Vistas de página en total

sábado, 30 de abril de 2016

Siempre conmigo

La pérdida de un ser querido es algo muy duro, mucho. Uno no lo sabe hasta que no lo sufre en sus carnes. Es entonces cuando uno toma realmente conciencia de la finitud, de la finitud de la existencia humana, hoy aquí y mañana en otro barrio, qué jodido, es entonces cuando uno toma conciencia de tantas cosas, porque sólo ante la muerte cercana podemos reflexionar con lucidez. El primer estoque bestial, clavado en mis entrañas, recuerdo haberlo recibido con el fallecimiento de uno de mis cuñados, a resultas de un infarto fulminante, aquello me dejó impactado, vuelto del revés, trastocado, eso ocurrió en el año de 2009. Algo que jamás olvidaré. Coincidió con una época difícil (aunque ninguna época es fácil para aceptar la muerte de un ser querido) en la que estaba áun reciente la desaparición de la Escuela de Cine de Ponferrada. Aquel proyecto hecho realidad, que terminaría descalabrado. Todo acaba llegando a su fin, cierto, pero aquello tuvo una duración harto corta, o eso tengo la impresión, aunque las vivencias fueran muchas y atómicas. Y ahora la muerte se ha vuelto a enseñar con mi padre, qué terrible. Uno no acaba de estar preparado, por más que lo intente, para aceptar la muerte de un ser querido, máxime cuando es tu padre, mi padre, a quien me sentía muy unido, alguien muy presente en mi vida, mucho, alguien que vivió por y para sus hijos, para su familia. Un ser excepcional, de una talla humana inmensa, al que los vecinos y vecinas del pueblo, de mi útero, extrañarán, estoy seguro, porque él siempre tenía un gesto amable, una sonrisa, unas palabras de amistad, de cariño para todo el mundo, incluso para quienes no se habían portado del todo bien con él. Un hombre que sólo quiso el bien. Y que siempre pedía perdón, pobrecito, si creía que algo no había hecho bien. Un santo o algo por el estilo, un discípulo de Cristo, quizá, que entregó su vida por nosotros. Esa es la impresión que tengo, ahora más que nunca, de él. Son tantos los recuerdos, los buenos recuerdos suyos, que no puedo dejar de emocionarme. Todo me recuerda a él, todo está impregnado por su figura colosal, absolutamente todo. Hace unos días se acercaba a casa un perrín, Pancho, que me hizo, nos hizo llorar, a mi madre y a mí, porque este inteligente y sensible animal siempre lo acompañaba en sus paseos. Y ayer, sin ir más lejos, asistía a una misa, que le han dicho unos vecinos, en la ermita de Las Chanas, espacio mítico y mágico, adonde él solía ir a pasear. Todo Noceda del Bierzo huele y sabe a él. Aromas y sabores que taladran mis poros,  que me inundan. 
Quiero, deseo quedarme con esos grandes recuerdos, con el cariño y la ternura que nos profesaba, a mí, y también a mis hermanas y a mi madre, a toda nuestra familia. Mis sobrinos, sus nietos, lo sienten en el alma, porque él les dejó huella, nos dejó una profunda e imborrable huella. Quiero quedarme con eso, pero el choque de su reciente fallecimiento es brutal, y resulta muy difícil integrarlo, digerirlo, hacerme a la idea real de su desaparición, al menos física, porque estará en espíritu a través de todos esos recuerdos. No creo en ninguna vida después de la muerte, en ninguna patraña de esas que nos han vendido desde los púlpitos. No creo. Pero sí quiero creer en una espiritualidad forjada a través del recuerdo. Un modo de consuelo, un mecanismo defensivo, adaptativo, que me permita seguir luchando, batallando en este en verdad valle de lágrimas, porque a partir de una edad, a partir de este mazazo en todo el alma, las alegrías, si las hubiere, ya no serán como antes. Ya no. Soy descreído acerca de lo que nos cuentan las religiones, que son un engañatolos, sin duda. Dios no existe ni tiene ninguna razón de existir. Sólo existe muerte, una muerte que siempre está acechando, una muerte que convive a diario con nosotros. Y después de la muerte no queda nada, sólo el recuerdo. Y con eso quiero quedarme. Con su buen recuerdo. Por eso me resulta aún más complicado aceptar la muerte de alguien tan cercano, tan entrañable, la persona que me dio la vida (él y mi madre, por supuesto), la persona que siempre estuvo ahí, cerca, muy cerca, en todos los momentos, en los mejores y aun en los peores, la persona, muy inteligente, que me aconsejó y me guió, me enseñó a conducirme por el mundo, a ser yo. El tiempo todo lo cura, se dice, pero el tiempo pasa muy rápido, y la vida es muy breve, demasiado breve, para todos cuantos aún quedamos aquí, por el momento, porque todos nos moriremos, tarde o temprano, más pronto que tarde (esto es otro descubrimiento o redescubrimiento), y la vida se detiene para quien se muere, se para de un modo definitivo, no hay cuentos que valgan. Asistir a la muerte de un ser querido es muy doloroso, sin duda, y ahora lo estoy sufriendo en mi interior, en todo mi ser, ahora lo estoy sintiendo como algo desgarrador, como una herida sangrante que me late como un corazón abierto, rajado, que nunca acabará de cerrarse del todo. 
Es primavera en este Alto Bierzo, pero a mí se me antoja invierno, con su frío helador, con su temperatura afectiva bajo cero. Me siento destemplado, fuera del mundo, con el sabor agrio de este fallecimiento, inesperado e irracional. Nunca uno cree que acabará llegando la muerte de un padre, aunque todo o casi todo apunte, con sus guadañas, hacia la parca. Un absurdo, la muerte, una putada, una mierda, porque la muerte nos devuelve a la tierra, al abono, a la mierda, en definitiva. Hoy me he levantado sin ilusión, con bajo estado anímico, aunque con ganas de gritar, de gritarle al mundo lo poco que uno es, lo vulnerable que uno se siente. Quiero gritar, contar lo que siento, acaso como algo que ayude a liberarme de esta gran pena, que al menos libere parte de una tensión, que me aprisiona, que me impide ser aquel niño, que aún creía en los Reyes Magos, aquel rapaz que se divertía jugando en las Llamas del Valle, que aún creía en un mundo fantástico, y que ahora, casi de repente, se ha convertido en una pesadilla, en una crueldad, en algo muy doloroso. Los recuerdos no dejan de asaltarme. El dolor me atenaza. El tiempo, espero, me devolverá la sonrisa, aunque la falta de mi padre seguirá presente hasta el final de mis días. Hoy me gustaría ser, aunque fuera por un instante de felicidad, aquel chavalín que tanto y tan bien se divertía jugando en La Parada, la parada de mis ensoñaciones, ese espacio tocado y acariciado mil y una veces por mi padre, ese mundo que él viviera con entusiasmo, ese lado de acá, incluso ese lado de allá, que seguiré rememorando mientras me queden dos gotas de sangre en las venas. Ahora me veo agarrado de la mano de mi padre, como cuando era un niño feliz,  acunado y mimado por mi padre, "monín, estate tranquilo, estoy contigo, no me voy a ir para el monte", me susurra con dulzura, con una voz entrañable, amorosa, esencial. Ese niño soy yo intentando descubrir qué hay al otro lado de la Sierra de Gistredo, en busca de aquellas historias que me contaba mi padre, a él que tanto le gustaba contar, a él que tanto le apasionaba la geografía, a él que tuvo la paciencia y el cariño de enseñarme a volar. Nunca, jamás olvidaré sus aventuras, cómo me relataba, con pasión y entrega, su viaje al Brasil en los años ciencuenta. Aquella aventura en barco y luego su estancia allá. Algún día viajaré al Brasil, en memoria y homenaje suyos. Lo haré. Mientras tanto, quiero seguir recordándolo sonriente, gracioso, feliz, con mucha energía, con mucha garra. Ese era mi padre, un ser único, irrepetible, extraordinario, una persona con una inmensa humanidad.

