Leo y releo ese brillante ensayo titulado La España invertebrada, de Ortega, al que cito con cierta frecuencia.
Y me quedo sobrecogido por los análisis tan acertados que hace el filósofo (quizá el más importante de España de la primera mitad del siglo XX, sólo superado por el maestro Gustavo Bueno a partir de la segunda mitad del XX, si bien la escritura de Ortega resulta bien comprensible y hasta se me antoja literaria, aparte de filosófica).
El análisis reciente que hace Manuel Fernández Lorenzo (mi profesor de Filosofía en la Universidad de Oviedo en los ochenta) ha despertado, una vez más, mi interés por volver a este lúcido ensayo de Ortega. https://latribunadelpaisvasco.com/art/13290/volviendo-a-leer-la-espana-invertebrada-de-ortega-y-gasset
La España invertebrada me late un libro con una gran vigencia en la actualidad (ya se sabe, de aquellos polvos, estos polvos, como suele decirse). Y ese particularismo, que acuñara Ortega a resultas de los regionalismos vasco y catalán fundamentalmente a principios del siglo XX, está ahora bien presente, como todos sabemos, con ese Procés catalán, con toda su parafernalia independentista, que nos ha vuelto tarumbas.
Por cierto, durante esta crisis vírica ha desaparecido literalmente del mapa, de los mapas, el fenómeno Puigdemont que, después de armarla gorda, dejó literalmente tirados, en la estacada, en el trullo, a sus colegas de batalla, pirándose él a Bruselas, feudo europeo de fugados y parlamentos.
"La psicología del particularismo... se presenta siempre que en una clase o gremio, por una u otra causa, se produce la ilusión intelectual de creer que las demás clases no existen como plenas realidades sociales o, cuando menos, que no merecen existir. Dicho aun más simplemente: particularismo es aquel estado de espíritu en que creemos no tener por qué contar con los demás", nos aclara Ortega.
Si es que en España nadie se siente español, porque si uno dice sentirse español, te califican de facha, habida cuenta de que en este país de paísitos, en este reino de taifas, cada cual va a su puta bola. Y hasta los de un pueblo se pelean con el pueblo vecino. Todos son odios y tirrias. Y es que nuestra sociedad, como dejara claro la Guerra Incivil, está dividida en rojos y azules, en verdes y en morados, en unos y otros. Si no estás conmigo, entonces estás contra mí.
En España nadie se dice español, ni siquiera los gallegos, ni los astures... Ni otros muchos.
"La vida social española ofrece en nuestros días un extremado ejemplo de este atroz particularismo. Hoy es España, más bien que una nación, una serie de compartimientos estancos", escribe Ortega en su lúcido ensayo.
Vivimos en compartimentos estancos, cada cual en su burbuja, y el demonio en la de todos. Incluso en un mismo trabajo, cada cual está en su universo, de modo que no puede funcionar el engranaje, el trabajo en equipo. Lo que uno sabe se lo guarda para joder al otro. Y así en este plan de planes. Vaya planazo. Somos así de capullines. Y hasta se rompen ordenadores a mazazos para que no se descubra el tomate... frito Solís. Llegan unos y destruyen lo que hicieron los anteriores. Siempre rehaciendo el país. Qué terrible. Cómo va a haber memoria, memoria histórica... memoria colectiva, si todo dios se la pasa por el forro de los forrajes.
"No es necesario ni importante que las partes de un todo social coincidan en sus deseos y sus ideas; lo necesario e importante es que conozca cada una, y en cierto modo viva, los de las otras", señala Ortega.
No es necesario coincidir en deseos ni en ideas pero sí conocer lo que están haciendo los otros, sobre todo si queremos armar un proyecto de vida en común, una nación en toda regla.
"Vive cada gremio herméticamente cerrado dentro de sí mismo. No siente la menor curiosidad por lo que acaece en el recinto de los demás. Ruedan los unos sobre los otros como orbes estelares que se ignoran mutuamente. Polarizado cada cual en sus tópicos gremiales, no tiene ni noticia de los que rigen el alma del grupo vecino. Ideas,
emociones, valores creados dentro de un núcleo profesional o de una clase, no trascienden lo más mínimo a las restantes. El esfuerzo titánico que se ejerce en un punto del volumen social no es transmitido, ni obtiene repercusión unos metros más allá, y muere donde nace. Difícil
será imaginar una sociedad menos elástica que la nuestra; es decir, difícil será imaginar un conglomerado humano que sea menos una sociedad. Podemos decir de toda España lo que Calderón decía de Madrid en una de sus comedias:
Está una pared aquí
de la otra más distante
que Valladolid de Gante".
Si falla la sociedad, si cada cual está en su órbita (puro individualismo rampante y sonante), resulta imposible llegar a buen puerto.
"¿Es que el militar se preocupa del industrial, del intelectual, del agricultor, del obrero?", se plantea Ortega, preocupado por la situación española, en la que los políticos también entran en escena, como no podía ser de otro modo, los políticos como fiel reflejo de la sociedad.
"Lo político es ciertamente el escaparate, el dintorno o cutis de lo social... La verdad es que si para los políticos no existe el resto del país, para el resto del país existen mucho menos los políticos".
Ya no creemos en nuestros políticos, en su mayoría corruptos y apoltronados, que miran cuando menos con desdén a su ciudadanía. Que se sirven del erario público a su antojo sin importarles lo más mínimo la sociedad, con sueldos astronómicos frente a la miseria bajo la que habitan como pueden los obreros, los agricultores... las clases bajas, que son quienes verdaderamente trabajan para levantar el país, consiguiendo lo que pueden con el sudor y lágrimas de su esfuerzo.
