Que los restos de Gil y Carrasco estén o no en
Villafranca del Bierzo es algo baladí, de escasa importancia, aunque algunos
crean que se trata de algo heroico, extraordinario, y hasta me tachen de
iconoclasta, porque lo importante, lo esencial, me atrevería a decir, es que
perviva su espíritu a través de sus obras, de la memoria impresa, que es en
verdad lo que debería movernos a unos y otros. Por tanto, dejémonos de milongas
y de monumentalidades, porque más allá de sus restos, de los cuales no deben
quedar ni las ‘farraspinas’, convido a los presentes a releer su obra al
completo y empaparnos con la fuerza romántica y viajera de su duende, que esta
sí es una buena y sana manera de rendir homenaje y dar a conocer a un grande de
nuestra literatura pasada, presente y futura, sobre todo ahora que se avecina
su bicentenario.
Se sabe que a Gil y Carrasco lo enterraron en
Berlín Oriental, en el llamado cementerio de Santa Eduvigis, y que éste quedó
literalmente arrasado por el muro, con lo cual no debieron conservarse ni los
huesos de nuestro ilustre literato. Pero el fetichismo, y la mucha imaginación,
logran a veces lo imposible, o lo posible, porque la materia ni se crea ni se
destruye, sólo se transforma, y la materia gris de nuestro genio de las letras
acabó misteriosamente en su tierra natal. Qué maravilla. En todo caso, y aun
suponiendo y creyendo que esto fuera así, que los restos de nuestro héroe
romántico hubieran sido rescatados de la tierra santa de Berlín y llevados a
Villafranca del Bierzo, sigue sin cautivarnos, pues lo que queremos es reavivar
la chispa de sus obras, darles vuelo, elevarlas a la categoría que se merece
tal escritor. Por desgracia (es ley de vida, comentan), la gente se muere, nos
morimos, que nadie va a quedar para cresta de gallo (dicen en mi pueblo), mas
el creador de ‘Bosquejo de un viaje a una provincia del interior’ seguirá vivo
a través de su obra literaria, porque la obra, una vez construida, camina por
sí sola, con independencia de su autor.
Me consta que el intrépido Valentín Carrera,
quien en su día hizo lo posible por adaptar al cine la famosa novela ‘El señor
de Bembibre’, está pergeñando la reedición de toda la obra de Gil y Carrasco, y
eso me colma de felicidad, como debería enorgullecernos a todos los bercianos
(y bercianas), a tantos cuantos creen y creemos en el poder de la palabra
impresa, del verbo literario. Gran labor, la que quiere llevar a buen término
el autor de ‘Viaje del Vierzo’, porque de este modo logrará resucitar, una vez
más, al villafranquino universal.
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