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jueves, 31 de marzo de 2011

Los pájaros, de Hitch


Asistimos a la inversión del viejo conflicto entre los hombres y los pájaros y esta vez los pájaros están fuera y el ser humano está en la jaula (Truffaut, El cine según Hitchcock).

Los pájaros disecados por Norman Bates en Psicosis prefiguran, en cierto modo, la siguiente peli del genio Hitch: Los pájaros, que se nos muestra como una terrorífica narración fílmica, es un relato apocalíptico. “¡Es el fin del mundo!”, grita un personaje. 
Los pájaros son otra de las obsesiones del maestro de la intriga, y representan o encarnan, según él, lo impredecible, el caos. Los pajaritos del amor (love birds) –vaya ironía- acaban convirtiéndose en pájaros asesinos. No todo el monte es orgasmo, una vez más.
La construcción de la historia es perfecta –según el cineasta Truffaut- porque respeta las tres unidades de la tragedia clásica: unidad de lugar (toda la acción transcurre en Bodega Bay), de tiempo (dos días) y de acción (los pájaros son cada vez más numerosos y violentos). 
Si la puesta en escena existe en el cine es –según Hitch-, o bien para contraer el tiempo, o bien para dilatarlo, según las necesidades.
Resultan realmente impactantes las secuencias de los ataques de los pájaros a los seres humanos, con una banda sonora hecha con los ruidos espantosos de las gaviotas y aun otras aves. Aunque no hay música de fondo, los sonidos de los pájaros fueron trabajados como una verdadera partitura. Y Herrmann supervisó el sonido de toda la película. Me encanta sobre todo esa en la que el personaje de Melanie se refugia en una cabina telefónica (es probable que me recuerde La cabina, de Mercero).
Se trata de una peli compleja, desde un punto de vista técnico, pues aparte de aves reales, se utilizaron pájaros artificiales, mecánicos, y se hicieron verdaderas piruetas en la fase de postproducción para lograr los efectos deseados. No en balde, fue nominada al Óscar a los mejores efectos especiales.
Se puede decir que tiene cierto paralelismo con Psicosis porque aunque se trata de películas de apariencia diferente, en el fondo mantienen algunos parecidos, y en ambas podemos encontrar semejanzas visuales, que nos sorprenden. Valga como ejemplo la similitud existente entre la secuencia de la ducha en Psicosis y la que nos muestra a Tippi Hedren en la buhardilla de Los pájaros. En una se produce agresión a cuchilladas mientras que en la otra se nos revela a picotazos, resueltas ambas, en todo caso, con una gran maestría de planificación y efectos sonoros. Como dato anecdótico, la prota de Los pájaros se llama Melanie Daniel, una desconocida actriz hasta que Hitch la sacó del anonimato para que interpretara un papel estelar, lo que la proyectó a la fama. Tippi Hedren (quien hace el papel de Melanie) es la madre real de la actriz Melanie Griffith.
Por otro lado, tanto Psicosis como Los pájaros, que en verdad son arriesgadas y transgresoras para su época, incluso en la actualidad, nos presentan personajes femeninos que se ven envueltos en circunstancias extraordinarias, desconcertantes, con el consiguiente desencadenamiento de una violencia atroz, desmedida. Asimismo, en ambas pelis se nos enseñan a madres castradoras con sus respectivos hijos.
Aparte de las semejanzas entre una y otra película, Hitch, que era buen seguidor del cine de Luis Buñuel, también nos adentra, en Los pájaros, en un surrealismo propio de El ángel exterminador.
Los pájaros y El ángel exterminador comparten lo enigmático, lo misterioso de la vida. ¿Por qué atacan  los pájaros a las personas y por qué los burguesitos de la mansión de El ángel exterminador no pueden abandonarla aunque a priori nada se lo impide? En ambas películas, los personajes acaban enjaulados ante la amenaza exterior, en el caso de Hitch, y el propio miedo a la libertad, en la peli de Buñuel.
Una vez más Hitch parte de la realidad –el ataque de unos cuervos a unos corderos- para trascenderla, transfigurarla en una fantasía, en el sentido literal del término. Aunque conviene recordar que el director del suspense tomó también como punto de partida la novela corta y homónima de Daphne du Maurier, quien ya había escrito Rebeca. No obstante, Hitch confiesa que la novela The birds le defraudó en cuanto al argumento y los personajes. 
El ataque de las aves a una población común y corriente, la comunidad que vive en Bodega Bay, es un pretexto para hacernos reflexionar acerca de la fragilidad del ser humano, y lo insignificante y absurda que puede llegar a ser la vida. Hitch era muy kafkiano en sus planteamientos. No lo olvidemos.
El final de la peli (que no es tal) nos deja desasosegados porque lo imprevisible sigue al acecho. Los pájaros hasta el infinito. Y un silencio/ruido artificial que evoca el susurro del mar en la lejanía.


viernes, 25 de marzo de 2011

Lagos y ríos del Bierzo

El Consejo Comarcal del Bierzo me encargó hacer los textos para el Calendario de este año 2011, y me apetece mostrarlos aquí, en mi diario de bitácora, acompañados de las fotos realizadas por Odonel Ramón.
En esta ocasión, les daré vuelo a los textos de los meses de febrero y marzo.

                      Foto de Odonel Ramón: Lago Las Charcas en Campo del Agua
Las Charcas, bajo la atenta y poderosa mirada de los picos, con el porte de un pequeño y colorido lago, cuyas aguas devuelven el reflejo paisajístico de su esplendor. Aguas serenas y remansadas, en cuya superficie aflora el color virginal de los nenúfares, que procura sosiego.

Charcas para ser contempladas con ojos de admiración, como una naturaleza reinventada en un sinfín de tonalidades, braña empapada de matices, cuadro impresionista en el que se hubieran mezclado, siempre en armónica proporción, los amarillos y púrpura que brindan alegría y confianza, y los azules y verdes, que transmiten tranquilidad.


