Nuestra Marca España, hecha con cornetín y
‘tamborreo’, a golpe de saeta, sigue vendiendo esa imagen de país alegre y
chistoso. Pero este país de paisitos se vuelve dramático o tragicómico en
cuanto se nos abalanza la Santísima Semana, atizándonos hostias consagradas de
muerte en el esqueleto de nuestras esperanzas, la ilusión de que esta España,
con eñe de coña, deje de estar algún día en crisis, pues, desde que tengo uso
de razón, siempre la recuerdo en bancarrota. Mientras, la Santísima nos
convida, un año más, a recrearnos en esa corporeidad mortal y morada, donde el
amor, en forma de Eros disparando flechas al corazón, inventa su infinito
curvado a su paso por las calles de la provincia leonesa. Todos en procesión o
desfile marcial y fúnebre saboreando el sentimiento trágico de la vida, el
vértigo de la angustia existencial. No olvidemos que vivimos en un valle de
lágrimas –ahora en el valle del desempleo, el desahucio y la corrupción al por
mayor– y nuestro destino es la podredumbre. “No percibimos aún el olor de la
putrefacción divina? ¡También los dioses se descomponen!”, nos dijo Nietzsche.
No creas, estimado prójimo, que algún día resucitarás de entre los muertos.
Nada de eso. Si el ser humano es un animal mortal, según tesis zoológica, y
Cristo fue hombre, ¿cómo se puede admitir que Cristo resucitara? Que cada cual
crea lo que quiera. Además, los muertitos y las muertitas ya han dejado de
creer en dios. “¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!” Haz de tu valle
jardín de las delicias, huerto de amistad y amor, y sumérgete en las cálidas
aguas de un ‘hammam’. Vive el instante cual si fuera una eternidad de placer. Y
no te flageles antes de que suenen las trompetas del juicio final.
Dicen las lenguas cristianas, cuya punta se
perfila con el dulce aroma de las catacumbas, que llevamos la cruz a cuestas.
Vaya cruz. Si ésta no es más que un madero sin vida, acaso un castaño con
chancro, quizá chamuscado. Sin embargo, hay quienes creen en la cruz como
escalera al cielo por el que los espíritus buenos treparan a los cielos. La
cruz de los siete peldaños. Uno por cada día de la semana, incluido el día de Resurrección.
Un clavito en la palma de la mano derecha, una tachuelina en el juanete del pie
izquierdo. ¡Mi pie izquierdo, ay! Y aun una tercera en el escroto. Aquí no, por
favor.
La Santísima se nos revela como una semana en la
que los papones entregan su alma al maderamen de la cruz. Y el común de los
mortales sigue estrujando a los judíos en limonada. “A matar judíos”, se dice
por estos lares, qué terrible.
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