viernes, 28 de octubre de 2011

Casablanca Voyageurs

Bâb Agnaou
Me levanto relativamente temprano. Desayuno con calma, un bocadillo de queso con huevo duro -delicioso-, que acompaño con un café con leche, en uno de los muchos sitios que abundan en la Bâb Agnaou de Marrakech. 


Es Bâb Agnaou (puerta del carnero) tal vez la calle peatonal más transitada de la Medina, tanto de día como de noche. Mientras que durante el día se puede mercadear o bien desayunar, de noche se me antoja un sitio magnífico para darse un paseo en busca de sensaciones y miradas que en ocasiones te llegan a taladrar. Muy animada, sin duda, esta rue del carnero. 


Gare de Marrakech
Jemaâ
Antes de abandonar la Medina, doy una caminata ritual por la Jemaâ, que aun permanece un pelín aletargada, y me dirijo a la parada de autobuses urbanos Alsa. Cojo uno de éstos, que me llevará a la Gare de Marrakech. Llego con tiempo suficiente, lo que me permite darme un voltio por la estación. Ni siquiera pierdo tiempo en comprar el billete. Gestión, si tal puede decirse, que ya hiciera a mi vuelta de Essaouira. Como me quedaba a la mano, aproveché la coyuntura. 


Interior Gare de Marrakech
El tren a Casablanca sale a las once. Aún me queda una hora por delante. Me recreo en ciertos detalles de la Estación hasta que llega el momento de subirme al tren. En Marruecos -supongo que como en casi todos los países- es conveniente llegar con antelación al tren, sobre todo para encontrar asiento, porque podría ocurrir que uno se quedara en el pasillo, de pie, paradito, descompuesto y sin novia. Como ocurre en ocasiones, sin ir más lejos, adelantándome en otra vuelta de tuerca-prolepsis, una vez más a los acontecimientos, en el trayecto de Casablanca Voyageurs a Rabat. Pero esto ya se verá en una próxima entrega. De momento, vayamos por partes.


El tren de Marrakech a Casablanca no parece muy atestado, y encuentro sitio sin problemas. Un billete desde Marrakech a Casablanca cuesta 90 dirhams en segunda clase (en torno a 9 euros), o sea, un regalo para un españolito, que puede ganar lo mismo que un trabajador marroquí en un mes, pero en este caso impartiendo unas tres clases. Qué obscenidad. Dicho esto, cualquier podría creer que uno es rico. Ná de ná. Al contrario. Sólo intentaba hacer una observación, relativa, sin duda, como la relatividad einsteniana y el principio de incertidumbre física que nos presiden, al menos en el universo conocido. Y si no, qué se lo digan a esos tiburones marroquíes que viven en palacios de oro, y cuentan los billetes a puñados, como si talmente fueran papelajos de deshecho, mientras gran parte de la población vive bajo mínimos. Qué curioso. Lo que puede dar de sí un billete, en este caso de tren, para reflexionar acerca del mundo en que vivimos. 


Los viajes en tren en Marruecos suelen ser entretenidos porque no resulta difícil entablar conversación con tus vecinos y vecinas de compartimento. Bueno, y si te toca quedarte anclado en el pasillo, eso puede llegar a convertirse en una romería o un zoco en toda regla. En este caso, y esta vez, tengo la suerte de entrar en charla con una chica, que se sonríe cuando me ve tomar algunas notas y leer una guía trotamundos en francés (Le guide du Routard) sobre MarocEntonces ella, ni corta ni perezosa, se dirige a mí en tono amable. Y entablamos "conversa". Aunque el trayecto de Marrakech a Casablanca (Casa, dicen ellos y ellas) dura unas tres horas aproximadamente (los trenes en Marruecos suelen ser puntuales), se hacen más placenteras cuando puedes entrar en contacto directo con algún nativo u oriunda. 


Salima, que así dice llamarse la chica, me cuenta varias cosas, sin duda de gran interés sobre el sentido de la fiesta del cordero (Aïd el Kbir) y sobre su situación profesional y personal, que estudió precisamente en Casa, que trabaja en Ouarzazate como enfermera, que es de Kenitrá (donde va a ver a su familia, que para ella es "sagrada" y que visita con frecuencia a pesar de la distancia)... Le pregunto si conoce Essaouira. "Sí -me dice en francés- es la ciudad del viento y de las olas". Qué bonito. Y me habla del aceite de argán. Una fuente de sabiduría, la chavala, lo que le agradezco infinito, tanto su compañía como la información. Hablamos incluso de la situación de crisis mundial... de algunos países, como Italia, y de Casablanca y Rabat como ciudades, según ella, algo peligrosas, sobre todo durante la noche, porque hay, dice, muchos ladrones. Bueno... como en todas las grandes ciudades del mundo... 


