El viernes 14, a las 20h15, cita con
La pianista en el Benevívere de Bembibre. Os esperamos.
‘La
pianista’ (2001) es una película del realizador austriaco, nacido en Alemania,
Michael Haneke, uno de los más grandes directores de cine de las últimas
décadas. O esa es al menos mi impresión.
Desde que viera por primera vez su ‘Funny Games’ (que luego he podido ver en varias ocasiones), me quedé flipado con su modo de hacer cine. Me interesa lo que cuenta y cómo lo cuenta. Resulta demoledor, una auténtica bomba de relojería.
Desde que viera por primera vez su ‘Funny Games’ (que luego he podido ver en varias ocasiones), me quedé flipado con su modo de hacer cine. Me interesa lo que cuenta y cómo lo cuenta. Resulta demoledor, una auténtica bomba de relojería.
Buen
conocedor de la filosofía y la psicología, también de la música, Haneke sabe
ahondar en la condición humana, en sus bajos fondos, en el subconsciente y por
supuesto en una sociedad contemporánea enferma, amparada en la música clásica, de
modo que nos muestra todo eso de un modo magistral a través de sus puestas en escena, deudoras en gran
parte del mejor Antonioni y el mejor Bergman, con tempos suspendidos, con la
dilatación del tiempo, con ese modo pausado y reflexivo que nos invita a
recrearnos en la violencia psicológica, a menudo sugerida, en los trastornos
del ser humano.
Haneke nos hace pensar y nos remueve las entrañas.
Haneke nos hace pensar y nos remueve las entrañas.
Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2013, Haneke, que
se ha convertido en un director de culto, consiguió el Óscar a la mejor
película de habla no inglesa y la Palma de oro en Cannes en 2012 por 'Amor'.
Aunque su gran éxito fue sin duda 'La pianista', con la que ganaría asimismo el
prestigioso Gran Premio en el Festival de Cannes de 2001, cuyos protas Magimel (Walter)
y Huppert (Erika) también se alzaron con los premios al mejor actor y mejor
actriz.
‘La pianista’, que está rodada en francés aunque se ambiente
en Viena, nos cuenta una historia terrible, un melodramón, impregnado de
violencia psicológica y física y descargado de romanticismo, entre una pianista
trastornada y su alumno, también desequilibrado, que se siente locamente
enamorado de su profe. Un amor que se resuelve en pura locura, en violación. Y,
como ocurriera con sus anteriores pelis, Haneke vuelve a hacernos pensar
y sacarnos de nuestro
letargo con esta obra cuyos personajes resultan escalofriantes, sobre todo la
actriz francesa Isabelle Huppert, que nos sobrecoge con su creíble y
conmovedora interpretación, con su fría y turbadora imagen, con esas secuencias
en las que la vemos por ejemplo cortándose con una cuchilla de afeitar, esnifando el semen impregnado en un moquero en la cabina de un sex shop y
maltratando física y emocionalmente a sus alumnos. A este dúo interpretativo
habría que añadir la actuación de la actriz Annie Girardot (conocida
sobre todo por su interpretación en ‘Rocco y sus hermanos’, de Visconti), papel en
principio pensado para otra diva del cine francés, Jeanne Moreau.
Girardot,
en su rol de madre castradora de Huppert (Erika), a la vez que adicta al
alcohol y la tele, también nos inquieta y nos provoca terror. Su relación con su hija es insana, enfermiza.
Y nos sentimos asfixiados, oprimidos como espectadores cuando se nos muestra el
espacio en que viven ambas, incluso duermen juntas, sin ningún tipo de
privacidad.
Basada en la novela homónima
de Jelinek, que fuera Premio Nobel de Literatura en 2004, Haneke construye un
guión brutal, en la que no deja títere con cabeza, en el que nos da cuenta de una
sociedad hipócrita, fría y calculadora, que tras su educación formal y
exquisita, incluso en el terreno musical (sobresale en la peli la música de
Schubert, y Schumann), esconde un serio trastorno de personalidad, para más
inri autodestructivo, que es lo que apunta sobre todo el personaje interpretado
por la genial Huppert, ejemplo de esa escisión cuasi psicótica entre una
violenta represión y un irreprimible deseo salvaje (con su voyeurismo, con su
sado-masoquismo…), que nos muestra a través de su pose gélida alterada por
sutiles parpadeos de nerviosismo, leves gestos que nos la muestran en toda su
grandeza interpretativa.
La iluminación fría,
acorde con los personajes, y el uso de claroscuros, que contrastan de un modo
intenso con la acción de los protagonistas, es uno de los aspectos característicos
de esta peli, en la que la música también cumple un papel decisivo a la hora de
crear atmósferas. Pero lo que da fuerza a este drama psicológico, de corte
sexual, son las interpretaciones de los personajes principales, incluida
Girardot. Y por supuesto la dirección de actores a cargo del psicólogo y
realizador Haneke.
Lo que resulta desesperanzador es que ni siquiera la música, la
belleza y pureza de la música clásica, el arte sublime por excelencia, parece
salvarnos de nuestras miserias y perversiones.
Qué desolador.
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