Foto de Odonel Ramón: Río Balboa

La serenidad de sus aguas, aunque se intuyan frescas y aun frías, invita a darse un chapuzón en ellas. Uno llega a sentirse en paz y religado con este río apacible, a su paso por Balboa, tierra de bonanzas, tocada por la varita de lo grandioso, con sus prehistóricas construcciones y su valle desbordante y hospitalario en las estribaciones de los Ancares.
Suspendido sobre el río Balboa, se perfila un puente de madera, hecho con sabiduría ancestral y con mimo, que lo humaniza y le da prestancia, de tal suerte que lo convierte en símbolo cercano, artesanal y aun artístico, acorde con sus pallozas, hechas con el aroma de la madera ahumada y el heno de la labranza.

El calendario del Bierzo 2011, emitido en su primera edición con el Diario de León del pasado 15 de diciembre, se agotó prácticamente nada más salir. Por eso, y ante la elevada demanda de lectores fieles a este periódico, se reeditará dicho almanaque y será entregado mañana martes 4 de enero con cada ejemplar. Eso sí, en esta ocasión la promoción es exclusiva para la comarca del Bierzo.
El calendario lleva por título «El Bierzo, ríos y lagos» y presenta en un formato manejable bellas estampas de la geografía berciana a todo color, una cada mes. Así, enero está presidido por el río Sil y el puente en el municipio de Páramo del Sil. Con textos breves de Manuel Cuenya y fotografías de Odonel Ramón, se ofrece un atractivo calendario que, a juzgar por el interés de los lectores, ha gustado mucho.
El almanaque del Bierzo que reeditará en esta ocasión el Diario de León y que sale de nuevo a calle con la venta del periódico en la comarca, ofrece todo lo necesario para saber cuándo cambia la luna y también el santoral, amén de las espectaculares imágenes de rincones del Bierzo que invitan también a hacer turismo por sus ríos y sus lagos.
Por ejemplo, el próximo mes de febrero está acompañado por una imagen inédita del lago Las Charcas, en Campo del Agua. Marzo está presidido por un puente espectacular de madera en el río Balboa, en el municipio del mismo nombre. Para ver el lago de Carucedo todo el mes sobre el almanaque tendrá que llegar abril.
El recorrido por el Bierzo es dispar y así, en mayo se la fotografía del río Boeza en Folgoso de la Ribera. Junio queda dedicado al lago Somido, en Las Médulas. En julio aparece la foto del río Burbia en Corullón, mientras que en agosto se ve a un pescador en el río Valcarce en Pereje. El río Cúa en Chano es la foto que ilustra septiembre . El río Oza, en Peñalba lo hace en octubre y el Selmo, en Oencia, aparece en el calendario 2011 en noviembre. El almanaque se cierra en diciembre con una foto del lago Cheiroso. Pero el final está dedicado al mapa del Bierzo.
El calendario del Bierzo que Diario de León entregará mañana martes 4 de enero en su reedición cuenta con el patrocinio del Consejo Comarcal (fuente, Diario de León).






Vista del mes de enero en el calendario, con el Sil en Páramo.
dl



miércoles, 23 de marzo de 2011

Elevadores ponferradinos

          
Como uno debe probar, y hasta reprobar, lo que existe en una ciudad, el otro día me dio por utilizar el último ascensor público construido en el llamado barrio de los Judíos, que va a dar a la General Vives, esquina con la cafetería La Solana, y me encantó. Ahora ya contamos con dos elevadores en la city de la energía, en tiempos ciudad del dólar (y alguna vez, como en una ficción, Ciudad del cine, glorieta incluida). A este paso, con tanto ascensor, algún día la capi del Bierzo pueda que sea conocida como la ciudad de los elevadores.  


Nuevo ascensor ponferradino

                                                                 Glorieta del cine


En el año de 2003, creo recordar, se inauguró el primero, de características similares al segundo, panorámico y de estructura metálica. También recuerdo con agrado la primera vez que utilicé el primero (valga la redundancia). Y espero seguir usándolos, tanto uno como otro, que no abusando de los mismos, porque no quiero caer en la dulce tentación del uso desmedido. Los ascensores de marras me parecen inventos extraordinarios. Un lujo que muchos no deberíamos permitirnos, ya que el ejercicio es muy saludable, o eso se dice, y uno debería hacer  mucho ejercicio, caminar, mover el “fodre” o “fudre”, que luegan nos pesan los kilos como una losa mortuoria, y no nos los quitamos de encima ni haciendo ayuno durante un mes como buen musulmán, que no soy, ni siquiera flagelándonos como los mártires, que ya es mucho decir. La obesidad es una enfermedad y hasta un vicio de nuestra sociedad “hamburguesina” y “colesterólica”. Se come mucho y muy mal, y casi no se queman calorías. A poco que uno se descuide en su dieta diaria, que por otra parte es inexistente, ya está ganando tocinamen en la panza, que es el sitio donde uno suele acumular el unto. Mas disponiendo de ascensores como éstos, caramelitos así de ricos, a uno se le quitarán las ganas, a buen seguro,  de subir la pendiente de General Vives, bien sea encarándola desde la glorieta de correos, ya por el barrio de los Judíos, bueno, supongo que será sobre todo en días en los que uno no se sienta con ganas de trepar, y el frío o el calor aprieten con gusto. Qué haraganes nos volvemos cuando nos lo ponen a “güevo”.  La verdad es que esto de atajar de un modo rápido y confortable, vía elevadores, es una maravilla. ¿No me digan que no? Y, además,  nos conduce a la parte alta en un quítame allá esas legañas, que es de lo que se trata.

Confieso que hace ya tiempo -antes de construirse el nuevo ascensor público- me topé casi sin quererlo ni pensarlo con el "viejo" elevador, esto es, el que alcanza la parte alta del lado del Teatro Bérdidum. Serían las dos de la madrugada. Subía por la Vives, luego de darme un paseíto por las nubes ponferradinas. Pasear incluso a deshora de la noche le procura a uno un bienestar sin igual, más que nada cuando la noche está templada, o calurosa, y a uno no le entra el sueño. Lo que me sorprendió, muy gratamente, es que incluso a horas intempestivas el ascensor de turno estuviera disponible y en marcha, lo que no es del todo habitual. Alguna vez también aparece averiado. A lo mejor fue una casualidad. Y una suerte. El asunto es que agradecí aquel viaje como si me hubieran regalado el mejor manjar. Estaba solo. Y solo subí a la zona alta, que es la parte en la que uno vive.  El viaje en este ascensor me hizo recordar el elevador de Santa Justa, que está en mi adorada y exótica ciudad de Lisboa. No sólo viajé en el primer asecensor público de Ponferrada, sino que ese viaje me trasladó a otro mundo, porque Lisboa tiene una sugestión de Finisterre -según Muñoz Molina-, de última ciudad de Europa. Ahora que lo pienso, este elevador me devuelve a la capital del fado, pero Ponferrada me recuerda a Bilbao (ya sin altos hornos ni minería, ni la una ni la otra) en esos sus desniveles, que procuran vértigo.