No tocamos, por fortuna, temas religiosos (algo peliagudo) y todo discurre por los cauces del buen rollito. Por mi parte, le cuento que voy a Casa, donde he quedado con unos amigos y amigas. De este modo, el viaje se hace casi sin querer, el solito. Tras la ventanilla del tren se ven chumberas o nopalitos en un paisaje semidesértico que me devuelve a México (Marruecos y México re-ligados por mis afectos y los nopales). Llegamos en paz a Casa. Nos despedimos. Nos deseamos lo mejor. Y ayudo a bajar la maleta a una señora, que también se apea en Casa, y se la llevo hasta la bajada del tren en la estación. En realidad, también le había echado una mano, en un inicio, para colocársela en el altillo del compartimento. Merci, Chucrán, me dice ella, mientras se lleva su mano al pecho, en un gesto que me late "padrísimo" o "madrísima", muy lindo, que a uno le gustaría poner en práctica en su país. 


Casa (Anfa) es una ciudad con no muy buena reputación, incluso entre el pueblo marroquí, por la que he pasado en varias ocasiones, y donde he estado en una sola ocasión como turista (o viajero) porque turista es el que viaja empaquetado, enlatado, y viajero es quien lo hace a su aire, con libertad de movimientos. Más o menos. 


Impresiona sobre todo su mezquita Hassan II, a orillas del océano Atlántico. La más grande del Magreb. Se cuenta que es el monumento religioso más grande del mundo, después de la Meca. En esta ocasión, no tendré tiempo de recorrer la Medina, como aquella vez en que, después de disparar algunas fotos, un tipo malencarado quería quitarme mi cámara de fotos. La cierto es que no conviene hacer fotos a la ligera en este país, sobre todo al paisanaje, si previamente no has pedido permiso porque podrías verte involucrado en un lío del copón. Las fotos -señalan algunos- roban el alma. Esta vez ni siquiera me permito el lujo de asomar el hocico más allá de los aledaños de la Estación Casa Voyageurs, porque he quedado con mis cuates. Eso sí, me zampo un bocata bien marroquí, hecho con patata, huevo, queso de untar, y aderezado con algo de aceite y pimienta, que ya va siendo hora, mientras espero trenes que pasan y taxis que llegan... Un bocadillo verdaderamente exquisito. Probadlo. Os gustará. Bueno... si no sois remilgadines o remilgadinas. La espera se me hace eterna en Casa Voyageurs. Por fin, después de unas dos horas de espera, arriban ellos y ellas. Y uno que los creía ya perdidos... Hasta la próxima... parada: Rabat. 

Río Oza (Peñalba)

Este mes, que ya está a punto de estirar la pata, toca el río Oza. 

Río Oza. Foto M. Cuenya
Bosque salpicado de una energía especial, que nos devuelve a una naturaleza primigenia. Monte frondoso, surcado por el río que, en otros tiempos, diera de beber a anacoretas y peregrinos. Tiempos de espiritualidad y recogimiento en la Tebaida berciana. Entorno sublime que invita a alejarnos del bullicio insustancial y a perdernos a gusto en su frescura nutricia e inspiradora.
El río Oza habla la lengua de los santos, y baila una danza arrulladora, cargada de buenas vibraciones, que ayuda a elevarnos y trascender. Y seguirá alimentando nuestros sueños con sus aguas purificadoras, con su vigor, y ese hálito que insuflará vida más allá de la vida

jueves, 27 de octubre de 2011

En busca del argán

Essaouira
Prosigo con mis cartas marroquíes, mientras saboreo aún los aromas de mi último viaje al país de las miradas que tocan y acarician. Una botella de aceite de argán en la maleta de mano como fetiche. Y ahora que no les de a los tipitos o tipitas del aeropuerto por quitármelo, alegando que es líquido y supera los límites estipulados. Por fortuna, la botella pasa el control sin mayores problemas en el Aeropuerto Mahamed V de Casablanca, lo cual me alivia. Me estoy adelantando pero bueno... acaso en un alarde de prolepsis, estilo Crónica de una muerte anunciada, o El túnel, de Sábato, que en cine se conoce como flashforward, casi , como vemos por ejemplo en American Beauty (qué pedante me he puesto). "Tengo 42 años -dice el prota de esta grandiosa peli americana- y en menos de un año estaré muerto”. Vaya arranque. Como ponérsele a uno los pelos parados, ché. 


Huile d'Argane Alimentaire Bio Atlas Tajmil, eso es lo que pone en la botella. Riche en vitamine E, en oméga 6 et oméga 3. Pues extraordinario. Reduce la tasa de colesterol sanguíneo y tiene un efecto anticancerígeno (esto figura también en francés). 


El aceite de argán, cuyas propiedades resultan cuasi milagrosas, me re-liga a Al-Magrib, en concreto a los bosques de Agadir y de Essaouira, que desde finales de los 90 son Reserva de la Biosfera por su valor ecológico, cultural y económico.  


