Ahora ya es
tarde para decir lo que sentía por ti, ahora ya es tarde para decirte lo mucho
que te quería tu hijo, porque te has ido, así de repente, como nunca nadie
hubiera sospechado, al menos quienes te conocíamos. Mis hermanas, tus hijas, te
adoraban y tú lo sabías, pero eso no fue suficiente para mantenerte, al menos
un tiempo más con nosotros, porque tú nos lo diste todo, tú diste todo por tu
familia (el hombre más trabajador y afectuoso), también mi madre, tu mujer (a
quien adorabas, lo sé bien) estaba ahí, te cuidaba (“a limpia y buena cocinera
no hay quien la gane”, eso acostumbrabas a decirle, a decirme), pero algo se te
pasó por la cabeza (qué se te pasaría), te dio un mal aire, y decidiste que la
vida, que tu vida ya no merecía la pena ser vivida, qué terrible, ahora nos
queda y nos quedará un vacío y una tristeza inmensa, que revientan como una
granada en nuestro cerebro, incluso el remordimiento de no haber podido hacer
nada más por ti, por evitar lo tal vez inevitable, por quitarte de encima las
malas tentaciones, de cuidarte y mimarte aún más y mejor. Quizá nunca sea
suficiente el amor y el cariño que un hijo le da a su padre. Tú lo diste todo y
más. A lo mejor deberíamos habértelo dicho cada día, cada minuto, para que
supieras lo especial que eras para nosotros. Aunque creo, sinceramente, que sí
lo sabías. “Donde está mamá”, me preguntabas con ternura cada vez que ella se
ausentaba, aunque sólo fuera un momento. Mi madre para ti era sagrada. Le
tenías devoción. Ahora ella te extrañará mucho, te echaremos en falta, no sólo
la familia, sino los vecinos. Ha habido un corte. A partir de ahora ya nada
será igual.
La vida es
una puta ironía (y ahí es donde me revienta el cerebro) porque tuviste
accidentes jodidos, trallazos varios, de los cuales te salvaste, en alguna
ocasión por los pelos, y ahora, que ibas tirando (dentro de los desgastes y
achaques propios de la edad avanzada, este año cumplirías 88, y lo
festejaríamos por todo lo alto, al igual que la boda de tu nieta Vanina, como
tú le decías), elegiste la más cruel y dañina de las muertes. Joder, en qué
estarías cavilando, qué se te pasó en esos momentos por la cabeza. Creías que
quitándote de en medio sería más fácil, pues no, nos hemos quedado rotos, sin
aliento, se nos ha helado la sangre, sobre a todo a Cini y a Mari, tus hijas
del alma, que te encontraron allí. Qué bestial. Como para quedarse tiesas ellas
también del susto. Dejaste tu reloj de
pulsera y tu navajina querida en la cocina. Objetos que conservaré, conservaremos,
te lo prometo, como oro en paño. Ese será nuestro oro afectivo. Ese y tantos
buenos recuerdos que pervivirán para siempre en nosotros. A mamá le preguntaste
varias veces a qué hora iría a su gimnasia. Al parecer, habías hecho una
planificación. Hostias benditas.
Cierto es
que la muerte se me antoja siempre mierda pero no te merecías esta muerte, de
ningún modo, tú no te la merecías, y ahí es donde me siento impotente, descorazonado,
falto de fuerza.
Al menos pude
darte un beso de despedida el miércoles, antes de emprender rumbo hacia
Albares, ese fue mi último contacto contigo, pero eso no me sirve de consuelo, ni
me servirá, nada me consuela ante tamaña pérdida, tu pérdida irreparable. Me
siento desgarrado, herido. Mi alma sangra, mi ser se estremece. No logro
entender este absurdo en el que por instantes se convierte la vida, una vida que se tiñe de muerte, una muerte
salvaje, atroz, que cercena mis entrañas.
Hay días que
mejor sería arrancarlos del calendario. Y este es un día para hacer desaparecer
de la faz de la tierra. Este tiempo me está atormentando. Y no me permite
descansar. Es un tiempo que se me enrosca al cuello, ahogando mi respiración. Me
gustaría creer que es tan sólo una pesadilla, de la que acabaré despertando. Me
gustaría creer que este mal sueño llegará a su fin cuando amanezca. Pero me
temo que esto no será así, sino que la angustia, el desconcierto, continuarán.
