Del
agua y del tiempo es un libro
intimista, al decir de alguna gente, que ya ha tenido la ocasión de leerlo.
Existencial, tal vez. Escrito con tinta lírica. Eso me gustaría. Con la lírica
de la sangre. Escribe con tu propia sangre, como deseaba el filósofo Nietzsche,
al que debiéramos regresar. Así habló Zaratustra. Enorme libro.
Escrito con la sangre del espíritu. Con el alma. Con las entrañas. Al menos a
uno le gustaría escribir siempre así. Que la escritura brotara de las entrañas
de la tierra, de la naturaleza, de los manantiales del útero de Gistredo, de
las entrañas humanas. Y fluyera como un río. La escritura que contenga la vida.
Y nos devuelva a la vida. Las palabras, que articulan el pensamiento, como
seres vivos. Con el ritmo y la musicalidad de una sinfonía. Sublime Mahler. O
una tocata y fuga de Bach. O el Réquiem de Mozart.
Del agua y del tiempo, como su título indica, está impregnado, irrigado de agua y tiempo, claves, acaso claves líricas, para entender al ser humano, porque sin agua no podríamos vivir. Y sin tiempo tampoco. El tiempo es oro, se dice. El tiempo es también la sangre de quien escribe. Un tiempo que se nos escurre entre las manos como río que va a dar a la mar, que es el morir. Por eso no deberíamos vivir como si fuéramos eternos, que no lo somos en absoluto, antes deberíamos ser conscientes de nuestra finitud, mortal y rosa, por decirlo a lo Umbral, incluso a lo Salinas.
Por eso, deberíamos vivir el instante presente,
el aquí y el ahora, como si en ello nos fuera la vida, que nos va en ello, sin
duda, aunque el pasado nos procure un excelente material literario. Y también
un fascinante material de nostalgia, en ocasiones como caldo de cultivo para la
depresión. Y el futuro nos resulte inexistente (una quimera, una ilusión),
provocándonos en la mayor parte de los casos una ansiedad galopante, una
angustia existencial, que se traduce, en esta época más que nunca antes, en
infartos, trombosis, ictus... Y todo ese sinfín de enfermedades mortales, que
nos llevan por la calle de la amargura. Ansiedad, estrés..., que también pueden
ser causantes de cáncer.
Parafraseando al Henry Miller, precisamente el
Miller de Trópico de Cáncer, se me antoja decir que los seres
humanos, más que nada, necesitamos estar rodeados de tiempo, de tiempo antes
que de espacio (aunque el espacio terrestre está comenzando a agotarse. Y eso
será un serio problema en un futuro cuasi inmediato). Entonces, los seres
humanos también necesitaremos (necesitarán, porque uno ya no podrá dar fe, casi
seguro) estar rodeados de espacio.
Del agua y del tiempo (gracias amiga Álida Ares), que inicialmente iba a
titularse Mi matria (la matria como mapa afectivo), es un
viaje al interior, al interior de uno mismo, según me dijera el narrador Ruy
Vega, que hoy mismo, esta tarde a las siete, en el Museo de la Radio de
Ponferrada, me acompañará para presentar este libro.
Si Mapas afectivos fue (sigue
siendo) un viaje por diversos lugares el mundo, Del agua y del
tiempo se adentra en la memoria, el amor, la vida y la muerte, en
definitiva. El amor, la vida y la muerte como los grandes temas, acaso los
únicos, como nos recordara el genio Juan Rulfo. Eros y Tánatos como caras de
una misma moneda, anverso y reverso de una misma y única realidad.
El Eros, con sus variantes de amor y sexo,
afectividad y sensualidad, y Tánatos o pulsión mortuoria, con su rostro
sombrío, guadaña en mano (como un segador de otrora), dispuesto en todo momento
a quitarnos nuestro bien más preciado, el único: la vida.
Del agua y del tiempo es una invitación a sumergirse en el agua y en el
tiempo. A darse un chapuzón en los ríos y lagos del Bierzo. A
reencontrarse con la infancia, que tal vez sea la única matria o patria
verdadera, porque en la infancia se tiene todo el futuro por delante. O
eso se cree. Ese futuro que es tan sólo un mero espejismo. Esa infancia en
la que uno no es consciente de la maldad, de la crueldad, del dolor de existir,
el mero hecho de existir ya produce dolor. Y el saber, el darse cuenta, también
produce dolor. Y mucho.
Nos recordaba recientemente Paco el de la
Zaranda que el teatro que su grupo hace no es para que guste al público, sino para
que le produzca dolor, quizá para que conciencie a la población del dolor, ese
dolor inmenso que sufrimos quienes perdemos a nuestros seres más queridos, me
atrevo a decir. Un dolor que también podemos sublimar en escritura, con el
noble arte de componer con las palabras. Como hiciera por ejemplo Umbral
con Mortal y rosa, obra cumbre de la prosa lírica, que
le dedicara a su hijo Pincho fallecido de leucemia con tan sólo seis
años.
Del agua y del tiempo es o desea ser una invitación a adentrarse en la reflexión
acerca de la vida y la muerte. Del amor que engendra belleza. Y la belleza que
engendra amor. La belleza como verdad y bondad. Eso quisiera ser este libro.
Con un capítulo, digámoslo así, dedicado a los Dioses Humanos,
porque los únicos dioses verdaderos son los humanos, aquellos que nos han dado
la vida y nos han ensañado el camino para que podamos volar. De otras
sendas (Sólo se vive una
vez, Sueño derretido…) es otro capítulo de Del agua y del
tiempo.
La profesora, traductora y escritora Álida Ares,
tan generosa ella (una de las mejores personas con las que me topado en la
vida), escribe en el prólogo/presentación del libro Del agua y del
tiempo que “es un destilado de las
mejores esencias del Bierzo y de la mejor literatura. Mestre, Pereira,
Gamoneda, Pilar Blanco, Llamazares… constituyen la savia que beben sus raíces e
inspiran los poemas del Bierzo, de la Matria, como le gusta a él llamarla:
versos con olor a heno y a hierbas aromáticas del monte, que toman el color de
la melancolía de los valles donde moraron nuestros antepasados labriegos,
pastores y mineros".
Por su parte, la gran poeta
Margarita Merino, que vive desde hace tiempo en Estados Unidos (con su poético
y entrañable sentir), escribe, en la contraportada del libro, que “Manuel Cuenya, en la raigambre de su entrañada matria del
“útero de Gistredo” –berciano y gallego, asturleonés viajero, ciudadano errante
de los países del afecto–, nos acerca aquellos paisajes que conoce y ama. Nos
los ofrece puros, al hilo de la sangre primigenia y al espejo de la memoria, en
la fidelidad de ser hijo y hermano, vecino y compañero, amigo y amante de sus
lares próximos y lejanos que recorre en la pasión, gozo y dolor de la vida –y
de sus exilios y sus pérdidas–, y nos devuelve así el calor del origen y el
temblor de la infancia en un Bierzo íntimo que ilumina sus páginas”.
Y una alumna del taller de
escritura de León, Rocío (doctora ella en asuntos químicos), apunta que Del
agua y del tiempo es un verdadero tratado científico, que aborda, a
través de sus poemas, importantes conceptos de Física, Química, Biología,
Geología, Medicina y Matemáticas. Casi nada. "Bien podría ser, en su
opinión, un texto de obligatoria lectura en los centros de enseñanza".
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