Panorámica de Ponferrada desde el monte Pajariel
Y el Pajariel como una Archanda desde la que se divisara toda la ciudad, la centenaria, la templaria, la de siempre, la moderna, la ciudad en la que vivo y siento.

                                 ¡Este placer de alejarse!
                                 Londres, Madrid, Ponferrada,
                                 tan lindos... para marcharse.
                                 Lo molesto es la llegada.
                                      (Antonio Machado, El tren)

Exposición de fotos en La Moncloa de San Lázaro


                                      Monumento al vendimiador en Cacabelos

Desde principios de este mes de marzo puede verse en la sala de exposiciones de La Moncloa de San Lázaro, en la localidad berciana de Cacabelos, una muestra fotográfica, cuyo autor es el fotógrafo leonés José Luis Presa Calzado, que ha realizado fotos sobre paisajes nocturnos del Bierzo. Una buena ocasión para acercarse a la villa del vino (monumento a los vendimiadores incluido) y de paso contemplar algunos lugares y símbolos emblemáticos de nuestra comarca como la Cuevona de Las Médulas, el castillo de Sarracín (en Vega de Valcarce), el tejo de San Cristóbal o el lago de Carucedo, que por cierto están acompañados por los textos de escritores de la provincia leonesa, entre ellos, Pedro García Trapiello, Ester folgueral, Olga Fernández, Fermín López Costero, Pedro Muñoz, Abel Aparicio, Santiago Macías, Óscar Prieto o Justo Selles, aparte de este humilde servidor.  

Presa y algunos autores

José Luis Presa, aunque originario de Benavides de Órbigo, vive en la actualidad en Toreno, lo que de alguna manera le ha llevado a recorrer el Bierzo en busca de esos sitios, que él logra iluminar cual si fueran cuadros pictóricos o imágenes líricas, que a uno le han sugerido lo siguiente:

                                        Foto del Lago Carucedo: José Luis Presa
                                              
                                           Lago de Carucedo


Desde esta orilla, alfombrada con el color de los anhelos, contemplo el mundo, las lindes de un tiempo fluido y azul, navegando sobre una noche que invita a saborear el paisaje tierno en el contacto de la mirada y sensual en su colorido, como un paseo melancólico por el lago de los hechizos.
Bajo el árbol sagrado de las profundidades, que cobija y alimenta el espíritu, con su ramaje de palabras y sus esencias, siento ese cielo alumbrado, que me guía a través de otras épocas doradas y fecundas.
Con el romanticismo de quienes aún creemos en el poder aromático de la belleza, saboreo cada instante, cada espacio, como si fuera la primera vez, con esa mirada inocente y salvaje que reinventa el mundo.
Desde aquella orilla, sobre las colinas dormidas de otras miradas y la solidez protectora de sus siluetas, sigo atisbando la lejanía, los contornos de un tiempo impregnado de naturaleza, la fantasía de unas ondinas que me susurran nanas ancestrales y se sumergen en mis ensoñaciones, amasadas con la suavidad de lo primigenio.
Bajo una noche que se refleja en aguas llenas de misterio, siento que discurre mi fabulación forjando este confín con aquel otro confín.

Foto de la carretera de Toreno a Tombrio:José Luis Presa

                                                Camino al cielo
Este es el camino al cielo que trepa a algún paraíso perdido, tal vez al útero. Sobre las ruedas chirriantes de la emoción. En la carretera, a velocidad de vértigo. Cerca de las estrellas, que hablan del origen del universo y aproximan al viajero a la luna. Al final de la noche, que se perfila gélida y huele a charca.
Al fondo se abre un horizonte de fantasía. El viajero escucha los aullidos de los lobos. Vida afilada más allá de las dentelladas de la vida. Aventura. Riesgo. Urgencia por llegar al lugar y recorrer el tiempo de los deseos, que se columpian en una alucinación recurrente. Necesidad de atravesar el espacio, en busca de otra dimensión. Prisa por alcanzar la meta, aunque no se trate de una competición. El placer de sentir el mundo a través de la ruta recorrida. Siempre en el mismo sentido. Mirando al frente. Concentrado. Sin pestañear y sin desviarse de la senda trazada que se colorea con furia. En ocasiones la vida pende de un hilo. En menos de un segundo se pueden quebrar las ilusiones. El viajero sigue los destellos luminosos mientras se adentra en un sueño vaporoso y curvado. Se agarra con uñas y dientes al tiempo que (ya) ha decidido romperse. De repente se congela la belleza.











Psicosis


La primera vez que vi Psicosis, en la tele, era un rapacín, atrevido sin duda. Entonces, los chavalines metíamos el hociquín en todo, incluso donde no nos llamaban. Lo cierto es que me causó una conmoción, de la que no sé si llegué a recuperarme, porque cada vez que la vuelvo a ver, me sigue impactando. Aún tengo clavada en el subconsciente a la "madre" de Norman Bates en aquella escena memorable, en el sótano de la casa de Bates. Creo que no me estalló el corazón de milagro. Qué barbaridad. ¿Cómo un guajín puede ver una peli así, pegado a la pantalla del televisor?

Puedes ver esta peli muchas veces, y aun así, continúa enganchándote. Magia cinematográfica. Maestría de Hitch. Puro cine. Una película muda en su cincuenta por ciento, según Truffaut, pues "contiene dos o tres rollos sin ningún diálogo". Una vez más, el arte de contar con imágenes, eso sí, subrayadas con la explosiva banda sonora compuesta por Herrmann, que nos acuchilla las vísceras con sus sonidos. Psicosis o Psycho es una de mis preferidas. Y una obra maestra del genio, que logró meternos a todos el terror en el cuerpo con sus anormalidades: adulterio, robo, crímenes, psicosis. 

