El castillo de Cornatel, al que le he dedicado recientemente un espacio en este blog, me lleva de forma inevitable a otro escenario del Bierzo, que, al igual que Cornatel, también entraña mucho romanticismo, porque es un espacio donde el romántico villafranquino Gil y Carrasco ambienta una de sus novelas cortas, titulada precisamente El lago de Carucedo, que es su vez embrión de novelas posteriores como El señor de Bembibre.
El lago de Carucedo, de Gil, está compuesta por una descripción lírica del lago y su entorno, con sus paisajes, sus pueblos y lugares geográficos (algo que maneja muy bien este universal escritor berciano, pues es un paisajista excepcional, tal vez el mejor, según Azorín), un cuento regionalista, un cuento histórico y una leyenda en prosa parecida a las que el poeta Bécquer escribirá más tarde, aparte de una breve conclusión, con evidentes influencias de Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas.
Hacia los confines del fértil y frondoso Bierzo, en el antiguo reino de León, siguiendo el curso del limpio y dorado Sil, y detrás de la cordillera de montañas que su izquierda margen guarnecen, dilátase un valle espacioso y risueño, enriquecido con los dones de una naturaleza pródiga y abundante, abrigado de los vientos y acariciado del sol. Tendido y derramado por su centro, alcánzase a ver desde la ceja de los vecinos montes un lago sereno y cristalino, unido y terso a manera de bruñido espejo, en cuyo fondo se retratan los lugares edificados en las laderas del contorno, esmaltados y lucidos con sus tierras de labor rojizas y listadas de colores...", así comienza El lago de Carucedo, donde están presentes algunos de los ideales románticos de su autor, como la búsqueda obsesiva de un amor puro y por ende su lucha desesperada y rebelde contra el destino, contra la fatalidad.
El lago de Carucedo es una novela conformada por narraciones yuxtapuestas, en las que se cuenta una historia de amor obsesivo, imposible entre dos jóvenes, a saber, Salvador (cazador y aventurero, que acaba siendo abad) y María (pastora, doncella que termina recluida en un monasterio, trastornada, enloquecida), con un tercero en discordia, que quiere arrebatarle la doncella a Salvador. Un auténtico drama romántico, subversivo. Una historia que se repite casi igual en El señor de Bembibre, cuyos protagonistas son Don Álvaro, Doña Beatriz y el conde de Lemos.
En El lago de Carucedo, de Gil, el destino cruel se impone con un diluvio subterráneo, una catarata que arrasa e inunda la abadía situada a orillas del lago y ahoga a los desdichados amantes. La leyenda de la ciudad sumergida se repite en otro lagos.
Es en esta escenografía de ensueño, bucólica, en la que Doña Beatriz, en El señor de Bembibre, también paseará su melancolía.
Dicho esto, a modo de preámbulo, hace tan sólo unos días visitaba este legendario lago de Carucedo, la mayor superficie lacustre del Bierzo, habida cuenta de que a lo largo del tiempo se han fraguado diversas leyendas en torno al mismo, que, por lo demás, es de origen romano, porque los romanos, para obtener oro en Las Médulas (paraje próximo a este lago), necesitaron lavar enormes cantidades de mineral, y el agua que se escurría fue a parar a una hondonada natural, formando el lago de Carucedo, que es también el nombre de una aldea perteneciente al municipio de Carucedo.
Esto escribí hace años a propósito del lago de Carucedo, que ahora recupero:
Lago de las mil y una historias y leyendas, algunas incluso truculentas, como un ensueño sellado por las lágrimas derramadas de una náyade en el país de las maravillas.
Espacio romántico e inspirador, colmado de bellezas y tesoros escondidos bajo sus aguas calmas, cuánto misterio y cuánto mito en medio de tanta historia romana y aurífera, lo que alimenta aún más, si cabe, nuestra imaginación y nos invita a darnos un baño balsámico, en busca de sus esencias y ciudades invisibles, protegidas por esos guardianes, que desean sobrenadar la realidad, al tierno abrigo de un ramaje.
Las leyendas de ninfas, nereidas, náyades, xanas y ondinas (las hadas o damas del agua, según la mitología de los países escandinavos) son frecuentes, no sólo en el Bierzo sino en todo el noroeste peninsular y aun en diversos países de Europa. En realidad, las ondinas son como las náyades griegas surgiendo del agua con la cabellera húmeda.
Las hadas del agua (el agua como elemento purificador, que representa el otoño y el crepúsculo) pueden encontrarse en ríos, manantiales, estanques, cascadas, mares, pozos o fuentes.
Se cuenta que en el lago de Carucedo habitaba la ondina Carissia, emparentada con la mitología clásica, que vivía en una ciudad llamada Lucerna.
Carissia se enamoró locamente de un joven general romano llamado Tito Carissio. Y este se burló de ella. Entonces, la ondina Carissia estuvo llorando con tanto desconsuelo que sus lágrimas formaron el lago de Carucedo, inundando Lucerna.
Otra leyenda habla de la princesa y xana Borenia, cuyo nombre proviene de la localidad de Borrenes, que era hija del rey Médulo, el cual reinaba en las Médulas. En este caso, la tal Borenia se enamoró del general Carissio, que acabó desapareciendo, lo que provocó el llanto incontenible de ella, y, de este modo, con sus lagrimas se creó el lago de Carucedo.
Existe incluso alguna leyenda más cuya protagonista fue la diosa celta Bernia cuyas lágrimas dieron origen a este lago.
Sea como fuere, el lago de Carucedo es un hábitat de gran valor en cuanto a flora (con la vegetación típica de una ribera lacustre) y fauna (patos salvajes, somormujos...). Y también lo es desde un punto de vista ornitológico. Un lago legendario de gran belleza.
Y me despido con este otro texto, que también escribiera hace tiempo, sobre este inspirador lago.
Desde esta orilla,
alfombrada con el color de los anhelos, contemplo el mundo, las lindes de un
tiempo fluido y azul, navegando sobre una noche que invita a saborear el
paisaje tierno en el contacto de la mirada y sensual en su colorido, como un paseo
melancólico por el lago de los hechizos.
Bajo el árbol
sagrado de las profundidades, que cobija y alimenta el espíritu, con su ramaje
de palabras y sus esencias, siento ese cielo alumbrado, que me guía a través de
otras épocas doradas y fecundas.
Con el romanticismo
de quienes aún creemos en el poder aromático de
la belleza, saboreo cada instante, cada espacio, como si fuera la primera vez, con
esa mirada inocente y salvaje que reinventa el mundo.
Desde aquella orilla,
sobre las colinas dormidas de otras miradas y la solidez protectora de sus
siluetas, sigo atisbando la lejanía, los contornos de un tiempo impregnado de
naturaleza, la fantasía de unas ondinas que me susurran nanas ancestrales y se
sumergen en mis ensoñaciones, amasadas con la suavidad de lo primigenio.
Bajo una noche que
se refleja en aguas llenas de misterio, siento que discurre mi fabulación
forjando este confín con aquel otro confín.
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