El castillo de Cornatel, que he vuelto a visitar hace unos días, es un monumento que me resulta sobrecogedor, como una de esas películas que procura escalofríos en todo el cuerpo. Y es que uno asocia este castillo -este cuerno de extraordinaria belleza-, a algo trágico, porque, aún lo recuerdo como si fuera hoy, una chica, jovencita profesora de instituto, a quien pude conocer algo en los años noventa, decidió elegir este escenario para arrojarse al vacío, quizá creyendo que podría sobrevolar el despeñadero que existe en uno de los flancos donde está construida esta fortaleza medieval.
Siempre que visito este castillo me acuerdo de esta chica (Gloria-Chuna), lo que me estremece. Y me invita a reflexionar sobre la fragilidad del ser humano, la grandiosidad de la naturaleza, y el romanticismo que entraña un entorno como éste, donde se alza, sobre una abrupta peña, el castillo de Cornatel, que por lo demás es un mirador estupendo al valle del Sil, al lago de Carucedo, a tantos otros parajes de un Bierzo mágico rebosante de encanto, aunque algo abandonado a su suerte o desgracia. Un Bierzo que podría tener más proyección, aunque para ello, por ejemplo, debería estar mejor señalizado y comunicado entre sí y con el resto del mundo.
Aparte del hecho trágico que acabo de contar, sigo percibiendo este castillo como una hermosa y simbólica ruina romántica. No puedo evitar construir en mi cerebro esta poderosa imagen de un pasado legendario y los fantasmas de otro tiempo. Con el conde de Lemos (Lemus) como personaje principal. Si Gil y Carrasco levantara la cabeza a buen seguro volvería a centrar su atención en esta zona, en este castillo, como escenario de alguna de sus novelas, al igual que ya lo hiciera en El señor de Bembibre, donde nos deja pasajes certeros e ilustrativos acerca de este territorio donde se asienta el castillo de Cornatel.
"Por fin, torciendo a la izquierda y entrando en una encañada profunda y barrancosa por cuyo fondo corría un riachuelo, se le presentó en la cresta de la montaña la mole del castillo iluminada ya por los rayos del sol, mientras los precipicios de alrededor estaban todavía oscuros y cubiertos de vapores. Paseábase un centinela por entre las almenas, y sus armas despedían a cada paso vivos resplandores. Difícilmente se puede imaginar mudanza más repentina que la que experimenta el viajero entrando en esta profunda garganta: la naturaleza de este sitio es áspera y montaraz, y el castillo mismo cuyas murallas se recortan sobre el fondo del cielo parece una estrecha atalaya entre los enormes peñascos que le cercan y al lado de los cerros que le dominan. Aunque el foso se ha cegado y los aposentos interiores se han desplomado con el peso de los años, el esqueleto del castillo todavía se mantienen en pie y ofrece el mismo espectáculo que entonces ofrecía visto de lejos...
Lago de Carucedo desde Lago |
... soberbio punto de vista que ofrecía aquel alcázar reducido y estrecho, pero que semejante al nido de las águilas, dominaba la llanura. Por la parte de oriente y norte le cercaban los precipicios y derrumbaderos horribles, por cuyo fondo corría el riachuelo que acababa de pasar don Álvaro, con un ruido sordo y lejano, que parecía un continuo gemido. Entre norte y ocaso se divisaba un trozo de la cercana ribera del Sil lleno de árboles y verdura, más allá del cual se extendía el gran llano del Bierzo poblado entonces de monte y dehesas, y terminado por las montañas que forman aquel hermoso y feraz anfiteatro. El Cúa, encubierto por las interminables arboledas y sotos de sus orillas, corría por la izquierda al pie de la cordillera, besando la falda del antiguo Berdigum, y bañando el monasterio de Carracedo. Y hacia el poniente, por fin, el lago azul y transparente de Carucedo, harto más extendido que en el día, parecía servir de espejo a los lugares que adornan sus orillas y a los montes de suavísimo declive que le encierran. Crecían al borde mismo del agua encinas corpulentas y de ramas pendientes parecidas a los sauces que aún hoy se conservan, chopos altos y doblegadizos como mimbres que se mecían al menor soplo del viento, y castaños robustos y de redonda copa.
De cuando en cuando una bandada de lavancos y gallinetas de agua revolaba por encima describiendo espaciosos círculos, y luego se precipitaba en los espadañales de la orilla o levantando el vuelo desaparecía detrás de los encarnados picachos de las Médulas".
Después de leer y aun releer al romántico Gil, cuyo viaje por Europa en misión diplomática hasta Berlín me sigue fascinando, y visitar de nuevo el castillo de Cornatel, siento emociones y sentimientos, incluso contrapuestos, de tristeza y felicidad, que me sacuden las entrañas con intensidad.
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