Gare de Marrakech
Al parecer, el argán es un árbol exclusivo de estas zonas del Atlas y Antiatlas, aunque también se encuentra en México, según me contara Salima en el trayecto de Marrakech a Casablanca, y también se dice que hay algún ejemplar en Andalucía. Qué privilegio. 


Al final, va a resultar que el argán vive y se da en lugares con los que uno tiene gran conexión. Por tanto, a partir de ahora, que he probado este bálsamo, me declararé devoto del mismo para, llegado el caso, combatir la hipertensión y el colesterol, que de momento -toco madera, de argán- no creo tener. 


En busca del argán como si fuera un Indiana Jones en busca del arca perdida. 


Medina de Rabat
A decir verdad, una botellita de aceite de argán, tanto si es como alimento o cosmético, resulta cara. Unos cien dirhams el cuarto litro, o sea, unos 10 euritos. Y eso si regateas. Como ocurriera en la Medina de Rabat, que por cierto nunca hubiera imaginado tan grande y apetitosa. Esta es ya mi segunda visita a Rabat, pero la primera vez ni me enteré. He de confesar (como mal cristiano) que no paré mucho en esta urbe, salvo para echarle unas fotitas (al estilo japonés) a la Torre de Hassan. Y poco más. Me he saltado, como el que no quiere la cosa y por arte de magia, de Essaouira a Rabat. Bueno, el argán, que todo lo preside, me ha llevado hasta allá. Pero no os inquietéis, que procuraré seguir relatando, con cierto (des)orden y (des)concierto, este viajecito por le Maroc. 

Torre de Hassan
En mi próxima visita a Essaouira (qué guay, ya estoy pensando en viajes) iré a Diabat, que tanta mitología generó en sus días con el hippismo, los fumetas, Hendrix y otros. Y me postraré ante un arbusto de argán, cual si estuviera rezando el muecín, para hacerle reverencias cual si fuera un numen o divinidad. 


Un pretexto más -los pretextos se inventaron para los pendejos, diría un mexica- para volver a Essaouira. Cuando uno deja uno sitio, acaba sintiendo como nostalgia por algún paraíso perdido. Y la visita a esta ciudad   blanca, con las ventanas y puertas pintadas de azul celeste, me latió breve. 


El regreso a Marrakech, como espacio primigenio, lo hice en un Supratours, que iba hasta los topes, en compañía, en esta ocasión, de una marroquí parca en palabras, con la mirada escondida tras unas gafas de sol. La fama de autobús magnífico se me cayó por los suelos, aunque los turistas prefieren esta modalidad frente a la CTM (Compañía de Transportes Marroquíes), que me parece mejor, con todos los respetos. La diferencia, entre una y otra, reside nomás en que Supratours es una compañía privada y la CTM es pública. El precio en ambas es el mismo: 70 dirhams, esto es, un regalito para los europeos relamidos. Bueno, y la CTM te asegura tu equipaje por un valor de 100 dirhams (DH), si se te pierde, a cambio del pago de 5 DH de suplemento. Con el sol a punto de ponerse/ocultarse, llegué a la antigua estación de Marrakech (ahora estación de Supratours) para encaminarme a la Medina en busca de mi "suite" en el hotel Faouzi. Bonne continuation, le deseé a la marroquí, que sonrió, ya sin sus gafas de sol. Y, en efecto, la misma habitación me estaba esperando, qué bueno. Cené un tajine de poulet en el Toubkal, que me supo a gloria bendita, me di una vuelta ceremonial por la Jemaâ y volví al hotel para descansar. 
Marrakech
"Mañana -me dije- me reencontraré con mis amigos y amigas en Casablanca... Casa Voyageurs". Próxima parada.  

miércoles, 26 de octubre de 2011

Essaouira, capital de la música gnaoua

La presencia de artistas y músicos como Hendrix (aunque al parecer sólo viajara una vez en su vida a esta fortificación amurallada a orillas del Atlántico), Bob Marley o el propio Yusuf Islam (Cat Stevens), aparte de Leonard Cohen o bien Frank Zappa, entre otros, da una idea de su potencial musical. Músicos, todos ellos, seducidos a buen seguro por los sonidos gnaouas o gnauas (gnawas), cuyos orígenes pueden encontrarse en el África subsahariana, pues éstos son descendientes de antiguos esclavos negros. 


La música gnaoua es quizá uno de los atractivos de esta ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad en 2001, y cuyo festival de música suele celebrarse a finales de junio. Quienes estén interesados en el tema pueden familiarizarse con este vídeo y consultar la web: http://www.festival-gnaoua.net/festival_essaouira/pages/index.php


Al parecer, el originario festival ha derivado en estos últimos años hacia un  Festival de Músicas del Mundo. Algo con lo que los puristas no están de acuerdo. En la Derb Laâlouj, donde me alojara esta última vez, también se encuentra el Museo Sidi Mohammed Ben Abdallah, que cuenta con trajes e instrumentos gnauas, entre otros.
En todo caso, para ver a los gnaouas brincar y re-brincar, que en el fondo son unos "chamanes" cuyo último fin es lograr entrar en trance, no hay más que darse un paseo, una vez más, por la Jamaâ de Marrakech, que es Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. 