Y seguirán haciendo mella. Me gustaría creer en otra vida, más allá de la
muerte, pero no le encuentro sentido a otra vida, ni siquiera a ésta. No creo
en dioses, tampoco creo en la salvación eterna, ni siquiera en ninguna
salvación, y eso me trastoca aún más, porque la vida es finita, y tu vida ha
llegado a su fin. Y eso me resulta cuasi imposible de asimilar, digerir. Ahora
estoy sufriendo el primer tragantón, pero sé que no será el único, por
desgracia, porque esto no se alivia ni se aliviará por más años que
transcurran. Hoy sí siento que el mundo tiembla, que mis ojos, abatidos y
vidriosos, miran la realidad de otro modo. Lloro por dentro, lloro por fuera, siento
mis lágrimas correr como ríos que van a parar a la mar, que es el morir, hoy me
muero un poco (o un mucho) yo también, hoy me siento muerto, como tú, que
sentías devoción por tu único hijo varón. No tiene ningún sentido que hayas decidido
poner fin a tu vida así. No lo tiene. Por más y más vueltas que le doy a todo
esto.
A menudo uno
se preocupa por memeces, cosas a las que les damos una importancia excesiva,
pero, ay, cuando ocurre algo que es de verdad terrible (también
incomprensible), porque es entonces cuando uno toca fondo. Y yo tengo la
impresión de haber tocado el fondo.
No quiero
derrumbarme, caer en el precipicio, pero este es un golpe durísimo, que no
logro encajar, esta es una cornada brutal en todo el ADN de mi alma. Sólo lo
sabe el que lo sufre en sus carnes.
A partir de
ahora, lo sé, ya nada será como antes. Ya nada será igual. La vida continúa, se
dice, sí, como una cantinela a la que tampoco encuentro sentido. La vida
continuará, pero la tuya se paró. Se detuvo para siempre jamás. Y eso no puedo
ni podemos remediarlo. Ya no podemos. Y es ahí donde nos damos de cabezazos
contra muros construidos a prueba de bombas. Nunca uno está del todo preparado,
por más que lo intente, para afrontar la pérdida de un ser querido, y en este
caso aún menos, porque se trata de la pérdida de una figura entrañable (sobre
todo cuando hablo de alguien como tú, un padre ejemplar, modélico, entregado en
cuerpo y alma a tu familia).
Tú, con tus
sabios consejos, con tu tesón, me enseñaste a caminar por el mundo, me
mostraste el mapamundi de los afectos y las ensoñaciones. Me enseñaste a volar.
Y ahora siento que me faltan alas. Algún día puede que vuelva a volar pero por
ahora no puedo. Mi alma sangra. Mi ser se estremece. Me siento muerto como tú,
papá.
Manuel, mi más sentido pésame... Este artículo es liberador, aunque ahora haya dolor y desconsuelo...Eres emocionalmente muy inteligente y sabio, vive tu duelo rodeándote de amor, cariño y consuelo. Mi más devota admiración por cómo te has abierto por dentro en este escrito. Descanse en paz tu padre pues lo merece y que todos vosotros encontréis consuelo y paz de espíritu ante este dolor.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
Eva C.
menuda tristeza...va a ser muy duro llevar esto, pero lo amigos y seres queridos irán dándote el calor necesario para ir pudiendo con tanto frío, y la serenidad para calmar tanto desasosiego; habrá que dar mucho tiempo...: pienso que acaba la existencia, y su vida, sigue contigo, y no metafóricamente solo, así lo creo; mi más sentido pésame....un abrazo fuerte
ResponderEliminarEsta mala bestia, que es a veces la vida, acaba de asestarte un gran zarpazo amigo. Aunque tal y cómo muestran tus palabras, tienes mucha fortaleza y no podrá contigo.
ResponderEliminarMucho ánimo y un fuerte abrazo, Manuel.
NO dejo de llorare al leerte, pues tus vivencias traen las mías y te siento como una puñalada que marca el dolor dejando la simple vida, no habrá palabras que te calmen ni abrazos que te llenen, pero para no extenderme en este momento, hago mías con humildad las palabras de Salvador, un abrazo al hogar.
ResponderEliminar"Fue una derrota aplastante pero me reforzó la espina dorsal con hierro y la sangre con azufre". H. M.
ResponderEliminarNunca podré decirte aquello que pueda calmar tu desgarrado dolor.
ResponderEliminarTe envío mi admiración y empática ternura...,quizás más tarde puedas sobreponerte aunque no olvidar.
Hay cosas que se nos escapan por inesperadas e incomprensibles.
Un fuerte abrazo y mis condolencias para tu mamá y familia
Manuel,no te marterices,no te reproches ni le reproches.A veces la vida "" duele" y pensó que así se liberaba de ese dolor.Recuerdalo como el padre que tanto cariño os dio,mucha fuerza y muchos besos
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