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jueves, 30 de agosto de 2018

Cainismo

Ayer, en el museo del Bierzo, en el patio de la Higuera de este lugar frutal y acogedor, que en tiempos fuera cárcel, nos dimos cita un buen puñado de poetas, narradores, músicos, además de un público entregado (también numeroso) para leer, recitar y cantar a la Memoria Histórica, a todas las víctimas, que fueron muchísimas, de la Guerra Incivil. Y aun de la posguerra. 
Foto: Alejandro Nemonio

Entre los presentes, he tendido la fortuna de dedicarles fraguas a Sol Gómez, Isa Mil9, Abel Aparicio, Javier Morán o Nicanor García Ordiz. Pero también intervinieron Juan Carlos Mestre (Premio Nacional de Poesía), Cristina Pimentel, Tere Rivas, Juan Carlos Barredo, Tote García, Juan Carlos Suárez-Polaroids, Luis Miguel Sanz y Pedro Álvarez. Un placer compartir con ellos y ellas esta tarde. 
A uno le dio por leer este texto, Cainismo, introducido con un poema del genio Lorca, quien fuera fusilado, el pobrecito, cuando aún podría habernos dejado muchos más poemas y obras de teatro. 
Público ayer tarde en el Museo del Bierzo (Ponferrada). Foto: Miguel Ángel Paramio

Emotivo acto organizado por Marco González, el Vicepresidente de la ARMH. Y demás miembros de esta Asociación. http://memoriahistorica.org.es/
Agradezco las fotos de Miguel Ángel Paramio y Alejandro Nemonio, que ilustran este post. 


El puñal
entra en el corazón,
como la reja del arado
en el yermo.

No.
No me lo claves.
No.

El puñal,
como un rayo de sol,
incendia las terribles
hondonadas.

No.
No me lo claves.
No.

 (Lorca, Puñal-Cante Jondo)

Un año más -y ya van varios-, nos damos cita aquí, en Ponferrada, la capital templaria, para hacer memoria (pues sin memoria nadie somos nada), para recordar a nuestros muertos y muertas, que son muchos, para dedicarles unas palabras a quienes sufrieran las atrocidades de la Guerra Incivil

(porque en verdad fue Incivil) y aun de una posguerra de hambrunas y crímenes hasta bien entrados los años cincuenta del pasado siglo. Como quien dice ayer. 
Para llorar a nuestros muertos y muertas, para nombrarlos, dándoles voz a sus cuerpos desgarrados –como quisiera el poeta Octavio Paz en su Elegía a un compañero muerto en el frente-, dándoles sangre a sus venas rotas, labios y libertad a su silencio, ya sepulcral.
Mestre. Foto: Miguel Ángel Paramio
Que nadie se engañe, nuestra guerra fratricida no se acabó en el 39. Como nos cuentan en los libros oficiales y oficialistas. Las guerras se empiezan pero nunca se sabe cuándo acabarán. Eso mismo ocurre en Irak, en Afganistán, en el polvorín de Oriente Medio, en tantos países. El mundo está en guerra. África, Asia, incluso América están llenos de guerra, de hambre, de dolor. 
Europa es un gran cementerio. Dos Guerras Mundiales, con su Holocausto, nos han dejado literalmente muertos. Después de Auschwitz ya no nos quedan ni lágrimas para componer un poema. 
Vivimos en un mundo hecho un asquito. Aunque el mundo no sea ahora peor que otrora, cuando a la gente se le echaba al circo, al coliseo romano de los leones. O a Cristo lo crucificaran en el monte de los Olivos de la sacrosanta y guerrera Jerusalén (catolicismo, islamismo y judaísmo conviviendo en un permanente desasosiego, por decirlo de un modo suavecito). 
Foto: Alejandro Nemonio

