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viernes, 29 de diciembre de 2023

Mallorca, la luz oriental del Mediterráneo

Es la primera vez que viajo a las Baleares, en este caso a la isla de Mallorca, y espero que no sea la última.

Ojalá pueda volver a Mallorca y viajar tal vez a Menorca y a Ibiza. Qué las fuerzas nos acompañen para seguir viajando, "no pares de viajar", me recuerda el historiador berciano Balboa. Pues espero no dejar de viajar mientras me queden unas gotas de sangre en las venas. Ojalá pudiera estar viajando sin parar, aunque también se requiere de calma para asimilar la estimulación, las emociones y reflexiones que se despiertan al viajar, porque de este modo uno, al rememorar el periplo, vuelve a viajar, aunque sea de otro modo. 

El largo puente de la Constitución de este mes de diciembre, que ya está finiquitando, me encaminé a Madrid para coger vuelo a Palma de Mallorca. Y la experiencia fue magnífica. Además, en esta ocasión Álvaro, de la agencia Leontur, me consiguió el vuelo y el hotel Riu Concordia para alojarme allí, lo que se agradece cuando uno viaja pocos días, porque se goza de confort. Un lujo que uno puede permitirse de vez en cuando. 

Almudaina

Sigo conservando en la retina de la memoria -me tocó ventanilla- cómo sobrevolaba la isla, que se perfila como una ensoñación. Ese vuelo sobre Mallorca, con la poética que brota de la propia naturaleza y el encanto que procura volver a mirar la realidad con el asombro de quien la descubriera por primera vez. Qué perviva el asombro, la mirada no mediatizada.

La Lonja

Recuerdo que sentí un chute de dopamina (puro placer) mientras contemplaba extasiado la luz del Mediterráneo que engendra belleza. Esa luz todopoderosa, divina, oriental, que se muestra tamizada y me hace creer en la vida, en el viaje de la vida, aunque sepa de antemano que ésta tiene un principio y un fin. Tal vez por eso conviene disfrutar de cada instante cual si fuera el último, porque aquí, en esta vida, estamos de paso. Con lo cual Mallorca se me apareció como una exquisita ensaimada. Por cierto, los desayunos y las cenas del hotel Riu Concordia los disfruté mucho. La comida es un gran placer, sin duda.

Almudaina y catedral

Nada más poner los pies en el aeropuerto de Palma sentí buenas vibraciones. He llegado a una tierra tocada por alguna varita mágica, me dije. Con un clima maravilloso, solecito y excelente temperatura. Es el Mediterráneo, pensé.

Me instalé cómodamente en el hotel. Y sin más, incluso sin dormir, ya que había viajado durante toda la noche al aeropuerto de Barajas, me lancé a la aventura de recorrer la ciudad de Palma. Mi primera impresión fue la de estar en una España diferente, acaso en otra España, con cierto parecido a Cataluña, y es que hay muchas Españas.

Y esto no lo digo con afán político, pues habemos (como maldice algún gentío) ciudadanos de primera, de segunda y hasta de tercera clase. Clasista que es nuestro país de paisitos. Pero a lo que venía, como Umbral, es a hablar de mi viaje a la isla de Mallorca, que es más que una deliciosa ensaimada.

La isla más grande del archipiélago balear, con una extensión superior a la comarca del Bierzo, ofrece bellos espacios, comenzando por la propia ciudad de Palma, como pude comprobar en mis cinco días en la ciudad, considerada como una de las mejores del mundo para vivir gracias a su sol, su estupendo clima, que me supieron a poco. No en vano, en mis recorridos por Palma escuchaba diversas lenguas, sobre todo alemán e italiano. Tiene sabor italiano, eso me pareció, su arquitectura, su colorido...

Más despejado que el primer día, pues estaba agotado, con lo cual no pude disfrutar como quisiera, me llamó la atención sobre todo su catedral, construida a la orilla de la bahía, todo un icono y punto de referencia. Me impresionó este edificio gótico de grandes dimensiones. Y también, al ladito, me gustaron los jardines del S'Hort del Rei y el palacio de la Almudaina, un imponente alcázar reconvertido en palacio cristiano de estilo gótico, que es residencia de verano de la familia real española. Desde aquí pude contemplar el paseo marítimo, que me entusiasmó recorrer. Al fondo se alza el castillo de Bellver.

