Rescato del baúl este artículo, publicado hace unos dos años, en el periódico El Mundo. Es probable que haya perdido rabiosa actualidad, porque gracias a la nueva Concejalía de cultura ya han dejado de hacerse estas Tardes dedicadas al cine y los cineastas (cineostias, que diría Gonzalo Suárez) y los minicines de la capital del Bierzo Alto siguen con telarañas, aunque hace tan sólo unos meses les dábamos vuelo y vida con algunos ciclos monográficos: Hitchcock y Chaplin.
Mientras en la Casa de las Culturas de Bembibre se celebran las Tardes de cine, sus minicines permanecen casi sin desempolvar, en espera de que alguien, cual bolero, les saque brillo, como Aladino a su lámpara de aceite maravillosa. Así de paradójica se resuelve por momentos la vida. Por una parte se hacen unas Tardes de Cine, lo que resulta atractivo para la villa y la cultura de sus habitantes, y por otro lado los cines de la capital del Bierzo Alto están muertos de tristeza, a buen seguro porque el personal prefiere sentarse cómodamente delante de la caja tonta, el nuevo opio del pueblo, la catedral postmoderna donde descifran sus mensajes y misterios los feligreses adoctrinados, que no siempre se revela tan tonta, sino perversa y hasta instructiva, o bien prefiere ponerse un DVD o DVIX en su reproductor casero. O cualquier otra cosa, que nada tenga que ver con lo fílmico ni con la religión catódica, como diría el periodista y filósofo Juan Cueto, pues la vida siempre estará por encima y aun por delante de cualquier ficción, aunque ésta sea linda, lloroncita y entretenida como un culebrón latinoché.
La magia del cine está ahí, para quien quiera acercarse a ella. Sólo debemos dejarnos llevar, como en una buena sesión hipnótica, adentrarnos en esas imágenes que nos devuelven nuestra propia mirada, aunque nos lleguen teñidas con otra luz. No obstante, confiamos en que en algún momento las Tardes de Cine, que iniciaron su andadura hace unos días, con la presencia del cineasta berciano Chema Sarmiento y su charla acerca de Mahoma, tengan su complemento con ciclos de cine de autor, incluso con ciclos dedicados a cineastas singulares, y de este modo se dé uso a los infrautilizados cines del Teatro Benevivere, antaño Cinema Paz, donde vimos por primera vez aquella película, que tan profunda huella nos dejó: El Filandón.
¿Quién hubiera imaginado que algunos de los escritores que aparecen en esta mágica cinta son hoy académicos de la lengua? Aunque no resulte fácil creerlo, hay veces en que los sueños se hacen realidad. También Ponferrada soñó un día con ser Ciudad de Cine, y hasta se construyó una glorieta, en honor al séptimo arte, hasta que dejó de serlo, porque los sueños no siempre se tornan realidad, incluso se esfuman.
Tan pueril es vivir de sueños como de silogismos, nos contó Umbral en Mortal y rosa, su obra cumbre. “Claro que se vive de lo que se puede –aclara el maestro-, y tarda uno en aprender a vivir de realidades, de cosas, de objetos, como viven los seres naturales”.
Por tanto, busquemos el término justo, el equilibrio entre el sueño y la razón, porque el sueño de la razón también produce monstruos, no lo olvidemos. En cualquier caso, uno tiende a soñar despierto, con un mundo mejor donde el ser humano no sea un lobo feroz dispuesto a devorar a la dulce y tierna Caperucita, un mundo hecho a nuestra medida, en el que nos sintamos felices y alegres, como en una comedia, digamos hollywoodiense, con final dichoso, acompañada de una cantinela, poco creíble por lo demás, porque la realidad, el cruel rostro de la vida, se impone las más de las veces con una fuerza descomunal, incontrolable, como una apisonadora. Y eso nos desencanta y nos aleja de cualquier sueño.
