Viajar a Madrid de vez en cuando, sobre todo para quienes vivimos en
provincias, resulta muy estimulante.
A algunos y algunas se les empachan
las grandes ciudades, pero Madrid (Mayrit o
Magerit, a vuestra elección), aun
siendo una gran ciudad y una ciudad grande, se me antoja hermosa para
recorrerla, saborearla. Me refiero al Madrid de siempre, el histórico, ese que
atrapa con su belleza monumental.
Se nota que no vivo en esta ciudad, aunque sí he
estado en ella en múltiples ocasiones (ah, y hasta llegué a vivir una
temporada, breve e intensa.
Por
ahí cerca también anda la Plaza Mayor, en cuyos aledaños se comen/se comían
buenos bocatas de calamares. Ay, el olor a calamar.
Arco de Cuchilleros |
Pero no quiero que este sea un recorrido turístico al
uso y abuso, sino una rememoración del Madrid que siento. Olvidaba
mencionar la antiquísima Casa Botín, de la cual se dice que es el restaurante
más viejo del mundo. Mucho decir, o sea.
Me gusta sobre todo el Madrid de Valle, el del
callejón del gato (y tal vez el ratón) y el de las botillerías (en las que por
cierto no se servían botillos del Bierzo, sino licores y cafés), lugares éstos
con mucha solera literaria, pues acudían gentes tan nobles y bien-pensantes
como Ramón Gómez de la Serna, otro grande de los madriles, que nos obsequió con
obras tan estupendas como Nostalgias de Madrid o El
Rastro (cada vez que lo visito siempre me compro algún libro), por
mencionar sólo algunas con aroma madrileño.
En la carrera de San Jerónimo aún se encuentran
vestigios de aquellas antiguas botillerías, hoy reconvertidas en bares y
cafeterías. Precisamente, en Sol, esquina con la calle Alcalá, se halla
una placa que nos recuerda que alguna vez allí estuvo el café La Montaña, al
que gustaba ir el bohemio y luminoso Valle, y donde perdió su brazo izquierdo
(para mayor gloria del derecho) en una archiconocida disputa con el majadero
Manuel Bueno.
O bien la calle Carretas, que parte de Sol hacia la plaza Jacinto
Benavente, donde se encontraba el café Pombo, tan querido por Don Ramón de
"la Sorna", y retratado de un modo magistral por Gutiérrez
Solana.
También en la Plaza Jacinto Benavente, aparte de musas inspiradoras, puede
visitarse la tetería Mayrit (baño termal y masaje incluidos, si así lo deseas,
soltando eso sí unos euritos). Y hablando de musas, te las encuentras por ese
barrio que frecuentaran en tiempos Cervantes, Lope, Calderón, Tirso de Molina y
otros duendes.
Pasead por las calles de Antón Martín y Sevilla. Se cuenta que en el
convento de las Trinitarias está enterrado Cervantes (aunque nadie acierte a
dar con sus huesitos), y en la Calle Cervantes, número 11, para más precisión,
se halla la casa de Lope, próxima al que fuera otrora teatro o Corral del Príncipe,
hoy Teatro Español, en la Plaza de Santa Ana. Qué cosa eso de las
corralas.
Y así, casi sin quererlo ni pretenderlo (o sí) me estoy largando un voltión
turístico (qué lástima, al final me he turistizado) por la capi, Mayrit o
Magerit, nombres con tal regustín árabigo-andalusí que me está encantando. Y
continuando con el figurón de Cervantes, en la calle Atocha, en el número 87,
se puede leer, también en una placa, que en ese mismo lugar se editó por
primera vez el Quijote. Qué chuli.
Madrid no se agota por más que uno deambule por sus calles, arriba y abajo.
Proseguiré ruta.
Mañana, dentro de unas horas, de forma real, porque ahora lo estoy haciendo
sólo de memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario