Hace años me daba por escribir estas cosas. Este artículo fue publicado en Diario de León.
16/12/2002
Estamos entre el Aserejé, ja ja ju ju, y el Ave María purísima de los cielos, que es como decir que estamos entre la espada asesina, castigadora, doblada y el muro insalvable de la impotencia. Con este panorama musical color panza de burra menopáusica me siento como en un mundo de mierda. Ni más ni menos. La mierda nos envuelve y nos embadurna el espíritu hasta el punto de aniquilarnos. Ni espíritu nos queda. Somos cuerpos hediondos adaptados a una realidad no menos monstruosa y putrefaccionada. Y así nos luce la calavera. Se me empacha el Aserejé, dejé mojé saqué... y el «Ave María cuando serás mía...» me da como dolor de meninges. Qué sensación de vómito. La náusea regresa en los momentos supuestamente más placenteros, cuando los borreguitos danzan en el redil de las psicofonías.
Algo de infernal debe de haber en esa canción de Las Ketchup -se llaman ketchup, vaya nombre- a tenor de la polémica que se ha levantado en los colegios religiosos de Honduras. Hay que joderse con las cancioncitas de marras. No soporto tales estupideces. Y lo malo del asunto es que en cuanto a uno le da por enchufar la televisión, que se muestra más imbécil que nunca, o la radio, ahí que te plantan la basura de turno. Y si se te ocurre salir de copas -ahora se dice salir de copas- ya puedes ponerte tapones en los oídos cual si fueras a darte un viaje en avión a las Américas, a Honduras mismamente.
Entre el Aserejé jopé joder jodamos y el Ave María santísima nos tienen devorado el coco. Ruido cojonero que me revienta las entretelas del cerebelo. Lamento no entrar en el juego ni en la onda «moderna», modernista, veraniega. El mal gusto es un lastre que arrastramos y somos incapaces de liberarnos de él. El mal gusto impera en este reino de apijotados, del que todos formamos parte y partida. Recuperemos, por favor, la música barroca y démosle caña y cancha a Mozart, Johann Sebastian Bach, Mahler o Purcell, por ejemplo. No busquemos ni cielo ni infierno, salvo el que nos ofrece Vangelis, sino un espacio en el que nos sintamos a gusto, estimulados, encandilados, escuchando la música que nos ayuda a elevarnos por encima del bien y del mal, más allá incluso de la libertad y la dignidad. Como nos sugiere Skinner.
Ahora va a resultar que Las hijas de El Tomate causan más revuelo que los versos satánicos de Salman Rushdie, y que sus trabalenguas ñoños invocan a Lucifer y a todos los demonios de los avernos. Ahora va a resultar que Las Ketchup son unas brujillas y/o juanas de arco a las que se les pretende chamuscar el brillo de sus cabelleras. Tampoco es para tanto. Las rapacinas y el gili que entona el mea culpa no ameritan de tales condescendencias.
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