Gnaouas en la Jemaâ
La perla del Atlántico o ciudad de los alisios, Swira, donde el viento sopla con fuerza -lo que procura un excelente escenario a los devotos del surf-, no se agota ni como paraíso para practicar deportes de viento ni como capital musical, ya que es asimismo una referencia del arte pictórico contemporáneo marroquí, cuyas influencias pueden hallarse en la cultura gnaua. Y prueba de ello son los cuadros que uno puede ver a su paso por las callejuelas de la Medina. 


Para finalizar este recorrido por la cultura gnaua y la ciudad de Essaouira, cuya población es aproximadamente la misma que la de Ponferrada, no me resisto a señalar la influencia que ésta ha ejercido en grupos como Nass el Ghiwane, sobre el que he hablado ya en este blog, y aun en el llamado Living Teatre, que aboga por un teatro experimental, controvertido, anárquico, improvisado, como son los espectáculos o "puestas en escena" de los gnauas. 


Originarios de Casablanca, la música de los Nass el Ghiwan también nos ayuda a levitar. El cineasta Scorsese incluyó un tema suyo, Ya Sah, en la banda sonora de "La última tentación de Cristo", película rodada por cierto en Marruecos. 

Essaouira en tu mochila

 

http://www.diariodeleon.es/noticias/revista/la-capital-de-los-sentidos_658748.html

Essaouira

La capital de los sentidos


A tres horas de marrakech se encuentra un rincón que engancha por su belleza blanca y azul, por sus callejuelas y su decadencia y por su intenso olor a pescado. El espectáculo neorrealista está asegurado

"Lo vi al fondo. A punto de viajar al Bronx o Essaouira", escribe César Gavela a propósito de uno mismo. Pues sí, en esta ocasión (me) tocó Essaouira, acaso con su varita mágica, amigo César, porque en el Bronx -bueno, en sus inmediaciones, incluido el barrio de Harlem- estuve hace ya muchos años, en torno al 1995, y no he vuelto desde que cayeran las torres gemelas y se derrumbara, en cierto sentido, el Imperio Americano. En cambio, en Essaouira (la antigua Mogador) he estado en tres ocasiones, creo recordar. Y siempre encuentro algún motivo para volver. Esta última vez llevado por la curiosidad de conocer in situ Casa Vera y rememorar viejos tiempos, con el regusto del zumo de mandarina en los labios y el aroma de pescado a la brasa en los aledaños del puerto, en realidad en la plaza Moulay Hassan. 


En temporada de calor, cuando en Marrakech sube el termómetro hasta los cuarenta grados diurnos (como ahora, y más de cincuenta en pleno agosto, doy fe porque los he sufrido), Essaouira te "brisea" el cuerpo y broncea el alma en sus playas. Si bien es cierto, su clima resulta algo húmedo, sobre todo para mis huesos, después de estar sometido a altas y secas temperaturas, como es el caso de Marrakech, ciudad por la que siento adoración. No lo puedo evitar. Mas una escapada a Essaouira resulta estimulante, y ayuda a refrescar las ideas (suponiendo que uno las tenga, que es mucho decir) y poner en cierto orden los recorridos por este país llamado Al-Magrib. 


El sosiego de la ciudad te permite olvidarte del mundo, mientras saboreas ese zumito de mandarina, a veces mezclado con pomelo (o algo así), que le da como un regusto amargo, que te hace tomar consciencia de tu paladar. Los sentidos. Qué importantes a la hora de viajar. Y de vivir, en definitiva, con intensidad. Luego del zumo, te acercas a un puesto-restaurante de pescado, donde, después de algún que otro regateo, te brasean calamares, unos camarones, incluso algo de pulpo (curioso sabor asado y sin el aderezo del aceite y el pimentón berciano). Hasta las sardinas te saben ricas. Se te mezclan sabores, que rematas con un té a la menta y un cigarrillo de liar. 


Gustos que te procuras así, en momentos de felicidad o de éxtasis, acaso místico. Bueno, de momento aún no tienes previsto convertirte al islamismo ni devenir en santón, quizá en eremita, eso sí, en sociedad, como ya has apuntado en alguna otra ocasión. Nomás. 


