18/12/2019
Acabo de escribir una parrafada en este muro del face (que ahora trasplanto al blog, a este diario de bitácora). Y, cuando la tenía lista y migada, en el tazón de la leche recién ordeñada de la vaca (es un modo de hablar, nomás) para publicar, se me ha ido todo a la mierda. Como le ocurre al Darín de El hijo de la novia (película que me sigue conmoviendo hasta hacerme saltar las lágrimas, por más veces que la vea), uno también desearía irse a la mierda, en el sentido de cumplir el sueño de ser libre, sin ataduras ni compromisos, que nadie me joda, como dice él.
Sabia reflexión la de este personaje/actor, grande entre los más grandes.
Pues eso, que sigo en Yassmine o Yasmine Hammamet. Y hoy, con un día grisáceo, ha dado lo que ha dado de sí. Aunque he madrugado. O sea, que Allah me ha ayudado. Pues aquí madrugar es algo que me gusta mucho. Y he estado dando un voltión por la medina de Hammamet, la medina antigua. Y he conversado con los tenderos, ávidos por vender sus mercancías a los turistas, a turistas despistados tal vez. Vendedores avispados que también ganan el pan con el sudor de su frente. Y pretenden, como no, enjaretarte sus baratijas y enseres. No olvides el regateo. Te dirán un valor cuatro o cinco veces superior a su valor real. Algo así nos cuenta Canetti en sus Voces de Marrakech. ¿Cual es su valor real? Acertijo. Con vuestro permiso publico este mensaje y luego continúo ruta. No vaya a perder otra vez lo que he escrito, que casi vuelvo a perderlo. Y eso empieza a resquebrajar mi equilibro.
Retomo el escrito. Con mi puño y letra de escolar de la República del útero de Gistredo [Alto Bierzo] desde esta costa mediterránea, tunecina.
Hoy también me siento tunecino. Y árabe. Y berciano leonés y español y ciudadano del universo, aunque esto ultimo resulte manido, trillado, gastado.
Conviene regenerar el lenguaje, acaso con el noble fin de articular el pensamiento. Hagamos del lenguaje pensamiento. Como desea la filosofía del Lenguaje. El Círculo de Viena, con Wittgenstein a la cabeza.
Este también (cuánto también estoy poniendo, madre santa) está siendo un viaje al interior de uno mismo. Un modo de sentir y pensar o repensar la realidad o irrealidad o ficción. Y a la vez poder fabularla.
La vida no es fácil. Aunque a veces pudiera parecer que uno está en una nube. O en una burbuja. La vida no me late fácil ni acá ni acullá, salvo que uno sea rey o reina o pertenezca a esa aristocracia sin sentido, que no debería existir en el siglo XXI. Pues todos nacemos con los mismos cueros y todos morimos de igual modo. Por fortuna, la muerte nos iguala.
Aunque unos seamos mas iguales que otros. Como nos dijera el bueno de Orwell en aquella fábula, tan real como la vida misma, que se titula Rebelión en la granja.
La igualdad, al igual que la libertad, es una quimera. El fantasma de la libertad. Véase el cine del enorme Buñuel.
Deseo ser libre, ya lo había verbalizado. Disculpad mi sentimiento trágico de la vida, mi sentimiento unamuniano [ahora que el pensador vasco salmantino se ha puesto de moda a raíz de la peli de Amenábar, que aún no he visto].
El asunto es que esta mañana, con amenaza de lluvia, he podido medinear, como le gustara al inolvidable Juan Goytisolo, que conocía el dariya, el árabe marroquí, y sabía que en nuestro idioma español hay unos cuatro mil vocablos de origen árabe, como Jazmín, Yassmine o Yasmine, el barrio donde me hallo ahora, al borde de la mar, con una inmensa playa, para perderse a gusto y gana.
También algún tendero de la medina sabe que el español está impregnado de árabe. Toda nuestra lengua y cultura están rayadas de árabe. Y los comerciantes de la medina intentan venderme, y tal vez comprarme. A un módico precio. Se vende, señora, señor, se vende.
Todo se vende y se compra en esta sociedad mercantilizada, hipercapitalizada, porque todo lo manda el Dios Don Dinero, que es significante que pudre todo significado. El dinero no deja de ser mierda, con todos los respetos. Y algunos, muchos ricachones, se lo acaban llevando a la tumba. O mejor dicho, se lo acaban pulverizando sus herederos en un santiamén.
Cropofágicos y escatológicos que somos, incluso en el sentido metafísico del término escatológico. Aunque nos creamos divinos... Divinos de la muerte. Si no somos más que mierda, podredumbre, polvo. Disculpad mi atrevimiento, sobre todo con quienes os creáis divinos, divinas y eternos.
Asomado a la terraza mirador de la medina contemplo el cementerio, que semeja un jardín y el mar al fondo. Que me arrulla y me sabe a libertad y salitre.
La buena de Fatma, con su mirada profunda y quizá sincera, intenta venderme sus enseres, sus productos cosméticos, sus aceites de jazmín y argana, porque necesita guita para continuar sus estudios en Túnez capital. Es joven y tiene todo su futuro por delante. Aunque el futuro sea incierto. Y Túnez, a pesar de la revolución, no ha cambiado sustancialmente, me aseguran los oriundos y las nativas, salvo que todo es el doble de caro, con salarios medios que no superan los doscientos cincuenta euros al mes. "Aunque haya democracia, esta no nos da de comer", señala Fatma con su mirar inteligente y triste.
Todos necesitamos sobrevivir en esta jungla.
Excelentes vendedores, uno acaba sucumbiendo, aunque el fin no sea comprar nada. Y sólo sentir, empaparse de vida, de estimulaciones varias.
Acabo de descubrir que en Yassmine Hammamet hay vida, con sus hoteles, como el Lella Baya, donde estoy alojado, y sus comercios y sus bares y restaurantes de estilo europeo y sus parques temáticos como el Carthage Land, donde muestran sus colmillos elefantes de ficción y hasta un King Kong de cartón piedra. Un Cartago a imagen y semejanza del antiguo, situado a pocos kilómetros de Tunis, Túnez Capital, en dirección a la maravillosa Sidi Bou Saïd.
Me fascina la figura de King Kong. El salvaje que sólo desea amor, afecto, como todos y todas, en verdad. Como el propio Frankenstein, que ideara Mery Shelley. Y todos esos monstruos que afloran de nuestro subconsciente, del poder de nuestro Ello, según el psicoanálisis.
Hoy deseo auto-analizarme, psicoanalizarme, aparcar el auto-engaño, aunque éste sea en verdad un mecanismo defensivo, una forma de adaptación a esta vida llena de farsa e infamia. Con su belleza, a pesar de los pesares. Como nos recordara José Agustín Goytisolo, el hermano suicida de Juan, en ese bellísimo poema titulado Palabras para Julia.
Ensoñando castillos y fuertes y medinas en un mundo de cuento, cuya realidad me late cruda para sus habitantes. Pero por el momento, seguiremos soñando y fantaseando, acaso con un mundo mejor.
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