Basada en un hecho real, en los crímenes cometidos por un psicópata de Wisconsin, convertidos en novela (vergonzosamente trucada, según Hitch), que a su vez el maestro del suspense y el miedo psicológico hizo suya, Psicosis nos adentra en un universo de locura, desdoblado, como el propio Norman Bates (que ya forma parte del imaginario colectivo), todo ello envuelto en una escenografía gótica (véase la siniestra casa, que por lo demás está inspirada en House by the Railroad, un cuadro de Edward Hopper).

Como dato anecdótico, me apetece señalar que la atracción conocida como Phantom Manor en  Disneyland París está construida según los diseños originales de la casa de Bates. Algo de lo que puedo dar fe, porque tuve la ocasión de comprobarlo in situ, en mi temporada de cast member al servicio de Mickey. 

Cuadro de Hopper, que inspira la casa de Psicosis
Una peli psicoanalítica (“el primer thriller psicoanalítico”), en la que el prota adolece de un fuerte complejo edípico, lo que a la larga lo convierte en un asesino psicópata. El doble, la doble personalidad, como gran tema del género del terror, y rasgo que define al ser humano de la posmodernidad, sobre todo de las sociedades supuestamente más desarrolladas (por ejemplo los Estados Unidos).
Hitch nos presenta a un ser escindido (interpretado de un modo extraordinario por Tony Perkins) a través de cuya mirada curiosa y perversa también nos hace mirar a nosotros como espectadores, de modo que nos identifiquemos con él.
Phantom Manor Disneyland París

Se trata ésta de una película arriesgada para su época, transgresora (como lo es Vértigo), que rompe con todas las convenciones narrativas, entre otras el asesinato de la prota en la primera parte de la cinta, cuya famosa escena de la ducha resulta, con o sin música, un ejemplo a seguir  en el arte del montaje. Sesenta y pico posiciones de cámara y una semana de rodaje para lograr esta poderosa escena, que dura aproximadamente unos tres minutos. El desagüe de la ducha se funde con el ojo (motivo recurrente en el cine de Hitch) que ya nada puede ver, aunque nos esté mirando.  La escena es bestial, de una gran violencia. Ciertos planos están filmados al ralentí, “para evitar recoger en la imagen los senos”, aclara Hitch (aunque gran parte de la misma la hiciera una modelo desnuda, que dobló a Janet Leigh). "Los planos rodados al ralentí no fueron acelerados después, pues su inserción en el montaje da la impresión de velocidad normal", asegura Hitch.

El personaje de Marion Crane (que interpreta la actriz Janet Leigh, nominada al Óscar como mejor actriz de reparto) también resulta transgresor, tanto en su sexualidad como en sus mañas, con un arranque erótico, aunque veamos a la intérprete cubierta con un sujetador, lo que quizá provoque morbo en el espectador-mirón-voyeur. "Sentía la necesidad de rodar la primera escena de esta manera, con Leigh en sujetador, porque el público cambia, evoluciona", asegura el director.

Después de situarnos, con una panorámica, en la ciudad de Phoenix, Arizona, un viernes, once de diciembre, dos y cuarenta y tres p. m, el mago de la intriga nos cuela por la ventana en la habitación de un hotel. Dos amantes se dan cita un día caluroso en un hotel barato. La tentación del dinero fácil puede trastornar al personal. Y Marion se trastoca. El miedo a ser descubierta por el poli de gafas negras. La paranoia de la persecución. La huida. Los pensamientos de Marion, en voz en off, la angustian y atormentan como una pesadilla repetida en una noche lluviosa, como preámbulo de lo que ocurrirá. La aparición en escena de Perkins como un tipo amable y servicial, tras el que se oculta el lado monstruoso de la realidad: Jekill y Mister Hyde, un taxidermista al que le gusta disecar pájaros (lo que nos remite a su siguiente película). "Eres muy amable", le dice Marion. Si es que uno no se puede fiar de las apariencias.
La voz desdoblada de la subconsciencia/inconsciencia: una madre inexistente (alucinada), la Señora Bates, que pide a gritos que su hijo, Norman, se aleje de la tentación. Trastorno psicótico de manual. No en vano, esta peli se ha empleado en algunas universidades para ilustrar este tipo de psicopatía.

A lo largo de la peli, Hitchcock hace que nos identifiquemos con varios personajes, primero con Marion, luego con Norman, a continuación con la hermana de Marion, Lila (interpretada por Vera Miles), incluso llegamos a identificarnos con el detective (recuérdese la secuencia de éste subiendo por las escaleras de la casa de Bates), mientras se nos es mostrado en un plano general picado y a continuación vemos un primer plano de su cara (lo que da lugar a un fuerte contraste, una colisión o choque entre planos, como quería el cineasta ruso Eisenstein, del que Hitch es deudor). Resulta impactante, asimismo, la caída de espaldas por la escalera del detective, algo que el director consiguió con trucajes, dilatando la acción, para que los espectadores nos recreemos en la escena. Hitch le cuenta a Truffaut cómo filmó esta secuencia: en primer lugar, rueda con la Dolly el descenso de la escalera sin el personaje. Luego, coloca al personaje en una silla especial (al que vemos sentado ante la pantalla de transparencia en la cual se proyectaba el descenso de la escalera). "Entonces, se movía la silla mientras que el detective no tiene más que hacer unos gestos batiendo el aire con los brazos".

Psicosis, realizada con bajo presupuesto -apenas ochocientos mil dólares- y rodada con un equipo de televisión para acabarla con mayor rapidez (salvo la escena de la ducha y alguna más), resultó todo un éxito. Recaudó muchos millones de dólares, unos trece millones en pocos años. Como para que Hitch se retirara para siempre, aunque no lo hizo, porque fue él mismo quien la produjo. Por lo demás, es un referente y un clásico (aunque en su día fuera un film experimental) que sienta precedente en cuanto a la puesta en escena del sexo y la violencia. Ha influido definitivamente en muchas pelis posteriores. Incluso se han filmado hasta segundas, terceras y hasta cuartas partes.  

