Gutiérrez Alea (Titón), Birri, García Márquez y Julio García Espinosa en la Escuela de Cine y TV de San Antonio de Los Baños (Cuba)
Desde que Zambrano nos sorprendiera con su laureada película Solas -que por lo demás protagoniza Álvarez-Nóvoa, uno de los actores revelación del cine español e invitado de honor en Tardes de Cine de Bembibre-, he seguido con cierta regularidad la trayectoria de este cineasta andaluz, quien a buen seguro nos seguirá obsequiando estupendas pelis.
En realidad, ya nos las ha dado, como aquella miniserie titulada Padre Coraje, en la que interviene Macarena Gómez -otra invitada a las Tardes de Cine de la capital del Bierzo Alto- hasta llegar a su última y excelente cinta La voz dormida, pasando por la excepcional Habana Blues, que he visto en dos ocasiones en la gran pantalla.
La primera fue en un cine de la Gran Vía madrileña, luego de un viaje a La Habana, y la segunda fue en los Cines La Dehesa de Ponferrada. Dejé que pasara el tiempo (no demasiado) para comprobar si me procuraría parecidas o similares emociones. Confieso que no pude contenerme, ni la primera ni la segunda vez. Es probable que uno sea extremadamente sensible, mas Habana blues toca las alegrías y tristezas del ser humano.
A ritmo de música, y subidos en un Chevrolet rojo del 52, Zambrano nos conduce por esa romántica y decadente, loca y maravillosa ciudad que es La Habana, donde la amistad, la dignidad y la ternura nos devuelven a lo primigenio.
Se nota que Zambrano, que pasó algunos años como estudiante de cine en la Escuela Internacional de San Antonio de Los Baños, conoce bien La Habana. O mejor dicho, se siente que el director adora esta ciudad.
Tuve la ocasión de visitar esta escuela de cine, ubicada a las afueras de la capital cubana, y me parece un sitio magnífico, donde figuran las estatuas de sus fundadores, a saber, Gabriel García Márquez, Fernando Birri, Julio García Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea (Titón), y en el que han impartido clases los grandes, Steven Spielberg, Coppola, Ettore Scola, Mike Figgis (al que pude saludar), entre otros, los cuales han dejado sus firmas estampadas en algunas paredes. Un lujo para los estudiantes de cine, provenientes de todo el mundo, sobre todo de América Latina. A esta mítica Escuela Internacional de Cine y Televisión (así como a la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, a la que está adscrita) convendría dedicarles todo un artículo. Pero por el momento prosigo con Zambrano y su mirada, elegante y cariñosa, hacia unas gentes que, con sus grandezas y también con sus estrecheces, no están dispuestas a venderse por un contrato de mierda. Como ocurre a menudo en nuestra sociedad basura, donde lo que importa no es el arte sino el negocio. Seres que nos dan la vuelta a la cabeza a los “gallegos invasores”, habituados como estamos a otra forma de vivir y entender la realidad.
Aunque hayamos visto extraordinarias películas-documentales sobre la música y la capital cubana, véanse Buena Vista Social Club, de Wenders o Suite Habana, de Fernando Pérez (con quien coincidí en la Mostra Latinoamericana de Lleida), Zambrano, en su Habana Blues, nos muestra a unos personajes creíbles, interpretados con naturalidad y con un excelente sentido del humor, en un mundo difícil, donde hay muchas carencias económicas y falta de libertades, pero que es a la vez alegre. Un mundo impregnado de afecto y de sones.
La música como motor de longevidad. Esos sonidos que nos ayudan a vivir y calan hondo en nuestro ser cual lágrimas tatuadas y arenas de soledad, entre las alas del amor y un silencio roto.
Habana Blues es sobre todo un canto a la amistad y la dignidad con un final tan real como sobrecogedor, en el que también destaca el montaje del maestro Fernando Pardo, que en su día fuera profesor de la Escuela de cine de Ponferrada, en la que uno trabajó desde su puesta en marcha (y aun antes) hasta su final, que con el paso del tiempo me late triste. Pero este es otro cantar, acaso el cantar de los cantares.
No le perdamos la pista a este director humilde y grande que es Benito Zambrano.
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