Ayer domingo La Nueva Crónica publicaba este original relato, cuya autoría corresponde a mi alumno Fernando Fernández Sánchez, que ha creído en la escritura desde el primer momento y ha trabajado siempre con ganas, con entusiasmo y mucho tesón, lo cual me entusiasma, así que te felicito, Fernando, no sólo por esta narración, que a buen seguro no dejará indiferente a quien se asome a la misma, sino por tanto trabajo bien hecho. Qué las musas y los musos te pillen, nos pillen trabajando, que la transpiración ya la ponemos nosotros. Mi agradecimiento a todo mi alumnado, que se han portado como auténticos jabatos y jabatas. Y por supuesto a La Nueva Crónica (en especial a David Rubio) por ponerlos en valor, por darles vida en sus páginas de verano. Hasta siempre. Qué continúe la escritura.
Inspirado ‘En el bosque’, del japonés
Akutagawa, Fernando Fernández Sánchez compone este relato poliédrico, con
diversos puntos de vista y voces narrativas, que configuran esta historia
criminal, en la que se contradicen las diferentes versiones que se dan del
hecho acaecido en la pasarela del río Pormesga.
(Manuel Cuenya, Taller de Relatos de la
Universidad de León)
Declaración de la acusada, MR, interrogada por la Jueza Instructora en el
caso del asesinato de la Ministra de Zopencolandia
“-Sí, Señora Jueza, yo quise matarla. Pero no llegué a tiempo.
Desafortunadamente, alguien se me adelantó. ¿Qué quién lo hizo? Yo no lo vi. Solamente le digo que
la Ministra de Zopencolandia venía caminando por la pasarela que atraviesa el
río Pormesga, y yo lo hacía en sentido contrario.
¿Si nos
conocíamos? Sí, desde hacía tres años. Por ello, al cruzarnos nos detuvimos. Y
le di a entender que, si no solucionaba la situación de abandono y persecución
a la que sometía a mi hija OP en un breve plazo, mi intención era asesinarla.
Ella, esbozando una forzada pero fingida sonrisa, me contestó que la decisión
tomada era firme, y que no pensaba cambiarla.
La Ministra, fría, de espíritu rudo, cual sargento de infantería, pero
firme en sus convicciones, siguió su marcha, no sin antes escuchar mis palabras
de amenaza: «pues atente a las consecuencias». Y continué, la mía, en sentido
contrario. ¿Si vi a alguien más por la pasarela? Pues, sí.
Recuerdo que, al reanudar mi marcha, a paso muy rápido, pasaba un conocido
drogadicto de la zona, que estaba frecuentando, como era su costumbre, los
alrededores de la pasarela. Al cruzarnos, bajó su mirada. Pero yo observé que,
en el bolsillo izquierdo de su raída chaqueta, llevaba un bulto, que intentaba
disimular con su mano. Al llegar al final de la pasarela, y antes de atravesar la calzada,
escuché, por detrás de mí, dos o tres sonidos secos, que no supe distinguir su
origen. Y, sin echar la vista atrás, continué mi marcha, sin más. Su pregunta es fácil de responder. Para ser sincera,
le diré que sí tenía ganas de acabar con la vida de la Ministra de
Zopencolandia. Mi hija OP venía cumpliendo a la perfección las labores que le
habían sido encomendadas. Pero esa mujer, altiva y segura de sí misma, a pesar
de su baja estatura, rompió el contrato laboral de mi hija y firmó, para la
misma función, otro equivalente a un chiquito nuevo. Y digo, lo de chiquito y
nuevo, con ironía. Así pues, mi hija se quedó en la calle sin justificación
alguna. Digamos, si acaso, por puro politiqueo.
Sin ser responsable de su muerte, hoy me siento feliz. Le aseguro que esa
señora ahora donde está, está bien. Está donde siempre tuvo que estar. O la
enterraban a ella o enterraban a mi hija OP. Aunque sea muy duro decirlo de
esta forma, le aseguro que hablo con absoluta sinceridad. Sí, estoy muy alegre.
En caso contrario estaría en mi casa, llorando por la muerte de mi hija. Y,
eso, sería infinitamente peor”.
