Aunque ya casi nadie se acuerde de su nombre, de
aquella chica introvertida y depre, con una carrera brillante y un manejo de la
palabra escrita extraordinario, siempre nos quedará ‘El sur’, una novela breve con
una potencia narrativa fuera de lo común, que a algunos nos ha sacudido las entrañas.
Leer y releer este relato fascinante me procura emociones intensas, lo que sólo
logran las obras de arte. Y su autora lo consigue contándonos acaso su propia
historia autobiográfica. O bien una trama que ella conocía de primera mano, en
este caso a través de los ojos de una niña-adolescente, Adriana. Definitivo es
ya el comienzo: “Mañana en cuanto amanezca iré a visitar tu tumba, papá...”.
Como ocurre por ejemplo con ‘Crónica de una muerte anunciada’, de Gabo o ‘El
túnel’, de Sábato, cuyos inicios nos dejan temblando.
Probablemente más conocida fuera que dentro del país (habitual en esta tierra ingrata), Adelaida García Morales, fallecida recientemente, fue una mujer prodigio (actriz, modelo, guionista, traductora, profesora, escritora…), que el transcurso del tiempo le jugó a buen seguro malas pasadas.
En la Escuela de Cine de Madrid conoció al cineasta Víctor Erice, con quien acabaría formando pareja durante un tiempo, y fruto de esta unión creativa surgió el guión de ‘El sur’, que Erice se encargaría de adaptar al cine, consiguiendo otra obra maestra, aunque en la película (al parecer por razones de producción y falta de guita) no se rodó ni se mostró el sur, lo que le da cierto halo de misterio, con ese fuera de campo sólo intuido, que me hace recordar al mejor Hitchcock, quien le dedica toda una película a ‘Rebeca’, como mujer ausente, casi inexistente, y nos tiene con el alma en vilo. Es la potencia que a menudo tienen las obras de arte cuando sólo sugieren y no muestran.
Resulta curioso y sorprendente, una vez más, cómo el ‘Séptimo Arte’, que es un medio de masas (incluso el llamado cine de autor o autora), arrasa literalmente a la literatura, sin duda porque vivimos bajo el imperio de la imagen frente a la palabra, lo que convendría repensar, incluso desde el mundo audiovisual, como ya lo han hecho Wenders, o Erice, el cual estuvo a punto de visitar la Escuela de cine de Ponferrada cuando creíamos que ésta se convertiría en un centro de referencia nacional. Tal vez por esto, Pasolini abandonó la docencia de la literatura en aras del cine, lo que le procuraría una gran proyección internacional, aun siendo un cineasta de culto y sin tener -dicho por él mismo- ni idea de la técnica cinematográfica. Pues eso, que un día de estos volveré al sur.
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