El conflicto palestino-israelita es un sin dios que no tiene pinta de llegar a su fin, salvo que el fin sea la desaparición de unos y de otros. 
Las jodidas religiones, que se inventaron a priori para religar y religarse los paisanos, para amarse (amaos los unos a los otros), sólo provocan enfrentamientos, malos quereres, crímenes... 
La evolución de la especie humano-animal a veces queda enmascarada por cierta involución. Algunos seres ni siquiera llegan a la categoría de ganado parlante. Y esto nos hace repensar la realidad. La condición humana no ha variado sustancialmente en miles de años. Las traiciones, las venganzas, los celos, las iras siguen ahí, en nuestro teatro shakesperiano de la vida. 
"Siglos después seguimos pensando, sintiendo, escribiendo, sobre el dolor y el placer, la vida y la muerte o inmortalidad, el amor y los odios, paz y guerra, los de arriba y los de abajo, los desheredados y los de la 'otra clase', y demás dualidades o antagonías... Acaso nos rondan los mismos monstruos multiplicados o renovados en nuevos vestidos, por los siglos de los siglos", me cuenta una amiga entrañable, con una lucidez extraordinaria.
Cuenya. Foto: Miguel Ángel Paramio



Yo no vi ni viví la Guerra Incivil. Ni siquiera la postguerra de penurias. Pero sigo respirando su aire ponzoñoso cada vez que alguien descubre algún esqueleto enterrado en alguna cuneta, en alguna fosa común. Cada vez que alguien reabre los poros del alma de algún asesinado por este conflicto, que nunca debió de haber existido. 
"Tú no has visto nada de Hiroshima, nada.
Lo he visto todo. Todo", nos cuenta Marguerite Duras (también Alain Resnais) en Hiroshima mon amour.
Tú no has visto la Guerra Incivil ni la postguerra.
Lo he visto todo. Todo. 
Nací casi a finales de los sesenta y aún puedo recordar el olor a pólvora, a carne quemada, agujereada. Un olor a podredumbre, a muerte, que se cuela en mis entrañas hasta hacerme escalofriar. Siento escalofríos ante tanto crimen innecesario (nunca el crimen puede justificarse porque atenta contra la especie, una especie que es más bestial de lo que parece). 
Foto: Miguel Ángel Paramio

Me sigue invadiendo el olor a guerra, el plomo incrustado en la frente, incluso transcurridos los años. No tantos, en realidad. No hace tanto que nuestros paisanos, nuestros hermanos, nuestros vecinos se mataban, acaso por una ideología, siempre por rencores, odios, tirrias... ¿Cómo se puede matar a un hermano, a una hermana... a un ser querido? ¿Cómo se le puede atizar una paliza a un hermano? Antes de pegarle a un hermano, me corto un brazo, recuerdo como si fuera hoy que le dijo un vecino, hace años fallecido en un chamizo minero, a un par de cafres que le estaban arreando estopa a su hermano mayor. Sólo el cainismo lo explica. La maldad consustancial del ser humano/animal. La perversión, el trastorno. El infierno de los malditos, por decirlo en palabras del psicoanalista, médico, escritor y amigo Luis-Salvador López Herrero. 
España en su conjunto es un país cainita, país de paisitos viviendo en sus compartimentos estancos, cada cual a su puto rollo. El filósofo Ortega nos lo explicó muy bien en su España Invertebrada. España con eñe de ensañamiento, con la eñe de la guadaña, segando vidas a discreción. En una sangría de la que ni siquiera nos hemos repuesto. Hagamos memoria, sí, y repasemos nuestra historia, no tan lejana. Aún soy capaz de oler la pólvora. Y los tiros a bocajarro retumban en mi subconsciente, adonde van a parar los sueños y las pesadillas. La pesadilla de la sinrazón produciendo monstruos, incluso en serie. España negra, goyesca, tremebunda. España militroncha y clarigalla. Aquí, en nuestra piel de toro o de vaca machorra tendida al sol y boca abajo, ha habido guerras entre hermanos (no nos soportamos, por lo que parece). En cambio, en nuestra vecina Francia, más ilustrada que nuestra nación, hubo una Revolución, que acabó con la aristocracia, aunque luego se impusiera el terror, la guillotina. 
Foto: Miguel Ángel Paramio

Se mire como se quiera, España es un país con un pasado sangriento, cabestril, España es un país de cabestros, como nos dijera el Nobel Cela (quien también fuera censor y delator, además de plagiador) en San camilo 1936, aunque siempre habrá, por fortuna, gente buena, hospitalaria, que no envidia lo que tiene el prójimo (la envidia, vicio tan nuestro). 
Aquí, en nuestra España, de pasado imperial y rancio abolengo, ni dios ni cristo bendito se entiende, cada cual se cree en posesión de la verdad, cada cual se cree diferente al resto, cada cual piensa que es un universo en sí mismo. Y así nos luce la pelambrera. 
No somos tan diferentes, aunque algunos sean más iguales que otros. La desigualdad, el clasismo (tan nuestro) nos puede. El ingenio, el talento no manda nada. El talento no se premia, según el gran Valle Inclán de Luces de bohemia, de aquel Madrid absurdo, hambriento, esperpéntico. Todo lo puede el dinero. Y el ser sinvergüenzas, corruptos al por mayor. 
Foto: Alejandro Nemonio