Sin embargo, nos empeñamos, una y otra vez, en seguir soñando, despiertos y dormidos. Lo mejor, como diría Ortega y Gasset, sería vivir de claridades y lo más despiertos posible, para continuar luchando en este universo incognoscible, donde no es oro todo lo que reluce, sino bacía de barbero, y en ocasiones ni siquiera vemos relumbrar el oro, aunque exista y esté ahí, porque hemos perdido, en buena medida, la capacidad de percepción, y nos han hechizado para ver lo que otros quieren que veamos, porque hace tiempo que el sistema caníbal ha decidido, por su cuenta y riesgo, lo que debemos desear, ver, sentir, pensar, vivir.
Un poco de luz cinematográfica, a modo de chute psicodélico y de vez en cuando, puede ayudarnos a estar despiertos, aunque sigamos soñando, soñadores que somos, qué le vamos a hacer, con las Tardes y ciclos de cine en la capital del Bierzo Alto.
La magia del cine está ahí, para quien quiera acercarse a ella. Sólo debemos dejarnos llevar, como en una buena sesión hipnótica, adentrarnos en esas imágenes que nos devuelven nuestra propia mirada, aunque nos lleguen teñidas con otra luz. No obstante, confiamos en que en algún momento las Tardes de Cine, que iniciaron su andadura hace unos días, con la presencia del cineasta berciano Chema Sarmiento y su charla acerca de Mahoma, tengan su complemento con ciclos de cine de autor, incluso con ciclos dedicados a cineastas singulares, y de este modo se dé uso a los infrautilizados cines del Teatro Benevivere, antaño Cinema Paz, donde vimos por primera vez aquella película, que tan profunda huella nos dejó: El Filandón.
¿Quién hubiera imaginado que algunos de los escritores que aparecen en esta mágica cinta son hoy académicos de la lengua? Aunque no resulte fácil creerlo, hay veces en que los sueños se hacen realidad. También Ponferrada soñó un día con ser Ciudad de Cine, y hasta se construyó una glorieta, en honor al séptimo arte, hasta que dejó de serlo, porque los sueños no siempre se tornan realidad, incluso se esfuman.
Tan pueril es vivir de sueños como de silogismos, nos contó Umbral en Mortal y rosa, su obra cumbre. “Claro que se vive de lo que se puede –aclara el maestro-, y tarda uno en aprender a vivir de realidades, de cosas, de objetos, como viven los seres naturales”.
Por tanto, busquemos el término justo, el equilibrio entre el sueño y la razón, porque el sueño de la razón también produce monstruos, no lo olvidemos. En cualquier caso, uno tiende a soñar despierto, con un mundo mejor donde el ser humano no sea un lobo feroz dispuesto a devorar a la dulce y tierna Caperucita, un mundo hecho a nuestra medida, en el que nos sintamos felices y alegres, como en una comedia, digamos hollywoodiense, con final dichoso, acompañada de una cantinela, poco creíble por lo demás, porque la realidad, el cruel rostro de la vida, se impone las más de las veces con una fuerza descomunal, incontrolable, como una apisonadora. Y eso nos desencanta y nos aleja de cualquier sueño.
Sin embargo, nos empeñamos, una y otra vez, en seguir soñando, despiertos y dormidos. Lo mejor, como diría Ortega y Gasset, sería vivir de claridades y lo más despiertos posible, para continuar luchando en este universo incognoscible, donde no es oro todo lo que reluce, sino bacía de barbero, y en ocasiones ni siquiera vemos relumbrar el oro, aunque exista y esté ahí, porque hemos perdido, en buena medida, la capacidad de percepción, y nos han hechizado para ver lo que otros quieren que veamos, porque hace tiempo que el sistema caníbal ha decidido, por su cuenta y riesgo, lo que debemos desear, ver, sentir, pensar, vivir.
Un poco de luz cinematográfica, a modo de chute psicodélico y de vez en cuando, puede ayudarnos a estar despiertos, aunque sigamos soñando, soñadores que somos, qué le vamos a hacer, con las Tardes y ciclos de cine en la capital del Bierzo Alto.
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