Este ha sido, está siendo aún, un octubre nebuloso, a pesar de que el sol luce más que nunca. Y esto del sol, luciendo en su esplendor, y los cielos de color azul claro dan mucha energía, sin duda. Nos recargan pilas.
Lástima que ahora ya nos hayan retrasado una hora y de este modo nos metan de lleno en un otoño próximo al invierno.
Nunca me ha gustado este cambio horario. Y hasta podría decirse (hay gente que también lo dice) que nuestro Noroeste no debería retrasar una hora con respecto al horario anterior.
En todo caso, hasta ahora hemos gozado de una temperatura ambiental extraordinaria, con las consiguientes sequías (sin duda hay cambio climático), que contrasta con los atentados incendiarios ocurridos en Portugal, Galicia, Asturias y la provincia de León, así como con el intento de separatismo de una Cataluña gobernada hasta hace nada por fanáticos nacionalistas. Y bien sabemos que los nacionalismos son absurdos, terribles, sobre todo en este mundo globalizado, en el que además aspiramos a derribar muros y fronteras. Los nacionalismos (al igual que las religiones, en manos de fanáticos) siempre nos han llevado a la barbarie, a la hecatombe. Qué nadie/naide se crea diferente por hablar otra lengua, por practicar otra religión, por creerse de un bando o de otro. Y por supuesto dejemos de odiar, de rencores. Y tendámonos la mano. Para cuatro días que vivimos. Mejor vivamos en paz, en armonía, con amor.
Los seres humanos (en esencia animales) somos más iguales de lo que a priori podríamos creer. Aunque es evidente que algunos y algunas gocen de unos privilegios que ya quisiéramos los ciudadanos de a pie, la ciudadanía que, con su sudor y sus lágrimas, mueve el mundo (a la vez que ésta es movida y en ocasiones, demasiadas, zarandeada, manipulada, vuelta del revés).
Este octubre, incluso sin nieblas (tan características en tiempos en la ciudad de Ponferrada) se ha vuelto nebuloso, a resultas de lo ocurrido acá y allá, en el Oeste y el Este. Creo que ahora tampoco cabría decir aquello que cantara el gurú Morrison: "The west is the best". O tal vez sí. Quien no se consuela es porque no quiere. O no le dejan, que es peor.
Octubre comienza ya a estirar la pata como gocho de San Martino. Y las castañas no se ven por ningún lado, al menos en el útero de Gistredo, espacio mítico y frondoso de castaños y nogales. Esto no lo recuerdan ni los más viejos del lugar. Nunca se vio tal carestía castañera. Y es que el cambio climático (real como un gran templo), con su helada negra en el pasado mes de mayo y la brutal sequía veraniega y otoñal han contribuido a que nos quedemos sin castañas. Casi casi ni la prueba. Este finde salía, en compañía de familiares, a dar un paseo por el pueblo. Y el suelo de los castaños o 'castañales' (que dicen los lugareños/as) ni siquiera estaba lleno de erizos. Y estos con una miseria de castañas. Ni para un magostín habrá. Qué pena.
Recuerdo cuando la época de castañas era todo un festival. Y todo el pueblo se volvía castañero 'apañando' por doquier. Mucho esfuerzo de riñón doblado y manos espinadas para que, luego, los compradores foráneos se rieran (poco menos) de los recolectores o apañadores de castañas, porque el precio que pagaban por el kilo era realmente ridículo. Y es que en este país (así sigue siendo) quien trabaja no es quien gana, sino quien trapichea. Y quien tranza, como dicen en México. "Quien tranza, avanza".
Este octubre también me perdí el Festival Eñe de Literatura en Madrid. La verdad, creía que era en noviembre, como en años anteriores. Y me pilló fuera de juego. Me enteré a toro pasado (fue nomás este pasado finde). Aunque este año me hubiera gustado estar.
Conservo, por lo demás, un grato recuerdo del gran Juan Goytisolo a su paso por este festival en 2015, así como del bueno de Julio Llamazares y Manuel Rivas, entre algunos otros.
Octubre comienza a despedirse anunciándose la fiesta de los muertos, o los santos, que este año me sabrá a luna de hiel, porque mi padre (pobrecito, qué extraordinario ser humano) está enterrado en el cementerio del útero de Gistredo. Y esto me sobrecoge. Me da una inmensa tristeza. La vida, qué breve y efímera, qué pasajera. Qué pesadilla, a veces. No lo puedo evitar, octubre y noviembre me han cubierto de ceniza y desolación, de morriña y descreimiento.
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