Fue el filósofo alemán Nietzsche quien nos habló del humo de una realidad que se ha evaporado para referirse a la civilización occidental. El humo que aun parece resurgir de las cenizas humanas. Occidente es también un inmenso cementerio.
Da la impresión de que Occidente estuviera llegando a su ocaso. El ocaso de los dioses y las diosas. Como en su día lo hiciera el Imperio de Roma. Occidente ya tocó fondo con el holocausto, con los holocaustos, aparte de sus guerras mundiales, etc.
"Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie", según el filósofo Adorno.
Muchas escalofriantes páginas se han escrito después del holocausto (entre ellas las de Primo Levi, Anna Frank o el propio poeta Paul Celan, entre otros) para dejarnos testimonio del horror, de la barbarie, que unos humanos bestiales, con un grado espeluznante de perversión y psicopatía, cometieran con y/o contra otros humanos.
Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus
mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza
...
(Celan, Fuga de la muerte)
Una conversación reciente con el amigo Juan Carlos, descendiente del útero de Gistredo aunque vive en Bilbao, me hizo tomar conciencia, una vez más, del mundo espantoso en que vivimos, donde se repite la historia universal de la infamia. Por emplear terminología borgiana. La maldad, la vileza de los seres humanos, al menos de algunos seres humanos, que antes son bichejos parlantes, que se comportan como genuinos psicópatas, que se regodean en el sufrimiento, a veces tras una máscara de sonrisas y carantoñas, es algo al borde de la calle.
No se crean ni se fíen de nada ni de nadie. Que nada ni nadie es lo que parece. Y la doblez, la falsedad, incluso el desdoblamiento de personalidad, es frecuente, aflorando el yo perverso aun en el momento menos inesperado, pudiendo arrojarte al vacío, al abismo.
La modernidad, que al sociólogo Bauman se le antojaba líquida, con una sociedad líquida, donde también el amor es líquido, o sea, nada, ha acabado evaporándose, como a buen seguro nos diría el pensador Ramiro Pinto. De modo que no tenemos mucho a lo que agarrarnos, aferrarnos, porque no hay nada sólido. Todo se diluye, todo se esfuma. Y de este modo resulta complicado construir algo sobre cimientos, porque la realidad se desvanece.
Otrora podíamos asirnos a algo tangible, palpable, pero ahora todo es evanescente, virtual, digital. Y eso resulta harto preocupante, porque vivimos de modo artificial, siempre en la inmediatez. A una velocidad de vértigo. El vértigo de la angustia, de la incertidumbre. Y en esa inmediatez, que procura la tecnología, en esa vida apresurada, que se vuelve de infarto, nos movemos como marionetas. Y somos incapaces de quedarnos durante horas contemplando algo, por ejemplo, las estrellas o un amanecer, porque eso podría resultarnos tedioso. Y en vez de charlar con alguien, cara a cara, preferimos hacerlo a través de una cámara web. Incluso para decir que la relación se ha acabado. Una puta locura. Todo se resuelve por la vía telemática. También nuestras gestiones burocráticas.
Crematorios de Auschwitz. Foto: Cuenya |
Vivimos en un permanente vértigo, el que procura esta vida esclavizada asimismo a las redes sociales como el Facebook, el Twitter, el Instagram... o bien al WhatsApp. Ya hemos comprobado cómo cuando se caen las redes, aunque sólo sea durante unas horas, nos volvemos majaretas perdidos. Es como si ocurriera una hecatombe. Y hasta algunos rapaces y rapazas entran en pánico. Algunos llegan incluso a la depre, con las consecuencias que ello podría acarrear. ¿Qué ocurrirá cuando nos llegue un apagón tecnológico, que podría llegar, el cual nos sumerja en las tinieblas?
Sin Internet, sin dinero, sin nada...
Vivimos generando una ansiedad descomunal, lo que podría desembocar en patologías varias. Nos bombardean con información, con ruido, que somos incapaces de procesar, de discernir, porque no somos robots, aunque todo apunta a que acabaremos deshumanizándonos tanto que nos convertiremos en puras máquinas, autómatas que ni piensan ni sienten, insensibles al horror que se cierne sobre nosotros. Dopados día y noche. Con algunas raciones de soma, acaso para disfrutar de la eternidad y un día en la cara oculta de la luna o en alguna reserva salvaje, que antes se asemeja a un parque temático de la factoría Disney. Pongamos por caso. Se nota que uno estuvo como cast member en esta multinacional, que trata a sus trabajadores como si fueran peones de un engranaje perverso, que lo es.
Todo parece estar a nuestro alcance, creyendo incluso nuestras mentiras. Basta con darle a una tecla del ordenador o del móvil para activar nuestro cerebro preprogramado. Nos entusiasma engancharnos a las redes porque lo que ahí pongamos nos procura una satisfacción inmediata, un refuerzo, sobre todo cuando colgamos algo que a otra gente parece gustarle, entonces es cuando se ponen en funcionamiento algunos de nuestros neurotransmisores del bienestar. Y eso nos convierte en adictos. En unos trastornados. Nos ponen al alcance de la mano caramelitos, chutes psicodélicos, que nos jamamos sin repensar ni replantearnos nada.
Vivimos en un mundo frenético, desequilibrado, de ahí que el personal se vuelva fuera de sí. Y las patologías de la psique sean tan frecuentes. Tan brutales en ocasiones. Y para más inri lo psíquico se acaba somatizando en cánceres y demás enfermedades.
Occidente, con todo su supuesto bienestar y sus quiméricas libertad e igualdad (la fraternidad está literalmente pulverizada), se está yendo a la mierda. Y el resto del mundo tampoco va por buen camino, porque el miedo, la ignorancia y el poder omnipotente, que ejercen las clases ricas sobre las pobres, es vomitivo.
La realidad se está evaporando. O ya está evaporada. Por fortuna, a uno le encanta la leche evaporada. Y cada vez que pienso en esta leche me entran ganas de viajar a los Países Bajos.
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