Cultura
AÑO ROMÁNTICO EN EL BIERZO
Gil y Carrasco, viajero gótico posmoderno
Manuel Cuenya
| 20/09/2015
El
escritor berciano y gran aficionado a los viajes Manuel Cuenya se
imagina el que podría hacer el escritor romántico Enrique Gil y
Carrasco, cuyo bicentenario de nacimiento se conmemora este 2015. Un
viaje imaginario por una Europa de constrastes.
Imagen de Holanda de un viaje de Manuel Cuenya.
Se imagina uno a Gil y Carrasco como un viajero
intrépido, con espíritu aventurero y cosmopolita, estilo al alter ego de
Kerouac 'En el camino', reencarnado eso sí en gótico pos-moderno, un
joven guay y fresa o pera, a su aire, con el rostro empolvado y
demacrado por la tisis (en la actualidad afectado por otro tipo de
enfermedad), vestido de luto riguroso, acaso tatuado y con el cabello
teñido de color naranja, portando piercings y pendientes; un joven
melancólico, morriñoso con posibles, que realizara su último viaje por
Europa durante un mes con un billete Inter-Raíl (digo un mes por ser esa
la duración máxima hasta ahora de esta modalidad de viaje). Aunque Gil,
que era un señor diplomático, viajaría a buen seguro con todo lujo de
detalles, provisto incluso con maletín en clase Business o en FirstClass
(se lo podía permitir su familia y también su viaje en misión
diplomática a la ciudad de Berlín, donde moriría con las ilusiones
intactas y un gran porvenir literario).
En la época actual, Gil seguiría sorprendido, como en el
siglo XIX, con la infraestructura ferroviaria de países como Francia,
Bélgica y Alemania, incluso España, que ya es decir, con sus flamantes y
velocísimos trenes, que le impedirían, como otrora, captar todo lo que
deseara para anotarlo en su tableta, iPad, portátil y aun en su agenda
electrónica. En este viaje llevaría asimismo un Kindle o libro
electrónico y emplearía (no olvidemos su condición de diplomático)
trenes muy confortables (quizá todos con suplemento añadido, si Gil
decidiera finalmente viajar por Europa con un billete Inter-raíl), cuya
velocidad promedio no bajaría de los 250 kilómetros por hora (en
ocasiones superando los 300 Kilómetros, lo que le produciría impresiones
fantasmagóricas, alucinaciones que acabarían traduciéndose en
extraordinarias imágenes poéticas). Quizá pudiéramos imaginar que, como
diplomático, cogiera vuelos (nunca, en cualquier caso, de bajo coste o
Low Cost como Ryanair o Easyjet), aunque a decir verdad este medio de
transporte le resultaría, a nuestro ilustre e ilustrado personaje
villafranquino, aún menos literario que un tren. Y lo desecharía casi
seguro.
Su punto de partida en dirección a la Europa desarrollada
(en este viaje y en esta época), también sería desde la capital de
nuestro Reino. En la Estación de Atocha cogería un AVE hasta Marsella,
haciendo escala en Barcelona, donde Gil, dotado para las lenguas
extranjeras, no tendría inconveniente en chapurrear catalán con el
paisanaje, y por supuesto también pondría en práctica la lengua gala en
Marsella, que se le antojaría luminosa, portuaria y cosmopolita ciudad
del Mediodía francés, poblada por un buen número de inmigrantes de
origen árabe y español, entre otros muchos, con quienes Gil, de espíritu
abierto y tolerante, entablaría amenas charlas.
El escritor nocedense Manuel Cuenya.
Luego se apearía en Avignon, "la ciudad de los papas", que
haría coincidir sin duda con el célebre Festival de Teatro, a sabiendas
de que el autor de 'Bosquejo de un viaje a una provincia del interior'
era un gran aficionado a las artes escénicas y un estupendo crítico
teatral.
Continuaría rumbo a Lyon, ahora en TGV, tren que sin duda le sorprendería a Gil por su velocidad y su puntualidad.
Emocionado con La Borgoña y la Côte d'Or por antojársele
tierra hermana en viñedos y castillos, el autor de 'El señor de
Bembibre' visitaría, antes de alcanzar París, la capital histórica del
antiguo Ducado de la Borgoña y la bella ciudad de la moutarde (Dijon),
donde Henry Miller, el autor de los Trópicos, impartiera clases de
inglés en el Lycée Carnot y donde este servidor de ustedes diera, como
profesor/lector, clases de castellano/español.
Sobrecogido por la belleza monumental de capital francesa
pero también por su multirracial y pluricultural aspecto, se dedicaría a
pasear por los barrios de Belleville, Saint Denis o Barbès, donde
acabaría encontrando ese París meteco, que respira violencia y
agresividad por sus entrañas. Es probable que esta ciudad le despertara
más su interés por el paisanaje que por su paisaje, aun a sabiendas de
que Gil era un enamorado de la Naturaleza en estado puro, de los
entornos campestres, de los paisajes montañosos, poblados de castillos y
lagos, como su propia matria.
