El Bierzo no es un páramo, aunque tampoco en él soplan aires marinos, que nos gustarían a quienes en algún momento soñamos con embarcarnos en busca de algún Dorado, infancia proyectada en el Atlántico, nostalgia viajera.
Nunca olvidaré que algún día, allá por los cincuenta, mi padre embarcara rumbo a las Américas, y después de muchos días y noches en el barco, llegó al Brasil. Qué maravilla, y vaya aventura. Entonces, en aquella época, viajar a América era como irse a la Luna. Puro exotismo. En realidad, Brasil y tantos otros países de Hispanoamérica, aparte de nuestros hermanos de sangre y lengua y cultura, siguen resultando harto atractivos para los españolitos y españolitas ávidos de samba y cha-cha-chá.
El Bierzo, y sobre todo el Alto, se vuelve seco y duro, frío y fantasmagórico, algo que lo hace parecer paramero, estepario. Incluso existe Páramo del Sil, donde pasó una temporada el gran poeta Ángel González.
Lo que se cuenta acerca del microclima berciano será en Canedo o algún lugar del llamado vergel o huerta berciana, o vaya usted a saber donde, porque en Noceda sopla un frío que corta la piel como cuchillo de matar gochos. Bueno, tampoco es cuestión de quejarse. Que cada cual vive donde le place. No siempre, cierto es.
Mientras volveré a releer La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve, que me han dejado impresionado con su belleza y clarividencia poéticas.
Aunque sea aldeano, y defienda el terruño, no por ello me siento alejado del mundo. La poesía, por supuesto, debe ser universal, como todo, para que sea entendida por un esquimal o por un yanomami. Acá y allá.
Debemos mirar siempre hacia el futuro, viajar por el mundo "alante", claro, con los ojos bien atentos, y la mirada infinita de quien se siente por instantes, sublimes, grande en un mundo tal vez finito aunque ilimitado, que nunca llegaremos a comprender del todo, porque nos movemos en un espacio-tiempo, y nuestro universo, a lo mejor, es mucho más que eso, acaso alguna dimensión sobreañadida.
Quién sabe, si ni siquiera los científicos lo podrían asegurar a ciencia cierta.
Nunca olvidaré que algún día, allá por los cincuenta, mi padre embarcara rumbo a las Américas, y después de muchos días y noches en el barco, llegó al Brasil. Qué maravilla, y vaya aventura. Entonces, en aquella época, viajar a América era como irse a la Luna. Puro exotismo. En realidad, Brasil y tantos otros países de Hispanoamérica, aparte de nuestros hermanos de sangre y lengua y cultura, siguen resultando harto atractivos para los españolitos y españolitas ávidos de samba y cha-cha-chá.
El Bierzo, y sobre todo el Alto, se vuelve seco y duro, frío y fantasmagórico, algo que lo hace parecer paramero, estepario. Incluso existe Páramo del Sil, donde pasó una temporada el gran poeta Ángel González.
Lo que se cuenta acerca del microclima berciano será en Canedo o algún lugar del llamado vergel o huerta berciana, o vaya usted a saber donde, porque en Noceda sopla un frío que corta la piel como cuchillo de matar gochos. Bueno, tampoco es cuestión de quejarse. Que cada cual vive donde le place. No siempre, cierto es.
Mientras volveré a releer La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve, que me han dejado impresionado con su belleza y clarividencia poéticas.
Aunque sea aldeano, y defienda el terruño, no por ello me siento alejado del mundo. La poesía, por supuesto, debe ser universal, como todo, para que sea entendida por un esquimal o por un yanomami. Acá y allá.
Debemos mirar siempre hacia el futuro, viajar por el mundo "alante", claro, con los ojos bien atentos, y la mirada infinita de quien se siente por instantes, sublimes, grande en un mundo tal vez finito aunque ilimitado, que nunca llegaremos a comprender del todo, porque nos movemos en un espacio-tiempo, y nuestro universo, a lo mejor, es mucho más que eso, acaso alguna dimensión sobreañadida.
Quién sabe, si ni siquiera los científicos lo podrían asegurar a ciencia cierta.
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