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viernes, 23 de octubre de 2015

Mártires bercianos


Noceda del Bierzo, junto a las poblaciones de Quintana de Fuseros y Villaviciosa de San Miguel, han sido noticia recientemente por la beatificación, en la catedral de Santander, de cinco mártires, a saber, Álvaro González y Ángel de la Vega, originarios de Noceda; Amadeo García y Valeriano Rodríguez, de Villaviciosa de San Miguel y Eulogio Álvarez, natural de Quintana de Fuseros. Todos ellos monjes de la abadía cisterciense de Santa María de Viaceli, situada  en Cóbreces, un hermoso pueblo cántabro, con el Bolao y la propia abadía como iconos de una simpar belleza. Un sitio estupendo, el monasterio de Cóbreces, para retirarse al menos unos días en busca de meditación y sosiego. Allí ingresó con doce años el Padre Leoncio González, originario de Losada, a quien tuve la ocasión de entrevistar para la revista ‘La Curuja’ (publicada en febrero de este mismo año, y reeditada en la revista ‘Losada’). 
El Padre Leoncio me contaba que el Padre Amadeo García era un gran estudioso de la Historia, que llegó a crear una modesta revista, ‘La voz del Císter’, desaparecida en el 36, y que del mismo pueblo de Villaviciosa era Valeriano Rodríguez, martirizado a la vez que su paisano. Por su parte, el Hermano Eulogio Álvarez, de Quintana de Fuseros, dejó, en quienes lo conocieron, una estela de joven piadoso, ejemplar en todo y perfecto dechado en la observancia de las reglas. “Fue martirizado con 20 años”, apostilla el Padre Leoncio, quien les dedica asimismo unas palabras a los mártires de Noceda: “Fray Álvaro González había terminado el segundo curso de Filosofía cuando estalló la Guerra Civil”. Sólo tenía 26 años cuando fue martirizado. Y el Hermano Ángel de la Vega entró en el monasterio después de quedarse viudo, siendo también martirizado como el resto de sus compañeros bercianos. Ángel de la Vega era, para más señas, el bisabuelo por vía materna de Miguel Ángel García, periodista y Corresponsal de TVE en Berlín, el cual escribió hace unos días un artículo titulado ‘En loor de santidad’, en homenaje a su bisabuelo y a su padre, Miguel García, quien ingresara con 19 años como estudiante novicio en aquel monasterio. Relata el periodista que su padre conoció a su bisabuelo en Santa María de Viaceli, aunque no se imaginó que algún día, veinte años después, iba a casarse con una de sus nietas. 
“Mi padre optó por volverse a casa. No tenía madera de mártir, ni siquiera de monje. Como muchos otros había llegado hasta allí porque era la única manera por aquel entonces de estudiar”, matiza Miguel Ángel García. Pero su bisabuelo, que “hoy tendría un smartphone y usaría Twitter y  Facebook”, no corrió mejor suerte porque los milicianos lo metieron en una barcaza, junto a sus compañeros, y lo llevaron mar a dentro. “Mi padre me contó, y lo he visto reflejado en algún que otro testimonio, que, como iban rezando en voz alta, les cosieron la boca con alambre. Después, les ataron las manos a la espalda,  trozos de hierro en los pies y los lanzaron al fondo del mar”, rememora Miguel Ángel García consciente de que aquellos eran malos tiempos para meterse a monje. Malos tiempos los de nuestra guerra fratricida, de nuestra posguerra incivil, que ha sepultado miles de asesinados y asesinadas en fosas comunes, en cunetas, por doquier. Ojalá nunca se repita semejante barbarie.


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