lunes, 24 de octubre de 2011

Desde el Bierzo al Morocco I

http://www.diariodeleon.es/noticias/revista/desde-bierzo-a-al-magreb_652791.html 

Desde El Bierzo a Al-Magreb

A un paso de España en avión, se encuentra una de las ciudades con más encanto en la que el viajero no dejará de sorprenderse de los muchos lugares mágicos que ofrece Marrakech

Lejos quedan aquellos tiempos en que uno se bajaba al Moro, desde el Bierzo, en autobuses, barcos, trenes... porque, desde que vuela Easyjet a Marrakech, ya no merece la pena pegarse el atracón viajero, aunque no debemos olvidar que el viaje lo es desde que se sale de casa, y un viaje en tren, en autobús, en barco (esto parece el Viaje al mundo en ochenta días), incluso en un taxi colectivo (vaya descubrimiento) entraña mucha lírica y aventura. No así un viaje en avión, que es dicho y hecho, visto y no visto. No bien estás despegando y, cuando quieres darte cuenta, el avión ya aterriza. Subidón que le mete a uno tanto el despegue como el aterrizaje, sobre todo el primero, aunque el aterrizaje puede dejarte flipado si el piloto no es un "hacha" y el avión comienza sobre la pista a balancearse como un briago. Una maravilla el viaje en avión, por otro lado, porque uno aprovecha más el tiempo en el destino. Y encima resulta más barato el viaje. No obstante, no conviene olvidarse de los viajes en tren, sobre todo en este medio de transporte, metáfora por excelencia del cine, y sobre todo del cine del genio Hitch. 


Lo que no se puede evitar es el viaje a Madrid (o similar), sobre todo si uno vive en el Bierzo. Pero una vez en el aeropuerto de Barajas (de preferencia la Terminal 1, o la 2) ya se abre todo un horizonte de posibilidades. El mundo por delante. A tus pies. Billete a Marrakech, please, y regreso desde Casablanca a Madrid. 


Estás a punto de aterrizar en la ciudad roja, que desde el aire asemeja un gran oasis en medio del desierto. En realidad, la zona en que está ubicada esta ciudad marroquí se aparece más verde y apetecible que la zona mesetaria en que se asienta Madrid. 


En una hora y cuarenta minutos aproximadamente te pones, desde la capital de nuestro Reino, en La Menara, el aeropuerto marrakchí, donde puedes coger un autobús Alsa (qué curioso) que te lleva por 30 dirhams (unos 3 euros) hasta el centro de la ciudad vieja, véase la Medina, o a la nueva (Gueliz). También puedes tirar de taxi, que te cobrará en torno a los 80 dirhams, si no regateas mucho. Ver los autobuses Alsa circular por la ciudad te re-liga con tu tierra. 


Marrakech se atisba al fondo, siempre como referencia la Kutubía, con su enorme parecido con la Giralda de Sevilla. Los dromedarios te saludan desde la orilla. Y el tráfico se resuelve por la vía del caos, siempre relativo, en el que conviven bicis, taxis, camiones, calesas, burros tirando de carritos, etc. 


Me bajo en la parada de la plaza Jemáa-el-Fna, dispuesto a saborear lo que se cuece por esos lares. Aún es temprano para la farra. Dos horas menos sobre el horario español. Algo muerto (y matado) por el cansancio acumulado durante el trayecto nocturno de Ponferrada a Barajas (y luego el viaje a Marrakech) decido ir en busca de alojamiento. En los aledaños de la Jemáa se encuentran muchos hotelitos, cuya prestancia (relación calidad /precio) es ciertamente buena, aunque alguno no inspire mucha confianza a primera vista. 


Recuerdo que la vez anterior el hotelito, en que me alojara, resultó magnífico, y me voy hacia éste. Es el Faouzi Hotel, en la Medina (www.faouzihotel.com). Más que recomendable. Y los tipos que lo regentan son muy amables. Este hotelito tiene una espléndida terraza con una especie de jaima, donde uno puede desayunar a cuerpo de rey (o de reina, depende). En verano no resulta del todo fácil encontrar alojamiento en esta ciudad si uno no lo ha reservado previamente. Ahora, en esta época, no es difícil, aunque las hordas de turistas, sobre todo de franchutes, siguen invadiendo la ciudad, ya sea ahora o en otra estación del año, según me contara Mohamed, uno de los recepcionistas del Faouzi. 


Por cierto, te los encuentras por doquier, a los franceses, incluso en un restaurante al que nunca antes había entrado, el Progres, donde se come excelente carne a la brasa. Dicho también por los franceses que me encontré allí mismo. Uno de ellos va, al parecer, a cazar a Marruecos todos los años. "Leones, como Tartarín de Tarascón", le solté con guasa a su donna (perdón, femme). De todos modos, mi restaurante preferido, por comida, atención y simpatía de sus camareros, sigue siendo el Toubkal, en plena Jemaá, y desde donde se gozan de extraordinarias panorámicas de esta plaza, patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad, gracias a nuestro admirado Juan Goytisolo, un microcosmos en sí mismo, la Xemaá, con vida y estimulación suficientes para que un extranjerito (o extranjerita) se sientan como en otro universo, encantados tanto por las culebrinas como por los gnaouas que tamborrean y bailan como posesos, cual si estuvieran en trance místico. "Cabriolas de payaso, agilidad de saltimbanquis, tambores y danzas gnauas, chillidos de monos, pregones de médicos y herbolarios... la plaza entera abreviada en un libro, cuya lectura suplanta la realidad", escribe Goytisolo en Makbara a propósito de la Xemaá-el-Fná (Djemâ o Jamâ).


A medida que escribo, me doy cuenta (de) que esto da mucho de sí. Luego iré dosificando y haciendo pequeñas entregas moras para que no se (me) empache el personal lector. De momento, sólo he dado algunas pinceladas acaso de pintor impresionista. 


Para quien no conozca en absoluto Marrakech, decir que esta ciudad, aparte de su emblemática plaza, tiene mucho que ver. La Medina es una pasada, aunque irremediablemente uno se acaba perdiendo, salvo que tengas un gran sentido de la orientación. Pero conviene dejarse llevar y perder. En otros tiempos, me da la impresión de que había demasiados falsos guías que intentaban llevarte a su terreno, mas ahora te puedes pasear con tranquilidad, sin que nadie o casi nadie te intente llevar de la mano... a su catre. La Medina puede dar mucho de sí. Y el Mellah o barrio judío resulta muy atractivo. Si eres escrupuloso, piénsatelo bien antes de acercarte al meollo de los curtidores de pieles. El olor es verdaderamente nauseabundo. Tira para atrás, incluso a los más abusados y intrépidas damas.


Callejea, medinea, déjate transportar a la Edad Media, con sus olores y sabores a especias, a humanidad. Y disfruta, cómo no, del espectáculo al aire libre de la Jamaá-el-Fna, sobre todo a la caída del sol. Un festival para los sentidos. Un teatro con máscaras y sin ellas, con túnicas y chilabas, o bien sin ellas, a la luz de las lámparas de Aladino. Una vida intensa. Un mundo emocionante. 
Continuará.

2 comentarios:

  1. Buenos reportajes. Me interesa todo lo que se escribe sobre Marruecos, por algo nací allí. Adelante.

    ResponderEliminar
  2. Me alegro, Juan. Alguno de estos textos figura en mi nuevo libro Mapas afectivos. Por si te interesa. Salud.

    ResponderEliminar