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martes, 4 de febrero de 2020

Sidi Bou o el paraíso terrenal

21/12/2019

Hoy he vuelto al Paraíso, al paraíso terrenal y espiritual. Y digo que he vuelto porque, en otra ocasión, quizá en otra vida [para quienes creen en otras vidas] estuve ya en el Paraíso, con Adán y Eva, el papá y la mamá de nuestra Tierra, que me ofrecieron toda su hospitalidad y todo su afecto. Es broma. Aunque como fábula no esta mal. ¿Verdad?

Digo que estuve en el Paraíso, porque si existe el tal, ese que nos han contado en términos bíblicos [a ver si me animo y le entro a la Biblia por todos los costados, que el Cantar de los cantares me lo sé de a poquito], ese Paraíso terrenal y espiritual podría ser Sidi Bou Saïd, el Señor Bou Saïd [¿tiene algo que ver Sidi con Sir?, tan diferentes el idioma árabe y el inglés.


Espérense nomás chicas y chicos a darle al like que aún está el capador [el de Cabanillas de San Justo tenía buena fama] encima del gocho o de la gocha, que decían en mi pueblo, cuando se capaban gochos.
Pues sí, he vuelto a esa belleza que es y se muestra, incluso bajo un día grisáceo, Sidi Bou [para abreviar, como dicen aquí].
Una belleza exótica, marina, blaquiazul, con una bahía que quita el hipo de tan linda e hipnótica.
Si es que me quedo drogui contemplando su mar. Y al fondo ese horizonte de montes, que también me invita a fabular, ¿qué habrá tras ese horizonte curvado?

Un paseíto por Sidi Bou resulta balsámico, terapéutico. Es como tumbarse en un diván psicoanalítico y dejar volar la imaginación como se dejan volar las golondrinas o las cigüeñas en el campanario de las ilusiones.
Deseo tocar tierra, mar y aire. Ansío volar. Ya lo había dicho. Como en mis recurrentes sueños infantiles, cuando uno aún conservaba intactas las ilusiones. Y creía que los seres humanos éramos eternos. Que uno no se acabaría nunca. Terrible infamia. Que ni tú ni tus seres más queridos llegaríais al fin. Luego, con el transcurso de los años, uno comienza a ser descreído. Un sin dios. Y sabe que tiene que conducirse solito por las veredas del Señor, del Sidi, en este caso Sidi Bou, que viste chilaba adornada con nopalitos y buganvillas [¿se dice así?]. Y luce rostro de hombre bueno, con el azul celeste en su mirada y el blanco inmaculado de su frente.
En su mirada puedo leer el presente. Y en su frente el futuro. Aunque para descifrar con rigor el futuro sea necesario recorrerlo en el espacio tiempo.
Sidi Bou me da la bienvenida con una especie de churro en rosca, un bambaloni, una porra circular con sabor madrileño. Con tanto o tanta azúcar no, por favor, le dice a Sidi mi voz de la subconsciencia.
Camino por los sitios de rigor, con la mirada de los artesanos y mercaderes puesta en mis ojos, que hablan la lengua universal de lo corporal. Encaro la ruta hacia el café de Délices, templo sacro, con vistas también sagradas, únicas, a una de las bahías mas sugerentes de la Tierra. Y me adentro en este mítico café, en el que sirven té con almendras o piñones a precio de oro. No tanto. Solo si uno lo compara con lo que cuesta un louage desde Baraket el Sahel [a poco más de un cuarto de hora en bus desde Yasmine Hammamet] hasta Túnez capital.

Pero no nos entretengamos con precios, a sabiendas de que todo se compra y se vende. Que nadie se rasgue las vestiduras.
Desciendo a la tierra, a las cavernas [habida cuenta de que comencé en el Paraíso de Sidi Bou], para arrivar a esta exótica población, que queda a unos 20 kilómetros de Tunis. Se puede agarrar un trenecito en la estación Marine, que en media hora te coloca allí mismo, a la entrada del Paraíso. Y el billete cuesta muy poco, casi nada. Perdón, otra vez el jodido precio. Siempre el dinero como moneda de cambio, nunca mejor dicho.

Antes de alcanzar Sidi Bou, podéis pararos en Carthage, las ruinas de Cartago, de lo que queda de esa floreciente ciudad en tiempos remotos. O bien podéis allegaros a Marsa, como prolongación marina de Sidi. Y si luce el sol, entonces habréis podido decir en verdad que estuvisteis en el genuino paraíso, ese que alguna vez os vendieron en alguna tómbola bíblica.
La Biblia la escribieron gentes como tú y como yo. Humanos. Bueno, como tú. Porque yo sería incapaz de tal heroicidad.
Sidi Bou queda declarado, a partir de ahorita, paraíso bíblico.  Manjar de los manjares. Para ser visitado en variadas ocasiones. Eso sí, no hace falta comprar nada. Sólo probar un beignet bambaloni [no recuerdo si se escribe así, disculpadme] y dejarse arrullar por la bahía en calma, mientras la vegetación te entra por los poros. Y el blaquiazul te sosiega el espíritu. Cual si fueras al mejor balneario, masajes incluidos. O sea, cual si hubieras entrado por la puerta central en el paraíso.

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