Plaza Mayor

Siguiendo el paseo marítimo se halla La Lonja, que fuera punto de reunión de mercaderes. Un edificio medieval con tres naves sostenidas por seis esbeltas columnas helicoidales sin capitel que parecen palmeras de piedra.

Próximo al castillo de Bellver se encuentra el llamado barrio bohemio, un barrio de moda donde viven muchos extranjeros y en tiempos viviera el Nobel Cela, como me dijera un rapaz de una oficina de turismo próxima a la catedral. Lástima que no tuviera tiempo suficiente para visitarlo como me hubiera gustado porque, cuando me enteré, ya era algo tarde. Así que tendré que volver a Palma. El tiempo, siempre el tiempo.

Castillo de Bellver

En todo caso, fue un auténtico placer caminar a la orilla del paseo marítimo y luego subir al castillo de Bellver para disfrutar de esta fortaleza de estilo gótico, del siglo XIV, de planta circular, con tres torres adosadas y una torre homenaje, también circular.
Ubicado sobre una colina al oeste de Palma de Mallorca, desde el Castillo de Bellver se gozan de bellas vistas, como su propio nombre indica, de la ciudad, del puerto y de su bahía. Me entusiasman las alturas y contemplar, en un estado de arrobamiento, lo que ofrece la naturaleza.
Panorámica de Palma desde Bellver
Aparte de la ciudad de Palma, tuve la curiosidad por adentrarme en algunos rincones de la isla como la Sierra Tramontana o Tramuntana, declarada patrimonio de la Humanidad.
Confieso que me encanta este nombre de Tramontana (más allá de la montaña). Siendo un rapaz escuché aquello de que el viento de Tramontana volvía majareta a la gente. Un viento frío del que habla Dalí y también el escritor y periodista ampurdanés Josep Pla, porque también afecta al Ampurdán catalán.
Puerto de Sóller

Pues eso, que la sola palabra Tramontana me traslada a algo misterioso emparentado con la genialidad y también con la locura. Y en esta comarca de la sierra de Tramontana se hallan Sóller con su tranvía trenecito con vagón de madera y su bello puerto asentado en una hermosa bahía con playas circundadas por montañas; Deià o Deyá, una estampa pictórica con el color ocre de sus casas, los naranjos y el azul turquesa del mar, un lugar de inspiración para autores como el escritor inglés Graves, el autor entre otras de Yo, Claudio, donde tiene su casa museo (también está enterrado en este pueblo) y que atrajo como un imán al músico Mike Oldfield, entre otros artistas.
Valldemossa

Y colgadas de la ladera, las casas y las torres de Valldemossa, en cuyo monasterio de La cartuja pasaron el otoño de 1838 y el invierno de 1839 el compositor polaco Chopin y su amante la escritora romántica francesa Sand, autora del cuaderno de viajes autobiográfico titulado Un invierno en Mallorca. Durante su estancia en este pueblo de calles adoquinadas y casas de piedra decoradas con macetas de flores, Chopin compuso algunos de sus Preludios.
Deyá