En nuestro país el que puede (picaresca andante y sonante) saca tajada, máxime cuando alguien detenta el poder, poder otorgado, las más de las veces, a dedo. País de enchufismos y amiguismos.  Cada cual está en su compartimiento estanco, en su isla. No fluye la comunicación. No funciona el engranaje del trabajo. ¿Cómo puede haber más de tres millones de parados a fecha actual? Vaya desvergüenza. ¿Y cómo puede haber tanto salario de mierda, cuando los mandamases cobran cifras estratosféricas (declaradas, además de la guita bajo cuerda)? ¿Por qué nunca hay dinero para la cosa/res cultural? Qué se rebajen un nada el suelo los políticos y gestores de la cultura. Y lo empleen en cultura. Ya veremos cómo sí hay pasta, aunque no sea pasta gansa. Nos conformaremos con migajas. 
País del sálvese quien pueda. Por eso afloran los nacionalismos, la infamia, la estupidez elevada a su enésima potencia. Nacionalismos que procuran separación, que nos llevan a la hecatombe. ¡Qué alguien pare este desaguisado! Nacionalismos absurdos. El nazismo también llevó a los hornos crematorios, al paredón, a miles y miles de judíos, de gitanos, seres desamparados, a la intemperie, que al chingado y psicópata Hitler (por cierto, de origen gitano) le parecían diferentes. El miedo al otro nos mata. El miedo nos tiene literalmente esclavizados.
Foto: Alejandro Nemonio
La sociedad, canibalesca, nos descuartiza, nos devora. Nuestra sociedad/suciedad antropófaga nos zampa como un cocodrilo hambriento. Al genio Lorca, una de las mentes más lúcidas del siglo XX, se lo cargaron por eso, precisamente, por ser un ser sensible, inteligente, a años luz de la panda de burros que acabaron con su vida. A Lorca, como a tantos seres, lo mataron por ser rojo. Y ateo. Y homosexual. Y defensor de los desheredados, de los marginados, de los gitanos. Ser rojo o ser azul. O del color de las ilusiones... no le da derecho a nadie a quitarle la vida a otra persona.
Con Sol Gómez y Miguel Paramio-Foto: Alejandro Nemonio
La vida, que no la da dios de balde (como podría creerse, cuánta farsa), es nuestro único bien. La vida es única e irrepetible. Por eso es sagrada. Sagrada de verdad, no como las religiones, inventos para engañar y someter a la población. Por eso admiro cada día más el talento, la chispa, el duende de Lorca. Enorme como poeta. Colosal como dramaturgo. Y por eso admiro, cada día más, a quienes lucharon (y siguen luchando) por una España mejor. Un país hecho con gente hermana y hermanada, solidaria, generosa. Ojalá no tuviéramos que recordar tanto crimen, tanta muerte innecesaria, tanto desatino. Pero el recuerdo es lo que nos mantiene vivos. La memoria, ay, esa fuente inagotable de placer. Y sobre todo de dolor. No lo olvidemos, la historia tiende a repetirse, sobre todo si uno la desconoce, la ignora. Por eso debemos tenerla siempre presente, acaso para no cometer las barbaridades, las aberraciones que se cometieran en un pasado no tan lejano. 

Aún huelo la pólvora de la Guerra Incivil y la posguerra. 
Aún retumban en mi subconsciente los tiros amargos de la muerte. 
https://www.lanuevacronica.com/las-celdas-que-cantaron-a-la-libertad
http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/voz-siguen-sin-nombre_1273351.html
https://www.infobierzo.com/la-voz-poetica-y-musical-resuena-en-el-museo-del-bierzo-de-ponferrada-en-el-dia-internacional-de-las-victimas-de-desapariciones-forzosas/407967/
https://www.bembibredigital.com/sociedad/12580-musica-y-poesia-para-reivindicar-la-memoria-de-los-desaparecidos-2018
https://www.leonoticias.com/bierzo/armh-reclama-antigua-20180830202621-nt.html

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