También es probable que se quedara deslumbrado con el
Instituto del Mundo Árabe y por supuesto con las catacumbas y los
cementerios de Montparnasse, Montmartre y Père Lachaise (adonde iría a
visitar a buen seguro la tumba de Jim Morrison, el gurú de The Doors).
Una vez realizada su excursión a Rouen, en la Normandía, que
sigue siendo un espacio impresionista por excelencia (a Gil le
entusiasmaba el arte, y en general el arte pictórico), cogería un tren
Thays, que lo llevaría a Lille, la frontera con Bélgica. Y desde ahí
proseguiría rumbo a Bruselas, la ciudad del Europarlamento, situado en
el espacio Léopold, donde visitaría al entonces eurodiputado nocedense
Pepe Álvarez de Paz, al que le preguntaría por la crisis del carbón en
el Bierzo, incluso por la ganadería: la leche, y la agricultura: el
vino..., y se iría encantado a almorzar con su paisano a la Rue des
Bouchers, donde se tomarían (para suplir el caldo berciano, la empanada y
aun el botillo) una paella o tal vez mejillones con patatas fritas (los
famosos moules frites), y luego se irían a tomar una cerveza a un bar
gótico, como no podía ser de otro modo. Elegirían un bar próximo a la
Grand-Place, Le Cercueil (El ataúd), cuyas mesas son ataúdes, y pedirían
unas cervezas (al menos un par cada uno, ya puestos a darle a trinque),
eso sí Denominación de Origen, o sea belgas, unas Kriek, que a Gil le
sabrían inevitablemente a cereza de Rimor o a cualquier otro punto de la
geografía del Bierzo pródigo en cerezas, habida cuenta de su afán por
encontrar analogías y similitudes entre su tierra de origen y las
tierras que visitara en Centroeuropa. Incluso tendrían tiempo para
visitar al Niño Meón (Maneken Pis) así como los aledaños de la Gare du
Nord, donde reina el ajetreo y un ambiente propio de la picaresca
andante mediterránea.
Una imagen de Berlín en una visita de Manuel Cuenya.
Como tiempo vacacional, Gil se tomaría unos días de descanso
en la bucólicas ciudades de Brujas y Gante, donde disfrutaría de sus
encantos, además de visitar el puerto de Amberes, antes de emprender
rumbo, vía ferrocarril, hacia los Países Bajos, que le causarían una
grata impresión, sobre todo su paisanaje, comenzando su visita por el
puerto de Rotterdam, luego La Haya (Den Haag) para finalizar su
aterrizaje (es un decir) en Ámsterdam, la ciudad más lírica de Europa,
que cuenta con un Barrio Rojo (luces de neones incluidas en la movida
noche de movida amsterdamesa), que acapararía su atención, como la de
cualquier turista/viajero/a, aunque le resultara un espectáculo
esperpéntico, de Luces de Bohemia. Y, como devoto de los museos y el
arte, Gil visitaría los museos de Van Gogh y el emblemático Rijksmuseum,
en el que continuaría deteniéndose, como en su viaje decimonónico, ante
la famosa Ronda de Noche del maestro Rembrandt. Y quizá se adentraría
en el exótico Museo de la Marihuana y del Hachís (por pura curiosidad,
nomás), eso sí, después de tomarse una infusión de hierbas en algún
coffee shop (pongamos por caso en el Alí Babá). Su visita a esta
colorida ciudad la remataría dando un paseo en bici (como hacen los
viajeros y turistas incluso los ejecutivos/as holandeses/as) hasta las
poblaciones de Volendam y Marken, donde probaría algún bocadillo de
arenque y el queso de Edam, que no le recordaría, esta vez no, al queso
de Veigadarte y se compraría unos zuecos (Klompen) como souvenir, que sí
le harían rememorar las madreñas o galochas que utilizaran sus
antepasados en la pequeña Compostela a orillas del Burbia. Antes de
abandonar Holanda (Nederland) se acercaría a la pintoresca Arnhem, donde
vería unas casas con techo de paja que le traerían a la memoria las
pallozas de Campo del Agua.
(
(Exposición en la Uned)
Gibara, cuyo centro histórico fue declarado Monumento Nacional en 2004,
ResponderEliminarsituada a 800 kilómetros al noreste de La Habana, desde hace varios años
se ha convertido en un lugar de atractivo cultural por ser la sede del
Festival Internacional de Cine, donde convergen otras manifestaciones
artísticas.
Fuente: 5 day galapagos cruise