Confiesa Hitch que Psicosis actuó sobre el público, creando una emoción de masas, y eso le satisfizo. Según él, el argumento le importa poco, los personajes le importan poco, lo que le importa es que la unión de los trozos del film, la fotografía (sorprendentemente en blanco y negro), la banda sonora (demoledora) y todo lo que es puramente técnico podían hacer gritar al público. Pues lo logró.
Cada vez que se me revela la calavera de la "Señora Bates", me pongo a gritar o a temblar.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Con la muerte en los talones

Este viernes, como de costumbre, proyectamos Con la muerte en los talones en el Benevivere de la capital del Bierzo Alto. Os esperamos.
Después de Vértigo, y el proyecto malogrado de una peli sobre el naufragio de un barco, Hitch se atreve con esta superproducción, Con la muerte en los talones, cuyo título original es North by northwest (Norte al noroeste, que en principio no tendría nada que ver con la cinta), aunque si nos fijamos en las localizaciones de rodaje, éste comienza en Nueva York, y lo prosigue en Chicago, Dakota del Sur y California.
Esta es una de las películas más conocidas y quizá más comerciales del genio (puro entretenimiento, llegó a decir su director de la misma), para algunos críticos una de las mejores y para otros el thriller más grande de la historia del cine, una película romántica de suspense, con el tren, una vez más, como escenario recurrente y símbolo amatorio, donde los protas se arrumacan mientras sus cuerpos giran sobre sí mismos, y aquella célebre frase rescatada de los labios de la actriz Eva Marie Saint: “nunca hago el amor con el estómago vacío”.
En cualquier caso, en el subconsciente colectivo perviven las famosas y delirantes secuencias de la subasta de arte, la persecución por el el monte Rushmore o la avioneta fumigadora persiguiendo al prota en el desierto. Se trata ésta de una escena muda (el arte de narrar sólo a través de imágenes), cuya duración es de siete minutos, con un Cary Grant solo ante el peligro, en medio del desierto, lo que es toda una prueba de la maestría cinematográfica del director, algo que ya habíamos visto en la versión en color de El hombre que sabía demasiado (véase la parte rodada en el Royal Albert Hall, aunque en este caso sostenida o reforzada por el concierto y la espera de un acontecimiento que conocemos por adelantado) o bien cuando Stewart sigue a Madeleine (Kim Novak) por la ciudad de San Francisco en Vértigo.
En la escena que transcurre en el desierto, Hitch dilata o manipula el espacio, de modo que la planificación nos permite a los espectadores recrearnos en la avioneta fumigadora tras los pasos (talones) de Grant, que no puede esconderse del todo en este espacio abierto (bueno, el director se saca de la chistera el recurso del maizal). En verdad, esta escena está vacía de verosimilitud y de toda significación –nos aclara el cineasta francés Truffaut-, pero es precisamente esta gratuidad, esta inverosimilitud, la que le da fuerza e interés.
Para esta ocasión, en el equipo artístico (en vez de Stewart, que acabó a tortazos con el director) contó con la presencia escénica de Cary Grant (otro de sus actores fetiche), que le da un aire como de gentleman inglés refinado y cómico a su personaje, quien es confundido con un tal Kaplan (similar al Joseph K de Kafka en El Proceso), en una compleja trama de espionaje. No en balde, esta es una película kafkiana, pura fantasía fundada en el absurdo, que tiene mucho de Falso culpable y 39 escalones. En el fondo, Con la muerte en los talones es como un resumen o compendio de su etapa americana, al igual que 39 escalones lo es de su período británico.
Aunque el guión de Lehman, con muchos giros narrativos, fue nominado a los premios Óscar, resulta algo tramposo y poco creíble en ocasiones, con un final apresurado en el monumento nacional de Rushmore (Dakota del Sur). El propio Cary Grant le dijo a Hitch: “Creo que es un guión espantoso, pues hemos rodado el primer tercio del film, ocurren toda clase de cosas, y no comprendo en absoluto de qué se trata”. Sin embargo, la peli nos cautiva por su ritmo trepidante, lleno de acción, por su velocidad desconcertante, con esa muchedumbre enfebrecida por las calles de Nueva York y un Hitch (su habitual cameo) perdiendo el bus en el último segundo, con la osada e inverosímil escena de Grant conduciendo embolingado con bourbon por una retorcida carretera, mientras es perseguido sin tregua por espías y policías.
Aparte de guión, también fueron nominados la mejor Dirección artística y mejor montaje. En esta peli vemos algunas de las constantes del cine de Hitch, como el falso culpable (un publicista, víctima de una confusión de identidad, que se ve involucrado en una aventura increíble), aderezadas con su característico sentido humorístico y la pulsión sexual que se respira entre los protas: la encubridora y erótica Eva Marie Saint (que obtuvo el Óscar a la mejor actriz de reparto por su papel en La ley del silencio) y Cary Grant. La Metro (M.G.M.) quería la presencia del actor Gregory Peck para el papel que acabó interpretando Cary Grant, tal como dijo Hitch, que se impuso a la productora, porque éste poseía el control artístico total de la peli, fuera cual fuera su coste o duración. En el reparto también sobresalen el actor James Mason en su papel de espía malvado (que también vimos en Lolita, de Kubrick), y Landau en su rol de perverso dispuesto a asesinar a Eva Marie Saint (Eve Kendall) y a Grant (Thornhill). Ambos al borde del abismo en el parque nacional de Rushmore (que en realidad tuvo que filmarse en estudio, con maquetas, porque Hitch no obtuvo el permiso para rodar in situ por razones de seguridad). 
En realidad, Con la muerte en los talones está plagada de trucos invisibles, maquetas, falsos decorados. Por ejemplo: todo lo que ocurre en el edificio de Naciones Unidas (ONU) fue reconstruido en estudio, aunque Hitch (como buen reportero y provisto de una cámara oculta) consiguió rodar bastante material para los fondos, cuyas fotos en color le permitieron reconstruir los decorados en plató. 
Al final de la peli, también vemos la casa de James Mason, que es una construcción del afamado arquitecto Frank Lloyd Wright, aunque reproducida en maqueta cuando se ve desde lejos y parcialmente construida cuando Cary Grant se acerca y merodea a su alrededor.
En cuanto al equipo técnico, Hitchcock se rodea, una vez más, de Burks, que realiza la dirección de foto, de Bernard Herrmann, que compone una magnífica banda sonora, y de Saul Bass, que se ocupa de los títulos de crédito de apertura.
Al igual que Vértigo, su anterior película, ésta se estrenó con gran éxito en el Festival de Cine de San Sebastián.