Declaración de OP, hija de la acusada MR
“-O sea, Señora Jueza, se lo juro, no
tengo ni idea de quién pudo haber sido el asesino de la súper famosa política. ¿Que qué hice ese día? Por fa, totalmente. Le digo.
Ese día, mamá y yo sacamos el coche deportivo de papá, un Mercedes súper mega
limpio. Y después de aparcarlo en un sitio cómodo y vigilado, nos dirigimos
andando al centro. Una vez allí, le dije a mamá que yo me separaba de ella para
pasar a la frutería, allí donde compro siempre. Se lo juro, tienen una fruta
escogida, limpia y muy chachi. Minutos después nos reencontramos. Pero, ¡Santo Cielo! ¡Cómo venía! ¡Esa,
no era mi mamá! Mi mamá, siempre va fenomenal. Como Usted misma puede, hoy,
comprobar. En aquel momento, traía el ceño fruncido, los labios súper apretados
y, casi temblando, me dijo: «toma este bolso, cielo. Deshazte de él cuanto
antes».
- ¡Jopé, mamá! ¿Qué te ha pasado?
-No pierdas tiempo. Haz lo que te digo. ¡Ya!, luego, te espero en el parking
-me contestó.
Arranqué sin
rumbo fijo llevándome el bolso. Y unas calles después, se lo juro, me topé con
mi amiga PL, que estaba charlando con un agente de la ORA. ¿Quién no los
conoce, con su chaleco amarillo y con su maquinita dichosa? Estaban ambos
apoyados sobre el capó de su coche. Entonces, se me ocurrió decirle:
-Súper guapa, te dejo este bolso dentro de tu coche. Voy a la frute y luego lo
recojo.
-Vale. Nos vemos -respondió PL.
Nada más
introducir el bolso en el coche y cerrar la puerta, volví de nuevo junto a
mamá. Al llegar al parking, mamá se encontraba hablando con un
hombre. Parecía policía. Al poco, llegaron otros tres agentes, que registrando
el interior del coche se llevaron algunas prendas que allí había. Y, ¡súper
fuerte!, con esos modos súper bruscos suyos nos dicen: «venga, venga, a
Comisaría. Allí hablarán con el Comisario». Así fue lo ocurrido aquella tarde. ¿Que, Usted quiere que le diga cómo era ella? Jolines
¡Qué fuerte! Conmigo se portó cómo una mujer cruel. Aunque ya nos conocíamos,
cuando pasó a ser mi jefa empezó mi mega calvario. Quizá, para limar
diferencias, o para aliviar ciertas tensiones - ¡quién lo sabe!-, me invitó una
tarde a su casa. Luego de charlar un rato se acercó a mí, y acercando su nariz
a mi cuello y después de besarlo, va y me dice:
- ¿Te apetece acostarte ahora conmigo?
- O sea, ¡Qué fuerte! Cómprate un bosque y piérdete dentro de él -le contesté.
Vista mi
respuesta y mi cara de desagrado, me soltó, y a continuación me dijo:
-Quédate. Hicimos fija tu plaza. Si accedes a mi proposición ganarás muchos
puntos. Nada te pasará.
-Ministra, ni estoy como un queso ni soy bombera. Así que no tengo manguera que
apaguen tus fuegos. Búscate otra Barbie -le contesté.
O sea, Señora Jueza, debo decirle que, a partir de ese momento, comencé a
sufrir y a penar. ¡Qué culpa ve Usted, Señoría, que tenga yo! Ella comenzó a
acosarme de un modo atroz y cada día que pasaba era un sin vivir para mí.
¡Jope! Me pasaba todo el santo día yendo al váter a orinar. Desde entonces, no
duermo, no salgo con nadie, no tengo ingresos, solamente vivo con lo que me da
papá, y, lo peor, he adelgazado más de 25 kilos. El especialista me ha recetado
un rosario de antidepresivos.
Cuando le
expliqué a mamá el encuentro que tuve con la Ministra, puso el grito en el
cielo. ¡Buena es mamá! Empezó a jurar y echar pestes contra ella y no paraba de
hacerlo, incluso, después de razonarle cómo fue mi negativa. Mamá, desde
entonces, lo ha tenido claro. Me decía: «Esa cabrona -con perdón, ¿qué feo
verdad? – te ha retirado su confianza y roto tu contrato laboral al no acceder
a sus proposiciones deshonestas». Sí, eso me dijo mamá.
