Artículo publicado hoy mismo en La Nueva Crónica, dedicado al artista bembibrense Casimiro Martinferre.
Leo y releo estos textos, ilustrados con
imágenes, que nos ofrece Casimiro Martinferre en este mismo periódico bajo el
epígrafe de ‘Territorio’ y me quedo hipnotizado, como si transitara por un
espacio-tiempo mítico, fundacional, porque es tal la fuerza y la poesía que se
desprenden de sus palabras y de sus imágenes, que me resulta delicioso
recorrerlas, adentrarme en ellas.
Lo que consigue este artista bembibrense,
buen conocedor de las montañas bercianas, es pura magia, porque lo que nos
cuenta revela vida, autenticidad, y eso se agradece en estos tiempos donde casi
todo está contaminado, adulterado, re-cargado de impostura y artificio. Se nota
a la legua que él ha recorrido y explorado como nadie, siempre con los cinco
sentidos en marcha, la ternura que teje los valles del Bierzo, sus paisajes y
su paisanaje, los cuales ha sabido retratar con sentimiento, con emoción, como un
chamán que nos introdujera en las entrañas de lo misterioso, en los arcanos de
la realidad/surrealidad. Un viajero en busca de esencias, de lo ancestral y, en
el fondo, de sí mismo, que siente un profundo respeto por la Naturaleza, por
nuestro mundo entorno, por nuestros antepasados y todas aquellas personas que
aún siguen morando, por fortuna, en nuestra tierra. Hoy, sin ir más lejos,
mientras paseaba, en afectuosa-amorosa compañía, por Librán y Pardamaza,
recordé a este fotógrafo/escritor o escritor/fotógrafo que escribe con imágenes
y fotografía con palabras. Una fusión perfecta.
Mirador de las Portillas, al fondo Librán
Y una buena ocasión para
acercarse hasta León, en concreto al Museo de la capital provincial, donde
Casimiro expone algunas de sus fotos, que tanto me hacen recordar, por lo demás,
a Juan Rulfo, aquel grande de las letras, quien, gracias a su trabajo como
corredor de comercio, tuviera la oportunidad de recorrer su país y captar con
su cámara ese México rural tocado por la fatalidad, la muerte, con esos pueblos
abandonados, esas cruces, esos paisajes vacíos, esa desolación, esas miradas
‘adoloridas’, que nos sobrecogen. Algo parecido, con su propio estilo y buen
hacer por supuesto, nos muestra el autor de ‘Manuscrito de los brujos’,
reeditado recientemente por la editorial Calecha, de Alberto y María (excelentes
escritores y editores de libros y guías de viaje, sobre todo por el Noroeste
español) con sus imágenes analógicas en blanco y negro: carcasas calcinadas,
personajes de otro tiempo mirando con ojos perdidos y silenciosos, pequeñas
cruces, espantapájaros en las vallinas de Gistredo, entre otras;
fotografías que, aunque sólo capten un instante, una décima de segundo de la
vida (tal es su grandeza, como él mismo diría), quedan plasmadas para el
recuerdo, nos religan con la memoria, con esa memoria afectiva que nos invita a
vivir infinitos instantes y reflexionar acerca de la belleza/no belleza del
mundo.
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