Noceda del
Bierzo, junto a las poblaciones de Quintana de Fuseros y Villaviciosa de San
Miguel, han sido noticia recientemente por la beatificación, en la catedral de
Santander, de cinco mártires, a saber, Álvaro González y Ángel de la Vega, originarios
de Noceda; Amadeo García y Valeriano Rodríguez, de Villaviciosa de San Miguel y
Eulogio Álvarez, natural de Quintana de Fuseros. Todos ellos monjes de la
abadía cisterciense de Santa María de Viaceli, situada en Cóbreces, un hermoso pueblo cántabro, con
el Bolao y la propia abadía como iconos de una simpar belleza. Un sitio
estupendo, el monasterio de Cóbreces, para retirarse al menos unos días en
busca de meditación y sosiego. Allí ingresó con doce años el Padre Leoncio
González, originario de Losada, a quien tuve la ocasión de entrevistar para la
revista ‘La Curuja’ (publicada en febrero de este mismo año, y reeditada en la revista
‘Losada’).
El Padre Leoncio me contaba que el Padre Amadeo García era un gran
estudioso de la Historia, que llegó a crear una modesta revista, ‘La voz del
Císter’, desaparecida en el 36, y que del mismo pueblo de Villaviciosa era
Valeriano Rodríguez, martirizado a la vez que su paisano. Por su parte, el Hermano
Eulogio Álvarez, de Quintana de Fuseros, dejó, en quienes lo conocieron, una
estela de joven piadoso, ejemplar en todo y perfecto dechado en la observancia
de las reglas. “Fue martirizado con 20 años”, apostilla el Padre Leoncio, quien
les dedica asimismo unas palabras a los mártires de Noceda: “Fray Álvaro
González había terminado el segundo curso de Filosofía cuando estalló la Guerra
Civil”. Sólo tenía 26 años cuando fue martirizado. Y el Hermano Ángel de la
Vega entró en el monasterio después de quedarse viudo, siendo también
martirizado como el resto de sus compañeros bercianos. Ángel de la Vega era,
para más señas, el bisabuelo por vía materna de Miguel Ángel García, periodista
y Corresponsal de TVE en Berlín, el cual escribió hace unos días un artículo
titulado ‘En loor de santidad’, en homenaje a su bisabuelo y a su padre, Miguel
García, quien ingresara con 19 años como estudiante novicio en aquel
monasterio. Relata el periodista que su padre conoció a su bisabuelo en Santa
María de Viaceli, aunque no se imaginó que algún día, veinte años después, iba
a casarse con una de sus nietas.
“Mi padre optó por volverse a casa. No tenía
madera de mártir, ni siquiera de monje. Como muchos otros había llegado hasta
allí porque era la única manera por aquel entonces de estudiar”, matiza Miguel
Ángel García. Pero su bisabuelo, que “hoy tendría un smartphone y usaría
Twitter y Facebook”, no corrió mejor suerte porque los milicianos lo
metieron en una barcaza, junto a sus compañeros, y lo llevaron mar a dentro. “Mi
padre me contó, y lo he visto reflejado en algún que otro testimonio, que, como
iban rezando en voz alta, les cosieron la boca con alambre. Después, les ataron
las manos a la espalda, trozos de hierro en los pies y los lanzaron al
fondo del mar”, rememora Miguel Ángel García consciente de que aquellos eran malos
tiempos para meterse a monje. Malos tiempos los de nuestra guerra fratricida,
de nuestra posguerra incivil, que ha sepultado miles de asesinados y asesinadas
en fosas comunes, en cunetas, por doquier. Ojalá nunca se repita semejante
barbarie.
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