La vida en esta ciudad se concentra sobre todo en torno a la plaza Moulay Hassan, en el puerto, en el zoco Jedid de la Medina, en el antiguo Mellah o barrio judío (importante la comunidad judía en esta ciudad) y en la Bab Doukkala, donde se halla la parada oficial (qué cosas digo) de taxis colectivos y autobuses, entre ellos la CTM (no así Supratours, que tiene su apeadero en Bab Marrakech), aunque deambular/medinear por sus callejuelas te devuelve a otro mundo y a la vez te mantiene intrigado, con la sorpresa a flor de piel, como si de repente te fueras a encontrar con algo insólito, quizá con el espíritu de Hendrix, tal vez con el cuerpo encarnado o reencarnado de Cat Stevens, esto es Yusuf Islam, al que no reconocerías, tras su semblante barbado de muyahidín, aunque darías algo por haberlo visto y saludado. Por más que pones empeño en el asunto, nadie logra decirte si Stevens sigue viviendo en Essaouira o bien permanece sólo algunas temporadas en la ciudad. Como mucho encuentras a un tipo, que se dice bereber -algo poco creíble, a tenor de lo sucedido- que te cuenta algunas cosas, bajo el flipe del kifi, supongo, para luego desmentirlas. "No es cierto nada de lo que te he contado", asegura el capullo con un risa desbocada, perdón, e incluso me invita a que rompa lo que he escrito bajo su atenta mirada, "porque tú no vas a publicar esto que te estoy diciendo", me puntualiza. En el fondo, el rapaz de marras es un comerciante de alfombras y tapices, que tras su apariencia, en principio amable y cautivadora, se queda en un "kifiado" alucinatorio. Es lo que tienen las relaciones humanas. A veces funcionan, y en ocasiones no. C'est la vie. También el recepcionista del hotel en que me alojo, que en verdad tampoco me inspira demasiada confianza (no ha habido suerte esta vez),  me dice que Cat Stevens vive durante temporadas en Essaouira, incluso en una aldea próxima llamada Diabat, mientras que el resto del año permanece en Londres. Quién sabe. 









Las islas Púrpura

En todo caso, no llego a visitar Diabat. En otro momento. Espero. Y tampoco logro obtener más información al respecto. Me quedo, no obstante, con el hecho de haberlo intentado, sin demasiado éxito. Y con el olor a pescado, en ocasiones muy intenso, en mi visita al puerto pesquero, donde el espectáculo neorrealista está asegurado (me hace recordar La terra trema, de Visconti), incluso uno puede detenerse a ver cómo se reconstruyen barcos. Me acerco a los decorados naturales, entre ellos la Puerta de la Marina y la Skala del Puerto, donde Welles rodó algunas de sus escenas para componer su Otelo. Allí se levantan como testigos fieles de la historia cañones con escudos portugueses, holandeses y españoles. Escenario que se revela romántico a los ojos del viajero, que se queda hipnotizado contemplando el atardecer, con las islas Púrpuras al fondo, mientras los gatos se "acurrucan" y las gaviotas sobrevuelan, cual si fuera una peli de Hitch, nuestras cabezas de turistas, viajeros y oriundos. Continuará... el viaje.



Desde el Bierzo a Al-Magrib II

Panorámica de Marrakech
Si bien segundas partes nunca fueron buenas, veremos lo que da de sí (o de no) esta segunda parte o partícula, acaso elemental, como a buen seguro diría/dijo el enfant terrible de la literatura francesa, Michel Houellebecq, quien por cierto estuvo hace años en León, gracias a Rafa Saravia y su club Leteo. Enhorabuena, Rafa, y mis felicitaciones para todos cuantos formáis parte y partida del Leteo, aunque haya pasado el tiempo, tanto tiempo... Bueno, en realidad quería continuar ruta a través del Morocco, le Maroc, Al-Magrib, el Poniente... En el camino. Como Kerouac. El éxodo desde Oklahoma hacia California en busca de futuro, como ocurre en Las uvas de la ira, de Steinbeck (incluso de Ford). O como los moteros de Easy Rider cruzando los Estados Unidos de América, ahora Imperio en bancarrota. Por la mítica ruta 66, en plan contra-cultural. Como en una Road movie a la carta. Véase también París, Texas
Ah, y El cielo protector, qué es muy chuli, tanto la novela de Bowles como la peli de Bertolucci.  Guiños cinematográficos y literarios. Una vez más. Imposible desprenderse de la cultura, aunque sea algo postizo, en ocasiones inservible, tal como nos la venden envuelta en papel cuché...


