Titón, Birri, Márquez y García Espinosa en la Escuela de San Antonio de los Baños (Cuba)
"La vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo
la recuerda para contarla", nos dijo Gabo en ‘Vivir para contarla’, que en
estos momentos estará afinando su piano en el más allá/más acá, mientras nos
sigue relatando aquellas historias fantásticas que le contaba su abuela Tranquilina
Iguarán, de origen gallego, un personaje de cuento, como tantos otros que
inventara el maestro del realismo mágico. Gabo, el genial escritor, periodista y
cineasta colombiano, tocado por la varita surrealista mexicana, me devuelve al
útero de Gistredo, que es otro espacio mítico, como Macondo, donde la realidad
supera cualquier ficción. Cuando leí ‘Cien años de soledad’ -publicada el año
en que me nacieran, gracias a otro gallego nacionalizado argentino, Francisco
Porrúa-, sentí una sacudida en las entrañas, porque me parecía que el Premio
Nobel, a través de la saga de los Buendía, estuviera contando la historia de mi
pueblo, con aquellos personajes salidos de madre, entre lo real y lo surreal, que
me cautivó para siempre.
Niño precoz en la escritura, periodista trotamundos, creador del Nuevo
Periodismo Iberoamericano, García Márquez elevó el periodismo, acaso el mejor
oficio del mundo, a la categoría de excelsa literatura. Ahí están también su ‘Crónica
de una muerte anunciada’ y ‘El coronel no tiene quien le escriba’, ambas
adaptadas al cine (su otra pasión). No en vano, estudió cine en el Centro Experimental
de Roma, donde entró en contacto con dos grandes del neorrealismo italiano, Zavattini
y De Sica, por quienes sentía devoción, y fue uno de los creadores de la Fundación
del Nuevo Cine Latinoamericano y de la Escuela de San Antonio de los Baños, situada
a las afueras de la Habana, donde impartiera clases de guión, tal como se
recoge en ‘Cómo se cuenta un cuento’ o ‘Me alquilo para soñar’. Puede verse su
estatua, junto a la de otros colegas como Titón, Birri o García Espinosa, en el
exterior de esta singular escuela cubana. Asimismo, realizó varios guiones de
cine en solitario y en colaboración con sus amigos Rulfo y Fuentes. Y a punto
estuvo de colaborar con Buñuel.
‘Crónica de una muerte anunciada’ es un auténtico manual
de escritura, una novela precisa y cuasi perfecta, con un sabio manejo del
tiempo y los diferentes narradores, que debería leer cualquiera que desee
dedicarse a la creación literaria y aun periodística. Por su parte, ‘El coronel
no tiene quien le escriba’ es una novelita sublime, escrita, como toda su obra,
con sensorialidad, con todo lujo de detalles.
El gran Gabo, siempre en nuestra memoria afectiva.
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