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martes, 28 de agosto de 2018

Mojácar, la tierra de Disney

A estas alturas, creo que a nadie (casi nadie) debería pillarle por sorpresa el hecho de que Mojácar, el blanco pueblo almeriense, uno de los más bellos de España (en esta categoría también figura Peñalba de Santiago, en el Bierzo) sea la cuna de Walt Disney. En realidad, tampoco habría que viajar a Mojácar para saberlo.
Mojácar
O sí. Porque todo (casi todo, no seamos exagerados) se encuentra en la Red. Aunque en la Red no haya sabores, ni aromas, ni siquiera tacto. Quiero decir, no un tacto en el sentido genuino de este sentido. Por eso debemos viajar, el viaje como un modo de conocimiento realmente útil. Quien no viaja y no lee se pierde realmente muchas sensaciones, muchas emociones. 

La vida misma, ya lo he dicho en alguna ocasión, es un viaje, a buen seguro sin retorno, un viaje hacia la nada. Como ese viaje que hace el prota de El cielo protector por el sur marroquí. Polvo eres y en polvo te convertirás. Polvo que se lleva el viento. Lo que el viento se llevó, por seguir con el celuloide cinematográfico. Qué terrible realidad. Y quien quiera creer otra cosa, pues me parece estupendo. Cada cual se consuela como puede. El autoengaño, que es todo un mecanismo defensivo/adaptativo, funciona la mar de bien. A este respecto, cabe recordar que Mojácar también ha sido escenario del rodaje de algunas películas como Sierra maldita, de Antonio del Amo. 

Pues sí, el fenómeno Disney pudo haber nacido en Mojácar. 
Eloísa, de la Oficina de Turismo de esta localidad almeriense, quien me atendiera amabilísima, me lo contó. Que un fenómeno como Disney haya nacido en Mojácar (y sea hijo de españoles) no deja de ser un puntazo. Es un puntazo. Aunque uno -dice el refranero popular- no es de donde nace sino donde pace. Y Disney pació en Gringolandia. Y en el fondo es gringo. 
Leyenda, fabulación o realidad, me entusiasma la idea de que a este tipo, impulsor de un colosal imperio mundial en la animación, en el cine, lo hayan nacido en este pueblo de Almería. 
Con vistas al mar
El propio Walt Disney (supuestamente bautizado como José Guirao Zamora, hijo de una lavandera almeriense que emigró a Chicago, donde parece que dio en adopción al pequeño Disney a la familia que figura como sus padres) le llegó a contar al genio Dalí que era almeriense. 
Dalí y Disney se conocieron durante el rodaje de Recuerda (Spellbound), de Hitchcock. Extraordinarios los dibujos que realizara el artista surrealista de Figueras para la secuencia onírica de esta peli, aunque el mago del suspense cinematográfico la recortara y Dalí no quedara satisfecho. Al año siguiente el creador de Mickey Mouse le encargó, a Dalí, un cortometraje, Destino, que al parecer no llegó a filmarse en su totalidad. Existe copia del mismo. Y hace poco el amigo poeta y narrador Antonio Merayo lo colgaba del Facebook, con banda sonora de Pink Floyd, en concreto con el tema Time, incluido en el legendario disco The dark side of the moon. Qué buenos recuerdos me trae la música psicodélica de los Pink Floyd. Y aquel disco memorable que utilizábamos como banda sonora en nuestras excursiones al otro lado de la sierra de Gistredo.   
Fuente de la Mora

Tuve la ocasión (no me atrevo a decir la suerte) de ser cast member (lo digo a la anglosajona) del Reino Disney, en este caso en París, o sea, en Disneyland París (Eurodisney), en Chessy-Marne-La Vallée. Y puede conocer cómo funciona, al menos algo, esta factoría. Algo que cuento en mi libro Viajes sin mapa. Como curiosidad, me apetece reseñar que el parque natural del Cabo de Gata pudo haberse convertido en Eurodisney, pero al final París se llevó la gata a su terreno. Claro, París es una de las ciudades más potentes del mundo. Y el negocio estaba asegurado en este sitio. 
Echo en falta, durante mi recorrido por Mojácar (mi segunda visita a esta localidad) que no haya ni una calle dedicada a Walt Disney. En cambio, sí existe una calle con el nombre de Tico Medina, uno de los padres de la Televisión Española. Y autor de Almería al sol.  

Mojácar se revela en verdad como un Monte sagrado, "pueblo santero... de curanderos", me aclara Eloísa, rincón de embrujo, pueblo de bruxas, tal vez por eso los oriundos pintan, en las fachadas de las casas (desde tiempos remotos), el Indalo o muñeco mojaquero (portador de buena suerte), para espantar el mal de ojo. 
Mojácar, asentada sobre escarpada ladera, es una alucinación blanca y piramidal, un santuario, al que uno peregrina, como ateo (agnóstico, dicen algunos snobs), cual si se tratara de un Moulay  Idriss islámico, sagrado lugar de culto. Con su antigua necrópolis árabe en la plaza del parterre. 
Encuentro un gran parecido entre Mojácar y Moulay Idriss. Ambas con su estructura de medina mora, de pueblos arracimados, trepados en una colina (en el caso de Mojácar una colina perteneciente a la Sierra de Cabrera, parece que estuviéramos en la provincia de León, lo digo por el término Cabrera). Me refiero al pueblo antiguo, no al conocido como Mojácar playa, que evidentemente está a ras de mar. Y mora es también su fuente, con sus trece caños por los que brota el agua, el agua, que es pura vida (así le llaman al menos, la fuente de la Mora). 
Mojácar, que al visitante (sobre todo a este peregrino) le deja buenas vibraciones, es sobre todo un lugar para dejarse extraviar, para perderse por sus callejuelas, para saborear la calma, para acariciar la felicidad en forma de contemplación, para treparse, en definitiva, a su mirador o miradores. 


Plaza del Parterre (antigua necrópolis árabe)
Todo Mojácar es en verdad un gran mirador (mirador Plaza Nueva, mirador del castillo), una ventana al mundo (que atrae a muchos viajeros y artista en busca de luz y de mar), mientras uno disfruta de una cervecita y una buena tapa (las tapas almerienses son toda una institución). O bien de una puesta de sol, con tonos anaranjados y rosa penetrando en nuestras entrañas. 
Recuerdo una tapa, de mi etapa en la ciudad de Almería, conocida como zapatilla. A lo mejor ni se llamaba así. Mi memoria (aunque se me antoja bastante buena) no es todo lo fiel que quisiera. 
En todo caso, las tapas almerienses, acaso como las tapas granadinas o las leonesas, son deliciosas. Y abundantes. Algo que, en un momento dado, puede rendir dichoso al viajero/turista. 
En una próxima visita -espero que así sea- me gustaría contemplar el pueblo de Mojácar como si antes no lo hubiera hecho. 

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