Me pongo en marcha, marchando un té a la menta, en compañía de afecto y amistad, vaya sabor... dispuesto a recorrer los mapas afectivos de la ciudad, que me llevan por los lugares de siempre, una y otra vez, aunque también me dejo caer por otros rincones, incluso me subo a la terraza del legendario café Renaissance, en Guéliz, desde donde contemplo la ciudad color arcilloso con ojos de satisfacción y me permito la licencia de hacerle fotos al paisaje/paisanaje turístico que se toma una copa mientras cae la noche. 
Patio del Faouzi hotel
"A ver qué fotos estás haciendo", me dice una chica rusa, a la que entiendo a duras penas, no porque me hable en ruso, es obvio, sino por mi propia obnubilación o mi inglés apolillado. ¿Pero aquí no se hablaba francés y árabe? Vaya cuestiones de tonto-laba o el haba. "Vente a tomar una copa con nosotros", me dice, lo que sí entiendo. Al decir nosotros se está refiriendo a su acompañante. Tras un gracias de cortesía, desciendo las escaleritas de la terraza para sumergirme en un elevador/"descendedor" que me deja, por segundos, "atrocado", atascado. Y ahora qué le pasa a este aparatejo, me digo. Ay, eso debio ser por no aceptar la invitación de la rusa, que por cierto me había dicho que vivía en Suiza, Zurich. Paso unos momentos de angustia, y eso que no me creo claustrofóbico (a lo mejor lo soy, y aún no me he dado cuenta), mientras intento llamar a la campana, avisar de mi "atolladero". Nadie parece escucharme, erre que erre con los botones... del quinto no parece bajar... hasta que de repente se hace la luz (para mí) y alguien consigue mover el ascensor. Salgo escopetado, aunque sigo en el laberinto del edificio, donde no veo ni escaleras, sólo las de emergencia, que conducen a un impasse, un callejón sin salida. Vaya telar. ¿Quién me mandaría meterme aquí? Por fin, encuentro cómo bajar, tal vez por la gatera. Ante mi sorpresa, y la cara de incredulidad del personal hostelero, he logrado salir a la calle. ¿Y éste de dónde ha salido?, se debieron preguntar. Y por qué os cuento todo esto... Bueno, forma parte de viaje, n'est-ce pas? Ahora me salió, casi sin querer, un gabachismo. 
Por esta zona, donde está ubicado el café-hotel La Renaissance, harto chic, hay buenos cafés como Les Négociants o Boule de Neige y muchas chicas paseando, en busca quizá de algún turista despistado (o no tanto) que las invite a un zumo o un batido. "Te apetece un masaje". Non, merci. ¿Eres francés? Non, merci. Pero que borde te has vuelto, Manolito, si tú no eras así... de remilgadín. ¿En qué hotel estás alojado?, te preguntan a bocajarro unas chavalinas que pasean agarradas del brazo bajo las sombras cobijadoras de la media luna. En la Medina, les dices. Oh... 


Deberías haberles dicho que te hospedabas en La Mamounia o en el hotel Le Marrakech, o en el Sofitel... Pero decirles que te alojas en un hotelucho de la Medina, mira qué tú... Bueno, en verdad no les especificas si el hotel es regulín o refulán... pero ellas, que son más listas que el hambre y ven las hierbas nacer, ya saben de qué va el rollito. ¿Y no te apetecería dar una vuelta con nosotras?, insisten con la sonrisa puesta y la mirada acariciadora. Otro día, tal vez. Merci. La noche te está confundiendo (no me gustó esta expresión manida, mediática) y de noche, ya se sabe, todos los gatos y todas las gatas son pardos y pardas. Mejor la luz del día para medinear y deambular por las avenidas de Guéliz, bajo las palmeras plateadas de las esperanzas y ensoñaciones.

En tus medineos diurnos por la ciudad nueva (Guéliz), te acercas al Instituto Cervantes, aunque sabes, casi con seguridad y de antemano, que te lo encontrarás cerrado, porque ese día es fiesta en España. Tienes suerte, no obstante, de toparte con Ismail, el vigilante de seguridad, con quien charlas un rato. Su amabilidad proverbial hace que te sientas a gusto. Y, además, te proporciona el correo del Jefe de Estudios. No estaría nada mal impartir clases de español aquí, te dices. Bueno... ya se verá. El Cervantes de Marrakech está en la Avenida Mohamed V, próximo al café de La Renaissance. 



Tu gusto por los cielos azules, despejados y comestibles, te devuelve a tus aposentos (qué cursi quedó esto) de la Medina, el Faouzi, no sin antes echarte un cigarro a la luz de la media luna, subido en la terraza-jaima del desierto domesticado, que es como un dromedario con turbante. Se me fue la pinza. O no. Mientras deliras, se te consume el cigarro de liar, bebes agua de tu botella (que recomiendan sea así, no vayas a contraer algún virus diarréico) y desciendes a tu recámara, que es como una suite para ti.  demain, le dices al recepcionista, antes de atravesar el patio (de aroma arábigo-adalusí) que te conducirá a tu chambre single. Ay, qué pena, tendrás que dormir solo, con tu existencialismo a cuestas.  Pero mañana será otro día. "Tú sabes qué horarios de buses hay para Essaouira", le pregunto al recepcionista. "Por supuesto, lo mejor será que cojas el Supratours", me aclara, a la vez que me proporciona los horarios. Muchas gracias. Chucran. 