Me hubiera gustado quedarme más tiempo en esta ínsula balear. Y disfrutar por ejemplo de Deiá y también del pueblo de Sóller.
No obstante, pude pasear por Valldemossa en compañía de Stella, una chica colombiana que vive en Palma, con quien coincidí en esta travesía.
Una caja de encantos y sorpresas la isla mallorquina, entre las que sobresalen asimismo las poblaciones de Alcúdia (nombre de origen árabe, al-qudya, cerro), y Pollença, que significa La pujante, porque ya era próspera en la época del Imperio Romano.
Alcúdia
No es de extrañar porque Pollença me pareció una pequeña ciudad del sur de Italia, incluso de Sicilia, con la terrosidad carnal de sus edificios y el aroma a vegetación mediterránea. Uno de los paisajes más deslumbrantes de Mallorca, que además es Patrimonio de la Humanidad.
Me entusiasmó pasearla, haciendo parada en la fuente del gallo, entre otras plazas, y subir los 365 peldaños hasta el llamado Calvari, el Calvario, cual si me hubiera trepado hasta el monte de los olivos en Jerusalén. Esta escalera, con sus escalones representando los días del año, es una vía singular jalonada por cipreses y cruces. Desde estas alturas se consiguen vistas incomparables.
Pollença
No lejos del puerto de Pollença se encuentra el cabo Formentor, que es el entrante de tierra más septentrional de la isla. Pero al final no pude visitarlo. El escritor viajero Sergi Bellver me lo recomendó pero cuando me lo dijo era demasiado tarde. https://cuenya.blogspot.com/2022/04/la-fragua-literaria-leonesa-sergi_8.html
Lástima, otra buena disculpa para volver a Mallorca. Si es que necesitaríamos más de una vida para estar viajando de un lado a otro como un nómada. Como hace el propio Sergi Bellver, que ahora anda por México, ese país que me dejó marcado de por vida.
Sí puede al menos adentrarme en la ciudad amurallada medieval de Alcúdia, con sus puertas del Moll, de Mallorca..., que me trasladó a alguna medina árabe, sintiéndome islámico en Tierra Santa... un decir. Es posible, como en Lugo, subirse a la muralla y recorrer una parte de la misma. Bueno, en Lugo puede recorrerse al completo porque se conserva en su totalidad.
Y también me acerqué a las Cuevas del Drach. Si bien hubo un momento en que pensé en dejarlas para otra visita. Hay que tener ilusión en esta vida que se nos va como un suspiro. Por eso es conveniente aplicar el carpe diem.
Unas cuevas que, por otra parte, me trasladaron a las cuevas de Valporquero en la provincia de León https://cuenya.blogspot.com/2011/06/valporquero.html, y por supuesto me hicieron rememorar una de las escenas más crueles y desternillantes de la película El verdugo, de Berlanga, con guion de Azcona y el propio Berlanga. https://cuenya.blogspot.com/2013/04/el-verdugo.html
En esta antológica y tragicómica película vemos cómo toca una orquestina subida en una barca en el lago subterráneo que existe en el Drach. La orquestina recorre el iluminado lago Martel mientras interpreta la dulce melodía de la Barcarola de Los cuentos de Hoffman. Como un canto de hadas. De repente se nos aparece un guardia civil remando, mientras otro, con un gran megáfono, susurra bajo el tricornio de charol: "Don José Luis Rodríguez... Se ruega a don José Luis Rodríguez que, si se encuentra entre los presentes, baje al embarcadero... tenga la bondad de bajar al embarcadero...".
Realmente brutal e hilarante esta escena fílmica.
Sea como fuerte, las cuevas del Drach te adentran en un bosque prehistórico de estalactitas y estalagmitas, que podría servir y a buen seguro sirvió de inspiración a arquitectos de la talla de Gaudí para componer sus obras.
Las cuevas del Drach también son un buen escenario o decorado gótico, una escenografía fantasmagórica, un espacio donde a uno se le dispara la fantasía y acaba imaginándose en medio de un bosque encantado de seres fabulosos.
Después de un mini concierto de música clásica, con una acústica extraordinaria, tomé, como el resto de visitantes y turistas, la barca esa de la que le hacen bajar a Don José Luis (interpretado de modo magistral por el actor italiano Manfredi) y abandoné esta maravilla de la naturaleza situada en la costa oriental de esta preciosa isla balear para regresar a Palma, que me estaba esperando (por decirlo de algún modo) para seguir mostrándome su monumentalidad en el centro histórico. Un casco de trazado medieval espectacular.

Uno de los más grandes y mejor conservados del Mediterráneo y de Europa en general. Con calles y plazas (como la coqueta Plaza Mayor, que me recuerda a la de León), sobre las que se asientan casas señoriales, edificios modernistas (que tanto recuerdan a las construcciones de Gaudí), museos, baños árabes, la judería...
Paseo del Borne
Y para finalizar este viaje me apetece rememorar a Raquel, berciana de Bembibre que vive desde hace meses en la isla, con quien tuve el placer de platicar y pasear por el centro de las Palmas.
Gracias por tu invitación a un café en el hermoso y arbolado, cual si se tratara de una corredoira, Paseo del Borne.
En el avión de regreso a Madrid me encontré con el psiquiatra Cabrera, al que reconocí de inmediato y saludé con naturalidad y él respondió con un gesto afectuoso. Lo saludé porque me cae bien, por supuesto. Para el resto de pasajeros creo que pasó desapercibido.
Al llegar al aeropuerto de Barajas pensé en decirle algo más al doctor Cabrera, incluso hacer una fotica, pero desistí porque no se debe ser pesado y además no tenía que recoger maleta porque sólo llevaba de mano y salí pitando.

Creo que Mallorca ha sido un gran descubrimiento.

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