martes, 8 de marzo de 2011

Carnavalada

El Carnaval, que es época de samba, meneítos y tangazos en el vientre de los excesos, ha llegado al Bierzo, y sobre todo al Bierzo Alto, de la mano del botillo, su primo hermano. Y de este modo somos los primeros en entrarle a la fiesta de la chicha.
Es pues el botillo bembibrense (este año nos lo sirvieron con mimo y con vino Bembibre) quien nos mete en adobo, y nos “pimentea” los huesos carnositos.
Cuando llegue la Abstinencia ya estaremos bien cebados, y prestos para aguantar el rebaje charcutero.
Batuko Tabanka




El botillo y el carnaval (los carnavales o zarramacos, que dicen en mi pueblo) son como dos tortolitos que estuvieran a punto de celebrar sus esponsales. Y nosotros fuéramos los padrinos de boda o los invitados que lleváramos las arras. Y es que el Festival del Botillo de Bembibre, o la comparsa del botelo, es una ocasión extraordinaria para hacerse notar y mostrarse “enzarramacado”, es decir, hecho un carnaval, que así es como nos gusta andar vestidos en días de fiestorro y saraos varios. ¡Jo, tengo que ponerme un modelito chuli, que dé la impresión de que lo he comprado en Milán o en París! No quiero ir vestida como los demás, que para eso soy persona distinguida. ¡Ay, tengo que ponerme el traje a rayas para que parezca hecho un "pinsel"! Venga, todos y todas disfrazados de gala, que el botillo bien se merece ir bien emperifollado, ¿emperi qué? Eso, no te hagas el "xordo". Ah, vale. No te había entendido. En realidad, no me habías prestado atención. ¡Cómo eres!
Este Festival (el del botillo) es máscara para exhibirse ante una cuadrilla que va a su rollo. Todos quieren ver y ser vistos. Pasarela por la que desfila la fresa de nuestra nata montada.
Si bien este año disfruté de lo lindo con la compañía, con quienes tuve el placer de compartir mesa, mantel y viandas, regadas con el mejor vino de la comarca. Extraordinaria la compañía de los hermanos Merayo, Prácticos de puerto ambos, que llevan ya unas tres ediciones asistiendo, entusiasmados, al Festival del Botillo de la villa del Benevivere, y eso que vienen de lejos, Vicente de Málaga y Pedro de Barna. Me encantó conoceros, queridos amigos. Y tú, Vicente, me dejaste maravillado con tus viajes por el ancho mundo, y tus juegos de magia.  Hasta la próxima. 
También me encantó La Braña, interpretando una canción nocedense, que en su día tocaran las pandereteiras, Ángela y Ludivina, a quienes les mando un abrazo entrañable adonde quieran que se encuentren, a buen seguro en ese limbo, que algunos llaman cielo. 
El mantenedor o pregonero, Leo Harlem, no me sedujo, lo siento, y creo que debería haber contado algo acerca de nuestra gastronomía, aunque lo hiciera con humor, claro está. Además, no se le entendía nada bien, quizá porque el sonido no era del todo bueno, y el flamante edificio de Bembibre Arena necesita más potencia acústica, o más claridad y afine en el sonido.
Ahora que recuerdo, Leo Harlem es primo del novio de una paisana mía. Bueno, esto no creo que sea  importante, pero lo digo. Y lo que sí me parece esencial es que el mejor mantenedor hasta ahora ha sido sin duda el amigo Valentín Carrera, que arreó estopa con gran sentido del humor y del verbo, eso que algunos dan en llamar humor inteligente.
Y la semana cultural, previa al Botillo, también estuvo de rechuparse los deditos, con algunos conciertos memorables en el Benevivere, como el de los portugueses Arrefole o el de las mujeres caboverdianas  (Batuko Tabanka) que nos hicieron vibrar. Me recordaron, cómo no, a los gnaouas marroquís aporreando sus tambores hasta alcanzar el éxtasis, lo que daría para otro escrito. Pero prosigamos con nuestras zarramacadas.
Arrefole

Aunque no se monten bacanales y la cena no tenga nada de pantagruélica (está bien, tampoco hay que exagerar), el botillo merece ser degustado con sus cachelos, repollo y choricín. Y luego está el capítulo apariencial: ver y ser visto, llamar la atención y gastar pellejo de alterne, visón de alquiler, vestimenta traída de Venecia, o joyas prestadas de muchos quilates, aunque para ello algunos y algunas tengan que arrojar los cuartos por la ventana. Y al día siguiente les remuerda el resacón y sufran flojera de guita (que no es exactamente lo mismo que flojera de esfínter, perdón).
Los Carnavales continúan hoy (en la sala Tararí actúan los Popis) por todo el Bierzo, y mañana se celebra el entierro de la sardina en Cacabelos. Que chachi.

 
Con estas carnestolendas botilleras uno se hace histrión y acaba entrando definitivamente en el escenario de lo fenomenal. Lo fenomenal entendido en su sentido kantiano, apariencial. Nos encanta vivir de apariencias. Y nos divierte poner a parir al vecino y a bajar de un burro al resto.




lunes, 7 de marzo de 2011

Vértigo (De entre los muertos)


Primer plano de la mitad de un rostro (recuerda a Persona de Bergman). 
Primerísimo plano de los labios (sobre el que aparece sobreimpresionado el nombre de Stewart). 
Primerísimo plano de los ojos sobre el que aparece sobreimpresionado el nombre de Kim Novak). 
Primerísimo plano de un gran ojo  sobre el que aparece el nombre de Hitchcock. 
Del negro se pasa al rojo. 
Se dilata la pupila y vemos sobreimpresionada la palabra Vértigo en mitad del ojo. 
Comienza un baile espiralítico como brotado del ojo. La espiral inunda toda la pantalla. Y vemos los nombres del resto de intérpretes. 
La espiral se convierte en un ramillete, acaso de flores, que no para de girar en el espacio. Continúa la espiral dando vueltas como en un universo en expansión, a la vez que se sobreimpresiona el nombre de Herrman, autor de la banda sonora. 
Volvemos a un primerísimo plano de un ojo rojo  sobre el que aparece el nombre de Hitchcock en el centro del  mismo. Comienza el espectáculo. 