A la mañana siguiente me levanto temprano para "agarrar", que dirían los mexicas, un autobús que me llevara a Essaouira, Swira, según los marroquíes. No sirvió de mucho el madrugón -bueno, no tanto- porque el Supratours estaba completo hasta el horario de las tres de la tarde. Entonces, decido ir en busca de la CTM (Compañía de transportes marroquíes), que queda cerca de la estación de Supratours (en tiempos, no hace tanto, la estación de tren de Marrakech). De haber estado cerca de la Gare routière (Estación de buses) en Bab Doukkala, donde se estacionan los taxis colectivos que van a Essaouira o Ouarzazate, hubiera cogido un taxi, pero la proximidad de la CTM me hizo cambiar el tercio. Y a eso de las doce del mediodía, pues tampoco antes había buses a Essaouira,  lo tomé como quien hubiera sido obsequiado con el mejor premio. Un autobús medio vacío o medio lleno, pocos turistas, confortable, con aire acondicionado (imprescindible en estas tierras de calor, y eso que a uno no le entusiasman esos aires artificiosos) que me llevó, en unas tres horas -parada para refrigerarse incluida- hasta la ciudad del viento y las olas, tal como me la definió Salima, donde en tiempos iban a parar los hippies y músicos de la talla de Hendrix, o Cat Stevens, quien ahora, después de convertirse, se llama Yusuf Islam. Luego volveré sobre este músico. 

Una ciudad, Essaouira, que engancha por su belleza blanca y azul, por sus callejuelas y su decadencia y aun por su aroma a puerto neorrealista, que a Orson Welles le sirvió para rodar algunas secuencias de su OteloY que en la actualidad goza, el cineasta, de una estatuta pintarrajeada en la ciudad, sita en un pequeño jardincillo (Square  Welles, según figura en los mapas), que mira hacia la plaza Moulay Hassan, el centro neurálgico de esta tranquila villa, en la que también se encuentra el espectacular restaurante Casa Vera, desde cuya terraza se tienen las mejores panorámicas de la ciudad. Lástima que no estuviera la Vera por allí para darle la enhorabuena por semejante negocio. Hecho con gusto. Atractivo. De veras. Perdón por la tontería. "La propietaria está en España de vacaciones", me dijo una de sus trabajadoras... Pues qué pena, porque me hubiera gustado verla y saludarla, y decirle lo mucho que me gusta este sitio, donde por las noches -al menos algunas- se puede ver un espectáculo de danza del vientre, cena incluida. O bien te tomas un té a la menta y ya. Aún habrá más... Essaouira en tu mochila. 

lunes, 24 de octubre de 2011

Desde el Bierzo al Morocco I

http://www.diariodeleon.es/noticias/revista/desde-bierzo-a-al-magreb_652791.html 

Desde El Bierzo a Al-Magreb

A un paso de España en avión, se encuentra una de las ciudades con más encanto en la que el viajero no dejará de sorprenderse de los muchos lugares mágicos que ofrece Marrakech

Lejos quedan aquellos tiempos en que uno se bajaba al Moro, desde el Bierzo, en autobuses, barcos, trenes... porque, desde que vuela Easyjet a Marrakech, ya no merece la pena pegarse el atracón viajero, aunque no debemos olvidar que el viaje lo es desde que se sale de casa, y un viaje en tren, en autobús, en barco (esto parece el Viaje al mundo en ochenta días), incluso en un taxi colectivo (vaya descubrimiento) entraña mucha lírica y aventura. No así un viaje en avión, que es dicho y hecho, visto y no visto. No bien estás despegando y, cuando quieres darte cuenta, el avión ya aterriza. Subidón que le mete a uno tanto el despegue como el aterrizaje, sobre todo el primero, aunque el aterrizaje puede dejarte flipado si el piloto no es un "hacha" y el avión comienza sobre la pista a balancearse como un briago. Una maravilla el viaje en avión, por otro lado, porque uno aprovecha más el tiempo en el destino. Y encima resulta más barato el viaje. No obstante, no conviene olvidarse de los viajes en tren, sobre todo en este medio de transporte, metáfora por excelencia del cine, y sobre todo del cine del genio Hitch. 


Lo que no se puede evitar es el viaje a Madrid (o similar), sobre todo si uno vive en el Bierzo. Pero una vez en el aeropuerto de Barajas (de preferencia la Terminal 1, o la 2) ya se abre todo un horizonte de posibilidades. El mundo por delante. A tus pies. Billete a Marrakech, please, y regreso desde Casablanca a Madrid. 


Estás a punto de aterrizar en la ciudad roja, que desde el aire asemeja un gran oasis en medio del desierto. En realidad, la zona en que está ubicada esta ciudad marroquí se aparece más verde y apetecible que la zona mesetaria en que se asienta Madrid. 


