Ayer, en el café Arlés de Ponferrada, estuvimos hablando de poesía. Las poetas y narradoras leonesas Mercedes G. Rojo y Nuria Antón amenizaron la velada con sus poemas y sus relatos. Momentos que a uno se le antojan placenteros porque nos invitan a repensar, una vez más, donde estamos parados, en qué mundo vivimos, porque la poesía es vida, sobre todo (o de modo exclusivo) cuando está alejada de retóricas y artificios, despojada de lo postizo. Qué pena, la gente postiza, la vida postiza.
También tuvimos el placer de contar con la presencia, entre el público, del poeta del Bierzo Alto Francisco L. Pozo, con quien me gustó charlar (Francisco, hay que retomar, a como dé lugar, el encuentro literario en el valle de Bubín, ese valle en el que mi padre, muy grande mi padre, viviera algunas peripecias). A mi padre quiero dedicarle estas y tantas palabras, porque él me alumbró siempre con las suyas. Se agradece, agradezco enormemente que los colegas arropen con sus palabras, con su calor lírico. Y Pozo estuvo participativo y entregado a la noble causa literaria. Tampoco quiero olvidarme de Olga y Pedro (León Literario), que viajaron desde la capital leonesa para acercarse a la capital del Bierzo, así como de algunos actores, entre ellos Jose Prada (hermano del conocido poeta y cantautor Amancio Prada), que estuvieron allí escuchando con atención. O mi paisano Antonio (en realidad de Quintana de Fuseros, prolongación del útero de Gistredo). Un hombre curioso.
Luego de la velada en ese espacio arlesiano, impregnado de arte, nos fuimos, acaso de un modo más prosaico, a reponer fuerzas al Bodegón, que uno creía cerrado (las lenguas, o malas lenguas, siempre poniendo en entredicho tantas cosas). Y allí que estaba el bueno de Ovidio, hombre de teatro, además de hostelero, que tanto ha hecho por las artes escénicas de la ciudad ponferradina.
El teatro y la poesía como excelsas artes. Una maravilla.
La poesía como algo auténtico, esencial, un modo de estar en el mundo, en este mundo subyugado a lo material grosero en detrimento de lo espiritual. Por desgracia, todo lo manda y lo puede el dinero, que es mierda.
Otro gallo nos cantaría si nos convirtiéramos en seres más espirituales, más poéticos.
La poesía como algo que nos sacude las entrañas y nos ayuda a reflexionar acerca de la realidad o irrealidad en la que estamos sumergidos. Una realidad que, por momentos, se nos atraganta con sus buenas dosis de enfermedad y muerte.
Conviene saber que la poesía no sólo está en los llamados poemas, ni siquiera les pertenece a los/las poetas, sino que florece en la vida en estado puro, en la naturaleza, en una mirada cariñosa, en un aroma inspirador, en la caricia de alguien querido, en una voz que taladra con su ritmo, en el sabor picante de un pulpo berciano, en un amanecer, ay, el amanecer como milagro. La poesía como ritmo, esa música que nos hace vibrar, que nos conmueve, erizándonos por ende el huesito de la alegría. La poesía será ritmo o no será nada. La poesía será música o se quedará en palabrería, incluso inservible. La poesía como lenguaje universal que nos ayuda a comunicarnos, incluso a religarnos con la especie humano-animal. La poesía como antídoto contra la barbarie en este mundo podrido hasta la médula. ¿Os habéis dado cuenta (de) que la Tierra está hecha un asquito?
Que en casi todo el orbe los humanos vivimos bajo el yugo de la ignorancia y el miedo, esclavizados a la pobreza, embadurnados por la hambruna y el sufrimiento. ¿Por qué consentimos los seres humanos estas aberraciones? Ojalá pudiéramos salvar el mundo a través de la poesía, el arte en general. Ojalá la poesía fuera un genuino bálsamo. Aun después de los holocaustos y las guerras, es posible hacer poesía. Eso espero y deseo.
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