O sea, Señora
Jueza. Le confirmo su sospecha. Sí. Mamá y yo buscamos armas por Internet.
Claro, sin decirle nada a papá. Pero eso sucedió en los primeros momentos de
rabia. Pero llegó un momento en que lo vi como una locura. Traté, entonces, de
convencerla para que se olvidara del tema. Yo, al menos, lo dejé. ¡Se lo juro
por mi vida!
Declaración de PL, Policía Local de Zopencolandia,
ante la misma jueza
“-Yo, Señora Jueza, estaba esperando a que abriese una tienda de
manualidades, próxima al lugar por el cual la pasarela atraviesa el río
Pormesga. Pasadas las cinco de la tarde apareció de repente mi amiga OP, quien
me comentó que iba a la frutería, y que regresaría en poco tiempo. Yo, en ese
momento, me encontraba hablando con un agente de la ORA, mientras mi coche
permanecía situado a mis espaldas. Si alguien introdujo el bolso, que contenía
la pistola con la que dispararon a la Ministra y que días más tarde localicé,
yo no lo vi. Es más, en mi coche viajó una conocida mía que tampoco se percató
de la existencia del bolso. Días más tarde, mientras buscaba unas monedas que
se me habían caído entre los asientos, fue cuando encontré el bolso que yo
misma había regalado, hacía pocos meses, a mi amiga OP.”
Declaración del testigo PJ, Policía Nacional jubilado,
ante la misma jueza
“-Sí. Señora Jueza, La mujer que se sienta frente a Usted, fue la que vi
utilizando la pistola para asesinar a la Ministra. Pues los hechos sucedieron como voy a contárselos. Ese
día, mi mujer y yo nos cruzamos en la pasarela con la Ministra. Iba vestida
como de fiesta, y sus zapatos eran de tacón de aguja. Mi mujer me comentó: «Esa
debe de ser alguien importante del Ministerio, porque la he visto en la
televisión». A pocos metros de ella, por detrás, la seguía otra mujer. Daba la
sensación de ser su escolta. Iba vestida casi de incógnito. En un día
primaveral, la supuesta escolta llevaba una parca de invierno color caqui, una
gorra oscura de paño, un pañuelo moteado de lunares blancos sobre los hombros y
un bolso negro en bandolera. Nada más dejar a ambas mujeres a nuestras
espaldas, escuché un ruido seco, como un petardo. De forma instintiva mi mujer
y yo nos giramos. La Ministra estaba cayendo hacia adelante, totalmente rígida.
Ya en el suelo, la mujer con quien nos habíamos cruzado instantes antes, se
agachó sobre la Ministra y, a unos cuatro o cinco centímetros de la cabeza de
ésta, le efectuó tres disparos. Observé con claridad cómo la cabeza de la
Ministra, que yacía boca abajo, rebotaba con claridad sobre el suelo. ¿Por
qué me arriesgué a seguirla? Pues por la costumbre de mis años en activo. Mi mujer permaneció allí llamando al 112, a la vez que
yo empecé a seguirla. Durante el tiempo que duró mi persecución nunca observé
que tirase el arma, que llevaba siempre dentro del bolso, donde la introdujo
cuando remató a la Ministra. En un momento dado, le perdí la pista. Unos cuatro
minutos más tarde volví a encontrarme de frente con ella. Y, entonces y no
tenía el bolso ni la gorra. Su parca, ahora, la había cambiado por una cazadora
de color beige clarito, pero conservaba las gafas de sol y los zapatos bajos
tipo manoletinas, lo que le facultaba dar pasitos cortos, pero con mucha velocidad.
No sabría
decirle dónde había dejado el bolso. No pude verlo. Al escuchar una sirena de
policía me giré para hacer señales, mientras tanto, ella aprovechó para
esfumarse. Por fortuna, gracias a un hombre, que estaba sentado en la terraza
de un bar, pude localizarla. Este hombre, con gafas de sol y una visera de
color azul tejano, y que había visto la persecución, me hizo señales
indicándome que la mujer estaba un coche deportivo tratando de esconder la
parca y la gorra bajo el asiento. En esos momentos llegó el coche de la
Policía. A los integrantes de la patrulla les indiqué que esa mujer del
Mercedes deportivo era la que había efectuado los tres disparos en la pasarela.
Cuando los
agentes le estaban pidiendo la documentación a la supuesta asesina, a la asesina,
diría yo, llegó una chica joven, de treinta y tantos años, calculo yo, que
alarmada con la situación que allí reinaba, preguntó qué es lo que ocurría. Se
identificó. Dijo que era su hija, de la criminal, la hija de la criminal ya me
entiende. Apenas unos minutos más tarde apareció un furgón policial, donde
acabaron madre e hija.
Sí, Señora
Jueza. También nos cruzamos con un farlopero a quien solemos
ver a menudo por los alrededores. Iba con paso rápido, como si tuviese prisa
por algo.”
Comparecencia del drogadicto señalado por la acusada
MR y por el principal testigo PJ
“-O sea, ¿qué me culpan a mí de apiolar a esa jefa de
la bofia? No le digo. A ver señoría, porque es Usted quien mete en
el trullo a mis colegas, ¿no? Pues le digo que yo no fui. ¿Me explico?
Le repito, yo no hice ná.
Vale, vale, si
yo a Usted la respeto. Mis perdones… señora jueza.
¡Es que alucino!
¿Por qué creen que yo dejé unos perdigones en el cuerpo de la ministra? Por qué
era ministra, ¿no? Pues le digo que no y que no. Yo no fui.
Claro que el
menda pasaba ese día y a esa hora por la pasarela. Pero iba a buscar canela
fina pa mi body. Ya estaba cerca, donde me dan mantecadabuten,
cuando escuché dos o tres ruiditos. ¡Qué pasada! Me aupé un poco y… ¡joe!, señora
jueza, ¡qué demasiao! Allí estaba la ministra esa, espatarrá en
el suelo, con tol meollo al descubierto, digo yo.
¡Claro que había más gente! La piba, con quien me crucé,
ya no estaba. Pero quedaba un guripa, que conozco y, a
su lao, una mujer emperifollá demasié. Nadie más. O eso
creo, pero no me haga mucho caso, que a veces se me va la pinza.
De veras, señora
jueza. Ni tengo ni tuve jamás armas de fuego. Solamente camino con mi charrasca
de muelle, por si tengo que afeitar a algún currito que me intente comer el
coco. Se lo digo, a la buena, como lo siento, que yo malo no soy, sólo que la
vida no me ha tratado muy bien y, ya sabe, tengo que buscarme la vida como
puedo. Pero le aseguro, por los huesos de mi madre, que en paz esté, que yo no
maté a la jefa de la pasma, que la verdad era una tía bajita, pero con huevos
como un tío, ¡joder, que sí tenía huevos la pava de marras!
Y perdone, señora Jueza, que no me exprese como debiera, es que me
piraba toas las clases en el cole pa’ irme de
farra con los coleguillas que, como este menda, andábamos a la que se caía”.
Lo que narró el espíritu, escuchado en una cinta grabada, que la Policía encontró al rastrear el lugar del crimen
“¿Qué? ¿Qué me
sucede? No entiendo. Si me estoy desplomando. El suelo, qué alguien me
aparte ese suelo, pero qué mierda es ésta, qué me está ocurriendo, por qué, por
qué… por qué a mí, “Ministra, tú lo has querido”, joder, cómo que yo lo he
querido, y ese aliento, qué fetidez, es un asco, no lo soporto, no puedo más,
me vengo abajo, esto es un desastre, qué pasa, dónde está mi espalda, y ese
agujero, qué duro está… el suelo… ay, mi espalda, no soporto ese agujero… corre
sangre, sangre, horror, si estoy chorreando. Y ese suelo, cada vez más cerca…,
qué alguien me lo aparte, mierda, no me oís, o es que estáis sordos... qué
alguien me ayude, joder, ese suelo, la pasarela, me estoy mareando, no entiendo
nada, qué alguien me ayude, acaso no me vais a ayudar, soy la ministra, y el
resto no sois más que vasallos… asquerosos, “te vamos a mandar para el otro
barrio”, qué voz es esa, quién eres tú, de dónde sales, se me nubla la vista.
No entiendo… qué asco…"
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