En una hora y cuarenta minutos aproximadamente te pones, desde la capital de nuestro Reino, en La Menara, el aeropuerto marrakchí, donde puedes coger un autobús Alsa (qué curioso) que te lleva por 30 dirhams (unos 3 euros) hasta el centro de la ciudad vieja, véase la Medina, o a la nueva (Gueliz). También puedes tirar de taxi, que te cobrará en torno a los 80 dirhams, si no regateas mucho. Ver los autobuses Alsa circular por la ciudad te re-liga con tu tierra. 


Marrakech se atisba al fondo, siempre como referencia la Kutubía, con su enorme parecido con la Giralda de Sevilla. Los dromedarios te saludan desde la orilla. Y el tráfico se resuelve por la vía del caos, siempre relativo, en el que conviven bicis, taxis, camiones, calesas, burros tirando de carritos, etc. 


Me bajo en la parada de la plaza Jemáa-el-Fna, dispuesto a saborear lo que se cuece por esos lares. Aún es temprano para la farra. Dos horas menos sobre el horario español. Algo muerto (y matado) por el cansancio acumulado durante el trayecto nocturno de Ponferrada a Barajas (y luego el viaje a Marrakech) decido ir en busca de alojamiento. En los aledaños de la Jemáa se encuentran muchos hotelitos, cuya prestancia (relación calidad /precio) es ciertamente buena, aunque alguno no inspire mucha confianza a primera vista. 


Recuerdo que la vez anterior el hotelito, en que me alojara, resultó magnífico, y me voy hacia éste. Es el Faouzi Hotel, en la Medina (www.faouzihotel.com). Más que recomendable. Y los tipos que lo regentan son muy amables. Este hotelito tiene una espléndida terraza con una especie de jaima, donde uno puede desayunar a cuerpo de rey (o de reina, depende). En verano no resulta del todo fácil encontrar alojamiento en esta ciudad si uno no lo ha reservado previamente. Ahora, en esta época, no es difícil, aunque las hordas de turistas, sobre todo de franchutes, siguen invadiendo la ciudad, ya sea ahora o en otra estación del año, según me contara Mohamed, uno de los recepcionistas del Faouzi. 


Por cierto, te los encuentras por doquier, a los franceses, incluso en un restaurante al que nunca antes había entrado, el Progres, donde se come excelente carne a la brasa. Dicho también por los franceses que me encontré allí mismo. Uno de ellos va, al parecer, a cazar a Marruecos todos los años. "Leones, como Tartarín de Tarascón", le solté con guasa a su donna (perdón, femme). De todos modos, mi restaurante preferido, por comida, atención y simpatía de sus camareros, sigue siendo el Toubkal, en plena Jemaá, y desde donde se gozan de extraordinarias panorámicas de esta plaza, patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad, gracias a nuestro admirado Juan Goytisolo, un microcosmos en sí mismo, la Xemaá, con vida y estimulación suficientes para que un extranjerito (o extranjerita) se sientan como en otro universo, encantados tanto por las culebrinas como por los gnaouas que tamborrean y bailan como posesos, cual si estuvieran en trance místico. "Cabriolas de payaso, agilidad de saltimbanquis, tambores y danzas gnauas, chillidos de monos, pregones de médicos y herbolarios... la plaza entera abreviada en un libro, cuya lectura suplanta la realidad", escribe Goytisolo en Makbara a propósito de la Xemaá-el-Fná (Djemâ o Jamâ).


A medida que escribo, me doy cuenta (de) que esto da mucho de sí. Luego iré dosificando y haciendo pequeñas entregas moras para que no se (me) empache el personal lector. De momento, sólo he dado algunas pinceladas acaso de pintor impresionista. 


Para quien no conozca en absoluto Marrakech, decir que esta ciudad, aparte de su emblemática plaza, tiene mucho que ver. La Medina es una pasada, aunque irremediablemente uno se acaba perdiendo, salvo que tengas un gran sentido de la orientación. Pero conviene dejarse llevar y perder. En otros tiempos, me da la impresión de que había demasiados falsos guías que intentaban llevarte a su terreno, mas ahora te puedes pasear con tranquilidad, sin que nadie o casi nadie te intente llevar de la mano... a su catre. La Medina puede dar mucho de sí. Y el Mellah o barrio judío resulta muy atractivo. Si eres escrupuloso, piénsatelo bien antes de acercarte al meollo de los curtidores de pieles. El olor es verdaderamente nauseabundo. Tira para atrás, incluso a los más abusados y intrépidas damas.


Callejea, medinea, déjate transportar a la Edad Media, con sus olores y sabores a especias, a humanidad. Y disfruta, cómo no, del espectáculo al aire libre de la Jamaá-el-Fna, sobre todo a la caída del sol. Un festival para los sentidos. Un teatro con máscaras y sin ellas, con túnicas y chilabas, o bien sin ellas, a la luz de las lámparas de Aladino. Una vida intensa. Un mundo emocionante. 
Continuará.