La pasada semana celebramos el Día
Mundial del Teatro, cuyo primer manifiesto se debe a Cocteau, excepcional
dramaturgo y cineasta que llegó a decir que escribir es un acto de amor. La
escritura teatral como genuina comunión en
vivo con actores, actrices y el público. Quienes
sentimos devoción por las artes escénicas, disfrutamos del teatro día a día
como si fuera la vida misma, que lo es, porque se trata de un arte esencial,
que debería figurar en cualquier
programa de enseñanza, incluso en la universidad, no sólo como materia
extra-académica. En la provincia de León contamos, aparte del Benevívere o el
Auditorio de León, con dos grandes templos dedicados al teatro, el Bergidum, en
la capital del Bierzo, comandado por Miguel Varela, y el teatro del Albéitar,
que gestiona Pepe Tabernero.
Si nos remontamos a la Grecia clásica,
en concreto a la época en que viviera Platón, vemos cómo a través del
teatro se recoge la dimensión artística del diálogo: la construcción
dialéctica de la razón, el intercambio de ideas, la participación, la escucha
activa... El saber escuchar a los demás, ponerse en el lugar del Otro (tan
complicado para quienes estamos atrapados en una cultura judeo-cristiana), es
lo que facilita la comunicación, que en la actualidad se muestra
enfangada en ruido informativo, saturados como estamos de grasa desinformativa
y alejados cada vez más en nuestras relaciones, aunque vivamos enganchados de
un modo permanente a la Red por medio del facebook, el twitter o el whatsApp.
Tal vez por esto nuestra comunicación real, cuerpo a cuerpo, a través de la
mirada que se vuelve tacto y contacto, se hace cada día menos posible. Una
curiosa paradoja, la comunicación que incomunica, como la que nos propone
Diderot con el comediante.
A través del teatro fluyen ideas y
sentimientos, y además de entretenernos y divertirnos puede ayudarnos a imaginar,
aprender a escribir, leer, recitar, memorizar, mostrarnos ante los otros, a
ejercitar nuestras habilidades sociales, y así expresar nuestras emociones, que
tanto trabajo nos cuesta en una sociedad educada en la frialdad afectiva, en la
razón descargada de sentimiento, porque la enseñanza ha castrado el aspecto
afectivo en pos de lo intelectual. Por tanto, deberíamos recuperar la
inteligencia emocional a través del teatro y regresar al atletismo
afectivo del que nos hablara el genio Artaud en ‘El teatro y su doble’.
Vaya este artículo para mis
alumnos y alumnas tanto de la Universidad de la Experiencia de Astorga
como del Campus de Ponferrada.
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