Vistas de página en total

domingo, 5 de agosto de 2018

Arezzo, la vita è bella

Antes de entrarle a Roma, hago parada en Arezzo, esta bella localidad toscana en la que se filmara una película extraordinaria, La vita è bella, dirigida por Benigni, que tendré que volver a ver, después de mi reciente visita a esta ciudad medieval y amurallada, que no deja indiferente al viajero/turista
(ya pongo ambos términos, porque inevitablemente uno acaba siendo turista, por más que reniegue de ello, difícil ser viajero en un mundo globalizado, donde todos parecemos uniformados hacia el Apocalipsis). 
Piazza grande

Dicho lo cual, procuro, eso sí y en la medida de mis posibilidades, conservar algo del espíritu romántico del XIX, además de una querencia por la figura del viajero genuino, que no se encuentra de frente con las cosas, sino que las busca, las desea, y hasta se aleja de las manadas (qué horror, las manadas), qué horror los viajes enlatados, programados, hechos para ir agarrado del narigón, que diríamos en mi pueblo. Por cierto, en Arezzo no me topo, por fortuna, con hordas de turistas. 
Café dei Costanti

Reivindico, cómo no, el derecho a ser al menos algo libres, a ejercer cierta libertad de movimientos, de movimiento y emoción (motion/emotion), de expresión, para caminar por el mundo adelante, sin mayores ataduras, ligero de equipaje, a ser posible ligero de preocupaciones, sin generar demasiada ansiedad, abierto a las sensaciones, abierto a nuevas experiencias, con el ajo avizor. Y los cinco sentidos bien despiertos, espabiladines, para saborear, tocar, oler y aun escuchar la banda sonora de Arezzo.
Una banda sonora en la que predominan los silencios, la tranquilidad (al menos durante mi visita), el dolce far niente, una ciudad que da buen rollo, e invita a quedarse en ella, más allá de una simple visita. Volveré, quizá, después de revisionar o revisitar La vita è bella. 
Me apetece recordar que la banda sonora de La vita è bella corresponde a Nicola Piovani, quien compusiera la música de Intervista, Ginger y Fred y La voce della luna, de Fellini, y aun de películas de Moretti como Querido Diario y La habitación del hijo
Viajo de Firenze (Campo di Marte) en tren a Arezzo, cuyo trayecto dura aproximadamente una hora. Y nada más salir de la estación, uno se encuentra con la oficina de turismo, donde me procuro de un plano de la ciudad, lo que me facilita la visita, porque, aunque merece la pena dejarse perder, también uno agradece orientarse de vez en cuando.
Teatro Petrarca
Y saber por dónde camina. Razón y emoción una vez más unidas, de la mano, porque el ser humano (animal) es emoción y razón, sobre todo emoción. Es lo que tienen los viajes, al menos para uno, que nos ayudan a reflexionar, a conocernos un poco más y mejor. 

Aparte de familiarizarnos (ni siquiera digo conocer) con los sitios que visitamos, como es el caso de Arezzo, cuya piazza grande, que llama la atención por su inclinación (emperunez, diríamos en mi útero) y por su mezcolanza arquitectónica: estilo románico, gótico, renacentista... con sus soportales de las Logge Vasari, donde se concentran algunos restaurantes, en los que hacen pasta fresca, me trasladó, una vez más, al centro histórico de Santillana del Mar, qué curioso. Y aun al centro de Villar de los Barrios, en el Bierzo.
Y es que también encuentro ciertas similitudes entre Santillana del Mar, en Cantabria, y Villar de los Barrios. ¿Qué te parece, Nico, mi visión u ocurrencia, tú que vives en el centro mismo de la historia de Villar de los Barrios/Villar de los Mundos?
En mi recorrido por las callejuelas de Arezzo (incluido su anfiteatro romano), que hago con deleite, con calma, con satisfacción, busco los lugares de rodaje de la película de Benigni, que son varios. Y me dejo llevar por mi instinto. También por el plano que llevo en mano.
Campiña toscana
Y me trepo a un mirador (me entusiasman los miradores, las alturas, acaso para tener una imagen global, una panorámica, un plano general, para ir de lo general a lo particular, incluso fusionarlos en lo glocal), desde el que atisbo la campiña toscana, con ese aire berciano (algo de brisilla sopla en un día harto caluroso), que no puedo evitar sentir. Que me gusta sentir, porque mi tierra va conmigo, adonde quiera que vaya.

Llevo el paisaje en mi corazón. Aunque también me gusta cumplir ese dicho que reza: Allá donde vas haz lo que vieres. Cumplidor que es uno. 
La cuna de Petrarca, casa y teatro incluidos, me procura sensaciones placenteras, de bienestar, de templanza. 
Anfiteatro romano

La tierra, en la que Piero della Francesca dejara su impronta pictórica, me ha subyugado. Una schiacciata es suficiente para calmar el apetito. O al menos para dar energía al turista/viajero en su tour por una ciudad cuya visita recomiendo encarecidamente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario