen se convirtió, en la peli de Berlanga, en una secuencia pavorosa, antológica, en la que el verdugo es arrastrado hasta el patíbulo por un grupo de personas, mientras que otro grupo arrastra a la víctima. La extrema estilización del decorado, la cámara alejada, la luz blanca del espacio y los personajes –casi siluetas oscuras- que se debaten en silencio en ese sitio siniestro, nos remiten a una pesadilla, acaso a una puesta en escena onírica.
“A mí esta película se me ocurrió a consecuencia de un trauma óptico. Esta película la inventé toda a partir de la imagen que se me ocurrió en Valencia después de que me contaran una ejecución. La imagen era esta de la sala blanca”. Esta poderosa imagen se convirtió, en la peli de Berlanga, en una secuencia pavorosa, antológica, en la que el verdugo es arrastrado hasta el patíbulo por un grupo de personas, mientras que otro grupo arrastra a la víctima. La extrema estilización del decorado, la cámara alejada, la luz blanca del espacio y los personajes –casi siluetas oscuras- que se debaten en silencio en ese sitio siniestro, nos remiten a una pesadilla, acaso a una puesta en escena onírica.
"Esta imagen le resultó tan cruel a Berlanga,
que hizo esta película como un alegato contra la pena de muerte", aunque
también como una recreación irónica de las contradicciones de la España
franquista, grotesca y tragicómica de los 40 y de los 50. Un país espeluznante
comandado por curas, beatas y militares. Un país de funcionarios estrafalarios
y tipos grises.
A Berlanga le producía terror la pena de muerte. “No quiero ni pensar que yo,
en algún momento, pudiera ser condenado a muerte”.
El
argumento original, magistral y a la vez sencillo, inspirado libremente
en un hecho real, corresponde a Berlanga y Azcona. El excelente guión de esta
peli, no sólo en cuanto a la
construcción, sino a su contenido, más trascendental que en otras ocasiones, lo firman tres grandes: Azcona (Plácido, La Vaquilla), el propio Berlanga (Plácido, Bienvenido Mr. Marshall) y Ennio Flaiano (La Dolce Vita, La Strada, ambas de
Fellini), que construyen un discurso humorístico contra de
la pena de muerte, y nos muestran, asimismo, cómo un ser humano pierde, con
facilidad, su libre albedrío, cayendo en la trampa “mortal” que le tiende la
sociedad: Si quieres obtener seguridad, tendrás que hacer lo que se te pida,
aunque sea horrible, y vaya en contra de tu moral. Terrible. Bienestar o
libertad. A vuestra elección. Como en la vida misma. Y en esas andamos y
seguimos. Al final la justicia también ajusticia al verdugo.
La
narración, de tono esperpéntico, destila una gran acidez, con diálogos
brillantes, naturales y veraces. Contada desde el punto de vista del verdugo, con un ritmo trepidante, da la
impresión de que éste fuera quien sufriera más que el ejecutado. Pues, en el
fondo, el verdugo es víctima de la sociedad, un pobre tipito que tiene que
aceptar ese oficio porque está casado, necesita un piso y no puede sobrevivir
de otro modo. Con un estilo tremendista, la peli nos enseña cómo un ser humano
acaba despojado de sus ideales y hasta de su condición humana a cambio del
bienestar y la seguridad que procura un oficio, aunque este sea verdaderamente
horrible.
Rodaje
La película se rodó –con la ayuda en
la dirección del gran Muñoz Suay- en
escenarios naturales de Madrid y Mallorca -donde se desarrolla la acción-, y
en los platós de los Estudios CEA (Madrid), donde la escenografía, la
relación entre los personajes y decorados es muy importante, donde los
espacios fílmicos expresan un sentido grotesco/grutesco de la puesta en
escena, como ocurre en las Cuevas del
Drach, cuando la Guardia Civil llama, en voz queda, por megáfono, al joven
verdugo, o sea a “Don José Luis Rodríguez… tenga la bondad de bajar al
embarcadero”, al que se llevan a la prisión provincial. Esta secuencia,
típicamente berlanguiana, resume toda su filosofía: en el momento de mayor
felicidad ocurre algo que rompe la paz e introduce la tragedia. El decorado,
fantástico y silencioso, resulta siniestro y cómico a la vez. Y como
espectadores sentimos risa y escalofrío, lo tragicómico en toda su dimensión.
Todo ello subrayado por el traje y el sombrero de paja que luce Manfredi, que
le dan un toque ridículo. Por cierto, el sombrero adquiere un valor
simbólico, metafórico, en la secuencia posterior en el patio de la cárcel, en
la cual la escenografía desempeña un papel protagonista.
Rodada en un plano-secuencia con cámara fija, prácticamente silente, se registra, en picado, un espacio desprovisto de toda decoración. Y, en la pared del fondo, una puerta como un agujero oscuro por el que van entrando, primero el grupo que acompaña al condenado y luego el que conduce al verdugo, que se desmaya como si él fuera a ser ejecutado, y encima, en el forcejeo con los guardias, se le cae el sombrero al suelo (cual si se le cayera la cabeza). Al final de la secuencia, vemos cómo un guardián vuelve por el sombrero de paja que se le ha caído al suelo al joven verdugo, hasta desaparecer por la puerta-agujero como el resto de la “comparsa”. Un auténtico carnaval en la que se invierten los roles, porque el verdugo parece el condenado. Tras la puerta-agujero, el llamado fuera de campo, se esconde la muerte.
Una
gran parte de la peli está filmada en planos secuencia, en una puesta en
escena “algo teatral”, debido a que cuenta con un guión elaborado, que le
permite estudiar el mejor emplazamiento de cámara para filmar toda la acción,
y con el fin de que se luzca el elenco actoral mostrándonos un
divertido muestrario sociocultural de los problemas más típicos de aquella
España cutre y casposa, como la carencia de vivienda, la excesiva
burocratización, la diferencia de clases, la emigración y el turismo
emergente en la década de los sesenta.
El verdugo
sobresale asimismo por sus contrapuntos, la distorsión que se produce al
mezclar los planteamientos morales que conlleva la pena de muerte, en un
entorno como Palma de Mallorca, donde se muestra un incipiente turismo: otra
imagen de la realidad, que se contrapone a la sordidez de la cárcel y la pena
de muerte.
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