Una barra metálica atraviesa la pantalla horizontalmente. Fondo borroso. Vemos unas manos agarradas a la barra. 
El fondo se aclara y la cámara retrocede (Plano conjunto). Entonces se nos aparece un tipo vestido de blanco que huye en la noche, mientras es perseguido por un policía y por otro hombre (Scottie). 
Plano general nocturno de la ciudad de San Francisco, a la altura de los tejados. 
El mar al fondo y luces rojas y verdes salpicando el encuadre, que son los colores simbólicos en la peli. Panorámica. Plano de conjunto. Raccord en movimiento. Plano cercano del huido trepando por el tejado. 
Plano cercano del poli persiguiendo al tipo de blanco. 
Plano cercano de Scottie intentando subirse al tejado sin lograrlo, agarrado a un canalón del edificio. 
Primer plano de Scottie, desde debajo del tejado. 
Plano medio del poli. Plano subjetivo de Scottie. 
Violento picado hacia el vacío, el abismo, bajo sus pies. Zoom hacia delante y travelling hacia atrás simultáneos. Efecto logrado, dándonos la sensación de vértigo. 
Plano cercano del poli intentando salvar a Scottie... 
Vértigo asegurado...
https://www.youtube.com/watch?v=fjg3rPqZzCg

Vértigo o De entre los muertos (1958), como también se conoce esta peli de Hitch, parte de una novela, De entre los muertos,  cuyos autores, los franceses Boileau y Narcejac, habían escrito otra novela, llevada al cine por Clouzot bajo el título de Las diabólicas. 
Visto el éxito de esta última peli, la Paramount se apresuró a comprar los derechos de De entre los muertos para que el genio del cine la adaptara a la gran pantalla. Y consiguió hacer una obra maestra, porque el director de Con la muerte en los talones se rodea de los mejores, tanto en el plano artístico como en el técnico, y es que el cine -no lo olvidemos- es un verdadero trabajo en equipo, si bien a Hitchcock le gustaba tener todo bajo control, que no se le escapara nada.

En Vértigo o De entre los muertos (ambos títulos acertados y acordes a lo que se relata) el maestro de la intriga cuenta con su actor fetiche, el extraordinario James Stewart (Scottie), en su papel de detective que sufre de vértigo, a resultas de un accidente, mientras perseguía a un ladrón por las azoteas de la ciudad de San Francisco, y la sublime y carnal Kim Novak en su doble papel (la mejor Madeleine y Judy imaginable, aunque no convenciera del todo el riguroso Hitch), colosales ambos en sus interpretaciones.

Por otro lado, está la maternal Migde, que interpreta Barbara Bel Geddes, una actriz conocida en España por su papel en la serie de Dallas, y el breve pero intenso papel de Elster, interpretado por el actor Tom Helmore. Esto en lo referente al elenco actoral, pero conviene reseñar, asimismo, la labor de Bernard Herrmann, que compuso una de las bandas sonoras más sobrecogedoras de la historia del cine.

Herrmann, que ya había trabajado con Hitch en Pero, ¿quién mató a Harry? y en El hombre que sabía demasiado, se inspiró en obras de Mozart y en Tristán e Isolda, de Wagner, para componer la música de Vértigo, y le salió redonda.

Respecto a Tristán e Isolda, cabe señalar  que esta ópera alemana mantiene muchas correspondencias con la peli, no sólo musicales sino también dramáticas. 
En este caso, la música de Herrmann funciona como un elemento expresivo que refuerza las situaciones, y añade fuerza dramática y significado a las imágenes. 
Impacta sobre todo la música de los créditos del inicio (con gran poder metafórico), debidos éstos últimos al diseñador gráfico Bass, y por los que obtuvo la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián en 1958. 
Bass es también el responsable de los títulos de Con la muerte en los talones y Psicosis. 
Dicho sea de paso, conviene recordar que Vértigo se entrenó mundialmente en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en 1958.

Ya desde el arranque de Vértigo vemos cómo se acerca la cámara hacia el interior del ojo derecho de una mujer (un comienzo digno de Buñuel en Un perro andaluz). 
El ojo como motivo iconográfico y constante  en el cine de Hitch. El voyeurismo en todo su esplendor. Y cómo de este ojo emerge una espiral, que funciona como símbolo y da estructura narrativa al relato fílmico, pues hay una similitud entre la secuencia inicial y la final. 
Cabría decir incluso que en Vértigo existe un relato lineal (policíaco) y un relato circular, desarrollado en círculos concéntricos (melodrama). 
El punto de llegada es, por tanto, análogo al punto de partida, aunque no es idéntico.

Como al principio -colgado del canalón de un edificio-, la vida de Scottie (Stewart) queda suspendida en el vacío, enfrentado al abismo, dejando a la imaginación del espectador la suerte de este desdichado detective. 

La espiral, que estructura la peli (al menos lo melodramático) tiene sus equivalentes formales en los ramilletes de Carlotta Valdés y de Madeleine, en el moño de ambas y aun en la escalera de caracol que sube en espiral hacia la torre del campanario, donde la muerte está al acecho. 
Este ojo es, asimismo, el de Norman Bates mirando por la mirilla de la habitación contigua en Psicosis, o el de Stewart fisgando, a través del teleobjetivo de su cámara, al vecindario de enfrente en La ventana indiscreta
El voyeurismo en Vértigo se nos muestra, siempre desde el punto de vista del detective interpretado por Stewart -y sin que medie ningún diálogo-, cuando sigue a la misteriosa Madeleine, mientras la observa desde lejos. 
Resulta portentoso el modo de narrar de Hitch sólo a través de las imágenes (como vivimos también en la parte rodada en el Royal Albert Hall,  en la versión en color de El hombre que sabía demasiado).