En España sigue triunfando el enchufismo, el yernismo (un yerno más), como nos dijera también el gran Valle-Inclán. Mientras que los mejores de verdad nunca están, ni se les deja.
"La ausencia de los «mejores», o, cuando menos, su escasez, actúa sobre toda nuestra historia y ha impedido que seamos nunca una nación suficientemente normal, como lo han sido las demás nacidas de parejas condiciones... En efecto: la ausencia de los «mejores» ha creado en la masa, en el «pueblo», una secular ceguera para distinguir el hombre mejor del hombre peor, de suerte que cuando en nuestra tierra aparecen individuos privilegiados, la «masa» no sabe aprovecharlos y a menudo los aniquila... En España vivimos hoy entregados al imperio de las masas... La gran desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas", se despacha a gustito Ortega.
"El pretendido aliento democrático que, como se ha hecho notar reiteradamente, sopla por nuestras más viejas legislaciones y empuja el derecho consuetudinario español, es más bien puro odio y torva suspicacia frente a todo el que se presente con la ambición de valer más que
la masa y, en consecuencia, de dirigirla", sostiene el filósofo. Y es que en nuestro país de paisitos el que vale de verdad no se valora. Por eso, quienes "triunfan" son los que aparentan, los que alzan la voz, quienes se hacen notar, quienes saben venderse en este gallinero desbocado, salido de madre... Qué pena. Mientras que quienes podrían destacar permanecen anclados en la sombra, silenciados.
"Somos un pueblo «pueblo», raza agrícola, temperamento rural. Porque es el ruralismo el signo más característico de las sociedades sin minoría eminente", afirma el filósofo, a quien podrían calificar de clasista, aunque siga arrojando luz sobre las tinieblas con el fin de entender este cacao maravillao en que estamos.
El genio Lorca también supo ver, como nadie, nuestra España rural. Ahí están sus obras maestras del teatro: Yerma, La casa de Bernarda Alba y Bodas de sangre. Sublimes. Y brutales. A partes iguales. En las que analiza la sociedad española del siglo XX con su medievalidad chutada en vena.
En todo caso, cabe recordar que La España invertebrada está escrito a principios del siglo XX, cuando el nuestro era en verdad un conjunto de pueblos. "Cuando se atraviesan los Pirineos y se ingresa en España se tiene siempre la impresión de que se llega a un pueblo de
labriegos. La figura, el gesto, el repertorio de ideas y sentimientos, las virtudes y los vicios son típicamente rurales", afirma el filósofo (creo que no lo dice en absoluto con desprecio, sino como una constatación, lo mismo que hiciera el bueno de Ramón Carnicer con Donde las Hurdes se llaman Cabrera, de una sobrecogedora belleza estilística, en la que retrata como nadie, siempre con humor y poesía, la atrasada comarca de La Cabrera leonesa, lo que le valió algún que otro disgusto y el menosprecio institucional). Pero alguien tiene que encargarse de decir las verdades, aunque éstas duelan e incomoden al sistema.
España era un país subdesarrollado a principios del siglo XX en todos los ámbitos, frente a Francia o Inglaterra o Alemania, entre otros, que se subieron al carro de la "modernidad" a través del "racionalismo, democratismo, mecanicismo, industrialismo, capitalismo".
Los males de España, según Ortega, serían los errores y abusos políticos, los defectos de las formas de gobierno, el fanatismo religioso, la llamada «incultura».
La incultura, el desprecio a la cultura, me atrevería a decir, en el sentido de que todo lo que suene a cultura (téngase cuidado también con el término cultura, porque a cualquier cosa se le dice cultural. Y léase por favor El mito de la cultura de Gustavo Bueno) no es tenido en cuenta por nuestros mandatarios. Ni tampoco por la sociedad. Por supuesto.
¿Cuántas veces nos han invitado instituciones públicas a dar una conferencia por la patilla a quienes ejercemos la docencia y la escritura... o bien a escribir cosas gratis? Y luego, para más recochineo, te espetan: "Tú escribes... pero en qué trabajas... de qué vives".
"Pues vivo de lo que tú amorosamente me pagas", podrías decirle.
Un tema muy interesante ahora, el de la España invertebrada de Ortega, debido, a la situación que tenemos de infamia, incompetencia, corrupción y manipulación con la clase de políticos gobernates que, solo les interesa el poder a costa de lo que sea con tal de vivir bien rodeados de sus miles de amiguetes enchufados y de toda una red clientelar para que les sigan votando. No hay estadistas, hay lo peor en su mayoría, los que no terminan una carrera o que no han trabajar o cotizar a la SS, y el que sale un poco decente, se tiene que ir porque se quema ya que no puede competir con estos trileros, impostores, manipuladores y populistas, chantajistas. Con este panorama y una deuda de 1,3 del PIB (y ahora se disputará más al perder un 14 % de ingresos por el COVID-19) pagando una barbaridad de intereses, nunca levantaremos cabeza y estaremos en la ruina. En nuestro país desde hace siglos siempre ha venido pasando a menudo está pandemia y lacra social. A través de los siglos siempre lo han venido denunciando los grandes dramaturgos, pensadores, poetas y tantos ensayistas y periodistas y escritores atrevidos. Y la sociedad como rebaño de borregos sin quererse enterar e interesarse por la verdadera información aferrados al sectarismo de lo que les diga el mesías de turno. Amén del complejo de defender o querer a su país, sin confunfilo con un nacionalismo rancio que es el que suelen utilizar los separatistas secesionistas, y luego, son los que llaman facha a Serrat o cualquier ciudadano demócrata que no comparta su pensamiento único insolidario
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