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miércoles, 29 de enero de 2020

Trotamundeando por la Tunisia

20/12/2019

Prosigo trotamundeando [parece que estuviera tartamudeando] por Túnez, Tunisia, Tunes, Tunis, con buen ánimo y la sonrisa en el rostro. Quería luz y estoy sorbiendo luz, bañándome en luz, bebiendo luz cual si fuera birra, bière. Es un decir. Una cervesita fresquita, por favor. Con algo de granadina, para que le de color y otro saborcito o saborsito.

Quería algo de calor ambiental, tampoco hace tanta temperatura, habida cuenta de que estamos en invierno, en el "ivierno", y tengo una temperatura agradable, incluso ahora que ya es de noche, con la hora local igualita que en las Españas matrias y patrias queridas de los míos amores. Quería mar y playas y costa y medinas. Y lo tengo todo en abundancia. Así que debería estar feliz, felice y contento, a mi aire, con la libertad que me otorga mi propio cuerpo espíritu, que todo es uno.


Con la libertad de un pajarito, me gustaría ser pajarito, surcando el cielo, sobrevolando mares y tierra, por entre bosques milenarios. Lástima que Túnez no sea precisamente un lugar de bosques milenarios, porque antes se me antoja desértico, y verdoso, relativamente verdoso en la costa, por donde ando de pata de perro, que dirían en México lindo. Al parecer, en Túnez también hay bosques, pero uno, la verdad, no se ha adentrado en los mismos. Unos diecisiete parques nacionales. Más o menos.
Espero que no se me vaya la chola a la vez que voy diciendo, contando, acaso un cuentito de las mil y una noches, como una Sherezade de las de otrora.
El Magreb resulta siempre inspirador, estimulante, para un españolito con sangre árabe también.

Por mis venas corre a buen seguro sangre árabe, morisca, andalusí. Aunque sea berciano del útero, con orígenes asimismo, por vía paterna, en Mansilla de las Mulas, de donde también eran las tías de Paco Umbral, y en La Vega, Vega de los Árboles, a un pasito nomás de San Miguel de la Escalada, monumental y bello, con su belleza dorada y ancestral.
Prosigo el camino, en el camino, on the road, aunque hoy pensaba tirarme a la bartola, reposar mis cuitas, pero ya reposaré eternamente cuando esté muerto, como dijera el cineasta alemán Fassbinder, que murió joven y con las botas puestas, las de hacer cine, supongo.
Hasta Fassbinder parece que tuvo amoríos con un brillante poeta del Bierzo, ya fallecido. Se me va el santito a los cielos. Lo siento.

Pero retomo, aplicando ojalá, insha allah, la dialéctica platónica tamizada por el gran maestro Gustavo Bueno, mi profe en Oviedo, la Vetusta de Clarín.
Ay, uno lo que quería contaros es que hoy también salí de safari por la sabana africana de Túnez. Y me allegué hasta Kélibia, que parece una Libia que no acaba de querer serlo. Ahora me sale la vena a lo Coll, gran humorista. O bien la vena a lo Gómez de la Serna/Sorna. Un genio, Don Ramón. Que alguien pare mi logorrea, por fa. 

Pues sí, me fui hasta la mismísima Kélibia desde Yasmine Hammamet. Toda una excursión. Tomando o cogiendo [coger no queda del todo bien], un bus, agarrando una guagua, d
igamos, que cuesta una miseria [cuánta miseria en la Tierra, mientras unos pocos ricos campan a sus anchas], aunque para los tunecinos y tunecinas sea una pasta, no gansa, pero guita al fin y al cabo. Un bus que me llevó a Nabeul, ciudad que intuía pequeña y sin interés. Pero que tiene un zoco grande y pintoresco.

Los zocos árabes son un auténtico espectáculo.
Nuestro Rastro madrileño se queda pobre al lado de cualquier zoco, de cualquier souk moruno, árabe.
Ahora recuerdo que Don Ramón de la Serna escribió un interesante libro titulado El Rastro. Y Elías Canetti escribió su maravillosa obra Las voces de Marrakech, donde habla sobre los zocos marroquíes, amén de otras voces y sonidos árabes.
Y desde Nabeul [me gusta este término] agarré [también me agrada este palabro, tan empleado por hispanos] un "louage" hasta Kélibia.