Durante más de un cuarto de hora, los espectadores, siempre a través de la mirada del prota Stewart, podemos observar cada movimiento de la enigmática Madeleine, descubriéndola en un primer momento en el restaurante Ernie's y siguiéndola después por diversas localizaciones de San Francisco. 
Asistimos, pues, como espectadores privilegiados a una serie de imágenes inolvidables, cuya fuerza visual y expresiva nos atrapan y emocionan: el perfil de Madeleine cuando se detiene ante Scottie en el restaurante Ernie's, con el color rojo de la moqueta de la pared (símbolo de la pasión amorosa de Scottie). 
O, ya durante la segunda parte de la peli (Vértigo está estructurada en dos partes), la figura fantasmal de Judy en contraluz, ante la ventana de su habitación de hotel, a la que vemos iluminada tan sólo por el neón verde de un cartel luminoso.

Escenas debidas a la labor que realiza el director de foto de Vértigo, Robert Burks (quien también había colaborado con Hitch en anteriores pelis, como Extraños en un tren).

Burks logra así recrear atmósferas fantasmagóricas, imágenes como salidas de entre los muertos, como las ya mencionadas, o cuando vemos, a través del ojo de Stewart, a Madeleine en el cementerio, envuelta en una bruma de misterio (lograda con filtros de niebla), y aun cuando la vemos en Fort Point, bajo el Golden Gate, a punto de lanzarse al agua, como si estuviéramos asistiendo a una recreación del suicidio de Ofelia.

Merece la pena reseñar incluso el trabajo que hizo Edith Head (conocida por sus pelis Eva al desnudo o Vacaciones en Roma) como diseñadora de vestuario, vistiendo a la Novak de un modo impactante, así como los responsables de la dirección artística y del sonido, que fueron premiados con sendos premios Óscar.

El gran tema de Vértigo (al igual que en Rebeca, Psicosis o Los Pájaros) es la muerte
Scottie intenta, como sea, revivir a Madeleine. Si bien Hitchcock no escribía los guiones de sus películas, es evidente que controlaba todos y cada uno de los procesos de elaboración de sus obras. 
La muerte aparece a través de la constante alusión al pasado: a través de las localizaciones elegidas de la ciudad de San Francisco y de sus alrededores, en Las Puertas del Pasado, del Parque del Golden Gate, y de manera implícita en la Misión Dolores y su cementerio, Misión de San Juan Bautista y el Big Basin Redwoods State National Park, ejemplos del colonialismo español de San Francisco, que también murió y renació literalmente de entre las cenizas.

Tras la apariencia de un thriller policíaco -excusa cuasi-perfecta para desarrollar una historia de amor loco-, Hitch nos cuenta cómo un hombre desesperado intenta recuperar a su amada muerta. 
En el fondo, esta peli nos hace reflexionar sobre la impotencia humana ante la irreversibilidad de la muerte -presente a lo largo de toda la peli-, y que encuentra una de sus manifestaciones más claras en la bella escena del bosque de las sequoias, en la cual Madeleine anticipa su funesto destino al afirmar que la longevidad de estos árboles le recuerda que tiene que morir. Este pasaje representa, por lo demás, el auténtico espíritu de tragedia romántica que impregna esta película.

En la escena siguiente, en la que Scottie y Madeleine se besan por primera vez ante un mar embravecido, vuelve a anticiparse la muerte de la mujer, al narrar ésta su extraño y tétrico sueño, que nos remite y anuncia a su vez la inquietante pesadilla de Scottie tras la muerte de su amada.

La obsesión de Scottie por Madeleine, que ya está muerta, le lleva a intentar resucitar su imagen a través del cuerpo de Judy, haciéndole vestir sus ropas y peinándola como a ella. Y la culminación de su esfuerzo (y su éxtasis) se produce cuando logra transformar a Judy en Madeleine (cuando la vemos salir del baño envuelta en un fantasmal halo verde como si en verdad resucitara de entre los muertos). En ese momento, Scottie desea besar a Judy/Madeleine en su afán, digamos, necrófilo (pues en el fondo está besando a una muerta, resucitada, claro está). Inolvidable el largo beso giratorio que se dan Scottie y Judy/Madeleine, uno de los más eróticos de la historia del cine. 
Eros y Tánatos fundidos en un beso eterno.

Vértigo, al igual que Psicosis, está estructurada en dos partes claramente diferenciadas, y en ambas la protagonista femenina muere violentamente a medio-metraje, lo que rompe los esquemas habituales del cine convencional. 
Es como si de repente los espectadores sufriéramos una  decepción y enfado porque todas nuestras expectativas son aniquiladas de un plumazo con la muerte de Madeleine (en Vértigo) y de Marion (en Psicosis), lo que nos obliga a comenzar de nuevo, desde cero, a mitad de peli. 
Este inesperado revés dramático nos produce sorpresa y decepción a partes iguales. Y en el caso de Vértigo, el director no se cansa de sorprendernos y atizarnos con la confesión en off de Judy, que acompaña además de un flashback visual, el cual nos aporta, como espectadores, aún más información, dejándonos boquiabiertos.  
A partir de ese momento, el suspense se centrará en intentar adivinar cómo descubrirá Scottie la verdad, y cómo reaccionará ante la misma.

Todas estas piruetas cinematográficas, realizadas por Hitch, no se encajaron bien, ni por parte de la crítica ni de los espectadores de la época, poco o nada  habituados a un cine tan psicológico. Y sobre todo más  receptivos sobre todo a historias de misterios por resolver o relatos de crímenes perfectos resueltos, eso sí, al final de la película y no al medio-metraje. 
No obstante, los críticos franceses de la Nouvelle Vague francesa, Truffaut y Godard, lograron que Hitch acabara siendo reconocido como un genio del cine. 
Vértigo como una de sus grandes obras.

*Recomiendo la lectura del ensayo de Trías, Vértigo y pasión.