6 comentarios:

  1. Me ha encantado tu relato. Mil gracias por compartir tantos sentimientos

    ResponderEliminar
  2. Me produce dolor tu dolor Manuel,yo pasé por ello antes,no sólo con mi padre si no con personas tan queridas para mí como lo fu eó ms,pues la mente en éstos casos hace un recorrido al pasado,en mi feliz niñez veo con claridad quién marcó de alguna manera mi personalidad.Como tu no creo en dogmas ni triquiñuelas religiosas,mi religión es la propia vida que es un regalo efímero.
    Por empatía haces un poco mío tú dolor,desearía poder decirte que éste pasa....,pero no es así,jamás olvidarás pero será más dulce si puede decirse eso,pues te acercarás a tus recuerdos con el poder que tiene la mente para revivir aquello que tu desees recordar,ello hará que sigas caminando.
    Un fuerte y cálido abrazo
    Chari

    ResponderEliminar
  3. Toda la razón Manuel,siempre fue ejemplar y tenía un saludo, una sonrisa una buena frase... Alguien de quien te acuerdas al retomar a tu infancia, cuando iva al pilón de la parada. Mis condolencias. Un saludo y un abrazo Manuel.

    ResponderEliminar
  4. Tus sentimientos han creado un relato muy emotivo. Espero que las letras sean bálsamo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Espero y deseo que ese orgullo de sentirte su hijo mimado supere con creces tu inmenso dolor que te produce su ausencia. Yo, como cristiano viejo, veo en ese sentimiento, que traslucen tus palabras, una pizca del Amor que pulula por el Universo. Tienes la suerte de haberlo recibido y en estos momentos lo estás devolviendo. El Amor no tiene dueño. Solamente los privilegiados lo disfrutan. Manuel, eres un privilegiado.

    ResponderEliminar
  6. ¡¡¡Cuánto ternura, cuánto dolor, cuánto amor, cuánta impotencia!!!
    Creo que hasta a él, allá donde esté,le hayas hecho llorar de emoción.

    ResponderEliminar