El louage es como ese invento llamado Blablacar, que tanto gusta ahora a los europeos. Y que los tunecinos llevan utilizando desde tiempos ha, al igual que los marroquíes hacen con sus taxis colectivos. A ver si ponemos en valor el louage en el Bierzo, que falta le hace. Tan incomunicado entre sí. Y tan aislado del mundo. Por cierto, siempre lo digo [y lo compruebo una vez más] León como tal no existe para la gente tunecina. No existe en el mapa. Nadie sabe qué es León, ni dónde se halla, y menos aún El Bierzo. Qué pena que nadie/naide conozca (ni siquiera le suene) nuestra bella e inspiradora comarca.
Así que pónganse las pilas los políticos y promotores de la provincia leonesa. Y hagan llegar nuestras esencias al Magreb, y también a la Europa desarrollada, que no nos conoce ni dios bendito.
Cuando digo León, rápido me toman [ahora sí, tomar] por un lyonés de Lyon de la mismísima France. Y además me confunden con italiano. Digo que soy mexicano, para despistar. O para chingar tantito y merito.
Que sí, que el louage funciona molto bene. Y se viaja confortable y rápido, todo lo rápido que permite la carretera que va de Nabeul a Kélibia, que está de aquella manera, ¿de qué manera? Pues con muchísimo tráfico y en exceso estrecha a su paso por varias poblaciones. 

Ahora andan con obras para agrandarla y lograr que fluya el tráfico. Fluir, ese es mi deseo. No tardando, también en Madrid, los colapsos, los atascos de entrada y salida serán descomunales. Ya lo están siendo.
Me habían recomendado Kélibia, situada en la península del Cap Bon, del Cabo Bueno [Wiem me lo dijo, creo recordar, la chavalina que estudia Derecho en Sfax, y con quien coincidiera en el tren, desde Sousse a Bir Bou] pero Kélibia no me ofreció mayor interés que su mar.
Me encanta el mar, lo confieso cual buen feligrés, eso sí descreído, habida cuenta de que uno es de secano [bueno, no del todo, ya que soy de la matria de las fuentes medicinales y las regueras y reguerinas y del río Noceda]. 
Y siempre que puedo tiro al mar, como la cabra tira al monte o pal monte.
El mar como espacio amniótico, fascinante, fabuloso, del que surgen y brotan los monstruos y los tesoros escondidos. Veinte mil leguas de viaje submarino. Con Julio Verne como maestro de ceremonias y guía marino.
Me hubiera gustado ser marino, como a Torrente Ballester, el de la saga fuga, cuasi inventor del realismo mágico [Cunqueiro a la cabeza, y Valle Inclán como impulsor de este mágico realismo aderezado con sus santas compañas]. Pero como soy miope [Ballester decía que también era enclenque] no me hice marino. Marino como el gran Ramon San Pedro, pero sin tetraplejia por fa.
Mar adentro, soñando con castros y tesoros escondidos en el fondo marino.
Kélibia, aparte de su costa, llena de plástico [gran problema este en todo el orbe] muestra un fuerte o fortaleza próxima al mar. A la que no se puede acceder. Eso creo. O eso me pareció. O sí se puede, quién sabe.
Me encantan los miradores. Con lo cual me perdí sus vistas.
Regresé a Nabeul. Me di un voltio nuevamente por su zoco. Me dejé inundar por las voces de los mercaderes, incluso piqué en un anzuelo ex profeso [supongo que mi jugada de ajedrez no quedó mal plantada]. Aunque no vine a Túnez a comprar nada. Tampoco a venderme. Tan seguro de uno mismo, que casi da miedo. 

Y comí unos dátiles que me supieron a gloria bendita, mi comida hoy, por fortuna me esperaba la suculenta cena del Lella Baya (mi refugio hotel), cervezas incluidas, y en eso sigo. Tomando algunas birritas. A vuestra salud. 
Salud y amor. Qué ambas palabras están interrelacionadas. Va por Ustedes.
Y ahorita les dejo estas fotinas, hechas con mi móvil mierduno, para ilustrar los hechos. Que una imagen, si es de Storaro, por ejemplo, vale más que mil palabras de este humilde penitente.

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