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miércoles, 13 de septiembre de 2017

Salamanca de cielo azul y luz dorada

Como si se tratara de un ritual, viajo a Salamanca en esta época de septiembre, con el regusto aún del verano y el horizonte luminoso, tal vez en busca de alguna quintaesencia que me haga vibrar (danzar), quizá simplemente para recrearme en otros tiempos, que, como las oscuras golondrinas de Bécquer, ya no volverán (sobre todo aquellas que aprendieron nuestros nombres) porque todo pasa, todo transcurre a la velocidad del rayo, el rayo que no cesa, el rayo verde que taladra la retina de mi memoria, de mi memoria afectiva. 
Ciudad-Tormes

El tiempo, ay, que no nos da tregua. Y camina, enroscado, por los acantilados de la vida/muerte. 
Me encanta la luz (he de confesarlo cual buen feligrés), la luminosidad, que es vida, fuente de energía. Y me entusiasman esos cielos despejados, azulísimos, que uno quisiera tocar, acariciar, como un pintor paladea sus cuadros con la paleta de sus colores.
Salamanca es cielo y luz, al menos en verano. Cielo azul y luz dorada, como las piedras de sus edificios. 
Salamanca es carne y alma, un mapa afectivo al que vuelvo una y otra vez, acaso con la esperanza de re-encontrarme con el estudiante que allí fui, porque en verdad uno nunca ha dejado de ser estudiante. Al decir esto, es inevitable que me asalte Espronceda, quien fuera amigo y valedor del escritor berciano Gil y Carrasco, con sus versos: 
"En Salamanca famoso/ por su vida y buen talante, / al atrevido estudiante/ le señalan entre mil;/ fuero le da su osadía,/ le disculpa su riqueza,/ su generosa nobleza,/ su hermosura varonil".
Salamanca me acogió en mi época estudiantil (ya en mi última etapa, o por mejor decir, en mi época post-licenciatura). Y la disfruté mucho. 
Allí conocí y entablé buena amistad con alguna gente, entre otros con Agustín de Burgos y Abel Brieva, con quienes he seguido, incluso en la distancia, manteniendo algún contacto. 
Esculturas de Venancio Blanco
Agustín vive ahora en su tierra oropesana de Toledo. Y Abel anda por Leiden, en Holanda, después de haber vivido en Alemania, en Newcastle (creo recordar) y aun en la localidad galesa de Aberystwyth, que tuve la ocasión de visitar en el año de 2002. Un sitio estupendo para perderse durante unas semanas en verano, que es para uno la estación más lírica del año, allí y acá. 
Como lo es en Salamanca, donde a principios de este mes celebran sus fiestas y ferias, taurinos y charras que son ellos y ellas. Un motivo, como cualquier otro, para acercarse a esta ciudad, por la que siento tanto afecto. 
En esta ocasión los conciertos, que sí estuvieron bien en la plaza mayor (una belleza apetitosa y hasta comestible), no fueron lo más importante del viaje, sino quedar con uno de los grandes poetas de la ciudad. 

...Sé que el amor y la saliva
son una misma cosa entre
los colmillos filosos.
Sé que la lengua y los insectos
usan yesca aun en verano...
 (Vicente Rodríguez Manchado, 'Bajo otra luz, la última')


Hablo, cómo no, de Vicente Rodríguez Manchado, con quien había entablado algún contacto a través de las redes hace tiempo. Pero que, en un inicio, no estaba previsto que fuera a ver. Me alegra, en todo caso, que hayamos coincidido, que nos hayamos visto, que hayamos, creo también, congeniado. 
Casino de Salamanca
Vicente ejerció sin duda como un excelente cicerone y me re-descubrió la ciudad, al menos una parte de la ciudad, adentrándome en lugares como el casino (maravilloso espacio) o bien en el jardín y el museo dedicado al gran artista Venancio Blanco, a quien Vicente tuvo la ocasión de saludar en el casino. 
Agradezco a Vicente su hospitalidad, su cercanía, su verbo, tan lleno de sabiduría, de poesía, porque él es un poeta con mayúsculas, un poeta que lo sería, siempre, incluso aunque no publicara, lo que no es su caso, porque no sólo ha escrito y escribe bien sino que ha sido premiado y publicado. 
De la mano de Vicente (habida cuenta de que daba un recital en uno de los bares salmantinos, el Serendípity, para más señas) tuve la oportunidad de conocer a algunos amigos suyos como Mari Ángeles (rapsoda), Elba Maribel (artista) y Fernando (catedrático de la Universidad de Salamanca y poeta). 
Vicente en recital
Las charlas con Vicente, al amor de unas cervezas o unos vinos (los pinchos que no falten), fueron instructivas y estimulantes. Me gustó sobre todo la terraza de El Quijote, un huerto epicúreo poblado por pajaritos en el que puede conversarse sin ruidos. Tuve la sensación de que ya nos hubiéramos conocido en otra época. 
Vicente tuvo el privilegio de conocer al maestro Torrente Ballester, pues el escritor gallego, afincado en Salamanca, llegó a darle clase en el Instituto Torres Villarroel, creo recordar, donde Vicente estudiara el Bachiller. 
Era, según él, un profesor atípico, asistemático (como no podía ser de otro modo) pero excelente. Lo que más le gustaba de su clase era cuando contaba anécdotas acerca, por ejemplo, de Valle-Inclán. 
Las anécdotas eran la esencia de sus clases. Por desgracia, a la mayoría de estudiantes no les interesaban, salvo a él y cuatro más. Con el paso de los años, llegó a tener cierto trato con Don Gonzalo, el autor de 'Los gozos y las sombras' y 'La saga/fuga de JB', que es puro realismo mágico, con ese territorio mítico de Castroforte del Baralla donde desaparece la reliquia del Cuerpo Santo. 
Recuerdo haber visto, una vez, a Torrente Ballester en el café Moderno de la ciudad a orillas del Tormes. El Moderno, donde trabajara de camarero durante una temporada el amigo Agustín, era un sitio estupendo para tomarse cafés-bombón. Y tomarse una cerveza en noches de blanco satén. Ahora que me da por repensarlo, los bares en Salamanca, que suelen estar hechos con esmero, son toda una institución. Y atraen mucho a los estudiantes de toda España y aun de otros puntos de la geografía internacional. 
Vicente es un enamorado de su ciudad, que conoce bien y en profundidad, aunque por momentos le gustaría irse a vivir a otro lugar, como la ciudad de León, que lo tiene seducido, porque esta ciudad, en su opinión, dispone de más espacios verdes que Salamanca. Y a Vicente le gusta el verdor, los espacios donde sentarse a escribir, como es el caso del jardín poblado de esculturas de Venancio Blanco, un lugar muy bello desde el que se tienen buenas vistas a la catedral.
Vicente, ahora que nos hemos conocido, estaremos en contacto. Además, tenemos amigos y amigas en común. Como tú mismo me dijeras. 
Qué bueno. 

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