El sueño de la sinrazón y el absurdo produce monstruos, pesadillas recurrentes, reales y crueles como la vida misma, en este escenario herido, fracturado, dividido, a tenor de lo ocurrido en Cataluña, a resultas de lo que sigue pasando en la tierra de Josep Pla (magnífico su Cuaderno gris), que en realidad es como decir en toda España, porque algunos, al menos, nos sentimos de acá y de allá.
Contaba el hispanista Ian Gibson (especialista en la obra de Lorca y Dalí) que España es un país fantástico pero no es la gran España con la que sueña porque actualmente le está produciendo pesadillas.
Nunca entenderé los nacionalismos, ni de una parte ni de otra. Más que nada porque siempre conducen a conflictos virulentos, a guerras. Y deseo, deseamos vivir en paz.
Tuve la ocasión de asistir, el pasado mes de julio, a altercados en Israel, entre palestinos musulmanes e israelitas judíos. Y me quedó el alma en vilo. Joder, parece que nosotros fuéramos por el mismo camino. Qué difícil resulta convivir en este mundo caótico, loco, que revienta como una granada por doquier, que hace de su religión su verdad, de su bandera su patria, de su lengua su mundo, de su política su coto privado.
Este país, aún con las huellas sangrientas de la Guerra Incivil y la posguerra fratricida y hambrienta, no tiene remedio (ojalá lo tuviera), porque éste, como nos dijera el Nobel Cela, es un país de cabestros (lamento emplear este término, pero es lo que somos, o al menos, lo parecemos).
Cierto que no todo el mundo es cabestril (no conviene generalizar, eso nunca) pero esa es la imagen que estamos dando, dentro y fuera de nuestras fronteras (cada día, que pronuncio la palabra frontera, me echo a temblar, cuántos muros y obstáculos... para cuatro días que vivimos).
Digo que somos cabestriles porque nuestros políticos, nuestros mandatarios, son fiel reflejo de nuestra sociedad. Qué nadie se escandalice. Nosotros les votamos (bueno, yo ya dejé de votar en las pasadas elecciones, lo siento, por no haber ejercido mi derecho democrático, aunque siga creyendo en la democracia como el menos malo de los sistemas). Así que tanta culpa tiene el que mata como el que tira de la pata.
En todo caso, quiero aclarar que el pueblo es quien siempre recibe las hostias de arriba, y de abajo, mientras que los poderosos se quedan en su cuarto de la salud, como si no hubieran roto ni un plato, cínicos que son.
Todo apunta a que seguimos viviendo enquistados en este país caínita, terrible por momentos, aunque pensábamos (qué ingenuidad) que habíamos alcanzado la madurez democrática. Pero la Transición es como quien dice de ayer. Y Tejero, con sus colegas militares, casi nos vuelve a poner los huevos de corbata en 1981. Qué historia, la nuestra.
El resto de países 'desarrollados' (que también tienen sus vicios y perversiones, claro) nos miran ahora como con ojos de desconcierto. ¿Pero qué está pasando en la piel de toro tendida y bocabajo... adonde vamos a torrarnos al sol? Qué alguien me lo explique. ¿Qué ha ocurrido en este país de paisitos, esta nación de naciones, que parecía haber salido del franquismo, del fascismo, y ahora la vemos envuelta, otra vez, en asuntos turbios, sin una solución, al menos a corto plazo? Porque aquí nadie quiere bajarse de la burra, ni del burro.
Unos defienden la unidad sacrosanta de España, o la unidad, sin más cera que la que arde, mientras otros hacen cortes de mangas a la Constitución, a la unidad, a lo que se les ponga por bandera. Y reivindican sus derechos a ser estado independiente, ahora que hemos/han construido la Unión Europea (bueno, Inglaterra también va a su puto rollo). Cada cual empecinado en sus trece. Y así no vamos por buen camino, porque hay más de dos millones de catalanes y catalanas que no se sienten españoles, que no quieren serlo (se ha sembrado el odio en sus escuelas, en sus estamentos... quizá sí, pero ahora habrá que limar esas asperezas, ese odio, casi siempre irracional, desmedido, también algunos españolitos y españolitas sienten rechazo a lo catalán, puro cainismo), aunque se les quiera meter en vereda (ya sea por la fuerza o en el mejor de los casos por la ley, con la Constitución en la mano).
Decían en mi pueblo que "moro por fuerza nunca buen cristiano". Así que el refrán o dicho puede ser válido para esta situación.
Necesitamos razón, luz (que alguien arroje luces sobre las sombras) que nuestros políticos, los jefes de la manada, los que guían el rebaño, no sean tan "túzaros", tan mediocres. Y no nos metan en un conflicto que la mayoría, al menos, no queremos, porque deseamos un país libre, en el que podamos expresarnos, un país en el que podamos convivir en paz y en armonía.
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